miércoles, 9 de mayo de 2018

David Ager : “Manual del árbitro de futbol”.


No vamos a encontrar a este autor en Wikipedia. Nos tropezaremos con otros del mismo nombre, pero de distinta ocupación. Por eso debemos contentarnos con la indicación que se da en la solapa del mismo libro sobre este arbitro. En realidad, lo más curioso que por la fotografía de la portada reconocemos al que dirigió tantos partidos internacionales, de España y de equipos españoles o internacionales. Su calva es inconfundible. Su actitud, también. No recordamos los resultados de los partidos que arbitró, pero conservamos un vago recuerdo de un arbitraje ecuánime y firme.
¿Qué me ha hecho llegar a este libro? Debo confesar que fue algo tan fútil como la mano de Marcelo en el partido en que, en el Bernabéu, el Madrid eliminó al Bayern de Múnich en 2018. Por aclarar, en vía de disculpa, no tanto la mano misma sino la interpretación variable que se dio a esa mano ¿era penalti o no lo era? La cosa, a su vez, trascendía a otro plano ¿la mano requiere voluntariedad o no? Las interpretaciones discrepantes dieron lugar a una pregunta última. ¿Qué dice el reglamento del futbol? ¿Hablan los comentaristas sin saber o sabiendo?
Una inmersión en la Wikipedia me llevó a una conclusión tan marginal como irritante: la FIFA, el Vaticano futbolístico, varía las normas cuando lo tiene a bien. Incluso dicta normas específicas para las grandes confrontaciones como los Campeonatos Mundiales. El propio libro de Ager, por ejemplo, nos recuerda cómo en la temporada 2000-2001 era falta que el portero diera más de cuatro de pasos con el balón en sus manos; esos pasos se sustituyeron por 6 segundos. A la vista de eso me lancé a la búsqueda de libros: si a alguien pueden interesar estos reglamentos es a los árbitros, Pero, con sinceridad, la gran parte de la bibliografía era fundamentalmente festiva, pintoresca y anecdótica. Otra, sin embargo, abordaba aspectos esenciales del arbitraje como los aspectos físicos, psicológicos y sociológicos del arbitraje. Citaré dos libros que he leído: “La psicología del árbitro de fútbol”, del que son autores Jacinto González-Oya y Joaquín Dosil, o “Árbitro de fútbol. Arbitraje y juicio deportivo”, recopilación de diversos trabajos.

El libro que se comenta es el más dirigido a los árbitros. Descartamos así las anécdotas y lo que nos aboca a consideraciones estrictamente psicológicas. Se trata de una manual dirigido a quien quiere ser árbitro y buen árbitro. Lo primero que le aclara Ager es que “El árbitro tiene el deber de hacer cumplir el Reglamento, simple y llanamente; esa es la principal razón de que se encuentre allí”. Porque hubo momentos en que no existía la figura del árbitro, algo hoy inconcebible. Sin embargo, la afirmación de Ager (además de calificar de deber lo que es una función) obvia algo importante: el árbitro no solamente debe cumplir el reglamento, sino que debe cumplirlo él mismo. Lo que implica las cualidades de honestidad, imparcialidad y justicia.
 El libro termina aludiendo a aspectos como la alimentación y la preparación física, cada vez más necesarias ya que el futbol “en años recientes, se ha vuelto mucho más rápido y atlético.” Agregando inmediatamente que ”la mayor velocidad y exigencias atléticas del juego ha incrementado, a su vez la presión sobre los árbitros para que se hagan más profesionales”. Y recordando que en un partido el árbitro recorre entre 9 y 13 kilómetros, la mayor parte trotando o paso ligero, pero esprintando entre 900 y 1.900 metros. Los psicólogos, a su vez, insistirán en la presión social y ambiental, la amenaza del estrés, la necesidad de concentración, la autoconfianza, la motivación, el control de la ansiedad…

Las reglas de futbol afectan fundamentalmente a los jugadores. No en el sentido de que las deban de aplicar y cumplir, sino en el de que, de no cumplirlas, pueden ser sancionados. Advirtamos que la primera observación tiene sus múltiples excepciones: posiciones que deben ocupar fundamental en el inicio del juego, en los tiros libres, en el lanzamiento de los penaltis o en el saque desde la banda. Pero son aspectos accesorios y corregibles. Otra cosa son las infracciones sancionables. El Reglamento señala al mismo tipo la infracción (el tipo penal, pudiéramos decir) y la sanción aplicable (la sanción penal derivada). A decir verdad, eso mismo pasa en la vida social; no existe ninguna ley que diga “prohibido matar”, sino una norma penal que indica: “si alguien mata será castigado”
En la vida social ese mecanismo tiene una depuración judicial en la que se enjuicia el hecho punible. Pero en el fútbol, como en general en la mayor parte de los deportes, hay quien decide infracción y sanción, pero lo hace manera instantánea, urgente. Y esa falta de depuración se advierte además en que no existe el mecanismo de recursos típico del ordenamiento procesal. El árbitro podrá ser sancionado, pero el hecho sancionado y la sanción permanecerán tal como se han producido.
Junto al árbitro, el libro destaca la actuación de los árbitros asistentes, los antiguamente llamados jueces de línea. Claro que el libro, como es de 2004 desconoce la aparición de nuevos árbitros, aumentos que hacen temer que los equipos arbitrales empaten con los de los que juegan al futbol, es decir, a once componentes. Al hilo de lo cual hay que decir que gran parte de los libros se orientan a los árbitros que actúan en los niveles más altos de las competiciones. Contrariamente, hay otros muchos libros que se dirigen a los árbitros de categorías inferiores, donde apenas cuentan con esos árbitros asistentes. Niveles en los que destacan los problemas psicológicos que el arbitraje puede crear en unas personas con escasa andadura en esas labores con una presión de un público más próximo.
Volvamos al libro y al penalti. Habría que recurrir a estadísticas para saber cuántos penaltis se convierten en gol y cuantos goles de un equipo derivan de penaltis. Las habrá, pero las desconozco. Lo que es indiscutible es que es una pena que se califica de “máxima” justificadamente. Muchas veces decide una eliminatoria, un partido o, simplemente, la marcha de un partido. Y hay un principio importante: cualquiera de las faltas que deben ser castigadas mediante un tiro libre directo si se cometen dentro del área pasa a ser sancionadas con un penalti. Añadamos: de las diez faltas que identifica el reglamento de 2004, Ager destaca que “la mano intencionada es la única infracción que no se comete contra un adversario


Al hilo de ello, otra de las dudas que tenía sobre mí era la que afectaba al fuera de juego. En mi juventud (Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza en la copa) existía el fuera de juego posicional. Parece que ha desaparecido ¿es así o no? El fuera de juego posicional era el del jugador que estaba en esa situación, no intervenía en la jugada, pero podía distraer la atención del portero. Y la distracción casi se presumía. Ahora no es suficiente la distracción, sino que hace falta que llegue a intervenir posteriormente en la jugada. Según las normas de 2014, esta intervención se produce cuando interfiere en el juego, o a un adversario o cuando gana ventaja en dicha posicion. Pero todo, absolutamente todo, queda “a juicio del árbitro”.
Las faltas se sancionan con tiro directo en diez ocasiones. Como los mandamientos, las faltas se dividen en dos. Los siete primeros casos se realizan sobre un contrario (patadas o intentos de patadas, zancadillas o intentos de zancadilla, saltos sobre otro jugador, cargas, golpes o intentos de golpes, empujones y entradas) pero en todo caso el árbitro debe considerar la actuación “imprudente, temerario o con el uso de fuerza excesiva”. La octava y la novena consisten en sujetar a un adversario o escupirle; naturalmente aquí la apreciación del árbitro sobra. La décima es tocar el balón “deliberadamente” con las manos. Aquí no se atribuye una especial calificación del árbitro, pero la apreciación de la deliberación la implica.
Hasta cierto punto, el fuera de juego es la falta no lesiva. El aspecto, pero es de las que suponen algún tipo de agresión. David Ager afirma “el futbol refleja la sociedad en que se juega, El árbitro debe admitir mayores problemas de dirección de personas y control del partido que genera una sociedad más agresiva, con menos respeto por la autoridad”. Insensiblemente de la consideración de las reglas de juego, se pasa a la figura del árbitro. Una persona que decide, es decir, que toma decisiones. Y que debe hacerlo de forma rápida e inmediata. Cuenta, como mucho, con el testimonio de los asistentes, válido solamente en casos concretos en los que, por lejanía o situación, no puede ver con claridad la jugada. Decide con la presión de las masas en los grandes estadios y con la cercanía de los aficionados en los partidos modestos.
David Ager comienza por insistir en la imagen, actitud y apariencia del árbitro. Puede considerarse un tema accesorio, pero no lo es en absoluto. El libro puede ser útil para el aspirante a árbitro e, incluso, para el aficionado. Pero no pude resolver problemas: reglamentos mutables, decisiones urgentes y definitivas, y, sobre todo, apreciaciones personales como base de las mismas. La discusión está servida, tan inútil como inevitable.

“Manual del árbitro de futbol” (“The soccer Referee’s Manual”) es un libro escrito por David Ager publicado inicialmente en 1994 y que luego sufrió nuevas versiones hasta llegar a la de 2003, que es la traducida al castellano, publicada en 2004 por Editorial Tutor y ahora comentada.

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