No vamos a encontrar
a este autor en Wikipedia. Nos tropezaremos con otros del mismo nombre, pero de
distinta ocupación. Por eso debemos contentarnos con la indicación que se da en
la solapa del mismo libro sobre este arbitro. En realidad, lo más curioso que
por la fotografía de la portada reconocemos al que dirigió tantos partidos internacionales,
de España y de equipos españoles o internacionales. Su calva es inconfundible.
Su actitud, también. No recordamos los resultados de los partidos que arbitró, pero
conservamos un vago recuerdo de un arbitraje ecuánime y firme.
¿Qué me ha
hecho llegar a este libro? Debo confesar que fue algo tan fútil como la mano de
Marcelo en el partido en que, en el Bernabéu, el Madrid eliminó al Bayern de Múnich
en 2018. Por aclarar, en vía de disculpa, no tanto la mano misma sino la interpretación
variable que se dio a esa mano ¿era penalti o no lo era? La cosa, a su vez,
trascendía a otro plano ¿la mano requiere voluntariedad o no? Las interpretaciones
discrepantes dieron lugar a una pregunta última. ¿Qué dice el reglamento del
futbol? ¿Hablan los comentaristas sin saber o sabiendo?
Una inmersión
en la Wikipedia me llevó a una conclusión tan marginal como irritante: la FIFA,
el Vaticano futbolístico, varía las normas cuando lo tiene a bien. Incluso
dicta normas específicas para las grandes confrontaciones como los Campeonatos
Mundiales. El propio libro de Ager, por ejemplo, nos recuerda cómo en la
temporada 2000-2001 era falta que el portero diera más de cuatro de pasos con
el balón en sus manos; esos pasos se sustituyeron por 6 segundos. A la vista de
eso me lancé a la búsqueda de libros: si a alguien pueden interesar estos reglamentos
es a los árbitros, Pero, con sinceridad, la gran parte de la bibliografía era fundamentalmente
festiva, pintoresca y anecdótica. Otra, sin embargo, abordaba aspectos
esenciales del arbitraje como los aspectos físicos, psicológicos y sociológicos
del arbitraje. Citaré dos libros que he leído: “La psicología del árbitro de
fútbol”, del que son autores Jacinto González-Oya y Joaquín Dosil, o “Árbitro
de fútbol. Arbitraje y juicio deportivo”, recopilación de diversos trabajos.
El libro que se
comenta es el más dirigido a los árbitros. Descartamos así las anécdotas y lo
que nos aboca a consideraciones estrictamente psicológicas. Se trata de una
manual dirigido a quien quiere ser árbitro y buen árbitro. Lo primero que le
aclara Ager es que “El árbitro tiene el
deber de hacer cumplir el Reglamento, simple y llanamente; esa es la principal
razón de que se encuentre allí”. Porque hubo momentos en que no existía la
figura del árbitro, algo hoy inconcebible. Sin embargo, la afirmación de Ager
(además de calificar de deber lo que es una función) obvia algo importante: el
árbitro no solamente debe cumplir el reglamento, sino que debe cumplirlo él
mismo. Lo que implica las cualidades de honestidad, imparcialidad y justicia.
El libro termina aludiendo a aspectos como la
alimentación y la preparación física, cada vez más necesarias ya que el futbol
“en años recientes, se ha vuelto mucho más
rápido y atlético.” Agregando inmediatamente que ”la mayor velocidad y exigencias atléticas del juego ha incrementado, a
su vez la presión sobre los árbitros para que se hagan más profesionales”.
Y recordando que en un partido el árbitro recorre entre 9 y 13 kilómetros, la mayor
parte trotando o paso ligero, pero esprintando entre 900 y 1.900 metros. Los
psicólogos, a su vez, insistirán en la presión social y ambiental, la amenaza
del estrés, la necesidad de concentración, la autoconfianza, la motivación, el
control de la ansiedad…
Las reglas de
futbol afectan fundamentalmente a los jugadores. No en el sentido de que las
deban de aplicar y cumplir, sino en el de que, de no cumplirlas, pueden ser sancionados.
Advirtamos que la primera observación tiene sus múltiples excepciones:
posiciones que deben ocupar fundamental en el inicio del juego, en los tiros
libres, en el lanzamiento de los penaltis o en el saque desde la banda. Pero
son aspectos accesorios y corregibles. Otra cosa son las infracciones
sancionables. El Reglamento señala al mismo tipo la infracción (el tipo penal,
pudiéramos decir) y la sanción aplicable (la sanción penal derivada). A decir verdad,
eso mismo pasa en la vida social; no existe ninguna ley que diga “prohibido
matar”, sino una norma penal que indica: “si alguien mata será castigado”
En la vida
social ese mecanismo tiene una depuración judicial en la que se enjuicia el
hecho punible. Pero en el fútbol, como en general en la mayor parte de los deportes,
hay quien decide infracción y sanción, pero lo hace manera instantánea,
urgente. Y esa falta de depuración se advierte además en que no existe el
mecanismo de recursos típico del ordenamiento procesal. El árbitro podrá ser
sancionado, pero el hecho sancionado y la sanción permanecerán tal como se han
producido.
Junto al árbitro,
el libro destaca la actuación de los árbitros asistentes, los antiguamente
llamados jueces de línea. Claro que el libro, como es de 2004 desconoce la aparición
de nuevos árbitros, aumentos que hacen temer que los equipos arbitrales empaten
con los de los que juegan al futbol, es decir, a once componentes. Al hilo de
lo cual hay que decir que gran parte de los libros se orientan a los árbitros
que actúan en los niveles más altos de las competiciones. Contrariamente, hay
otros muchos libros que se dirigen a los árbitros de categorías inferiores,
donde apenas cuentan con esos árbitros asistentes. Niveles en los que destacan
los problemas psicológicos que el arbitraje puede crear en unas personas con
escasa andadura en esas labores con una presión de un público más próximo.
Volvamos al
libro y al penalti. Habría que recurrir a estadísticas para saber cuántos
penaltis se convierten en gol y cuantos goles de un equipo derivan de penaltis.
Las habrá, pero las desconozco. Lo que es indiscutible es que es una pena que
se califica de “máxima” justificadamente. Muchas veces decide una eliminatoria,
un partido o, simplemente, la marcha de un partido. Y hay un principio importante:
cualquiera de las faltas que deben ser castigadas mediante un tiro libre
directo si se cometen dentro del área pasa a ser sancionadas con un penalti. Añadamos:
de las diez faltas que identifica el reglamento de 2004, Ager destaca que “la mano intencionada es la única infracción
que no se comete contra un adversario”
Al hilo de
ello, otra de las dudas que tenía sobre mí era la que afectaba al fuera de
juego. En mi juventud (Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza en la copa) existía
el fuera de juego posicional. Parece que ha desaparecido ¿es así o no? El fuera
de juego posicional era el del jugador que estaba en esa situación, no intervenía
en la jugada, pero podía distraer la atención del portero. Y la distracción
casi se presumía. Ahora no es suficiente la distracción, sino que hace falta
que llegue a intervenir posteriormente en la jugada. Según las normas de 2014,
esta intervención se produce cuando interfiere en el juego, o a un adversario o
cuando gana ventaja en dicha posicion. Pero todo, absolutamente todo, queda “a juicio del árbitro”.
Las faltas se sancionan
con tiro directo en diez ocasiones. Como los mandamientos, las faltas se dividen
en dos. Los siete primeros casos se realizan sobre un contrario (patadas o intentos
de patadas, zancadillas o intentos de zancadilla, saltos sobre otro jugador, cargas,
golpes o intentos de golpes, empujones y entradas) pero en todo caso el árbitro
debe considerar la actuación “imprudente,
temerario o con el uso de fuerza excesiva”. La octava y la novena consisten
en sujetar a un adversario o escupirle; naturalmente aquí la apreciación del árbitro
sobra. La décima es tocar el balón “deliberadamente”
con las manos. Aquí no se atribuye una especial calificación del árbitro, pero
la apreciación de la deliberación la implica.
Hasta cierto
punto, el fuera de juego es la falta no lesiva. El aspecto, pero es de las que
suponen algún tipo de agresión. David Ager afirma “el futbol refleja la sociedad en que se juega, El árbitro debe admitir mayores
problemas de dirección de personas y control del partido que genera una
sociedad más agresiva, con menos respeto por la autoridad”. Insensiblemente
de la consideración de las reglas de juego, se pasa a la figura del árbitro.
Una persona que decide, es decir, que toma decisiones. Y que debe hacerlo de
forma rápida e inmediata. Cuenta, como mucho, con el testimonio de los
asistentes, válido solamente en casos concretos en los que, por lejanía o
situación, no puede ver con claridad la jugada. Decide con la presión de las
masas en los grandes estadios y con la cercanía de los aficionados en los
partidos modestos.
David Ager
comienza por insistir en la imagen, actitud y apariencia del árbitro. Puede
considerarse un tema accesorio, pero no lo es en absoluto. El libro puede ser útil
para el aspirante a árbitro e, incluso, para el aficionado. Pero no pude
resolver problemas: reglamentos mutables, decisiones urgentes y definitivas, y,
sobre todo, apreciaciones personales como base de las mismas. La discusión está
servida, tan inútil como inevitable.
“Manual del árbitro de futbol”
(“The soccer Referee’s Manual”) es un libro escrito por David Ager publicado inicialmente
en 1994 y que luego sufrió nuevas versiones hasta llegar a la de 2003, que es
la traducida al castellano, publicada en 2004 por Editorial Tutor y ahora comentada.
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