Quizá la excelencia del divulgador sea el lograr ordenar la información, dotarla de sentido más allá de la sucesión de datos. Lo que es aplicable tanto en el campo de las ciencias como en las puramente históricas. Y Comellas exhibe esa intención ordenadora en este libro que tiene como característica referirse a un periodo de la historia que parece estar al mismo tiempo muy próximo y muy lejanos de nosotros. La caída del telón del acero por ejemplo está ahí, a la vuelta de la esquina, mientras que la belle epoque parece estar muy lejana, ser algo ajeno a nosotros.
Comellas,
catedrático y profesor emérito de la Universidad de Sevilla, comienza por
enfrentarnos con los profundos cambios experimentados en este siglo, para
muchos tan nuestro, recordando que en la población mundial de 1.000 millones de
habitantes de 1900 una de cada cuatro personas era europea, mientras que en
2000 solo era europea una de cada diez personas de las que componían una
población mundial que superaba los 6.000 millones. Ese aspecto demográfico es sólo
una parte de la decadencia de Europa: de ser un continente que dominaba
prácticamente casi todo el mundo con su superioridad científica y su
colonialismo rampante, ha pasado a ser una región de pequeñas dimensiones con
una población envejecida y escasa, sin apenas trascendencia en la política
internacional ni en el plano económico. ¿El siglo XX es la muerte de Europa?
La narración,
siempre enriquecida con citas y referencias, comienza con la referida belle epoque, en la que reinaba el
respeto, la satisfacción por lo conseguido y la urbanidad. Pero bajo esa
aparente tranquilidad iban produciéndose profundas grietas, ya en el terreno
artístico (cubismo, surrealismo, abstracción, futurismo, fauvismo,
dodecafonismo) y científico (Freud, Gilbert, Pavlov, Einstein). Comellas añade
nombres propios y fechas a esas manifestaciones rupturistas, a las que añade
las de Joyce y Kafka en lo literario. Las consecuencias de la guerra fueron
terribles y se aumentaron además cara al futuro con las fuertes condiciones
impuestas a Alemania y la reconstrucción de países con cartabón y regla desconociendo
la diferencia de religiosidades y etnias, lo que dio lugar a la aparición de
los nacionalismos. Entre las dos guerras suceden muchas cosas. La recuperación
económica fue difícil, mucho más en Europa que en los Estados Unidos donde aún
se podía pensar en los “felices veinte”, muy alejados de la brutal inflación
que muchos países padecían en Europa. Pero lo sueños duran pocos porque llegó
la gran depresión, que sólo se pudo curar con una elefantiasis de lo público
que, partiendo de Keynes, hoy perdura y que provocó la alarma de von Mieses y
Hayes.
Pero la gente
buscaba orden. Y, así como esa búsqueda cerró el camino al régimen comunista en
Alemania e hizo que Stalin abrazara “la idea de la revolución en un solo país”,
en otras naciones se tradujo simplemente en la aparición de regímenes
totalitarios. Esto obliga a Comellas a definir con exactitud lo que entiende
por totalitarismo, “unión de los
resultados más espectaculares y más tremendos de la corriente de irracionalismo
que, de una u otra forma, parecía ser la enfermedad el siglo”. El modelo de
los regímenes autoritarios fue el fascismo italiano. Su espíritu de unión y
conciliación se extendió hasta ser “una
moda de los tiempos, imperante en la mayor parte de los países de Europa a
finales de los años treinta”. El libro declara que el mismo fascismo
italiano fue radicalmente opuesto al nacismo, algo muy distinto de los
fascismos, y que ese espíritu moderador solo rompiendo por los fracasos de la
aventura italiana en África y de la intervención en la guerra civil española.
En todo caso, estas corrientes calificadas de fascistas tuvieron un aspecto
humano del que careció el nacismo.
Realmente
estamos en el periodo histórico que va a articularse en torno a la segunda
guerra mundial. La atención del libro se vuelca en este trágico episodio y
parece ser un tema conocido y debidamente auscultado por Comellas. No podía
faltar la referencia a la aparición de Hitler y lo que lo propició: el
sentimiento de injusticia que tenía el pueblo alemán, condenado a millonarias
indemnizaciones y vapuleado por la inflación. Hitler lo hizo suyo e inició una
serie de anexiones de territorios perdidos: el Sarre, Alsacia y Lorena,
Renania, Austria, los Sudetes. Todo fue soportado por las potencias europeas,
bajo el signo de Múnich. Y como suele suceder en la historia fue algo marginal
como Dantzig lo que generó la gran crisis. Quien aspiraba a un pasillo en
Dantzig, pasó a desear Polonia. Y así se llegó al pacto de Molotov-Ribbentrop,
que eliminaba un teórico enemigo en el este. Y juntos se repartieron Polonia. Y
Francia y la Gran Bretaña se vieron obligadas a declarar la guerra. Y no pasó
nada en seis meses, porque Polonia quedaba muy lejos. Comellas nos afirma: “si algo explica la declaración de guerra por
parte de las potencias occidentales, no es la defensa de Polonia sino la
salvación de Europa ante la agresión hitleriana”. La guerra mundial será
largamente analizada en el libro.
Nos señala
Comellas que a la guerra —que terminó siendo mundial al extenderse al Pacifico— sucedió
una paz donde no existieron deseos de venganza ni de reivindicaciones lo que posibilitó
la creacion de las Naciones Unidas, cuyos mecanismos de actuación, al
distinguir las recomendaciones de la Asamblea General y las decisiones del
Consejo de Seguridad, alaba el libro ante el creciente número de países
miembros. Un periodo al que siguió pronto la creciente confrontación de las
nuevas grandes potencias vencedoras. Pasamos muchos años bajo la amenaza
constante de la guerra fría. Europa ya apenas contaba. Fueron la URSS y los EE.
UU. los que entraron, a través de una escalada armamentística, en una
confrontación en la que solamente las desmesuradas consecuencias de una guerra
impedían. Ni siquiera entraron en confrontaciones abiertas y sólo llegaron a
intervenciones aisladas que acabaron en rotundos fracasos (Corea, Vietnam y
Afganistán). Nunca osaron entrar en el cuerpo a cuerpo. Pero el mundo pasó
miedo. La confrontación tuvo una extraña secuela en la carrera espacial, donde
a la victoria inicial del Sputnik sucedió la final de la llegada a la luna en
1969.
Los años
siguientes va a estar marcado por la desaparición del colonialismo, una forma
hibrida de dos ideas: “el beneficio y la civilización”. Comellas advierte que “el estudio de lo que fue y lo que significó
el proceso de descolonización es difícil de explicar en sus niveles más
profundos por más que el relato de los hechos resulte sumamente fácil”.
Digamos que el colonialismo fue muy breve y llevado a cabo por escasos países europeos.
Su popularidad cayó con la guerra mundial, que había creado un sentimiento nacionalista
y un deber teórico de gratitud a las colonias. El anticolonialismo lo apoyaban
además la URSS con su propósito de extensión de sus ideas y los EE. UU. con
finalidades puramente económicas. Tuvo tres etapas sucesivas que afectaron
sucesivamente a países asiáticos, a países norteafricanos y del Oriente Medio,
y, por fin los subsaharianos. El juicio que emite el libro es claro: “La colonización realizó una obra indudable,
pero insuficiente”. Resulta sumamente interesante el repaso que país por
país hace Comellas del proceso de descolonización. Al paso se refiere a la creación
de la idea de “Tercer Mundo” que, si al principio se refería a los países no
alineados, ha pasado a hacerlo a los países económicamente pobres. Indonesia,
Corea, India… ¿deben ser considerados tercer mundo hoy en día? No digamos nada
de China, un fenómeno que el mundo tardará en digerir y comprender.
La gran ausente
es la América hispana y el libro la explica. Quizá su nota más destacada sea la
presencia del mestizaje y la unidad cultural, religiosa y lingüística; pero
sobre ellas destaca su “insularidad”: es un extenso continente bordeado por dos
océanos, por el este y el oeste, que ha evitado participaciones en conflictos
mundiales. No es sin embargo confundible con el tercer mundo, impidiéndolo su
alta occidentalización manifestada en su dimensión cultural, reconocida
mundialmente. Tres países merecen una referencia especial a su reciente
historia: Méjico, Brasil y Argentina.
¿Qué significó
la revolución de 1968? Comellas nos dice que “fue revolución y no lo fue”, añadiendo: “no lo fue en el contexto de los hechos concretos…pudo serlo si
atendemos a sus consecuencias más mediatas e indirectas”. Y efectivamente
si miramos los hechos únicamente aparecen actuaciones estudiantiles que, más
que otra cosa, tienen el aire de gamberradas, a las que sin embargo aplaudían o
explicaban muchos intelectuales y a las que se aproximaron por corto tiempo los
trabajadores, limitándose a recoger las nueces caídas que les resultaban de
interés. Pero sociológicamente al 68 muchos analistas lo consideraron auténtica
bisagra de la postguerra. Y filosóficamente se imbricó con nuevas corrientes y
nuevas realidades.
El siglo se
cierra con la caída de la URSS y la creciente globalización. Comellas entra a
discutir las ideas de Fukuyama en “El fin
de la historia” y de Huntington en “Choque
de civilizaciones”. Ve una falsa sensación de seguridad como la tuvo el
mundo al concluir el siglo XIX, distinta, aunque parecida. Y advierte los
peligros que apuntan: el nuevo terrorismo, la guerrilla, la masificación, la información
masiva y engañosa; todo ello potenciado por una tecnología creciente, que
alcanza incluso a la biología.
Hay algo que
debe asustarnos: estamos en el siglo XXI y éste apunta ser aún más irracional y
relativista que el XX y que éste será cambiante y poliédrico. Asombra ver la
cantidad de sucesos que ocurrieron en el pasado siglo y no hay razón para
excluir que lo mismo suceda en éste. Han transcurrido casi 20 años del mismo y
la sensación que tenemos es que carecemos aun de la perspectiva precisa para evaluarlos.
Aun así, nos encontramos con hechos ciertos: China como la gran potencia
financiera, el nuevo terrorismo islamista, el populismo con su aire
transversal, la creciente importancia de los partidos de extrema derecha, el
fracaso de las llamadas “primaveras”, el fenómeno de las migraciones… Si el
libro nos cuenta de forma amable y acertada los vaivenes del siglo XX en que
muchos vivimos y que es el “de dónde venimos”, tememos que no sepamos aún quiénes
somos y, menos aún, “a dónde vamos”. Pero es de agradecer que veamos claramente
lo que fue ese pasado próximo del que somos directos herederos.
“Panorama del siglo XX” (312 págs.)
es un libro del que autor José Luis Comellas. Fue escrito en 2016 y publicado
por Rialp ese mismo año.