miércoles, 16 de mayo de 2018

Carlos Santamaría: Historia de la psicología.


La psicología sufre en la actualidad una especie de hipertrofia que, como todo en la vida, tiene sus ventajas y sus inconvenientes. En otras palabras: está de moda. Uno de los inconvenientes más notables es quizá el de tratar de abordar materias muy dispares para incluirlas en sus análisis. Tan pronto parece fijar su atención en nuestra conducta y nuestras reacciones más externas y superficiales, como se sumerge, del brazo de la neurología, en nuestro cerebro. En suma, pretende explicar todo.
Todo ello ha provocado que surjan diversas escuelas de psicología que adoptan diversos nombres y se fijan en aspectos determinados, aunque en ocasiones se trate de unir ambas cosas, generalmente con escaso acierto. Pero ello provoca la necesidad de conocer, aunque sea a grandes rasgos, las distintas corrientes en que se divide, en la realidad y la teoría, el estudio de la llamada psicología. Por eso cobran interés los libros que tratan de proporcionarnos esa visión variopinta. Que es lo que trata de hacer este libro en concreto con un confesado espíritu didáctico.
Carlos Santamaría es un madrileño que es profesor de la Universidad de La Laguna. Es autor de varios libros y diversos trabajos de investigación, sobre todo referidos a los procesos de razonamiento y comprensión. El libro que ahora abordamos no pretende sino ser una guía de la evolución de la psicología, una ciencia que, como nos recuerda, según Ebbinghaus “tiene un largo pasado, pero una historia corta”. No es aventurado añadir que también algo confusa. Superar eso es lo que pretende Carlos Santamaría. Y puede decirse que lo consigue. Aunque primero tiene que referirse a aquella etapa en que la psicología estaba embebida en la filosofía y, más tarde, en la sociología.
Pero para ello tiene que citar muchos psicólogos, muchas escuelas, muchos métodos y muchos procedimientos. Algo que da a su obra una desmesurada densidad. De los universales de Platón a la tabula rasa de Aristóteles; luego, Descartes, Kant, Hobbes, Locke, Mill, Leibniz… irán marcando la contienda empirismo versus racionalismo que vertebrá la historia de la psicología. Comienza por referirse a dos problemas: el del conocimiento: ¿proviene de nuestros sentidos o de nuestro razonamiento?; y el de la relación mente-cuerpo. Son dos problemas que, por una parte, han sido abordados por los filósofos, y, por otra, descartados como objeto de su estudio por los psicólogos.
La superación de esa etapa filosófica se produce cuando Wundt inventa, por decirlo de alguna forma, la bandera de la psicología como rama científica autónoma. Pero otros invocan como generadores de esa corriente a Gustav Fechner y Ernst Weber, especialmente sensibles a la percepción de los sentidos. Colaboraron en esta corriente Ebbinhaus, estudiando la memoria, o Külpe al fente de la escuela de Wurzburgo con su “pensamiento sin imágenes”. Ya la psicología como ciencia autónoma ha nacido.
Pero no tiene unidad desde ese nacimiento. Pronto surgirán dos corrientes: la del funcionalismo y la del estructuralismo. La primera, especialmente, enraizada en el pensamiento yanqui. Este funcionalismo derivaría de la idea darwiniana de supervivencia del más apto y tendrá su principal defensor en Charles Spencer. A esta corriente se opondrá la del estructuralismo, centrado en el estudio de la “mente general del adulto” y cuyo líder fue Edward Titchener. Ganó el funcionalismo. Todo parece apoyar la idea de una profunda desorientación de la psicología que persiste en la actualidad.
Aparece la preocupación de la forma de medir las capacidades humanas. Corre pareja con el interés en lograr formas seguras de experimentación y comprobación. Especialmente preocupados por estos aspectos se citan a Francis Galton (con su idea eugenésica), a James Cattell (ojo, no Raymond) y Alfred Binet (creador con Simon del primer test de inteligencia). Sorprende la falta de referencia a Raymond Cattell con su análisis factorial, o a Hans Eysenck (con su trilogía extraversión, neuroticismo y psicoticismo)
La psicología salta de Alemania a los Estados Unidos a principios del siglo XX. Allí hallará una especial acogida derivada del carácter pragmático del país. Pero al mismo tiempo abandonará todo lo que no revista un aire comprobable científicamente. Allí es donde va a triunfar durante bastante tiempo el llamado conductismo, una psicología basada exclusivamente en la observación y análisis de la conducta humana. Tuvo sus antecedentes en quienes habían analizado anteriormente la conducta de los animales. Es el caso de Romanes, Thorndike, Morgan y, ¿cómo no?, Pavlov con sus perritos hambrientos y sus reflejos condicionados. Del apareamiento del fundamentalismo derivado de Darwin y la psicología animal, surgió el conductismo al que dotó de principios John Watson y que Tolman (la conducta se dirige a objetivos concretos) y Hull (la importancia del hábito) hasta llega a la apoteosis del conductismo radical de Skinner. Hubo pequeñas reacciones como la de la psicología humanista de Maslow con su famosa y manoseada pirámide o del individualizador del ‘propium’ de Allport. Pero todo está ya preparado para abandonar la intransigencia metodológica del conductismo.
Carlos Santamaria da una especial importancia al influjo que el desarrollo de las ciencias biológicas ha tenido en la psicología. Hasta en el momento en que ésta se independiza y una vez constituida en disciplina científica. Se refiere en primer término a las revolucionarias ideas de Darwin y su contrapuesto Lamarck. El primero mantiene una evolución de las especies no orientada necesariamente a la mejora de las mismas, mientras el segundo se aferra a la heredabilidad orientada a conservar unicamente lo que implioca mejora. Siguieron las investigaciones de nuestro sistema nervioso, donde nuestro Ramón y Cajal ocupa un lugar privilegiado. Ya estamos en el albor del siglo XX. Saltándonos el orden de exposición de libro, hay que aludir a la gran revolución que se produce cuando el avance informático permite examinar el complicado entramado neuronal más profundamente. Ya no hay aspecto de nuestra conducta de la que no se haga responsable a una determinada zona o región de nuestro cerebro en su más amplia extensión.
Es curioso comprobar cómo Santamaría, al tiempo que la incluye en su narración, excluye del campo de la psicología a una rama que siempre se considera parte de ella: el psicoanalismo. Y lo hace explicándolo: mientras la psicología pretende ser una ciencia (que a trancas y barrancas lo es), el psicoanalismo tiene por objetivo la curación de la enfermedad. Su base estuvo en los intentos que se hicieron para curar a los insanos Como se nos indica ”el psicoanálisis es una escuela de pensamiento que ha discurrido paralela a la historia de la psicología con escasas influencias mutuas”. Tuvo su origen en la elaboración del concepto de enfermedad mental (Pinel y Ruth), siguió en la búsqueda de la hipnosis como remedio a ella (Mesmer y Charcot) y tuvo su formulación en Freud. La revolución en la metodología y la interpretación de los sueños fueron las bases de una teoría que, distinguiendo la trilogía del ego, el id y el superego (el yo, el ello y el superyó), hurgaba en la evolución de la sexualidad del individuo, en los conflictos que derivaban en los complejos de Edipo y Electra y en las pulsiones del eros y el tanatos. Al final, “se convirtió en un acercamiento metapsicológico al ser humano”. A Freud le sucedieron sus detractores Alfred Adler (con su complejo de inferioridad y su psicología individual) y Carl Jung (con su inconsciente colectivo y su psicología analítica), Al final, se disgregó todo en personalidades como Melanie Klein, Erich Fromm o Jacques Lacan.
En menor medida, pero incluida también en el ámbito de los frikis aparece la Gestalt. Una corriente curiosa, nacida y cuidada en Europa, basada en último término en la idea de que “el todo no es igual a la suma de las partes”. Fundada, como se nos dice, por Max Wertheimer, centrado por el movimiento aparente o fenómeno Phi. Olvidémonos del cine, pero recordémoslo como muestra de esa idea. El hecho es que Wolfgang Köhler, el máximo representante de los gestaltistas no convenció con su mono “Sultán”, pero tampoco tuvo éxito su más importante heterodoxo Kurt Lewin. Al final la Gestalt fue enviada a las tinieblas porque no probaba nada, aunque Lewin se defendiera diciendo que “no hay nada más práctico que una buena teoría”. Entre nosotros, las dos marginadas, psicoanálisis y  Gestalt, tiene un especial atractivo del que carecen las aburridas muestras ofrecida por los psicólogos académicos. Popper ya revoloteaba.
 Todo concluye con la referencia a la psicología cognitiva, centrada ahora en el conocimiento o cognición. El conductismo había impuesto el olvido de cuanto supusiera introspección. Hubo algunas reacciones en Europa: la llamada Escuela Soviética en la que destaca Vygotsky (el comportamiento social es lo que conforma la conciencia) y la escuela de Ginebra con la figura de Piaget (la epistemología genética que pone en marcha el conocimiento). La psicología cognitiva llegó tarde a los Estados Unidos, pero siempre “rechazó desde el principio el uso de la introspección como un método para contrastar hipótesis”.  Es, al final, una reacción frente al conductismo (empirismo puro) al que da un toque de racionalismo. Santamaría señala la luz que ofrecía la informática: “La distinción entre el plano de la máquina o hardware y el de los programas o software deshace definitivamente el clima de misterio que rodeaba al estudio de la mente”. Aunque aclara que lo hace desde un punto de vista práctico, no metafísico.
En suma: el libro nos ofrece un amable paseo por esa jungla que aún es la psicología, tan distante todavía de un jardín francés e incluso inglés. Vemos especies y plantas curiosas. En cantidad enorme; nos parece estar ante una especie de las extintas guías telefónicas. Pero nos las muestra como un guía de ese guirigay que parece ser la psicología. Y así aprendemos y ordenamos conceptos e ideas. O sea, lo que siempre hay que esperar del libro que se lee.


“Historia de la psicología” (204 págs.) es un libro del que es autor Carlos Santamaria, Su primera edición data de 2001, Una segunda revisada, fue publicada en 2018 por Editorial Ariel (de la Editorial Planeta, en su colección de Ciencias sociales.

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