Estamos ante un
libro que, para mí, claramente resulta atractivo y placentero. Es decir, y hablando
llano, que me gusta mucho. Es un libro que está escrito por un psicólogo, Matthew
Hopkins, que anteriormente fue mago y conoció los intríngulis de esta
actividad. Es un libro que recoge fotografías de la exposición “Humo y espejos.
Psicología de la magia” celebrada utilizando los fondos de la Wellcome Collection.
Por fin, es un libro que, dando por hecha la labor del editor inglés, ha sido cuidadosamente
editado por Siruela. Lo abrimos y creemos estar, no ante un libro, sino ante una serie de imágenes que en general nos retrotraen a un periodo de nuestra
vida —me
refiero a la mía, claro— en que disfrutaba ante algo tan extraño como el espiritismo. Es
como si, de pronto, tuviéramos en nuestras manos lo que en otros momentos no
teníamos y buscábamos, recorriendo Palmés, Heredia y Conan Doyle.
Aunque el
libro está literalmente inundado por antiguas fotografías cuyo sabor añejo ha
sabido conservarse ayudado de los tonos sepias empleados, el texto (más extenso
de lo que parece por estar reproducido con una letra diminuta) no desentona y
aborda no solamente una descripción de la historia que rodea al espiritismo y
al mundo de lo paranormal y que se manifiesta en la continua lucha entre sus
detractores y defensores, para entrar luego en el mundo de la magia, sino que
además agrega una serie de ideas sobre la colaboración del engañado por la
magia profesional.
El primero de
los capítulos del libro está dedicado al espiritismo. Tras referirse al
antecedente que supuso el mesmerismo y su influencia en Andrew Jackson Davis, trata
de un tema sobradamente conocido como es la historia de las hermanas Fox y el
negocio que fraudulentamente montaron. Lo es también la serie de personas que
se dedicaron a investigarlo, terminando unas convencidas y otras poseídas por
una profunda fe en la posibilidad de conectar con el espíritu de personas ya
fallecidas. Dos cuestiones se plantean en torno a esto: la primera, como se
desplazó el falso negocio de las Fox y otros muchos seguidores (como el fotógrafo
William Mumler) a la construcción de una auténtica teoría mística que
sistematizaría Allan Kardec; la segunda la proliferación de personas
calificadas como “médiums” sobre las que recayó pasivamente la investigación ya
aludida. Destaca entre ellas la famosa Eusapia Palladino y sus ectoplasmas. Uno
recuerda el viejo y releído libro de 1950 del jesuita Fernando Palmés en el que
ella, como Eva y otros mediums, sirvió de argumentación y soporte.
Quizá hay cosas
sobre las que el libro de Tompkins llaman mi atención. Como la influencia que
en la difusión de espiritismo tuvo la guerra del 14 con sus millones de muertos
y los familiares que buscaron a muchos de ellos. O como la decadencia
generalizada en que cayó en la segunda mitad del siglo XX, de la que parece salvarse la sociedad
brasileña. En cualquier caso, el espiritismo incide en un viejo problema que
hoy subsiste replanteado sobre bases distintas: la persistencia del alma y su
naturaleza.
El libro
promete abordar la ignorada colaboración del público con el mago o espiritista
(algo que se irá viendo), pero antes recorre un breve pero importante recorrido
por la historia del espiritismo. Su objetivo era simplemente comunicarse con
los que habían pasado por esta vida y en teoría ya estaban en la otra. Algo
realmente polémico que determinó la aparición de defensas y ataques
despiadados: de lo que se trataba simplemente era de demostrar que todo era un
fraude y que no existía esa misteriosa comunicación, realizada a través de los
médiums, unos individuos extraños sobre los que pesaban las sospechas de venalidad
y de la necesidad de asegurar espectáculo.
Esos amores y
desamores fueron en primer lugar generalizados; una segunda etapa es la que
llevaron a cabo los ilusionistas y magos tratando de demostrar que todo era
truco en las exhibiciones de los médiums; un tercer aspecto que se enfatiza es
el que llevaron a cabo los científicos con la fe de muchos —más
bien esperanza— de que esas comunicaciones con los muertos eran posibles.
Los ilusionistas
aparecen paralelamente a los espiritistas En el llamado Segundo acto del libro:
“Los maestros de la magia”. Lo que sucede es que si los magos , al principio, únicamente
imitaban sus trucos posteriormente utilizaron algunos de ellos, en parte para
delatarlos reivindicando la profesionalidad del mago, en parte para imitarlos
convirtiéndose en fraudulentos médiums. Como indica Tompkins “la historia de
los espectáculos de magia está íntimamente relacionada con el escepticismo que
suscitan los fenómenos mágicos o paranormales”, de forma que “el auge
del espiritismo… coincidió con la edad de oro de los espectáculos de magia”.
Son muchos los artistas —es decir, magos— cuya trayectoria recorre el libro,
describiendo sus grandes trucos.
Aparece em
primer lugar el nombre del francés Robert Houdin, que cambió los atuendos
fantasiosos por las vestimentas elegantes al uso y al que se debe la frase según
la cual consideraba al mago profesional “como un artista dedicado a hacer
trucos de prestidigitación, sino como un actor que interpretaba el papel de
poseedor de poderes sobrehumanos”. Se refiere después a John Nevil Maskelyne,
que evidenció los trucos de los hermanos Davenport y que durante toda su vida
fue un declarado anti espiritista hasta convertirse en “una figura mitológica
en el ámbito de la magia inglesa”. Llega por fin el gran Houdini,
norteamericano de origen húngaro, del que tenemos una idea clara de su
trayectoria a través de la película que se hizo en 1953. Del escapismo pasó a
la magia y fue incluso practicante de manifestaciones espiritistas, tendencia
que se alteró cuando, muerta su madre, vio la imposibilidad de contactar con
ella. Desde aquel momento se convirtió en feroz perseguidor del espiritismo.
Hay que
situarse ahora en los finales del siglo XIX y los principios del XX. La ciencia
es sacudida cada vez más por inesperados descubrimientos como pueden ser el
electromagnetismo o la transmisión inalámbrica. Cualquier nuevo descubrimiento
no asombra ya puesto que, incluso, lo más descabellado es visto como posible
camino hacia nuevos descubrimientos. En un clima como el descrito no es de
extrañar que hubiera muchos científicos que vieran en el espiritismo y
lo paranormal unas puertas abiertas a ulteriores descubrimientos. Junto a
físicos como Richet, también se alinearon escritores, como fue el conocido caso
de Arthur Conan Doyle.
Cuando la
pasión por el espiritismo decae, va surgiendo paralelamente el interés de los psicólogos
por estos problemas. Eso sucede en momentos en los que la propia psicología
trata de lograr reconocimiento como disciplina científica. Como Tompkins
advierte, el atractivo por la simple comunicación con otro mundo persiste; desaparecen
los tiempos del viejo ectoplasma, pero surgen nuevas manifestaciones
inquietantes. Una de ellas es, por ejemplo, la comunicación extrasensorial cuya
posibilidad abre Rhine y que conlleva la difusión de sus curiosas cartas Zenner.
Otra: Uri Geller y su torsión de metales con la mente. Esto pasa también, pero
persiste el interés de la gente dispuesto a renacer en el momento en que alguna
novedad lo active.
El último de
los capítulos es quizá el más interesante por cuanto expresa el sentimiento del
autor. Lleva el título de “Quinto acto. La psicología de la ilusión”.
Podríamos reunir todo en la afirmación de que somos pésimos testigos. Sin
intenciones aviesas y ocultas, sino simplemente porque nuestros sentidos nos
engañan. Y un testigo engañado no sirve como testigo. Tompkins dulcifica en
parte su mensaje al introducir la noción de la ilusión, distinguiendo las
ilusiones por acción y por omisión. Pero ya ha dejado al aire nuestro flanco:
una flaqueza utilizada por los magos. El libro reproduce aquí el famoso truco
de la carta olvidada: usted elige una carta y cuando pasa la página, es
justamente esa carta la que ha desparecido, tal como le anunciaron. Un ejemplo
de la famosa “ceguera al cambio”; que Tompkins ya considera como “la ceguera
de la ceguera al cambio”. Cada vez más, los psicólogos se aproximan más al
mundo de los magos: “Un marco conceptual que a los investigadores les ha
resultado muy útil es la noción de que cualquier truco de magia se puede
descomponer en “efecto y “método.”, nos indica el libro. Y nos lleva de la
mano a las técnicas de desviación de la atención, por ejemplo. Al mismo tiempo
que critica la utilización de forma sutiles de influencia en las pruebas
realizadas por muchos psicólogos.
No debemos
engañarnos: el libro está dedicado a marcar terrenos entre la existencia una
posible comunicación con los que ya están en otro mundo y su imposibilidad. El
espiritismo es el imputado fundamental en la reyerta, pero lo cierto es que el
progresivo papel de la psicología en el terreno científico ha trasladado la
discusión al campo de lo paranormal o parapsicológico. Pero todo continúa
siendo algo que ignora algo fundamental, necesario y previo: la existencia del
alma como algo que no precisa el cuerpo, pero representa la persona, y la
existencia de ese “otro mundo” donde se supone que andan esas almas.
Hay un tipo de libros
que se debe buscar, dejando relegados a los que suponen simple divulgación, por
más que ésta sea necesaria: son los libros que inquietan. Y éste es un libro,
que a primera vista distrae y divulga, pero de alguna forma inquieta tras
distraer y divulgar. Uno se acuerda de la antigua página de La Codorniz titulada
“Tiemble después de haber reído”, que convivía con el damero maldito de Conchita
Montes.
Uno piensa que
la cosa es complicada. Por encima de todo: ¿nos gusta ser engañados? ¿nos basta
saber que estamos siendo engañados? ¿se conforma con eso nuestro ego? Si la
cosa es complicada, nosotros lo somos más. ¿Por eso me gusta el libro?
“El espectáculo de la ilusión. La
magia, lo paranormal y la complicidad de la mente” (224 págs.) es un libro escrito
por Matthew L. Tompkins en 2019 siendo publicado por en España por Siruela el
mismo año dentro de la colección “El ojo del tiempo”