jueves, 31 de mayo de 2018

Richard B. Alley : “El cambio climático. Pasado y futuro”.


No es frecuente hallarse con un libro de un científico que muestre una mezcla tan equilibrada de conocimientos y dudas como éste de Richard Alley, profesor de Geociencia en la Universidad de Estado de Pennsylvania. Es cierto que, como experto en esta ciencia, además de preocuparse por el comportamiento de los glaciares, ha prestado atención especial al llamado cambio climático. Pero al verdadero: el que estudia el clima siempre cambiante, no al bonito negocio montado por grupos de interés, cuyo máximo representante personal puede ser Al Gore y el institucional el IPCC (Intergovernamental Panel of Climate Exchange) ambos premios nobel de la paz de 2007.
Richard Alley se preocupa del cambio climático despreocupándose al mismo tiempo de su origen antropogénico. De hecho, al referirse al pasado, constata la existencia constante de los cambios climáticos en tiempos en los que no podía pensarse en ese origen. En cuanto al futuro, Richard Alley se muestra preocupado no por la existencia de cambios climáticos, sino por el carácter abrupto con que se pueden presentar y su imprevisibilidad. No ha sido lo habitual en los cambios climáticos, pero tampoco son acontecimientos inhabituales.
La categoría de científico de Alley se refleja en el hecho de que de forma continuada utilizada las expresiones “probablemente”, “podría”, “se sugiere” … expresiones todas ellas que revela la debilidad que aún tienen las investigaciones realizadas en torno al cambio climático. Y uno agradece esa modestia, que evita la aparición de afirmaciones rotundas. Es cierto que los avances han sido muchos, pero parece evidente que se han manipulado haciendo de ellos una aplicación perversa y mercantil.
Lo primero que hace Richard Alley es afirmar lo siguiente: “Los cambios climáticos rápidos, extendidos y de gran envergadura, fueron comunes en la Tierra durante la mayor parte del tiempo del que tenemos noticias fiables, pero estuvieron ausentes durante los pocos milenios críticos en que los humanos desarrollaron la agricultura y la industria”. Dos cosas de las que parte: los cambios climáticos existen siempre, más allá de la presencia del hombre; los hombres en su periodo histórico han disfrutado de una época de calma y estabilidad. En contraste, “el clima fluctuó ferozmente mientras nuestros ancestros alanceaban mamuts lanudos y pintaban las paredes de las cuevas”.
Tras anunciar la enorme dificultad de elaborar una historia climática, Alley nos explica cómo, para ello, ha sido necesario hurgar en los basureros, de humanos y animales, y, más tarde, analizar sedimentos marinos y antiguos. Describe, prolija y técnicamente, los sondeos realizados en Groenlandia en el proyecto GISP (Greenland Ice Sheet Project) y que permitieron disponer de muestras muy profundas del hielo acumulado. El GISP1 se llevó a cabo entre 1889 y 1992 y el GISP2, entre 1989 y 1993. En esas descripciones indica los hechos a tener en cuenta, su interpretación y los resultados obtenidos. Repito: todo muy complejo y técnico para ser comentado.
Terminado el paseo por la evolución de la llamada paleotermometría, rama de la paleoclimatología, salta al examen de las conclusiones que se han podido extraer y que se destaca en dos aspectos:  1) el clima ha sido históricamente tremendamente variable, con cambios rápidos y profundos desconocidos por nosotros; 2) el clima tiende a ser estable si no se “le provoca”, es decir si no hay nada que le fuerce a reaccionar para lograr un nuevo equilibrio. Alley lo compara a un borracho: “si se le deja solo se sienta; si se le obliga a moverse, se tambalea”. Pues eso. Y distingue, adicionalmente, tres tipos de “empujones”: los grandes empujones como las oscilaciones el eje terrestre o el deslizamiento de las masas polares; los pequeños empujones dados por la propia naturaleza como el ciclo de los gases invernadero; se termina con la alusión a otros posibles factores de esta forma: “Los humanos podemos ensuciar nuestro propio nido, y también podemos limpiarlo”. Se advierte que la preocupación por la antropogenia es mínima, cosa razonable cuando aún no sabemos (ni podemos) evitar las granizadas, las olas de frío o los tornados.
Comienza sus explicaciones indicando que hace 4.000 millones de años, el calor emitido por el Sol era la cuarta parte del actual. Y se pregunta ¿por qué no se murió la Tierra de frío? La contestación es simple: por el efecto invernadero. Efectivamente, una afirmación curiosa en la exposición de Alley es la ventaja que en algunos momentos pudo suponer el famoso “efecto invernadero” y que constituye la paradoja del ‘Sol joven tenue’: “de no existir el efecto invernadero, gran parte de la Tierra estaría permanentemente helada y nos sentiríamos muy infelices (caso de que siguiéramos aquí)”. Alley compara el efecto invernadero a la manta de la Tierra. “La manta de la Tierra es la atmósfera. El vapor de agua es especialmente importante”. En este sentido nos ofrece una visión racional de lo que genera dicho efecto: el factor más importante es el vapor de agua; tras él aparecerán el dióxido de carbono, el metano y otros muchos gases.
La historia del clima es muy compleja, así que Alley se ve impelido a darnos una recapitulación: “Durante el último millón de años, el hielo ha crecido durante intervalos de unos 90.000 años (cada uno de ellos conducente al frío global de una glaciación, con oscilaciones menores espaciadas entre sí alrededor de 19.999, 23.000 y 41.000 años. Después de cada uno de estos intervalos, el hielo fue mermando durante unos 10.000 años, con el calentamiento característico de los periodos interglaciares”. Aquí va a explicarnos tres conceptos al parecer fundamentales: los ciclos de Dansgaard-Oeschger, los episodios de Heinrich y el ciclo de Bond. Digamos que son ideas que llevan el nombre de los científicos que señalaron la repetición de ciertos cambios, aunque adoleciendo en todo caso de cierta aleatoriedad y variedad de manifestaciones.
Otro concepto que maneja es el de “Dryas” que en términos más que vulgares equivaldría a “boqueadas gélidas” de una edad del hielo que tuvo lugar. Se distinguen en la última, el Dryas Antiguo, el Dryas Medio y el Dryas Reciente. Este último se inició en 12.800 y finalizó hace 11.500 años. Después pudieron identificarse algunas etapas frías como la de hace 8.200 años y, en menor escala, la “Pequeña Edad del Frio” de los siglos XVI a XIX.
Podemos hacer dos observaciones. La Tierra tiene muchos años, tanto que no debe asustar la referencia a un millón de años registrados. Recordemos que Pangea se formó hace 300 millones de años y que la deriva de los continentes advertida por Wegener se inició hace 200 años. Podemos remontarnos aun a los supercontinentes Rodinia y Pannotia, formados hace 1.100 y 600 millones de años respectivamente. La segunda observación es que las afirmaciones de Alley quedan fundamentalmente referidas a experimentaciones realizadas en torno al Atlántico Norte. Pero esto no es aplicable a todo el globo terráqueo. Un problema adicional que resolver.
La cuarta parte del libro, titulada “¿Por qué es todo tan extraño?”, se va a dedicar a proporcionar hipótesis que expliquen esas disparidades. Aparecen, por ejemplo, los cambios del eje terráqueo de Milankowitch. Pero no es sólo ese efecto lo que influye en el clima. Tiene importancia el efecto Coriolis (por cierto, Alley destruye la idea generalizada de que es lo que provoca el cambio de sentido de los remolinos del agua según el hemisferio en que se encuentren). La tiene igualmente la forma de la Tierra que hace que la energía del sol se distribuya desigualmente en los polos y el Ecuador. Al final todo se solucionará con la teoría formulada por Wally Broecker sobre la teórica existencia de unas corrientes de aguas marinas que transportan desde el Atlántico Norte hasta el Pacífico agua fría, salina y profunda y la devuelven en sentido contrario y por diverso camino como agua cálida, escasamente salina y superficial. Alley alaba esta teoría que explica el trasvase de calor hacia el norte, pero no oculta al mismo tiempo los problemas que, a su vez, tiene pendientes de explicar.
La última parte del libro aborda la dimensión política y económica actual del llamado cambio climático. Todo el mundo parece estar conforme en que nuestra civilización incrementa los niveles de dióxido de carbono. Los hace de forma mínima en comparación con la propia naturaleza, pero el temor surge ante la idea de la realimentación que puede producir. Lo que sucede es que se ignora si ésta tenderá a aumentar el efecto invernadero o lo reducirá. El reforzamiento del dióxido de carbono generado por la actividad humana puede producir teóricamente una elevación de temperatura que Alley evalúa en un grado por siglo. Pero nos recuerda al mismo tiempo “lo repleto de retroalimentaciones que está el sistema terrestre”.
Esto no le impide afirmar que el ”consenso científico” se inclina oficialmente y a través del IPCC por una realimentación positiva que generará el famoso calentamiento global. Pero le falta tiempo para criticar el llamado “consenso científico”, afirmando que “Todas las ideas científicas deben estar sometidas a revisión. Nunca debemos estar absolutamente seguros de haber alcanzado la verdad”. Y proclama la idéntica probabilidad de que la realimentación tenga carácter positivo o negativo. La conclusión: “La sencilla repuesta, una vez más, es que no lo sabemos”.
Resumiendo: estamos quizá ante uno de los libros más importantes sobre cambio climático que podamos encontrar. Por su erudición científica y por la actitud con que se afronta una realidad de la que otros únicamente pretenden extraer negocio.


“El cambio climático. Pasado y futuro. (252 págs.,) es un libro escrito por Richard B. Alley en 2000. La traducción española se llevó a cabo en 2007 por Siglo XXI de España Editores, con traducción de Antonio Resines.

No hay comentarios:

Publicar un comentario