Un libro como
este no debiera ser objeto de comentario, ya que es un libro de enseñanza o de
aprendizaje (según se mire), útil únicamente para quienes compongan o
improvisen. Pero uno se lanza a esta aventura porque como aficionado al jazz
que fue, hizo sus intentos en el piano que nunca conmovieron a nadie, y
siempre prestó una especial atención a los aspectos armónicos intuyendo, equivocado
o no, que esa era la esencia de la música que antes se llamaba ligera y que en
algunos aspectos va adquiriendo un aire indudable de madurez, creador de un
cierto clasicismo. Por lo demás lo dicho en este libro es aplicable tanto a la
música clásica como a ligera, más libre sin duda la primera que la segunda.
Ricky Schneider
es un guitarrista autor de este libro y de otros que recogen aspectos de la
armonía y proponen ejercicios que promuevan su aprendizaje. Como guitarrista,
al igual que el pianista, siente más cercana la armonía, al plantearse la
emisión conjunta de varias notas constitutivas de acordes.
Cuando tocamos
u oímos un tema mediante notas asiladas estamos ante una simple melodía. La
cosa toma un carácter más serio cuando esas notas que componen la melodía son
acompañadas de otras. En ese momento la canción toma cuerpo. Pero, como
advierte el autor, “la palabra armonía suele provocar un poco de pánico al
principio”. Y más adelante añade algo que no debe olvidarse: “la armonía
consiste en comprender el origen y la relación que hay entre los acordes y las
escalas”. Y concluye: “Todas las reglas de la armonía que veremos aquí no
son leyes absolutas, y por lo tanto pueden y “deben” romperse. Así lo han hecho
los grandes músicos que cambiaron la historia”.
Yo voy a ver lo
que me ha ido enseñando este libro. Y para eso comienzo por enfrentarme con una
octava del teclado del piano: siete teclas blancas y cinco negras en cada que
forman una secuencia que se repite en otras octavas. Tomemos la primera de esas
notas blancas: el Do. De entrada, la nomenclatura varía: el
do-re-mi-fa-sol-la-si va a transformarse en C-D-E-F-G-A-B. Estamos hablando de las
siete teclas blancas, pero en realidad son 12 el total de notas: se llamarán
naturales a las blancas y alteradas a las negras. Todas ellas componen la
llamada escala cromática y están separadas por un semitono. Si prescindimos de
las teclas negras, la separación normal de las notas es de un tono, pero ojo:
hay que recordar en todo momento que E(mi)/F(fa) y B(si)/C(do) sólo están
separadas por un semitono. Esto será importante para analizar las escalas.
El libro nos
indica que “una escala musical es una sucesión ordenada de sonidos para
llegar desde una nota dada (tónica) hasta su octava superior”. Dicha octava
superior se caracteriza por ser la misma nota (un Do) pero duplicar su
frecuencia (que se mide en herzios). La escala comprende tanto la nota tónica
inicial como la que duplica su frecuencia, es decir, la escala tiene ocho notas
naturales, pero 13 cromáticas.
En este momento
entra en juego una idea fundamental. Ricky la expresa así: “una escala mayor
está formada por dos tetracordios mayores separado entre sí por un tono, comenzando
por una nota dada a la que llamaremos tónica y que es la que nombre a la escala”.
Ésta, en el ejemplo que se maneja, sería la escala mayor de C(do). La escala
pierde así parte de su carácter uniforme para convertirse en fuente de
variaciones, todo gracias a esa distinción de tetracordios, los cuales, por
otra parte, pueden revestir muchas modalidades: mayores, menores, lidios, etc.
Debo confesar que mi ignorancia se vio alertada ante la aparición de un cierto
desequilibrio en lo que parece uniformidad de la escala. Todo deriva en que en
cada tetracordio existen dos notas separadas únicamente por un semitono. Así,
en el primer tetracodio, nos encontramos con la estructura X-X-X/X (donde las X
representan las notas en su orden y aparecen separadas por el signo “-“ cuando
lo están por un tono y por el signo “/” cuando lo están por un semitono. La
estructura del segundo tetracordio sería la misma. El conjunto de la escala
tendría la siguiente estructura: X-X-X/X-X-X-X/X.
En esta serie
de indicaciones introductorias, el libro añade el nombre dado a las siete notas
por su tensión ofrecida, evaluada en grados, con la tónica o fundamental: 1) Tónica;
II) Supertónica; III) Mediante; IV) Subdominante; V) Dominante; VI Superdominante
o submediante; y VII) Sensible o subtónica
¿Qué sucede si
ahora queremos tocar esa misma melodía, no en la escala de Do mayor (C) sino en
la escala de Re mayor (D)? Pues que tenemos que “reconstruir la escala de notas
blancas usada por C por otra que, iniciándose en D, respete las separaciones de
tonos y semitonos que caracterizan la escala mayor. Así nos surgirá dos notas
alteradas (y negras): Fa pasará a ser Fa sostenido para alejar a F de E , y Do
pasará a ser do sostenido para hace lo mismo con B. De esa forma se mantendrá
la estructura de una escala mayor. Naturalmente, el número de bemoles (un
semitono menos) o sostenidos (o uno más) que se añadirá será diferente para
cada nota que se elija como tónica
El libro se
extiende a continuación por un amplio comentario a los intervalos. Distingue
los tonales (unísono, cuarta, quinta y octava) y los modales (el resto). Unos y
otros pueden ser mayores, menores, aumentados o disminuidos. Es un apartado
obviamente necesario como libro didáctico, pero que no aporta ideas especiales
sobre el mundo de la armonía. Otra cosa es lo que sucede con los acordes tríadas
que aborda a continuación. Pasamos así de las escalas a los acordes.
Lo que llama
“acorde tríada” es algo que parece que viene caracterizado por estas notas: 1)
es un conjunto de tres notas; 2) suenan de forma simultánea o sucesiva y 3)
constituyen una unidad armónica. El caso más común es la acumulación de dos
terceras, o sea, agregando a la tónica su tercera y su quinta. Pueden ser tonos
menores si se disminuye medio tono su tercera, disminuidos si se disminuye su
quinta y aumentados si se aumenta esa quinta. Familia aparte lo constituyen los
acordes diatónicos, montados sobre las notas Re, Mi, La y Si; si se agregan terceras
constituidas sobre las notas blancas, resultarán acordes menores. Cuando,
buscado sonoridad, toco en blancas tríadas de manera sucesiva la cosa me suena
a Puccini inevitablemente. Otro ejemplo clásico en la música moderna: “Blue
Moon”. Como muchas otras canciones se monta la melodía sobre la sucesión: Do, La
menor, Fa, Si 7ª;: aunque la digitación sigue siendo la misma en las primeras fases,
automáticamente el acorde de La resulta ser menor.
Tras las
tríadas surgen las cuatríadas. La cosa se complica, naturalmente. Todo consiste
en añadir al acorde de tríada la séptima de la fundamental o tónica. O sea: al
acorde mayor Do-Mi-Sol añadimos un Si, con lo que a la multitud de tríadas podemos
añadir una séptima que puede ser natural o disminuida, según el Si añadido sea
natural o bemol. O sea, estamos ya entrando en el pabellón de los ejemplares
curiosos y únicos. De todas las maneras, el acorde de séptima nos prepara a
todos para el final de una obra musical: el gran acorde mayor de tónica. El
propio Schneider expone como esos acordes de séptima preceden y anuncian el
acorde mayor de la tónica o fundamental. Se trata de “progresiones de acordes
que incrementan la tensión hasta resolver en la tónica” y señala cómo son
distintas estas progresiones en el Pop y el Rock, a cómo lo son en el Jazz, la
Bossa nova y el bolero.
La cosa lleva
al autor a analizar lo que denomina “tensiones diatónicas”, también
llamadas “superestructuras del acorde”. Demasiado para el body de
quien nada más es aficionado. Hay que ir bajándose del tren. Como sucede con las
escalas pentatónicas. Que tiene algo que ver con el uso de las teclas
negras y uno asocia, por ejemplo y sin
saber si lo hace razonablemente, al famoso “Misterious” de Thelonius Monk.
Un cierto relax
produce el comentario hecho a los acordes disminuidos de séptima, a los que
incluso el aficionado suele acceder y que dan un especial tono al música. Son
simplemente las sucesiones de tres terceras menores. La clásica es la de Do
sostenido-Mi-Sol-Si bemol. Sólo tiene tres versiones, aunque en cada una puede
presentar hasta cuatro variantes según la nota que aparezca como fundamental (o
sea, la más baja). Como señala Schneider “es un acorde sumamente inestable”.
Pero que gusta.
El libro
analiza igualmente las escalas menores. La natural, llamada también modo eólico,
tiene como tónica el La (A). A primera vista se podría pensar que las cosas
son, partiendo de ese cambio, relativamente fáciles. La realdad es justamente
la contraria; la escala menor presenta una problemática especial y compleja.
Algo que hay que reseñar: “la típica escala utilizada en el Blues, no es más
que la escala pentatónica menor a la que se agrega una nota extra llamada Blue
note”. Esta Blue note es el Mi bemolizado.
Llegamos,
saltándonos algunas páginas, a las famosas escalas modales. Sus nombres son:
Jónica (mayor), Dórica, Grigia, Lidia, Misolidia, Eólica (menor) y Locria. Se
distinguen las escalas modales relativas
(que son las que provienen de tocar la escala mayor partiendo de cada uno
de sus grados, es decir, de cada una de sus notas: el Do, el Re, el Mi, etc.) y
las escalas modales relativas.
Se reservan aun
muchas páginas para exponer las ideas del autor sobre la melodía, la
improvisación, la armonización y rearmonización de melodías, la modulación o
paso de unas escalas armónicas a otras. Ya los consejos se van superponiendo a
las indicaciones magistrales precedentes.
Se anticipaba
la osadía que suponía comentar una obra como ésta. Pero uno de cuando en cuando
cae en tentaciones así de tontas. Qué se va a hacer.
“Armonía moderna. Paso a paso.
Acordes, Escalas, Improvisación y Composición. Jazz, Blues. Rock, Funk, Pop y más”
es un libro editado por CGO en papel y digitalmente del que es autor Ricky
Schneider