No es frecuente hallarse con un libro de un científico que
muestre una mezcla tan equilibrada de conocimientos y dudas como éste de Richard
Alley, profesor de Geociencia en la Universidad de Estado de Pennsylvania. Es cierto
que, como experto en esta ciencia, además de preocuparse por el comportamiento
de los glaciares, ha prestado atención especial al llamado cambio climático.
Pero al verdadero: el que estudia el clima siempre cambiante, no al bonito
negocio montado por grupos de interés, cuyo máximo representante personal puede
ser Al Gore y el institucional el IPCC (Intergovernamental Panel of Climate Exchange)
ambos premios nobel de la paz de 2007.
Richard Alley se preocupa del cambio climático despreocupándose
al mismo tiempo de su origen antropogénico. De hecho, al referirse al pasado,
constata la existencia constante de los cambios climáticos en tiempos en los
que no podía pensarse en ese origen. En cuanto al futuro, Richard Alley se
muestra preocupado no por la existencia de cambios climáticos, sino por el
carácter abrupto con que se pueden presentar y su imprevisibilidad. No ha sido
lo habitual en los cambios climáticos, pero tampoco son acontecimientos
inhabituales.
La categoría de científico de Alley se refleja en el hecho
de que de forma continuada utilizada las expresiones “probablemente”, “podría”,
“se sugiere” … expresiones todas ellas que revela la debilidad que aún tienen las
investigaciones realizadas en torno al cambio climático. Y uno agradece esa
modestia, que evita la aparición de afirmaciones rotundas. Es cierto que los
avances han sido muchos, pero parece evidente que se han manipulado haciendo de
ellos una aplicación perversa y mercantil.
Lo primero que hace Richard Alley es afirmar lo siguiente:
“Los cambios climáticos rápidos,
extendidos y de gran envergadura, fueron comunes en la Tierra durante la mayor parte
del tiempo del que tenemos noticias fiables, pero estuvieron ausentes durante
los pocos milenios críticos en que los humanos desarrollaron la agricultura y
la industria”. Dos cosas de las que parte: los cambios climáticos existen
siempre, más allá de la presencia del hombre; los hombres en su periodo
histórico han disfrutado de una época de calma y estabilidad. En contraste, “el clima fluctuó ferozmente mientras nuestros
ancestros alanceaban mamuts lanudos y pintaban las paredes de las cuevas”.
Tras anunciar la enorme dificultad de elaborar una historia
climática, Alley nos explica cómo, para ello, ha sido necesario hurgar en los basureros,
de humanos y animales, y, más tarde, analizar sedimentos marinos y antiguos. Describe,
prolija y técnicamente, los sondeos realizados en Groenlandia en el proyecto
GISP (Greenland Ice Sheet Project) y que permitieron disponer de muestras muy
profundas del hielo acumulado. El GISP1 se llevó a cabo entre 1889 y 1992 y el
GISP2, entre 1989 y 1993. En esas descripciones indica los hechos a tener en
cuenta, su interpretación y los resultados obtenidos. Repito: todo muy complejo
y técnico para ser comentado.
Terminado el paseo por la evolución de la llamada
paleotermometría, rama de la paleoclimatología, salta al examen de las conclusiones
que se han podido extraer y que se destaca en dos aspectos: 1) el clima ha sido históricamente
tremendamente variable, con cambios rápidos y profundos desconocidos por
nosotros; 2) el clima tiende a ser estable si no se “le provoca”, es decir si
no hay nada que le fuerce a reaccionar para lograr un nuevo equilibrio. Alley
lo compara a un borracho: “si se le deja
solo se sienta; si se le obliga a moverse, se tambalea”. Pues eso. Y
distingue, adicionalmente, tres tipos de “empujones”: los grandes empujones
como las oscilaciones el eje terrestre o el deslizamiento de las masas polares;
los pequeños empujones dados por la propia naturaleza como el ciclo de los gases
invernadero; se termina con la alusión a otros posibles factores de esta forma:
“Los humanos podemos ensuciar nuestro
propio nido, y también podemos limpiarlo”. Se advierte que la preocupación
por la antropogenia es mínima, cosa razonable cuando aún no sabemos (ni
podemos) evitar las granizadas, las olas de frío o los tornados.
Comienza sus explicaciones indicando que hace 4.000
millones de años, el calor emitido por el Sol era la cuarta parte del actual. Y
se pregunta ¿por qué no se murió la Tierra de frío? La contestación es simple:
por el efecto invernadero. Efectivamente, una afirmación curiosa en la exposición
de Alley es la ventaja que en algunos momentos pudo suponer el famoso “efecto
invernadero” y que constituye la paradoja del ‘Sol joven tenue’: “de no existir el efecto invernadero, gran parte
de la Tierra estaría permanentemente helada y nos sentiríamos muy infelices
(caso de que siguiéramos aquí)”. Alley compara el efecto invernadero a “la manta de la Tierra”. “La
manta de la Tierra es la atmósfera. El vapor de agua es especialmente
importante”. En este sentido nos ofrece una visión racional de lo que
genera dicho efecto: el factor más importante es el vapor de agua; tras él
aparecerán el dióxido de carbono, el metano y otros muchos gases.
La historia del clima es muy compleja, así que Alley se ve
impelido a darnos una recapitulación: “Durante
el último millón de años, el hielo ha crecido durante intervalos de unos 90.000
años (cada uno de ellos conducente al frío global de una glaciación, con oscilaciones
menores espaciadas entre sí alrededor de 19.999, 23.000 y 41.000 años. Después
de cada uno de estos intervalos, el hielo fue mermando durante unos 10.000 años,
con el calentamiento característico de los periodos interglaciares”. Aquí
va a explicarnos tres conceptos al parecer fundamentales: los ciclos de
Dansgaard-Oeschger, los episodios de Heinrich y el ciclo de Bond. Digamos que
son ideas que llevan el nombre de los científicos que señalaron la repetición
de ciertos cambios, aunque adoleciendo en todo caso de cierta aleatoriedad y
variedad de manifestaciones.
Otro concepto que maneja es el de “Dryas” que en términos más
que vulgares equivaldría a “boqueadas gélidas” de una edad del hielo que tuvo lugar.
Se distinguen en la última, el Dryas Antiguo, el Dryas Medio y el Dryas
Reciente. Este último se inició en 12.800 y finalizó hace 11.500 años. Después
pudieron identificarse algunas etapas frías como la de hace 8.200 años y, en menor
escala, la “Pequeña Edad del Frio” de los siglos XVI a XIX.
Podemos hacer dos observaciones. La Tierra tiene muchos
años, tanto que no debe asustar la referencia a un millón de años registrados. Recordemos
que Pangea se formó hace 300 millones de años y que la deriva de los continentes
advertida por Wegener se inició hace 200 años. Podemos remontarnos aun a los supercontinentes
Rodinia y Pannotia, formados hace 1.100 y 600 millones de años respectivamente.
La segunda observación es que las afirmaciones de Alley quedan fundamentalmente
referidas a experimentaciones realizadas en torno al Atlántico Norte. Pero esto
no es aplicable a todo el globo terráqueo. Un problema adicional que resolver.
La cuarta parte del libro, titulada “¿Por qué es todo tan extraño?”, se va a dedicar a proporcionar hipótesis
que expliquen esas disparidades. Aparecen, por ejemplo, los cambios del eje
terráqueo de Milankowitch. Pero no es sólo ese efecto lo que influye en el
clima. Tiene importancia el efecto Coriolis (por cierto, Alley destruye la idea
generalizada de que es lo que provoca el cambio de sentido de los remolinos del
agua según el hemisferio en que se encuentren). La tiene igualmente la forma de
la Tierra que hace que la energía del sol se distribuya desigualmente en los
polos y el Ecuador. Al final todo se solucionará con la teoría formulada por
Wally Broecker sobre la teórica existencia de unas corrientes de aguas marinas
que transportan desde el Atlántico Norte hasta el Pacífico agua fría, salina y
profunda y la devuelven en sentido contrario y por diverso camino como agua cálida,
escasamente salina y superficial. Alley alaba esta teoría que explica el
trasvase de calor hacia el norte, pero no oculta al mismo tiempo los problemas que,
a su vez, tiene pendientes de explicar.
La última parte del libro aborda la dimensión política y económica
actual del llamado cambio climático. Todo el mundo parece estar conforme en que
nuestra civilización incrementa los niveles de dióxido de carbono. Los hace de
forma mínima en comparación con la propia naturaleza, pero el temor surge ante
la idea de la realimentación que puede producir. Lo que sucede es que se ignora
si ésta tenderá a aumentar el efecto invernadero o lo reducirá. El reforzamiento
del dióxido de carbono generado por la actividad humana puede producir teóricamente
una elevación de temperatura que Alley evalúa en un grado por siglo. Pero nos recuerda
al mismo tiempo “lo repleto de
retroalimentaciones que está el sistema terrestre”.
Esto no le impide afirmar que el ”consenso científico” se
inclina oficialmente y a través del IPCC por una realimentación positiva que
generará el famoso calentamiento global. Pero le falta tiempo para criticar el llamado
“consenso científico”, afirmando que “Todas
las ideas científicas deben estar sometidas a revisión. Nunca debemos estar absolutamente
seguros de haber alcanzado la verdad”. Y proclama la idéntica probabilidad
de que la realimentación tenga carácter positivo o negativo. La conclusión: “La sencilla repuesta, una vez más, es que no
lo sabemos”.
Resumiendo: estamos quizá ante uno de los libros más
importantes sobre cambio climático que podamos encontrar. Por su erudición
científica y por la actitud con que se afronta una realidad de la que otros únicamente
pretenden extraer negocio.
“El cambio climático. Pasado y
futuro. (252 págs.,) es un libro escrito por Richard B. Alley en 2000. La
traducción española se llevó a cabo en 2007 por Siglo XXI de España Editores,
con traducción de Antonio Resines.