La psicología
sufre en la actualidad una especie de hipertrofia que, como todo en la vida,
tiene sus ventajas y sus inconvenientes. En otras palabras: está de moda. Uno de
los inconvenientes más notables es quizá el de tratar de abordar materias muy
dispares para incluirlas en sus análisis. Tan pronto parece fijar su atención
en nuestra conducta y nuestras reacciones más externas y superficiales, como se
sumerge, del brazo de la neurología, en nuestro cerebro. En suma, pretende
explicar todo.
Todo ello ha
provocado que surjan diversas escuelas de psicología que adoptan diversos
nombres y se fijan en aspectos determinados, aunque en ocasiones se trate de
unir ambas cosas, generalmente con escaso acierto. Pero ello provoca la necesidad
de conocer, aunque sea a grandes rasgos, las distintas corrientes en que se divide,
en la realidad y la teoría, el estudio de la llamada psicología. Por eso cobran
interés los libros que tratan de proporcionarnos esa visión variopinta. Que es
lo que trata de hacer este libro en concreto con un confesado espíritu didáctico.
Carlos
Santamaría es un madrileño que es profesor de la Universidad de La Laguna. Es
autor de varios libros y diversos trabajos de investigación, sobre todo referidos
a los procesos de razonamiento y comprensión. El libro que ahora abordamos no pretende
sino ser una guía de la evolución de la psicología, una ciencia que, como nos recuerda,
según Ebbinghaus “tiene un largo pasado,
pero una historia corta”. No es aventurado añadir que también algo confusa.
Superar eso es lo que pretende Carlos Santamaría. Y puede decirse que lo
consigue. Aunque primero tiene que referirse a aquella etapa en que la psicología
estaba embebida en la filosofía y, más tarde, en la sociología.
Pero para ello
tiene que citar muchos psicólogos, muchas escuelas, muchos métodos y muchos
procedimientos. Algo que da a su obra una desmesurada densidad. De los
universales de Platón a la tabula rasa de Aristóteles; luego, Descartes, Kant,
Hobbes, Locke, Mill, Leibniz… irán marcando la contienda empirismo versus racionalismo
que vertebrá la historia de la psicología. Comienza por referirse a dos problemas:
el del conocimiento: ¿proviene de nuestros sentidos o de nuestro razonamiento?;
y el de la relación mente-cuerpo. Son dos problemas que, por una parte, han
sido abordados por los filósofos, y, por otra, descartados como objeto de su
estudio por los psicólogos.
La superación
de esa etapa filosófica se produce cuando Wundt inventa, por decirlo de alguna
forma, la bandera de la psicología como rama científica autónoma. Pero otros invocan
como generadores de esa corriente a Gustav Fechner y Ernst Weber, especialmente
sensibles a la percepción de los sentidos. Colaboraron en esta corriente Ebbinhaus,
estudiando la memoria, o Külpe al fente de la escuela de Wurzburgo con su
“pensamiento sin imágenes”. Ya la psicología como ciencia autónoma ha nacido.
Pero no tiene
unidad desde ese nacimiento. Pronto surgirán dos corrientes: la del funcionalismo y la del estructuralismo. La primera,
especialmente, enraizada en el pensamiento yanqui. Este funcionalismo derivaría
de la idea darwiniana de supervivencia del más apto y tendrá su principal
defensor en Charles Spencer. A esta corriente se opondrá la del
estructuralismo, centrado en el estudio de la “mente general del adulto” y cuyo líder fue Edward Titchener. Ganó
el funcionalismo. Todo parece apoyar la idea de una profunda desorientación de
la psicología que persiste en la actualidad.
Aparece la preocupación
de la forma de medir las capacidades humanas. Corre pareja con el interés en lograr
formas seguras de experimentación y comprobación. Especialmente preocupados por
estos aspectos se citan a Francis Galton (con su idea eugenésica), a James
Cattell (ojo, no Raymond) y Alfred Binet (creador con Simon del primer test de
inteligencia). Sorprende la falta de referencia a Raymond Cattell con su análisis
factorial, o a Hans Eysenck (con su trilogía extraversión, neuroticismo y psicoticismo)
La psicología
salta de Alemania a los Estados Unidos a principios del siglo XX. Allí hallará
una especial acogida derivada del carácter pragmático del país. Pero al mismo
tiempo abandonará todo lo que no revista un aire comprobable científicamente. Allí
es donde va a triunfar durante bastante tiempo el llamado conductismo, una psicología basada exclusivamente en la observación
y análisis de la conducta humana. Tuvo sus antecedentes en quienes habían
analizado anteriormente la conducta de los animales. Es el caso de Romanes,
Thorndike, Morgan y, ¿cómo no?, Pavlov con sus perritos hambrientos y sus reflejos
condicionados. Del apareamiento del fundamentalismo derivado de Darwin y la
psicología animal, surgió el conductismo al que dotó de principios John Watson y
que Tolman (la conducta se dirige a objetivos concretos) y Hull (la importancia
del hábito) hasta llega a la apoteosis del conductismo radical de Skinner. Hubo
pequeñas reacciones como la de la psicología
humanista de Maslow con su famosa y manoseada pirámide o del individualizador
del ‘propium’ de Allport. Pero todo
está ya preparado para abandonar la intransigencia metodológica del conductismo.
Carlos Santamaria
da una especial importancia al influjo que el desarrollo de las ciencias biológicas
ha tenido en la psicología. Hasta en el momento en que ésta se independiza y
una vez constituida en disciplina científica. Se refiere en primer término a
las revolucionarias ideas de Darwin y su contrapuesto Lamarck. El primero
mantiene una evolución de las especies no orientada necesariamente a la mejora
de las mismas, mientras el segundo se aferra a la heredabilidad orientada a
conservar unicamente lo que implioca mejora. Siguieron las investigaciones de
nuestro sistema nervioso, donde nuestro Ramón y Cajal ocupa un lugar
privilegiado. Ya estamos en el albor del siglo XX. Saltándonos el orden de exposición
de libro, hay que aludir a la gran revolución que se produce cuando el avance
informático permite examinar el complicado entramado neuronal más
profundamente. Ya no hay aspecto de nuestra conducta de la que no se haga responsable
a una determinada zona o región de nuestro cerebro en su más amplia extensión.
Es curioso comprobar
cómo Santamaría, al tiempo que la incluye en su narración, excluye del campo de
la psicología a una rama que siempre se considera parte de ella: el psicoanalismo. Y lo hace explicándolo:
mientras la psicología pretende ser una ciencia (que a trancas y barrancas lo
es), el psicoanalismo tiene por objetivo la curación de la enfermedad. Su base estuvo
en los intentos que se hicieron para curar a los insanos Como se nos indica ”el psicoanálisis es una escuela de pensamiento
que ha discurrido paralela a la historia de la psicología con escasas influencias
mutuas”. Tuvo su origen en la elaboración del concepto de enfermedad mental
(Pinel y Ruth), siguió en la búsqueda de la hipnosis como remedio a ella
(Mesmer y Charcot) y tuvo su formulación en Freud. La revolución en la metodología
y la interpretación de los sueños fueron las bases de una teoría que, distinguiendo
la trilogía del ego, el id y el superego (el yo, el ello y el superyó), hurgaba
en la evolución de la sexualidad del individuo, en los conflictos que derivaban
en los complejos de Edipo y Electra y en las pulsiones del eros y el tanatos. Al
final, “se convirtió en un acercamiento metapsicológico
al ser humano”. A Freud le sucedieron sus detractores Alfred Adler (con su
complejo de inferioridad y su psicología individual) y Carl Jung (con su inconsciente
colectivo y su psicología analítica), Al final, se disgregó todo en personalidades
como Melanie Klein, Erich Fromm o Jacques Lacan.
En menor
medida, pero incluida también en el ámbito de los frikis aparece la Gestalt. Una corriente curiosa, nacida y
cuidada en Europa, basada en último término en la idea de que “el todo no es igual a la suma de las partes”.
Fundada, como se nos dice, por Max Wertheimer, centrado por el movimiento aparente o fenómeno Phi. Olvidémonos
del cine, pero recordémoslo como muestra de esa idea. El hecho es que Wolfgang
Köhler, el máximo representante de los gestaltistas no convenció con su mono
“Sultán”, pero tampoco tuvo éxito su más importante heterodoxo Kurt Lewin. Al
final la Gestalt fue enviada a las tinieblas porque no probaba nada, aunque Lewin
se defendiera diciendo que “no hay nada más
práctico que una buena teoría”. Entre nosotros, las dos marginadas, psicoanálisis
y Gestalt, tiene un especial atractivo
del que carecen las aburridas muestras ofrecida por los psicólogos académicos. Popper
ya revoloteaba.
Todo concluye con la referencia a la psicología cognitiva, centrada ahora en
el conocimiento o cognición. El conductismo había impuesto el olvido de cuanto
supusiera introspección. Hubo algunas reacciones en Europa: la llamada Escuela Soviética
en la que destaca Vygotsky (el comportamiento
social es lo que conforma la conciencia) y la escuela de Ginebra con la
figura de Piaget (la epistemología genética
que pone en marcha el conocimiento). La psicología cognitiva llegó tarde a
los Estados Unidos, pero siempre “rechazó
desde el principio el uso de la introspección como un método para contrastar hipótesis”. Es, al final, una reacción frente al conductismo
(empirismo puro) al que da un toque de racionalismo. Santamaría señala la luz
que ofrecía la informática: “La distinción
entre el plano de la máquina o hardware y el de los programas o software
deshace definitivamente el clima de misterio que rodeaba al estudio de la mente”.
Aunque aclara que lo hace desde un punto de vista práctico, no metafísico.
En suma: el libro
nos ofrece un amable paseo por esa jungla que aún es la psicología, tan distante
todavía de un jardín francés e incluso inglés. Vemos especies y plantas
curiosas. En cantidad enorme; nos parece estar ante una especie de las extintas
guías telefónicas. Pero nos las muestra como un guía de ese guirigay que parece
ser la psicología. Y así aprendemos y ordenamos conceptos e ideas. O sea, lo
que siempre hay que esperar del libro que se lee.
“Historia de la psicología” (204 págs.)
es un libro del que es autor Carlos Santamaria, Su primera edición data de
2001, Una segunda revisada, fue publicada en 2018 por Editorial Ariel (de la
Editorial Planeta, en su colección de Ciencias sociales.
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