Yo soy el
primer sorprendido al verme comentando un libro como éste. No solamente por su
contenido que parece sin más ambición que la didáctica, sino porque se trata de
un libro que pudiéramos llamar “institucional”. Es el Instituto Cervantes
quien, en definitiva, asume su autoría y avala su contenido. Pero sería injusto
desconocer los nombres de las cuatro personas que han redactado realmente el libro:
Florentino Paredes García, Salvador Álvarez García, Luna Paredes Zurdo y Zaida
Núñez Bayo. La claridad de sus observaciones y la forma de articularlas merecen,
no solamente la cita, sino también el elogio, o sea, el aplauso como en los
toros. Como lo es igualmente la cuidada edición del libro, que hace su lectura
fácil
Escribo en un
comentario a un libro: “Uno amplía sus
conocimientos y aclara su visión de los mismos”. Una vez más, el incorruptible
corrector de Word me subraya el término “los
mismos” (sigue haciéndolo ahora). Pero a mí no me suena mal. Es la ocasión
de recurrir al extenso índice de este recorrido del español correcto. Nos manda
a la página 227 y allí nos dice que el significado de este adjetivo (se refiere
a “mismo”) es el de identidad o igualdad. “No
es recomendable el uso anafórico del adjetivo mismo y sus variantes para referirse
a otro elemento aparecido antes de en el texto, rasgo frecuente en el lenguaje administrativo
y jurídico”. Esto último me consuela algo de mi ignorancia, ya que en el
mundo del derecho en el que he vivido conviene hablar de “magras de jamón de cerdo” para dejar las cosas claras. La cosa no
termina ahí porque se acaba indicando que “en
estos casos se recomienda sustituir mismo por un demostrativo, un posesivo o un
pronombre personal”, ya que uno optaría por decir “uno amplía sus conocimientos y aclara su visión”, en vez de escribir
“uno amplía sus conocimientos y aclara su
visión de éstos”. Pero una cosa es que cada maestrillo tenga su librillo y
otra, muy distinta, que el maestrillo reconozca la superioridad del maestro, en
este caso, el Instituto Cervantes.
Con ese espíritu
debemos comenzar a caminar por el libro. No es correcto tampoco hablar de caminar,
porque es un libro, para hojear en algunos casos y para consultar en otros
muchos. En el primer caso nos abrirá los ojos ante aspectos desconocidos del
lenguaje; en el segundo, nos sacará de las dudas que, si somos honestos, nos
deben asaltar de cuando en cuando. Partamos del hecho que desde pequeños
hablamos con suficiente corrección: el aprendizaje de una lengua por un niño de
muy pocos años es un auténtico prodigio de que constantemente debiéramos
asombrarnos. Nosotros lo recorrimos y lo hicimos sin dejar recuerdos traumáticos
ni etapas de dolorosa indagación. Quizá éramos monitos que imitaban, pero la
lengua era mucho más que imitación.
Y quizá
asombre, leyendo este libro, hasta qué punto nos colmamos de conocimientos que
luego, a lo largo de la vida, no hemos hecho sino pulir, enriquecer y
completar. Este libro es un medio ideal para hacerlo hasta el final. ¿Quién no
tiene en ocasiones la sensación de incurrir en leísmos o loísmos? ¿Quién no
duda a veces en utilizar el potencial o el subjuntivo de un verbo?
Volvamos a uno
de los aspectos de este libro que ya henos alabado: la ordenación de materias.
Junto a ello y para facilitar éstas (ojo: ya no digo “las mismas”) ofrece un
diccionario extensísimo de “materias y expresiones”, que ocupa las páginas 523
a 561, de tres columnas cada una que incluyen, cada una, unas 50 entradas. Las
dos primeras partes del libro se refieren a dos aspectos asimismo de la lengua:
“escribir correctamente” y “hablar correctamente”. Instintivamente pensaríamos
que en el primer apartado se nos darían las instrucciones para utilizar y
articular adecuadamente las palabras. Pero eso va a quedar relegado a una tercera
parte.
Al tratar de la
corrección del escribir se abordan cuestiones tan importantes como la planificación
del contenido, la composición del texto, su revisión y la presentación final. Sin
duda, la parte más importante es la relativa a la composición: ¿qué palabras
evitar y qué palabras elegir? ¿Cómo crear oraciones correctas, más legibles o más
atractivas? ¿Qué diseño aplicar a los párrafos?
Sorprende la
referencia al español hablado. No lo es tanto si pensamos que el libro distingue
previamente la comunicación escrita y la comunicación oral. De ahí que se preocupe
por la corrección de nuestros mensajes no escritos. Aparece la importancia de
la prosodia, de la rapidez o lentitud, de las pausas… Si se alude a la comunicación no verbal es,
especialmente, porque nuestra posición va precedida por la estimación de la distancia
corporal, del ritmo, de los gestos, de la mirada… ¿Es esto español correcto,
cuando son cosas que igualmente afectarían a nuestra expresión en inglés o en
ruso? Pues sí, porque, pensándolo mucho, todo eso afecta a nuestro mensaje en
español y el hacerlo el español con sus peculiaridades, influirán a su vez en
esa comunicación no verbal.
A partir de ahí
el libro entra en lo que es puramente normativo: correcta ortografía, correcta
gramática. La ortografía parece algo trillado, pero ya se complica al referirse
a la tilde como forma gráfica de acentuación; entonces ya tenemos algo que
aprender sobre la tilde diacrítica, el diptongo, el hiato, y los acentos de
palabras extranjeras. Todos tenemos cierta seguridad de que lo hacemos bien,
pero el libro advierte: “La corrección ortográfica
es requisito indispensable para quien desea dominar la lengua española”. A
lo que suma el que luego se referirá a los errores frecuentes en el uso de las mayúsculas,
en el de las comas o del punto. Lo último nos lleva examinar los dos puntos, el
punto y coma, la interrogación, la exclamación, los paréntesis, los corchetes, las
llaves, las comillas, el guion, el menos, la barra, la barra inversa y la
pleca. Añadamos las abreviaturas, las siglas, los signos y los símbolos. De
lleno ya en la tipografía merecen atención la negrita, la cursiva, el
subrayado, la voladita o superíndice y las versalitas. ¿Tiene uno la seguridad
de utilizar todo este enjambre adecuadamente?
Entramos ya en
la corrección gramatical. De entrada, tenemos que reconocer errores que hemos
practicado: no se debe decir por ejemplo “los PCs”, sino “los PC”; eso es anglicismo.
Ni se escribe “12 cms”, sino “12 cm”: los símbolos permanecen invariables en la
escritura. La realidad es que el recorrido por la gramática correcta es algo así
como el chequeo médico a que uno se somete: la salen cosas y goteras por todos
los lados. Nada grave, si se quiere, pero todo ligeramente patológico o
levemente molesto. Al tiempo se descubre a muchos afectados que nos rodean. “Compis”
se diría ahora.
Las preposiciones
son un lugar maldito para los errores. No hay casi ninguna que, junto a un uso correcto,
no tenga un uso tan incorrecto como extendido. Por ejemplo: piense si las siguientes
expresiones son correctas o no: “le dieron
hasta quince puntos de sutura”; o “Gasol
jugó 31 minutos para anotar 6 de 20 tiros de campo”; o “hubo cientos de heridos tras la reyerta”;
o “en la jugada previa había habido una falta
contra Camps”.
El dequeísmo y
el queísmo, como era de esperar, merecen una especial atención. De entrada,
supone un jarro de agua fría el que se indique que hay verbos que pueden utilizar
las dos formas (dependiendo de que su complemento sea un sintagma o una oración).
Y no son la única excepción a una hipotética regla. Menos mal que nos da el
libro una regla práctica: preguntar qué es lo que se pretende: ¿Qué me gusta? ¿De
qué estoy convencido? ¿En qué confío? Un salvavidas, en último término, que se
agradece.
Sin abandonar
los adverbios (fuente inagotable de observaciones) el libro nos abre los ojos
de la diferencia última que nos hace elegir entre ‘dentro’ y ‘adentro’, entre ‘delante’
y ‘adelante’. Al final descubriremos, satisfechos como el personaje de Moliere,
que hablamos en prosa. Podemos extenderlo, como hace el libro, a las
contraposiciones de ‘a fuera’ y ‘afuera’, o ‘a donde’ y ‘adonde’, sin dejar de
aludir adicionalmente entre la corrección de ‘adentro’ y ‘a dentro’ o ‘afuera’
y ‘a fuera’.
Las
impropiedades y los extranjerismos ocupan un amplio espacio en el libro. De las
primeras, el libro nos ofrece una relación que dista de ser exhaustiva y se limita
a ser ejemplar. Las redundancias son especialmente sonoras: antecedentes
previos, accidentes fortuitos, aterido de frio, cita previa o colofón final. Es
un amplio museo curioso de obviedades, que no deja de ser divertido. Por
cierto: una cosa que realmente merece una mención y un elogio son los pequeños
apartados que llevan el título de “Corregir con humor”. No sé si corregirán o
no, pero resplandecen por su humor.
El capítulo 4
del libro nos introduce a los modelos de textos. Distingue los escritos (como
cartas, memorandos, instancias, actas o currículos), los verbales (como la conversación,
la conferencia, la entrevista, las presentaciones o las improvisaciones) y, por
fin, los electrónicos (como correos electrónicos, chats, SMS, blogs y redes
sociales con curiosas extensiones a Facebook y Twitter). Una lectura casi
obligada, dado que nos movemos en un terreno peculiar y en formación en algunos
casos.
Para terminar,
nos pasea por los útiles instrumentos y herramientas con los que podemos
contar: desde los diccionarios hasta las instituciones, pasando por los
manuales. En suma: un libro de consulta interesante y muchas veces necesario
con el que uno ha tenido la suerte de toparse. Por suerte, a uno le suele acompañar
la suerte.
“El libro del español correcto.
Claves para hablar y escribir bien en español” es un libro redactado por Florentino
Paredes García, Salvador Álvarez García, Luna Paredes Zurdo y Zaida Núñez Bayo
en 2012 en su calidad de colaboradores del Instituto Cervantes. La primera
edición tuvo lugar en dicho año. La que ahora se comenta es la décima,
publicada el mes de abril de 1917.