Me acerqué a este
libro por su proclamado carácter polémico y porque éste lo había convertido en
un éxito editorial en EEUU. No fue el único motivo de ese acercamiento: de
pronto, el abuso sexual de sacerdotes se ha convertido en un asunto viral, como
ahora se dice, es decir como problema que ha saltado a primer plano y con el
que se nos asaeta de forma continuada. Por otra parte, toca cuestiones que
hasta ahora no se habían manifestado con la viveza como lo hacen en el momento
actual de la historia: homosexualidad y orientación sexual, Vaticano y
cristianismo.
El autor ya es
polémico de por sí. Nacido en 1984 y de nacionalidad británica, su aparición en
la escena pública tuvo lugar en 2009, pero fue en 2014 cuando alcanzó
notoriedad por su integración en Gamergate, un movimiento que combatía la
inspiración feminista de ciertos videojuegos. Anunció en 2016 la publicación de
este libro que, según él contenía su autobiografía. La publicación acabó en
autopublicación por disidencias con el editor. Todo morbo, aumentado por nuevas
informaciones. Y efectivamente Milo parece hablar con un acento histriónico y
llamativo con el que trata de difundir sus opiniones.
Sin embargo,
uno se encuentra con un final del libro que constituye una apasionada defensa
del cristianismo y, más concretamente, del catolicismo. Que proviene de una
persona que proclama su orientación homosexual, que habla de su marido John
(encima no caucásico), y que cuenta los abusos a que le sometió el padre
Michael. Sin ocultar su consentimiento, ni dejar de alabar lo bien que lo hacía
el padre Michael. Ni siquiera deja constancia de que todo ello hubiera lesionado
su personalidad. Estamos así, por lo menos, ante una mente inquieta y
contradictoria, pero cuya sinceridad parece presidir sus manifestaciones. El
aire de marketing quizá se deba a los editores, siempre más preocupados por las
ventas que por las ideas.
La corrupción
del Vaticano es una idea persistente y, en todo caso, inicial y
provocadora. Cuando se lee inicialmente
el índice del libro (algo esencial para intentar conocer sumariamente el camino
por el que nos trata de conducir el autor, cosa que siempre hace con buena o
mala intención) sorprende algo tan rotundo como el título de un capítulo: “El
papa debe morir”. No se trata de una condena a muerte, sino simplemente de
afirmar dos cosas: Francisco no puede en teoría agregar una nueva renuncia a la,
segunda históricamente, de Benedicto XVI; y que Francisco no puede ser la
persona que renueve la iglesia, y esto lo afirma señalando que es demasiado
prisionero de la llamada “mafia lavanda” que domina el Vaticano, justamente la
tesis que hasta entonces ha mantenido en su libro. Además de la influencia del
que llama “Equipo Francisco” formado por los cardenales O’Connor, Kasper,
Godfried Dannells y Karl Lehmann (más o menos lo que en Europa se conoce por
grupo San Galo) que, con sus maniobras en la oscuridad y contrarias a la
normativa existente, le llevaron al papado.
Lo que le preocupa
es lo que llama obra de la “mafia lavanda”, o sea, la difusión de la
homosexualidad en el clero y, sobre todo, en sus más altos niveles,
protegiéndose y multiplicándose. No es que trate de justificar su propia
homosexualidad, es que tiene, al parecer, un sentimiento de pecado del que
otros carecen, pero al que no da la especial trascendencia que puede tenerse
cuando se gobierna el Vaticano. Algo que ha existido siempre, que se recrudeció
en los años 60 y 70 (otra vez la sombra alargada del 68) y dio lugar a las
múltiples acusaciones que prosperaron en las siguientes décadas.
Es la hora de
volver al momento actual, a Francisco y la “mafia lavanda”. Parte de la
historiada acusación que tiene por protagonistas a Francisco, McCarrick,
Viganó… oscuras historias que va describiendo parsimoniosamente en la primera
parte del libro. Ben Shapiro dice: “los medios
se han apresurado a ponerse del lado de Francisco… porque Francisco es visto
como alguien de sensibilidad izquierdista en asuntos como homosexualidad, inmigración,
cambio climático”. No es precisamente, a mi modo de ver, que se contemple a
Francisco como alguien sugestionado por la popularidad rayana en el populismo,
preocupado por los gestos y las cámaras, marcado por la reciente historia argentina.
Por eso no es de extrañar que reciba elogios de quienes atacan a la Iglesia y
promueva desconfianza en los que son religiosos. El problema no es tanto de crítica
de la religión, como de crítica al clericalismo. O de la difusión o abdicación
que supone la colegiación, la multiculturalidad religiosa, la sinodalidad, la
creación de puentes. Algo que ha creado, aunque se disimule, una visible
división en el clero: alabados unos por Bergoglio y detestados los otros,
apreciados como impedimentos
Especialmente
llamativa es la tensión que mantiene MiIo frente al islamismo. No porque éste
se considere superación del cristianismo, sino porque tiene una inspiración
antagónica, no susceptible de encuentros como pretende Francisco en busca de la
fotografía diaria. Otra idea persistente en Milo es también la de la
“feminización” progresiva de la Iglesia. Lo que le falta a la Iglesia es
“masculinidad". Aunque aclara que masculinidad significa resistir a todo
lo que supone ataque y destrucción interna de la Iglesia, estimo que la
utilización de esos términos no es la mas acertada. Las mujeres, como los
hombres, pueden tener la misma actitud de rechazo a esa peculiar debilidad del
clero; por eso sería mejor de hablar, con perdón, de “amariconamiento”, actitud
que afecta unicamente al sexo masculino y del que el propio Milo es exponente
en sus extravagantes presentaciones. Que recuerda que cuando San Agustín, antes
de su conversión, pedía a Dios castidad, añadía: “pero todavía, no”. Algo que
parece ser el sentir que mantiene en su conducta. Sin que insista que la Iglesia
siempre ha comprendido la orientación homosexual, aunque condenando su puesta
en práctica. ¿No es curiosa esa discrepancia personal entre lo que declara que piensa
y lo que hace? A veces conmueve esa peculiar libertad de pensamiento que distingue
las ideas de los actos. Tan distinta de la actitud de los que manipulan las palabras
para justificar su conducta.
Lo que acusa
Milo es la actitud de esa “mafia lavanda” que, por descontado, solamente afecta
a cierto sector de la Iglesia. La forma en que, según él se ha apoderado de
Francisco, que, por otra parte, recibe con agrado los halagos que le tributan
quienes tradicionalmente atacaron el cristianismo y a los que cree hacerlos
ganado a lo que, entiendo, debe ser su misión. El libro está escrito en el
ámbito estadunidense y por eso se refiere a los elogios de los demócratas y de
la intelectualidad ya contaminada por el post marxismo derivado del 1968.
Francisco la oye cuando se habla de Trump o de los republicanos, del muro con
Méjico, de la inmigración no regulada, en la incansable búsqueda de una
transformación de la Iglesia en una ONG más.
Una reserva: el
libro tiene una impronta americana, pese al origen británica de Milo. Sus
quejas miran al Vaticano europeo y a la ‘intelligentsia’ estadounidense; uno,
cada día más próximo a las tendencias sudamericanas de las que participa
Francisco, y la otra, cada día más contaminada por las originalidades europeas
que se traducen en un postureo demócrata y mediático.
En su defensa
del catolicismo Milo destaca como determinadas tendencias no son sino la
deformación de las asumidas de siempre por la Iglesia. El feminismo, por
ejemplo, fue anticipado por la religiosidad orientada a la Virgen. Como el
psicoanálisis fue anticipado por los exámenes de conciencia proclamados por la Iglesia.
Y aquí cita a San Agustín y a Ignacio de Loyola. La igualdad misma está
anticipada por la idea cristiana que nos hace a todos individuos, hijos todos
de Dios y creados a su imagen y semejanza.
El libro
constituye un torrente de ideas, reivindicaciones y protestas. Lo de menos
quizá sea los aspectos subjetivos, pero sin poder dejar de constatar que son éstos
los que originan esa reacción. Lo que sorprende es que con él se rompe la imagen
de la Iglesia que rechaza a los homosexuales y que sea precisamente una persona
que ha recibido abusos sexuales sea quien defienda a la Iglesia o, más
exactamente al cristianismo. Quizá ésta sea la clave: anticlericalismo para
salvar el cristianismo.
Me encontré así
con un libro inesperado por su contenido. Un encuentro que he sentido como
clarificador de ideas. Más allá de los armarios, olvidándolos. Más allá también
de las campañas que rodean las denuncias de abusos sexuales. Más allá de las
interpretaciones interesadas de la historia, especialmente de la más reciente,
de la actual. Y la sorpresa que produce hallar un inesperado contenido en un libro
es siempre algo que hay que agradecer.
Da la sensación
de que el libro de Milo está sustentado, más allá de intereses publicitarios,
en una mezcla de búsqueda de expiación (más que de perdón) y una búsqueda de
Dios. ¿Trata de disimular cuando dice “hay
una frase de Chesterton que me gusta y que se ha convertido en algo así como mi
divisa personal: risa y guerra”? Y añade: “Le pega bien a un travieso guerrero cultural como yo”. Pero
inmediatamente indica los problemas sobre los que merece la pena reflexionar: es
un breve resumen de lo que ha denunciado.
No se trata de
un libro que guste o disguste por igual. Eso sucede con casi todos. Es que
obliga a pensar, que no es poco.
“Diabólico. Cómo el papa Francisco
traiciona a las víctimas de abusos clericales como y, por qué debe irse” (176
págs.) es un libro escrito por Milo Yiannopoulos, ha sido publicada en España
por Bolchiro en su “Colección Neoclásicos”, sin que consten en el libro fechas
de redaccion y publicación, que deben entenderse referidas a la primera edición
en España tuvo lugar en 2019.