Luis del Val es
aragonés y nació en 1944. No es de extrañar que este libro tenga algo de mirada
hacia atrás, a esa senda que no se volverá a recorrer. Su recorrido es mucho y
amplio; siempre volcado al periodismo, ha tenido una vida intensa que se refleja
una vez y otra en este libro con cierta nostalgia. Por su libro sabemos que fue
diputado por la UCD y Director General de Cooperativas. Libros ha escrito muchos,
pero cabe imaginar que éste es el más entrañable y auténtico. De alguna forma lo
explica cuando, al indicar cómo se le propuso escribir un libro sobre España, terminó
comprendiendo que “sólo se me solicitaba
una visión personal, subjetiva y sin pretensiones”. Y añade refiriéndose a su
aceptación de la propuesta “el insensato
dijo sí”.
Frente al
habitual “España me duele”, Luis del
Val al iniciar su libro expresa que “a mí
España no me duele, pero me indigna, me da risa, me conmueve, me cabrea, me
alegra, me enfada, me emociona y me causa estupor”. O sea, que la siente. Es
su forma de sentirla; a mí, por ejemplo, no me da risa.
Algo que sorprende
es el contenido del capítulo dedicado a la Transición española. Su objetivo
está claro: combatir la expresión “Uhf, qué asco” con la que se podía resumir
la aparición de “la doctrina de que la
Transición había sido una estafa al pueblo español, un cambalache de la derecha…”
Del Val nos recuerda el ambiente que rodeó la Transición en donde junto a
falsas heroicidades convivieron inocentes sacrificados por ETA. La Transición
recibe el homenaje debido: “una de las
pocas cosas que nos han salido bien en los últimos doscientos años”. ¿Bien?
¿Tenía errores que explosionarían?
Lo que sucede
es que ese comentario se complementa con la descripción de los cuatro intentos
de golpes de Estado, en los que, junto al conocido de Tejero del 23-F de 1983, sitúa
la Operación Galaxia de 1972, el golpe de los coroneles de 1982 y un cuarto
intento velado de 1985. Todo extensamente contado, siendo un resumen del libro
del propio Luis del Val “La Transición perpetua”. Es interesante, pero, sinceramente,
no parece encajar con el espíritu del libro resumible en el “si habla mal de España es español”. El
desprestigio que se extiende día a día sobre la Transición es más una maniobra
de políticos y periodistas, todos a la sombra siniestra de Gramsci, que un
sentimiento de la gente que, eso sí, está cansada de nacionalismos.
“España es un país de cine” es una frase
que le lleva a comentar lo que el cine y la radio han sido en España. No es que
este apartado carezca de interés, pero contrasta demasiado en su estilo con el
del resto del libro, cuya falta de unidad es, si no la única, sí la principal
crítica que se le puede dirigir. Ahora prima la experiencia personal
sustanciada en anécdotas vividas por él. Una segunda crítica es la dirigida a
su repudio al denunciado rechazo del cine politizado, olvidando que ello fue
una reacción previsible a esa politización un tanto gramsciana y tosca que aún,
más refinada, persiste.
Qué lejos de la
aguda crítica, apenas sin citas, de los eufemismos. Una crítica jocosa a los
que derivan de cierto pudor en ciertos casos (del retrete al váter), a
adulaciones en otros, recalificando viejas profesiones (del practicante al DUE
o diplomado universitario de enfermería) o la disimulación de minusvalías (de
subnormales a personas con discapacidad). Todo cierto, pero debiendo dudar de
que no sea algo predicable de todos los países y lenguas.
A propósito de restaurantes,
no parece que lo dedicado a la cocina sea la parte más elogiable del libro. No
solamente porque vuelve a ser una parte lastrada por las excesivas anécdotas y conocimientos
personales, sino porque olvida que los comentarios sobre las cocinas deben ser
descriptivos y nunca valorativos. La valoración la lleva a cabo cada uno y de
forma personalísima. Pero no hay una tortilla de patata, hay tantas como tantos
las comemos con mayor o menor frecuencia. Tampoco tiene sentido la referencia
regional. En este tema Luis del Val me resulta un poco “cañí” (qué manía con el
aceite de oliva, cuando es una de las cosas en que la disparidades de sabor son
mayores). Dejemos a cada uno con el disfrute de su comida, sea esta lujosa o
limitada. La cocina no es Arzak, ni nadie, Bocusse incluido. Mucho menos las
estrellas Michelin. ¿O nos fiamos de ellas, Luis del Val? Otra cosa es que
afirme que cada vez se cocina menos, lo que indudablemente responde a la mayor ausencia
de la mujer en su casa.
Me conmueve, en
cambio, cuando reivindica la zarzuela y la copla. De la primera mantengo la
defensa de una dignidad un tanto restringida, selectiva y, si acaso, casposa.
La copla, en cambio, inunda de sonidos antiguos. Radio Andorra es ignorada, no
obstante, aunque nos sembró la duda de a quién la coplista encontró en el
puerto un amanecer. O nos dejó para siempre el dolor profundo de la niña de la
estación. Si me quitan la copla se me pierde algo de mi vida; no la busco, pero
me trae vivencias pasadas. Eso es lo que parece suceder a Luis del Val. Algo así
parece suceder con el jazz. Yo he vivido con él siempre: Luis del Val parece
tener la misma experiencia. Yo coincidí con el jazz hasta que empezó la fusión,
algo así como la multiculturalidad en música. Ganó el tercero en discordia, o
sea el rock que, a su vez, cargándose definitivamente la armonía, derivó al
canto-micrófono al labio-baile-saltos en grupo de las Eurovisiones.
Quizá una de las más importantes afirmaciones
del libro es que España es un “país de viejos”, Me temo que es algo ya sabido,
pero el libro lo traduce en dos noticias: la negativa, que la pensiones
naufragan; la positiva: que nuestra edad previsible aumentará: pero ¿para qué?
¿es acaso la senectud prolongada una bendición? Pero, estadísticas aparte, es
un comentario que puede hacerse de medio Occidente europeo
En realidad, el
libro es algo en el que confluyen tres cosas distintas. En primer término,
aparecen las vivencias personales, frecuentemente próximas a las que serían una
autobiografía en construcción. El propio autor se refiere al posible rechazo
que pueda tener el libro por su excesivo subjetivismo.
En segundo
lugar, la constatación de hechos tan conocidos como comprobables. La cuestión
de nuestra falta de puntualidad y de nuestros peculiares horarios o de por qué
comemos tan tarde terminará abordando temas como el exceso de funcionarios y el
especial tratamiento del funcionario. Como más adelante se referirá en extenso
a la situación de la educación en España. Todo finalmente llegará hasta los
gobernantes que, como es lógico, no se escapan del chaparrón. La corrupción y
la mediocridad, agravadas por la habitual tolerancia de la gente.
En tercer término,
aparecen las ideas que testimonian virtudes y defectos de los españoles.
Comienza refiriéndose al especial desapego de los españoles hacia su bandera
que, sin embargo, oculta una adhesión que solo se manifiesta cuando es atacada
de alguna forma. Algo parecido repetirá al tratar de la religión: un pueblo
cada vez más alejado de lo religioso hasta el momento en que se tocan ciertos
puntos sensibles que aun anidan en él. Aquí creo que es donde realmente aparece
España, porque España no es sino algo que se ha ido formando a través de los
años, la conformación de una mentalidad surgida de la confrontación externa e
interna.
Es un libro,
éste de Luis del Val, con el que uno comparte ideas en alto grado; las críticas,
sobre todo. Las discrepancias no son muchas y eso me hace fácil su lectura. El
estilo ágil y el aire coloquial que adopta con frecuencia colabora a esa
sintonía. Pero eso no obsta para que uno considere excesiva el toque personal
que imprime a su narración. Y se aburra de ella. La coincidencia de
sentimientos no tiene que implicar la coincidencia de gustos.
El libro acaba así:
“...asumo que vivo en esta patria que es
muchas veces madrastra, en este tierra contradictoria, paradójica, llena de gente
maravillosa, inteligente, brutal, grosera, sectaria y generosa… que forma
España. Mi querida España”. Pues no lo comprendo, con sinceridad.
Mi querida
España fue una frase acuñada por la cantante Cecilia con una canción de 1975
que fue incluida en el album “Un ramito de violetas”. Una canción pegadiza que,
según se dice, fue censurada en su letra inicial que pasó de ser “Mi querida España. Esta España mía, esta España
nuestra” a ser “Mi querida España.
Esta España viva, esta España muerta”.
¿Cómo es posible
coincidir en tantas cosas (son hechos) y sentir discordancia en algunas, quizá las
más importantes? Pero esto es también subjetivismo.
“Mi querida España” (250 págs.) es
un libro del que es autor Luis del Val. Ha sido publicado por Espasa en 2018
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