viernes, 28 de septiembre de 2018

Ricardo Beleta : “La proletarización de la clase media”


Ricardo Beleta Guasch es un escritor catalán nacido en 1944. Ha escrito varios libros. Unos diez, en los que defiende al individuo frente a los intentos de convertirlo en rebaño, en los que aborda temas relacionados con la confrontación de religiones o el feminismo radical. En todos ofrece una preocupación por el futuro desde una visión conservadora.
Un acierto inicial del libro, del que su autor anticipa que “no es un libro histórico, sino político“, es articularlo en tres partes: la irrupción de la clase media, su consolidación y su fin. Normalmente se hubiera hablado de su nacimiento, su existencia y su fin. Pero la terminología adoptada sugiere otra realidad.
Cuando se refiere el libro a la irrupción de la clase media en la historia, lo hace aludiendo casi exclusivamente a su aparición en Francia. Cuando Luis XIV accede al trono, el 85 por 100 de la población era campesina, solo 10 ciudades superaban los 10.000 habitantes y los “privilegiados” pensaban que su situación era eterna. Beleta describe cómo se va generando una clase media compuesta de mayoristas, empresarios y artesanos, profesionales liberales y funcionarios. Como nos dice el libro: “en Francia, a finales del siglo XVIII ya no había una clase alta y una baja; una nueva se había colado entre ellas: la clase media”. Que llegaba con su ideología y sus pretensiones. En su mayoría eran ya hijos de la Ilustración. Sus creadores habían muerto ya, pero dejaban un rastro. Ya tenemos el conflicto creado: un campesinado que aspiraba al desmantelamiento de las grandes propiedades, una clase media alumbrada por la Ilustración y una clase privilegiada que deseaba “¡Que no cambiase nada!”
A partir de aquí, Beleta nos relatará toda la escalada que supone la revolución francesa. Nos describirá como, poco a poco, fue derrumbándose el tinglado existente. Al final dice: ”Se había acabado la revolución “reformista” de los hombres ilustrados, la de clase media sensata, la de los nobles sinceramente leales y la de los eclesiásticos más humanos y se entró en algo no previsto…” Curiosamente, Beleta nos señala que lo que provocó un recrudecimiento del espíritu revolucionario fue la política exterior. Especialmente la amenaza del alemán duque de Brunswick. El libro sigue contando espaciosamente la evolución de la Revolución. Llega el momento en que “eliminados de la Convención los elementos que defendían la libertad quedaron los que defendían la Igualdad”. Con ello, el poder pasó de hecho de la Convención al Comité de Salud Pública que descaradamente abusó de él.
La consolidación de la clase media se logra en el siglo XIX. El libro centra realmente toda la evolución de su nacimiento en la historia de Francia, aunque destacando en todo momento su repercusión en otros países. La cosa no tiene mayor importancia porque la descripción que lleva a cabo de la tormentosa historia francesa del siglo XIX (lo fue en realidad en casi todos los países) es ordenada e ilustrativa de los efectos que tuvo la aparición de la nueva clase social. No solamente nos habla de la Restauración de Luis XVIII, de Carlos X, de Luis Felipe, de Napoleón III, de sus políticos y de los de la oposición, de las revoluciones de 1830 y 1848 y de la Comuna, sino que muestra las tensiones sociales, el “só y arre” que padeció Francia, en cuyo ambiente surgieron los engendros del nacionalismo y el izquierdismo, con sus vertientes marxistas y anarquistas. La clase media, pagana de todos los acontecimientos, fue sin embargo consolidándose con el progreso del capitalismo. “Pero tras la Comuna o con ella, Francia y el mundo entra en una nueva fase histórica de masas… Es decir, manipulación, mentira y desprecio a la auténtica democracia”.
En los finales del siglo XIX se produce un hecho hasta cierto punto inesperado. El modesto nivel de vida que va alcanzado el proletariado impulsa a éste a dejar sus ímpetus revolucionarios, Una consecuencia de ello será la “traición” al socialismo que llevan a cabo dos políticos franceses: Alexandre Millerand y Jean Jaurés, que pasan de revolucionarios a simples reformistas. Va a ser el alemán Eduard Bernstein el que dogmatice este cambio: “los obreros viven mejor, el capitalismo es más fuerte y existe ya una legislación social, lo que conduce a una revisión y corrección del pensamiento clásico marxista”: añádase a ello la expansión del sistema democrático que permite hacen una pequeña revolución dentro del sistema: “la democracia se ha transformado en conquista y herramienta popular”. El éxito de Bernstein movió a Bismark a prohibir la socialdemocracia, pero adoptar las primeras medidas de protección social. Ello permitirá que, alarmado, Max Weber dijera “la dictadura de los funcionarios y no la del proletariado es la que avanza”.  En el libro se resume así: “Si Bernstein fue el padre de la “socialdemocracia”, Lasallle y Bismark fueron los padres del Estado del Bienestar y, por tanto, de la “burocracia””.
¿Qué hicieron los revolucionarios que no se resignaban a la aceptación del capitalismo? Pues crear una extrema izquierda en Rusia y unas extremas derechas en Francia, Italia y Alemania, que ligaban nacionalismo y socialismo. Como indica Beleta: “Los que odiaban a la democracia y la libertad ya habían hecho su trabajo: en 1914 las mieses (Ias masas) ya estaban preparadas para la siega…”. Y efectivamente, estalló la primera guerra mundial de la que el libro nos da una breve y clarificadora referencia, sin olvidarse de destacar que “la culpa de llevar al desastre a muchos fue la ambición de unos pocos”. La guerra no solamente dejaba muertos y víctimas, sino que daba paso al Estado Total lo que significó “el fin de la democracia” como había sido entendida por la Revolución francesa.
Todo trajo la llegada, no solamente de unas dictaduras paternalistas y moderadas, sino de los auténticos totalitarismos. Con su mismo estilo sintético y fiel a los hechos, Beleta se refiere al comunismo, al fascismo, al nazismo. Me llama la atención la frase de Mussolini con que ilustra el espíritu de estos movimientos: “Todo para el Estado, nada fuera el Estado, nada por encima del Estado”. Una idea que parece pervivir en la actualidad en partidos que se disfrazan con la piel de oveja del keynesianismo. La idea de la dictadura temporal para resolver una crisis se transformaba en el totalitarismo que veía la vida como “una emergencia continua”, no una actitud transitoria.
La guerra del 14 es rememorada rápidamente. Ahora interesa más destacar que el libro declara culpable de la misma a “la ambición que conlleva la riqueza”. Unos “mandamases” que se habían hecho ricos gracias a la clase media trabajadora. Cuando finaliza la guerra, surgen las dictaduras, algunas blandas, pero otras claramente totalitarias: el comunismo, el fascismo y el nacionalismo. En Rusia, el desarrollo y prosperidad del tiempo del zar Nicolás II fue desbordado por el desastre de la entrada en la guerra, seguida de la caída de la monarquía y, poco después, del sistema democrático. Mientras en los 25 años de reinado de Nicolás II no se llegó a las 1.000 ejecuciones, el comunismo en sus casi 80 años costó 40 millones de muertos. Por descontado, las clases medias participaron en esa masacre como víctimas. En Italia y Alemania, por el contrario, las clases medias “prefirieron vivir como encargados de sus propias tiendas bajo Mussolini o Hitler que ser “liquidados” como “burgueses” por Stalin”. Beleta añade que “Hitler y Mussolini supieron atizar esos sentimientos (miedo al comunismo y al nacionalismo)”.
Pero lo que llama el libro “estocada definitiva a la clase media” es el Estatismo. ¿Cómo nació? Los países vencidos estaban arruinados y recurrieron a endeudarse, a la inflación y a la hiperinflación. Los que veían sus peligros optaron por aplicar unas discretas medidas como las devaluaciones o las restricciones crediticias. En todos los casos, la clase media resultaba ser la pagana de todo. Encima, llegó el crack del 29. Y cuando los países trataban de persistir en las medidas de austeridad, apareció John Maynard Keynes. “El paradigma de Keynes, “la causa real del desempleo es el insuficiente gasto”, ha atravesado el siglo XX y llega a nuestros días como la gran esperanza teórica para defender la figura de un Estado interventor que sigue otra máxima “Gasta todo lo que quieras, aunque debas todo lo que gastes”.”
En el hundimiento de Europa tras la segunda guerra mundial acudió en su auxilio los Estados Unidos, pero ahora “no fue la banca privada americana la que dio crédito, como en los años 20, sino que fue el propio Estado”. O sea, clase media americana. Pero Europa respondió: con austeridad y trabajo recuperó en cinco años los niveles de producción industrial anterior a la guerra. “En la década de los sesenta, el índice medio de paro en Europa occidental se situó en el 1,5 por 100”. Beleta no duda en aludir a las siguientes generaciones, “unos hijos de papá, ricos y super protegidos que lo tenían todo y que no podía quejarse de nada”. Recuerda que el prefecto de la policía de París dijo: ”Idiotas, ¡si dentro de diez años todos seréis “notarios”.” Porque, efectivamente, en las revoluciones que no triunfan, los revolucionarios terminan siendo “notarios”.
El París de 1968 “cambió la moral y la forma de hacer política de finales del siglo XX y principios del XXI”. Introdujo el cinismo y el saqueo de los recursos del Estado. El depredador ganó al emprendedor. Pero “los herederos de aquel mayo del 68 son los que hoy se han hecho con todas las “notarías”: cargos de la administración, sindicatos, empresas públicas, cajas de ahorro, universidades, monopolios energéticos…” En una última recomendación a “nuestros hijos” señala cuatro opciones: dos revolucionarias, que solo conducen a cambiar unos amos por otros; otra utópica; y, por fin, la única recomendada: “optar por aquellos que sinceramente creen en la capacidad de los hombres para regirse a sí mismos y ser solidarios con los demás sin necesidad de ser coaccionados”.
Aunque no sea fácil apreciarlo en ocasiones, el libro es una dura crítica hacia una clase media incapaz de reaccionar y defender sus intereses, tolerante con la manipulación constante de que es objeto. Todo un aviso.

“La proletarización de la clase media” es un libro escrito por Ricardo Beleta Guasch, que lleva como adición al título en su portada “Sus enemigos desde la Revolución francesa hasta nuestros días, pasando por la I y II Guerra Mundial: izquierdas, derechas, nacionalismo, totalitarismo y estatismo”

jueves, 27 de septiembre de 2018

Jose Luis Comellas : “Historia de los cambios climáticos”


En tiempos en los que la idea del calentamiento global de la tierra y su posible antropogénesis invade medios políticos y de comunicación, una visión equilibrada de lo que han sido realmente los cambios climáticos no produce sino un efecto sedante en el lector. Eso es lo que en este libro proporciona José Luis Comellas, historiador, coruñés y catedrático emérito, que ha sabido dirigir su mirada no solamente a lo que vulgarmente llamamos historia, sino especialmente a otros hechos cercanos a una dimensión científica. Es imposible también desconocer su pasión por la astronomía.
Expone muy pronto su tesis: el cambio climático existe y ha existido siempre. Ambas cosas. Queda sin resolver determinar la actual responsabilidad que la humanidad pueda tener desde que existe en ese cambio que, en todo caso, sufre. Comellas aborda todo con humildad (que él llama prudencia habida cuenta de su pretendida ignorancia) y que confiesa, aunque añadiendo que “la ignorancia puede ser tan atrevida como la audacia de la seguridad absoluta”. No hay aún una respuesta definitiva. Su libro está orientado en un doble sentido: no ser exclusivamente una obra científica y huir de la polémica. Y lo logra, a la vista de tantas y tantas cuestiones en las que constata que no disponemos con una explicación válida que nos saque de esa ignorancia.
El libro se integra realmente en dos partes: la historia de los cambios climáticos (en plural) antes de la aparición del hombre y los acaecidos de después de su aparición. Son dos partes no diferenciadas en el libro porque dicha aparición se produce dentro del capítulo dedicado al periodo terciario. Pero antes de entrar en esta materia, Comellas se refiere a los testigos que nos permiten elaborar esa historia y los factores de los cambios climáticos. Entre los primeros figurarán los glaciares, los restos de animales y plantas, las estructuras geológicas, los fondos marinos o los corales. Al abordar los segundos nos repasará conceptos básicos como los de las corrientes marinas, las influencias cósmicas y el efecto invernadero. Constatamos que en esos dos primeros capítulos se nos muestran realidades que muchas veces desconocemos y otras ignoramos. Constituyen en ocasiones auténticas sorpresas que rompen nuestros tradicionales esquemas mentales. Solamente por esos primeros capítulos el libro merece su lectura.
El libro se mueve, como historia, desde los tiempos más antiguos. Al lector le produce una cierta borrachera de millones de años las referencias a los primeros momentos de la tierra: su formación, el desgajamiento de la luna, las insoportables temperaturas… hasta llega a la “tierra blanca” hace unos 2.300 millones de años, un planeta cubierto íntegramente por el hielo, muy distinto del “planeta azul” que todos tenemos en mente. Y pese a que ese hielo refleja casi todo el calor de un sol aun tibio, la tierra no permanece helada, sino que se calienta, sin que nadie sepa aún por qué (teorías no faltarán, claro). Ya entonces se nos evidencia la existencia de cambios climáticos y la no explicada razón por la que se produce una especie de alternancia entre periodos fríos y calurosos. La primera “tierra blanca” duró unos 300 millones de años; luego se calentó sin llegar a los antiguos extremos; volvió la tierra a ser blanca hace 1.200 millones de años; llegó más profunda entre los 700 y 350 millones de años; la vida desapareció totalmente. Pero como dice Comellas “lo que seguimos preguntándonos es no solamente como pudo formarse una “Tierra Blanca”, sino como dejó de serlo”.
La alternancia siguió manifestándose. Las glaciaciones que estudiamos eran cuatro; ahora se estima que hubo muchas más. Los periodos más cálidos del Devónico (los peces) y del Carbonífero (las plantas) se interrumpieron con el “gran frío del Pérmico Triásico. “No hay calor que no acabe con frío, ni frío que no acabe con una fase de calentamiento” nos recuerda Comellas. Nos llevará a recordar las irrupciones de meteoritos, el estallido de volcanes, los enfrentamientos de placas tectónicas que modifican la tierra que fue Pangea (rodeada por el único océano Panthalasa y dividida por el mar Thetis, en dos partes: Laurasia al norte y Gondwana al sur), todo acompañado de subidas y bajadas espectaculares del nivel del mar. Aparecen los dinosaurios y desparecerán. Las erupciones volcánicas recibirán el reconocimiento de su importancia y efectividad: reducen el calentamiento, pero ponen en peligro la vida
La aparición del hombre marca un hito que, debe ser dividido a su vez, distinguiendo la Prehistoria y la Historia. Al referirse a la primera, Comellas lleva a cabo un merecido elogio del hombre primitivo. Aunque apenas alude a otras especies del género homo, se refiere en concreto al homo sapiens, aunque el primer homínido surgió hace 2 millones de años y el homo sapiens, en torno a uno. Desde la perspectiva del clima, tuvo que enfrentarse con las glaciaciones y supo supervivir. De la confortable África tuvo que huir, probablemente, de las erupciones volcánicas para llegar a áreas donde tuvo que enfrentarse más tarde con el frío. Comellas nos dice que “los recursos del hombre paleolítico nos asombrarían si los conociéramos todos”. Hay que agregar que “no sabía que vivía en una glaciación; una forma de clima como aquél lo habían soportado sus padres y los seguirían soportando sus hijos”. No quiero dejar de citar lo descubierto por el submarinista Cosquer: una bolsa de aire existente en una cueva cuya entrada estaba situada a una profundidad de 37 metros en Les Calanques tenía pinturas rupestres comparables con las Altamira o Lescaux que reflejaban focas, pingüinos, morsas… todo en el Mediterráneo.
Pero hace unos 18.000 años comenzó a suavizarse el clima. “Gran Bretaña se convirtió de nuevo en una isla”. Pero pronto volvieron las oscilaciones. Los episodios fríos se llaman “Dryas” y los calientes, “Bolling”. Unos y otros se sucedieron hasta que hace unos 12.500 años surgió el ultimo Dryas, que duró mil años. Se entraba ya en el Holoceno, un periodo cálido y húmedo donde existieron solamente las variaciones llamadas “oscilaciones holocenas”. Hacía los 4.000 aC el Sahara se convirtió en una encantadora pradera; era el “Optimo Cálido del Holoceno”. Llega a su vez lo que Comellas llama “Revolución Neolítica”: aumenta la población, se crean las ciudades y las aldeas, se generaliza la agricultura, se domestican animales, se difunde el matriarcado, se inicia el comercio… No habrá ya glaciaciones, si acaso la llamada “Era Fría de la Edad del Hierro”. Aunque todo parece ser resultado, en definitiva, del cambio climático Comellas recuerda a Wilkinson “Egipto es un don del Nilo, pero la antigua civilización antigua fue un regalo del desierto”.
Surge ya la historia, o sea, la escritura. “Desde ahora es preciso contar con el hombre”. En el libro se van a describir los cambios climáticos recogidos por la historia. Pero los saltaremos, porque son muy prolijos y unicamente revelan la oscilación del clima y el retorno al equilibrio. Quizá el “tiempo” es más decisivo que el “clima”
Comellas tiene la virtud de acotar los conceptos. Distingue así contaminación y cambio climático, pero exige que se preste atención a ambos. Nos habla de la gran polémica creada respecto del segundo y clasifica las posiciones entre los catastrofistas, los que mantienen el exclusivo origen antropogénico, los que no rechazan la presencia de otros factores, los que consideran que, aún sin ser decisiva la acción del hombre, debe éste llevar a cabo sus mayores esfuerzos para no favorecer el calentamiento, y, en último extremo, los que niegan radicalmente la influencia humana. Al hilo de eso, desliza contenidas críticas a las organizaciones internacionales de nueva creación.
 Repasará las posibles causas del calentamiento (insistiendo en que debe apreciarse en las medias) incluyendo desde la actividad de origen humano hasta orígenes naturales no identificados, las variaciones solares (con el calentamiento de otros planetas), las influencias cósmicas. Aunque habla de calentamiento enfatiza que ese es sólo una manifestación del cambio climático, apreciable también en las corrientes marinas, los vientos, las sequías y las inundaciones. La globalidad es incierta, además.
Cuando el libro se centra en las posibles causas antropogénicas del cambio climático, sus referencias se vuelcan en el incremento del efecto invernadero. Destaca que la causa mayor de éste es el vapor de agua, cosa habitualmente insospechada, seguido por el metano y el CO2. El aumento de este, aun siendo muy inferior al de otras etapas protohistóricas, es evidente e inevitable de momento a partir de la revolución industrial. La generación de energía implica la emisión de CO2 y eso le lleva a Comellas a repasar las posibles fuentes sustitutivas de energía: la hidráulica (posibilidad casi agotada), los hidrocarburos, la termonuclear, llegando a las llamadas renovables, como la eólica y la solar, de momento caras y limitadas en sus posibilidades. Destaca la vulnerabilidad del hombre actual, acomodado y satisfechos, poco propicio al sacrificio, y confiará en su capacidad de inventiva y el desarrollo tecnológico.
Uno se siente obligado también a exponer su opinión. Y lo hago utilizando la importante distinción entre clima y tiempo que Comellas expone al inicio del libro. Es lo grande y lo chico. El hombre nunca ha podido controlar el tiempo y sus manifestaciones como: nevadas, granizadas, riadas, grandes lluvias, sequías, olas de frío o calor. Algunas son famosas: el Niño y la Niña, los monzones, el Gulf Stream… Si el hombre es incapaz de impedir o detener esos fenómenos del tiempo ¿puede esperar modificar el clima? Siempre he creído que nuestro verdadero deber es ser “limpitos”, es decir, no ensuciar tanto (lo que no supone montar más tinglados para que los individuos clasifiquen sus residuos). Por lo demás, se acabarán el carbón, el petróleo.
Un libro excelente por claridad y equilibrio, del que se extrae la sensación de que oculta nada ni afirma nada sin pruebas sólidas. Un libro en el que uno, quizá por demasiado ignorante, aprende muchas, muchas cosas. Y hasta la ponderación.

“Historia de los cambios climáticos” (320 págs.) fue escrito por José Luis Comellas el año 2011 y publicado por Rialp ese mismo año.