La izquierda es
como un tranvía lleno de individuos. Históricamente se las ha arreglado para
que ser de derechas sea denostado y ser de izquierdas sea, no solamente
alabado, sino detentador de la verdad. Hace ya mucho tiempo que me corrigieron
el empleo incorrecto del término detentar. Desde entonces aprendí a utilizarlo
adecuadamente, como ahora hago. Pues bien, en ese tranvía, o taxi o vagón
repleto de gente, la multitud hace difícil ordenarla y distinguir los
individuos.
Este libro
ayuda o trata de ayudar a eso, a evitar que se citen autores al buen tuntún,
ignorando su puesto y su importancia en la historia del pensamiento. El autor,
Roger Scruton es un filósofo y escritor inglés que se ha especializado, nos
dice Wikipedia, en la estética y la filosofía política. Dentro de esta segunda
materia, se ha destacado por su defensa del tradicionalismo político. En su
obra, más de 50 libros, se mantiene en ese sesgo conservador, que se inició
probablemente como reacción a las protestas estudiantiles de mayo de 1968. Ha
sido catedrático de estética.
Son muchos los
autores repasados y Scruton se refiere al pensamiento de cada uno de ellos,
algo imposible de comentar y ni siquiera de resumir. Se trata por ello de
aludir simplemente a ese orden que Scruton pretende llevar cabo. La izquierda,
sin pretender exactitud, nace con la Ilustración y la Revolución francesa, se
materializa con Marx, tiene su eclosión tras la primera guerra mundial,
sucediéndola la Escuela de Frankfurt tras la segunda, y lo que fue esa presentación
en sociedad que fueron las revueltas del mayo francés. Luego vino el cambio. Son
como estantes en donde ir colocando las sucesivas aportaciones, caracterizadas
sobre todo por su afán de superación de las previas. Aportaciones que se llevan
a cabo en las áreas más dispares del pensamiento.
Las ideas
básicas de la Revolución, libertad e igualdad, quedan sustituidos en el
transcurso del tiempo por las espurias de liberación y justicia social.
Liberación que alimentará el feminismo radical, las variantes sexuales, el
animalismo, la obsesión climática… Justicia
social que acabará con la meritocracia basada en la igualdad de oportunidades.
El comunismo es ya una parcela histórica de la izquierda que finge olvidarla.
El libro se
abre con dos capítulos en donde se estudian los orígenes de las ideas izquierdistas
de Gran Bretaña y los Estados Unidos, de parejos resultados, pero planteamientos
diferentes en ambos casos nos ofrece dos ejemplos.
En Gran
Bretaña, la aparición de parido laborista ayudó a difundir la idea de que el socialismo
era sinónimo de ‘progreso’. Desde entonces reescribir la historia con un
trasfondo socialista se empezó a considerar como una forma de ortodoxia en la
historia. Aparece la figura de Eric Hobsbowm, historiador prestigioso o prestigiado
que, como otros, entendió su deber identificar la historia de Inglaterra con la
lucha de clases. “La ‘clase’ es una idea atractiva para los historiadores de
izquierda porque hace referencia a los que nos divide y separa”. La clase
es una idea transversal, como se dice ahora, que debe prescindir de ideas como
religión o nación. Como pareja de baile aparece Edward Palmer Thompson, más
moderado e impulsor del llamado socialismo humanista. Expuestas sus ideas,
Scruton destaca dos cosas: su ausencia de espíritu autocrítico y su adhesión a
la “sentimentalización del proletariado”.
En Estados
Unidos todo será distinto. El análisis se centra en John Galbraith y Ronald Dworkin,
un economista que se mueve en círculos oficiales y un jurista que lo hace en
los universitarios. La lucha de clases queda lejos de una sociedad joven e
igualitaria. El excesivo consumismo parece ser el problema, un problema creado
por el criticado capitalismo. Todo se queda en el anticapitalismo subyacente en
la pasión de Galbraith por el sector público, y en la vaga antirreligiosidad de
Dworkin. Algo que hoy heredan y exacerban el partido demócrata usaca más reciente
y el New York Times.
Tras unas
observaciones sobre el caso Dreyfus, Scruton se refiere al mundo francés dominado
en parte por Sartre. Expone prolijamente sus ideas sobre el Yo y el Otro, sus
sesgos sexuales, su obsesión antiburguesa, la alianza proletariado-intelectualidad…
Todo reflejado a través de sus obras. El segundo representante del ideario de
izquierdas francés es Michel Foucault, quizá el escritor y filósofo más
brillante e influyente del panorama francés. Quizá se le deba el inicio de la
disgregación del binomio comunismo-izquierda. Más allá del reconocimiento del
fracaso comunista, mientras Sartre lo era, Foucault lo denigraba.
Louis Althusser
ocupa un papel destacado en la relación de personajes presentados por Scruton.
Lo encuadra dentó del “entusiasmo de izquierdas que inundó las instituciones
de enseñanza en los años sesenta”, esa época de “producción intelectual
en la que se estableció la identidad del intelectual como miembro de honor de
la clase trabajadora… justamente cuando la auténtica clase trabajadora estaba
despareciendo de la historia.” “Althusser será considerado líder
intelectual de los revolucionarios del 68”
Quizá el
aspecto mayor de su obra será la creación de un lenguaje nuevo, un metalenguaje.
De él dice el libro que “constituye el modelo de una nueva y fortalecida
lengua en la que no hay pregunta que pueda formularse, ni respuesta que pueda
ofrecerse, salvo en términos que apenas son inteligibles para quienes no han
renunciado a su capacidad de pensar al margen de ellos”. El libro ofrece una
extensa explicación del complejo, totalitario y aburrido pensamiento de Althusser
para concluir admirándose del favor que logró en determinados círculos y que
trata de explicar en tres factores: la pedantería intelectual, el victimismo
del ‘todo está contra nosotros’ y el atractivo de presumir de entender lo que
no se entiende. Algo así, pienso yo, tiene que ver con el traje nuevo del
emperador. Althusser padeció de problemas psíquicos toda su vida que le
llevaron incluso a asesinar a su mujer.
Siguen a
Althusser, Lacan y Deleuze. Resulta imposible resumir sus ideas, siempre
cambiantes y destinadas a “épater le bourgeois”. Scruton lo intenta, pero
dejando de manifiesto sus dudas y la duda de si los propios autores comprendían
lo que escribían. Lacan es un psiquiatra, una profesión en la que no se destaca
por el éxito profesional, sino por ideas y concepciones. Y es lo sucede con Jacques
Lacan, que aprovechó el movimiento de mayo francés para lanzar sus ideas,
entremezclándolas con las matemáticas en una jerga ininteligible y confusa,
materializándolo en los metemas. Al
final identifica al pene erecto con el número imaginario, es decir, como
. “El inconsciente se estructura como
lenguaje”. A pesar de todo influyó y sigue influyendo en la izquierda.
Citarle basta para asegurarse el carné. Gratis.
Gilles
Deleuze recibe de Lacan la idea de la “máquina sin sentido”. Se enamora de las
nociones de “diferencia” y “repetición”, con las que elimina la de “identidad”,
utilizando “una corriente continua de abstracciones que eliminan toda
referencia a la realidad concreta y el contexto de la vida humana”. Otra idea
obsesiva es la del “BwO” (“cuerpo sin órganos”) Y, como siempre el lenguaje: partiendo
de la idea del rizoma, proponen, Deleuze y Guattari, “el lenguaje del «esquizanálisis»,
que es un asalto a las estructuras existentes realizado en nombre del deseo”.
Uno siente ganas de gritar, como el paisano en el chiste del sermón y la cita
de Santa Teresa: “la gallina”.
El libro se
centra en sus ideas sobre el fascismo, como expresión del mismo afán de
imposición de ideas y comunidad de sentimientos que late en el comunismo, con
la diferencia de descasar sobre lo que considera ideas burguesas. Una de las
grandes aportaciones de Gramsci a los movimientos de izquierda, es a mi juicio,
el retornar a una cierta claridad de exposición, alejándose del sinsentido
reinante y de moda. La idea de “hegemonía” es clave en su pensamiento y las
formas de lograrla, reemplazando a la burguesa existente, son la educación y
los medios de comunicación.
Los últimos ‘pensadores’
comentados por Scruton son Alain Badiou y Slajov Žižek. No dejan de ser reacciones
frente a hechos como la decadencia de los filósofos posmodernos, la caída del
muro de Berlín, la desaparición de la URSS o los cambios de China. Pero frente
a tales hechos “cuando se estaba produciendo la transición al siglo XXI, el
monstruo comenzó de nuevo a agitarse en las profundidades. Alain Badiou
elabora conceptos como el de Acontecimiento y utiliza los de matemas
y nosemas. Su buen conocimiento
de lo matemático —a diferencia de Lacan― le mueve a utilizar ideas de
la teoría de conjuntos. “El resultado es un extraordinario batiburrillo de
sentido y sinsentido, de jerga confusa y de analogías inspiradas”. Ello le
permitirá desembocar en una Teoría General del Acontecimiento (”El acontecimiento
es una interrupción en el fluir de las cosas, una singularidad que supera las
concepciones precedentes de lo posible pues es algo literalmente imposible
según el lenguaje de la situación existente”)
Sigue su discípulo
Slajov Žižek,
una especie de trituradora y mezcladora de las ideas de su maestro y de las de
Lacan. Lo define el hecho de ser una persona que escribe dos o tres libros al
año. En definitiva: más metalenguaje, el “oscurezcámoslo” de D’Ors llevado al
máximo y puesto al servicio de una revolución que se cree tan necesaria como
imposible.
El libro
concluye con un sugerente tema: ¿qué es la derecha? Scruton ofrece una idea: es
la izquierda quien define la derecha y derecha es todo lo que no piense como la
izquierda. Urge rebelarse frente a esa concepción y urge recrear el lenguaje devolviéndole
su sentido. Devolver su importancia y sentido a tres cosas: la sociedad civil,
las instituciones y el individuo. Scruton ofrece soluciones y exige esfuerzos, aunque
—hay
que confesarlo— con cierto aire de desesperanza. O sea, un denso libro de
análisis, juicios y, simplemente, tristeza. Pero clarificador de ideas.
“Pensadores de la nueva izquierda”
(444 págs.) es un libro escrito por en 2015 por Roger Scruton con el título
original “Fools, Frauds and Firebrands, Thinkers of the New Left”. Fue
publicado por Bloomsbury el año citado y la de su traducción al español fue
llevada a cabo por Rialp en 2017.