lunes, 26 de febrero de 2018

Jordan Smoller: “La otra cara de lo normal. Todos los secretos de la conducta normal y anormal”.






Jordan Smoller es un psiquiatra. Nadie lo adivinaría por el título del libro; es preciso recurrir a la información que ofrece el propio libro al presentar el autor. Es un montón de cosas, siempre en el ámbito de la psiquiatría y dentro del mundo científico que es la universidad de Harvard y su localización en Massachusetts. Si decimos que, por ejemplo, es entre otras cosas director del “Harvard Catalyst Transational Genetics and Bioinformatics Consortium” no daremos excesivas pistas. Mejor es aclarar que su interés se centra en la genética psiquiátrica, es decir, en la identificación de los determinantes genéticos de los trastornos psiquiátricos. Los perfiles del temperamento y su origen genético es lo que parece atraerle como objeto de estudio.
Lo que todo esto parece anticipar es que nos hallamos ante una obra tan interesante como densa, tan deslumbrante como abstrusa. Dicho eso se tratará de traicionar lo menos posible a Jordan Smoller quien no es por nada podía haber volado más bajo.

El libro es un continuo preguntarse. Comienza por las nociones de normal y anormal. ¿Hay que saber lo que normal para entonces conocer lo que es anormal? ¿O es al revés? Para complicar las cosas Smoller afirma que ”lo normal y lo anormal son como el día y la noche”, es decir, carecen de una separación neta, tienen amaneceres y crepúsculos. Todo conduce a aceptar la idea de William James: “la mejor forma de entender lo anormal es estudiar lo normal”. Pero no hay que olvidar al psiquiatra que es: su objetivo es “contribuir a desmitificar la naturaleza de la enfermedad mental”.
Jordan Smoller se refiere a una idea lanzada por Jerome Wakefield: un trastorno mental es una “disfunción dañina”. Lo que implica dos cosas: el carácter dañino y el fracaso de la función diseñada. Nacemos con un diseño previo de funciones que tratan de protegernos, de advertirnos de los peligros que nos acechan por todos los lados. Unos reales y otros potenciales, pura apariencia de peligro
Algo realmente curioso es lo que llama “biología del asco”. El asco es algo que regula una zona del cerebro denominada la ínsula, también encargada de los sabores y los olores. “cuando a las personas se les presentan sabores, olores o imágenes asquerosos (alimentos putrefactos, cuerpos mutilados, etc.) la ínsula pone la directa”. Pero entra el aprendizaje social: vemos a personas mayores que no sienten asco hacia ciertas cosas y entonces aprendemos. Uno lamenta que descubriera tarde que las angulas no eran gusanos. Cuando se podían comer, claro.
Una idea que elabora y comenta es la del “temperamento”, una predisposición genética a responder de determinada forma al mundo exterior y que ya fue vislumbrada por los clásicos al distinguir la bilis negra, la bilis amarilla, la sangre y la flema. Algo que ha llegado en la actualidad a distinguir al “niño fácil”, “el niño difícil” y “el niño de calentamiento lento”.
Se pone así ya de manifiesto la opción genética frente a la experimental y social. Pero Smoller es un psiquiatra y no olvida que busca el origen del trastorno mental. Nada mejor que remontarse al niño y entonces se maravilla. La lectura de cómo describe el aprendizaje del lenguaje y el reconocimiento facial de los sentimientos de los otros es simplemente deslumbrante. El cerebro infantil multiplica increíblemente sus sinapsis, para reducir más tarde su número cuando ya ha aprendido a hablar. Ya no es una máquina preparada para aprender el lenguaje que se hable allí donde ha tomado contacto con el mundo. Ya reconoce las palabras ynounsonidocontinuoquelellegasinsignificado. Han sido tres años decisivos en su vida, pero sería un error reducir a ellos nuestro aprendizaje: éste continuará para que podamos adaptarnos a un mundo cambiante cuando las previsiones del genoma son insificiemtes. Entra en juego la importante idea de la “plasticidad”
Pero la experiencia actúa sobre los genes y cambia su comportamiento. Smoller se mete aquí en consideraciones científicas que explican este fenómeno. Nace la “epigenética”: “el estudio de los cambios de la expresión génica que no se deben a la variación de la propia secuencia de ADN”.  
El libro salta, de alguna forma, a otro plano. Comienza refiriéndose a la habilidad que algunas personas tienen para conocer las ideas de otras personas. Es lo que se llama “teoría de la mente”. Algo que también tienen los perros, pero no los monos. El niño también afronta la labor de descubrir que los otros tienen sus ideas. Procesar las caras es el paso inicial para hacerlo: el desarrollo de ese “cerebro social” continuará hasta el conocimiento del pensamiento de los otros y la empatía. Ayudará a ello el afán, al parecer también genético, de los humanos de comunicarse. Ello abre el camino a la pedagogía. El éxito en ese discurrir es variable en las personas. En su negación, aparece el autismo, con su desconocimiento de la existencia de un pensamiento ajeno.
Y junto al reconocimiento del pensamiento ajeno, aparece el de los sentimientos ajenos. En este caso, aparece la empatía como base fundamental de ello, distinguible de la simple conmiseración o compasión. Y como definición de su ausencia, la psicopatía. La psicopatía, aclara Smoller, ni es tipificada como enfermedad mental, ni se manifiesta en todo caso como personalidad antisocial. La psicopatía, en definitiva, nace de la incapacidad de apreciar que nuestra conducta puede producir miedo y dolor en otro. O sea: un fallo en el mecanismo en la percepción del sentimiento ajeno.

El libro va adquiriendo profundidad. Smoller es un espléndido divulgador, pero lo que divulga es tan complejo que quizá abruma. Añadamos que nos pone ante los enormes cambios y los extraordinarios avances de la psiquiatría, la biología o la genética en las últimas décadas. El psicoanálisis de Freud como el conductismo de Walton o Skinner, por ejemplo, son vistos casi como venerables muestras de un mobiliario de un siglo ya superado, aunque abrieran rutas nuevas.
La pregunta que se hace (siguiendo ese curso de un río que no sabemos dónde nos lleva y en que ya que hemos perdido la referencia a la normalidad y la anormalidad) es la posible existencia de una poción que nos llenara de empatía. Y va a referirse a una hormona, la oxitocina, que se viene de hecho aplicando a las mujeres en situaciones de parto. Pero la oxitocina la produce también naturalmente la madre, quizá a solicitud del feto. Estamos como nos dice el autor ante “uno de los confines más apasionantes de la neurociencia”. Conduce nada menos que al “apego” y la necesidad de confiar.
La oxitocina es lo que sella el vínculo del apareamiento en la mujer. La vasopresina, la versión masculina de esa peculiar “poción de amor”, cumple la misma función en el hombre e incorpora así a la humanidad al club del 3% de los mamíferos monógamos. Hay que entender que con ello se limita a oponer la monogamia a la promiscuidad, no más.
Los análisis de Smoller siguen el campo de la atracción sexual, la belleza, la orientación sexual, las parafilias, la hipersexualidad. Curiosamente es un terreno en que no parece que exista pruebas de casi nada, sobrando en todo caso las hipótesis sobre casi todo. Algo destaca Smoller: “en los últimos años del siglo pasado, se produjo un hecho que condujo a un cambio sin precedentes en la experiencia sexual humana. Por primera vez en la historia, millones de personas podían ver a otras realizando el acto sexual. Había llegado Internet”. A lo cualitativo se añadía lo cuantitativo: “En 2006, los ingresos generados por la pornografía de Internet alcanzaron los 97.000 millones de dólares (con China y Corea del Sur a la cabeza), una cantidad superior a los ingresos sumados de Microsoft, Google, Amazon, eBay, Yahoo, Apple y Netflix”. La separación entre lo normal y lo anormal se desdibuja y se pierde. Unicamente se aprecia un trastorno mental cuando se produce adicionalmente un daño.
En un nuevo nivel nos enfrenta el libro al miedo. La naturaleza nos ayuda a aprender a tener miedo. Primero Pavlov con su perrito y, más tarde Watson con su pequeño Albert, nos enseñaron los reflejos condicionados. Era el camino para aprender a tener miedo. El psiquiatra se extiende en explicarnos cómo se desarrolla el proceso de alarma. La cuestión es podar ese miedo; olvidar el que carece de sentido. Aparecen la memoria emocional, las fobias como temores desmedidos y la ansiedad. No es fácil borrar los recuerdos de los que nace el miedo, la ansiedad o la fobia, pero se sigue intentando lograrlo.
Smoller concluye diciéndonos que no es fácil definir lo que normal. Más aun, “lo normal no es lo ideal, el promedio, ni siquiera el estado de gozar de buena salud”. La dicotomía naturaleza-crianza se desvanece; aparece la epigenética. La plasticidad parece salvarnos, pero nos hace únicos. A todo ello debe añadirse el azar.
Todo concluye en una batalla que se libra en torno al famoso DSM, el “Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disordes”. Su última edición, la quinta (DSM-V), fue publicada en 2013, es decir, editado ya el libro. Es a la DSM-IV a la que una y otra vez se remite Smoller, a quien hay que reconocer un equilibrio entre la independencia de opinión y la preocupación por la corrección cientifica.
Somos muy complicados. Lo siento. El libro, tambien.
“La otra cara de lo normal. Todos los secretos de la conducta normal y anormal” (“The other side of normal”) fue un libro escrito por Jordan Smoller en 2012”. La primera edición de su traducción al español (496 págs.) fue realizada por RBA Libros S.A. en su colección Divlgacion en marzoa de 2013.

sábado, 24 de febrero de 2018

José Manuel García Margallo: “Por una convivencia democrática. Una propuesta de reforma para adaptar la Constitución al siglo XXI”



Hablar de convivencia suena a raro en la España actual. Cada vez somos más los que la creemos imposible, un sueño que acabará en no se sabe qué. Pero parece que algunos creen en él.
¿Seguro que conocemos a García Margallo, más allá de saber que fue ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación de 2011 a 2016 en un gobierno del PP? Nació en Madrid, estudió derecho y economía en Deusto (Bilbao, claro) y ganó las oposiciones a inspector técnico fiscal del Estado; más tarde obtuvo el grado de Master of Law de Harvard. Debía tener una marcada vocación política porque pronto inició la carrera a nivel nacional para saltar en 1994 al plano europeo, en el que se mantuvo ocupando cargos de responsabilidad hasta su nombramiento como ministro. Pero nunca fue diplomático. Probablemente el serlo es contradictorio con ser un buen ministro de Asuntos Exteriores. La diplomacia no es sólo una carrera, sino una práctica y ésta no la otorga la Escuela Diplomática precisamente. Sin embargo, en su introducción al libro, García Margallo invoca sus cinco años al frente de exteriores para pedir ser considerado integrado y perteneciente a ese cuerpo. Para terminar: es autor de muchas obras. Quizá ésta sea la más importante, aunque no la última. En cualquier caso, la más comprometida. García Margallo es de los que no callan. Una suerte tener una voz potente que añade contundencia a lo que afirma.

Hay un acierto inicial en el libro. O dos. Uno, el primero y menor es el prólogo confiado al también ex ministro Piqué; menos entregado es el epílogo de Rubalcaba, que sin embargo comienza destacando el segundo. Que no es sino la introducción, ya de García Margallo, donde se invoca aquella canción “Mi querida España. Esta España nuestra”. Una canción de Cecilia, hija de diplomático, como Margallo recalca. Los que, con unos cuarenta años, la oía en medio de las contracciones precedentes al parto de la constitución, aunque entonces no la percibíamos con la intensidad con que lo ahora lo hacemos. Ahora recordamos aún sus siguientes estrofas: “Mi querida España, esta España viva, esta España muerta. De tu santa siesta ahora te despiertan versos de poetas ¿Dónde están tus ojos? ¿Dónde están tus manos? ¿Dónde tu cabeza?
El libro abodará una serie de cuestiones, yendo como, en un cabolla, de fuera  adentro. Llegamos a la capa de la cebolla que es la Unión Europea. García Margallo se mueve con la soltura que le dan tantos años de parlamentario en Bruselas. Reparo al leerle que lo que uno sabe de la UE es muy poco, y que ese poco tiene más de emocional que de otra cosa. El título del capítulo es “En busca del himno perdido”. Porque se enfatiza la desorientación que creó la pérdida de la idea federal con que inició su andadura Europa. Sinceramente, con tantos tratados por medio hemos perdido también nosotrosconciencia de esa desorientación que quizà tuvo su momento álgido en Mastrich. Pero Margallo que la ha vivido, nos la recuerda y señala sus etapas. Y su reflejo en la vida española.
Como si se tratara de un video del clásico “potencias de 10”, la visión de la UE cede el paso y se centra ya en algo más reducido: la propia España. A partir de este momento, el problema catalán pasa a primer plano. Y García Margallo comienza metiéndose en el charco de la lengua. Era casi inevitable. Al final, diagnosticado el problema, indica que hay tres opciones: no hacer nada; reconocer la exclusividad de regulación de las CC.AA., o tratar de lograr una ley de lenguas oficiales del Estado. Quizá peca de esa peligrosa forma de buenismo que es el creer en la buena voluntad de todos. Se olvida que el mal proviene, no de las personas, sino de los políticos. Cuando uno ha ido a Barcelona o a sus zonas costeras, nunca ha tenido problemas con el catalán, como no lo ha tenido en las ciudades de Euskadi. Son los políticos, las autoridades, los funcionarios los que crean los problemas, los que infectan a las personas. Pero Margallo dice “hay quien dirá que una ley de lenguas oficiales sería casi misión imposible, pero no lo es”. Tras pedirnos que nos pongamos a la obra, reproduce una frase de Guillén : “Paz, queramos paz”. ¿Pero alguien duda de que la queremos? A uno le entran las ganas de repetir el viejo “si vis pacem, para bellum”. No porque la vayas a armar, sino porque te la van a armar. La realidad es que ya la han armado. Es muy triste; así es de triste la tozuda realidad.
De charco a charco, como sucede con los puentes de La Oca, García Margallo se mete en el complejo mundo de la financiación. Nos describe muy bien el sistema existente, hecho de impuestos propios (tan numerosos como poco productivos), de impuestos cedidos (los verdaderos impuestos autonómicos) y de impuestos compartidos (los más “rentables”, en los que el Estado recaudador aparece como el malo de la pelicula y la comunidad que los aplica, como la chica rubia o el bueno). Y alude a continuación a los “pecados” del sistema actual. Lo deja, con toda razón, como un trapo, con argumentos que cualquier lector compartiría.
Una vez repuesto, sienta las bases que ofrece para un nuevo sistema de financiación. Hay aspectos que sobrecogen; otros que hielan. Todo parece flotar sobre la idea de que no importa el contribuyente, sino la supervivencia lujosa de las comunidades autónomas. Todo está montado sobre la idea absurda de falsa federalidad que implantó la constitución (que yo voté, claro). Pero la idea de la eficiencia no aparece.
Siguen los charcos: el de ahora centrado en el independentismo catalán. ¿O secesionismo? Porque nadie se ha metido a aclarar a la gente el alcance de estos términos. Sinceramente, es un tema auténticamente manoseado y manido. Hay que agradecer a García Margallo que refleje en su libro ordenadamente la evolución histórica de este “problema”; recordarla otra vez nunca está de más. Pero uno siempre se acuerda de la ocasión en que unos defensores de la independencia de los territorios vasco-franceses fueron a exponer sus pretensiones a Raymond Poincaré. El presidente francés los escuchó y, cuando terminaron, se levantó, abrió la puerta y exclamó: “pas d’histoires, monsieurs”. Que recordemos, no hay problemas ahora en los Bajos Pirineos.
La cuestión catalana sigue absorbiendo la atención de García Margallo. Y lo hace positivamente aportando una serie de consideraciones sobre la viabilidad y posibilidad de una secesión catalana. Repasa los grandes problemas que supondría, y que él conoce perfectamente, de acomodo dentro de la Unión Europea y, más generalmente, de la comunidad interncional.
Aunque no nos lo diga, sabemos que al final todo termina en el grito “Espanya ens roba”. Nos dice el libro que “la balanza fiscal es simplemente la diferencia entre los ingresos aportados por una comunidad autónoma   … y los gastos e inversiones realizados en ellos por parte del Estado”. El propio autor señala lo problemático que es establecer esa balanza. Por cierto: desconfiemos siempre cuando aparece la palabra balanza, sobre todo cuanto cada uno tiene la suya y habla de ella. García Margallo expone cuidadosamente todo lo que se refiere a esas balanzas fiscales, empezando por las distintas fórmulas de cálculo: la asentada en el flujo monetario y la que lo hace en la idea de carga-beneficio. Pues bueno: nunca está de mas sabr cosas.

El capítulo 16 abre una cuestión candente: la reforma de la constitución. Se da por necesaria, pero limitada y prudente. Hace unos días los “padres de la constitución” que aún viven nos indicaban que no era el momento. “Hoy no toca”, que diría Pujol. Por descontado una constitución no es una lex perpetua, pero cuando se abre el melón hay que saber para qué se abre y por donde se le abre. Margallo con su afición a la triple vía, abre la referencia a los defectos de diseño, los de funcionamiento y los sobrevenidos. Y con su seny (aunque no sea catalán) reitera: “Lo repito una vez más: abrir el melón de la reforma constitucional reclama una cierta labor pactista previa del más amplio espectro político (y social) posible”. Margallo olvida un invento de hace bastantes años: las líneas rojas. Bueno, no lo olvida, pero sigue creyendo en los milagros: “Para eso están los líderes políticos cuando toca escribir Política con mayúscula”.
A partir de ahí, García Margallo se lanza a diseñar lo que sería un cambio de la constitución. Al hilo de ello, deja caer sus ideas. Personalmente creo que la posibilidad de una modificación de la constitución es muy lejana. Y lo es porque aterroriza. A los españoles se les ofrecerá, en el mejor de los casos, un refrito consensuado, ajeno a sus aspiraciones. Si ahora no hay buena voluntad, ¿la abría por cambiar la constitución?
José Manuel García Carballo es víctima de pasiones contrapuestas: salvar la unidad de España y lograr un equilibrio político. Uno coincide fundamentalmente con todas sus opiniones, pero encuentra en ellas un atisbo de buenísmo, de fe sin raíces, de esperanza sin sentido. Uno de acuerda de Pinto y de Valdemoro. Pero hay que alabar en todo momento que no parece enredarse en proclamaciones etéreas, sino que, artículo a artículo, expone como se plasmaría lo que él piensa en una hipotética constitución. Una que, tristemente, nunca será.
Léanlo: vale la pena. Una ducha de optimismo no viene nunca mal. Lo de menos son mis opiniones. Son de usar y tirar. Como todo o, perdón, casi todo.

“Por una convivencia democrática. Una propuesta de reforma para adaptar la constitución al siglo XXI” ()432 págs.) es un libro escrito por José Manuel García Margallo., con la colaboración de Fernando Eguidazu y fue editada por Planeta en 2017, Tiene una presentación que lleva a cabo el exministro Josep Pique, y un epílogo que firma Alfredo Pérez Rubalcaba.