jueves, 29 de agosto de 2019

José Luis Comellas : “Historia sencilla de la Ciencia”.


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¿Estamos ante un historiador o ante un astrónomo? Porque José Luis Comellas García-Llera, coruñés, es ambas cosas, aunque se tiende a considerarle profesional de lo primero y aficionado a lo segundo. Consideremosle ahora como un divulgador.

¿Es fácil escribir “historias sencillas”? Más aún: ¿es posible? Es lo que me pregunto cuando comienzo la lectura de este libro; una lectura y amable en todo caso. Toda historia o es complicada o es simple historieta. Y este libro es historia, que difícilmente puede aspirar a la sencillez, salvo confundiendo ésta con la brevedad. Quizá sea ésta la única objeción grave que puedo dirigir a este libro que, en ocasiones, parece ser una estantería sobre cuyas baldas podemos ordenar nuestros conocimientos

La ciencia se ha sido integrando con los avances realizados por personas concretas. El libro nos trae el recuerdo y el nombre de los más importantes. Aquí pretendo seguir otro camino, prescindiendo en la medida de lo posible de esos nombres, por otra parte, de sobra conocidos por todos. Va a ser como considerar que la historia de la ciencia es solamente el resultado de todas esas personas, que, sin pretenderlo, van estableciendo nuevos caminos a la humanidad.

El hombre no es creador. En unos casos es descubridor de lo que la naturaleza esconde; en otros, es inventor que aprovecha lo que la naturaleza encierra potencialmente. La ciencia termina así siendo conocimiento y aprovechamiento de lo que la naturaleza tiene y está a nuestro alcance.

José Luis Comellas estructura su historia ajustando la historia de la ciencia a la trayectoria de la humanidad. Pero ¿qué es ciencia? Varias páginas se dedican al intento de definirla, aunque únicamente se llega a un cierto relativismo, histórico o no, en el que no falta una cierta propensión a hacer de la ciencia un reflejo del perfeccionismo tecnológico. ¿Podemos confundir la ciencia con los grandes avances que Comellas destaca como el invento del arco y las flechas, la utilización, el mantenimiento o la generación del fuego, la rueda, la numeración... tantas cosas? Él, en el fondo, no lo confunde y lo prueba la escasa atención que en el libro presta a los imperios orientales (Mesopotamia, Egipto, China) y clásicos (Grecia, Alejandría, Roma), para remansarse en la oscuridad medieval. La luz vendrá de mano de la ciencia, tan distinta de la cultura.

La Alta Edad Media, los tiempos oscuros, se nos ofrece como una época peculiar en la que Europa, y con ella Occidente, decae y se oscurece, mientras el imperio islámico de reciente creación florece. Un florecimiento un tanto peculiar porque en realidad los árabes son más bien transmisores de descubrimientos ajenos, indios o chinos fundamentalmente. Una función que más adelante cubrirá la Escuela de Traductores de Toledo, cuyas dos etapas distingue bien Comellas. La Baja Edad Media traerá importantes adelantos en medicina, navegación y, sobre todo, las universidades y el neto desplazamiento de lo eclesiástico, sustituido por la mayor presencia de lo civil.

De la Edad Media se salta al Renacimiento con su carga de humanismo, sintetizada en la profunda fe que el hombre adquiere sobre sí mismo. El descubrimiento de América, la invención de la imprenta, la revolución copernicana y la reforma del calendario serán los únicos jalones sobre los que Comellas se solaza. Prima la nueva visión sobre los hechos y la revolución es más espiritual que material.

Causa cierta sorpresa el tratamiento que se ha da al siglo XVII. Un tiempo en donde el hombre parece meditar la realidad descubierta. Por esa razón no son tanto los inventos como los científicos los que empujan a Comellas a referirse personajes de tanto peso como Descartes, Newton. Galileo, Torricelli, Leibnitz, Copérnico, Kepler, Napier… No es un siglo de descubrimientos, sino de esclarecimiento y definición de principios que permitirán el avance futuro de la ciencia. Sus aventuras y curiosidades son descritas de forma que a uno le atrae poderosamente. Bien descritas sus vidas, basta muchas veces la simple referencia a sus descubrimientos para que resultan suficientes, dada su vigencia en la ciencia moderna.

Comellas nos pinta el siglo XVIII como un remanso relativamente pacífico que coincidió con un avance en el campo económico y de la técnica. “Un siglo particularmente amable en que las cosas marchan bien”; justo lo preciso para, como mito, surja la noción de progreso en la que se afana la sociedad y el poder. Surgen las instituciones y la Enciclopedia, pero no hay grandes nombres que traigan auténticas revoluciones en las ciencias; sólo hay un progreso pausado y continuo. Si algo destaca en este siglo es lo que Comella denomina triunfo de las ciencias naturales. No en balde ”el viaje se convirtió en una especie de deber de las clases cultas”.

La Ilustración marcó una etapa especial y maduró a lo largo del siglo XVIII. Comellas nos va a ofrecer una explicación: “el siglo XVIII fue más bien pacífico” y añade que “fue un siglo particularmente amable, consciente de que las cosas marchaban bien. Quizá por eso mismo el progreso se convierte en un mito”. Interesa aumentar los conocimientos y para ello las academias sustituyen a las universidades y se hacen apetecibles a las clases altas. Se ensalza la Razón y se inventa. Pero, por ese mismo, no hay grandes personalidades que citar como revolucionarios de la ciencia.

Como en una obra teatral, el siguiente acto cambia de escenario. Llega la Revolución y el cambio de Régimen en lo político: ¿tendrá su resonancia en lo social donde la nobleza es sustituida por la burguesía? ¿Qué influencia tiene ello? Pues simplemente que surge la idea del capitalismo que traerá consigo una atención desmedida a las ciencias como camino para lograr mayores márgenes y ganancias. Lo que conduce a la “asociación, buena o no, pero casi siempre indispensable, del inventor y un socio capitalista”, en el libro se evidencia ello en la referencia a los grandes progresos que se realizan con una pretensión práctica y económica como la máquina de vapor (Watt), el barco de vapor (Fulton), el ferrocarril (Stephenson)

Termina ese siglo dando paso al ya muy próximo siglo XIX, revolucionario en lo político y en lo social. En lo político la Revolución francesa marcará el triunfo de las ideas de la Ilustración, y la irrupción de los nacionalismos, tan románticos ellos. En lo social, todo se centra en la aparición de una revolución industrial que será posible cuando la figura del inventor se encuentre con la del socio capitalista. Importa más la aplicación práctica de la ciencia que la formulación teórica de sus principios. Así destacarán los inventos que se producen con la utilización del vapor, la innovadora tecnología textil, el uso de la electricidad o el avance de las comunicaciones con el ferrocarril. La medicina vivió avances, entre los que destacaron la anestesia y la idea de la asepsia.

El invento y el inventor atraen la atención de Comellas. El inventor no es precisamente un científico, sino algo distinto. Cita como ejemplo a los inventores del avión, los hermanos Wright, dueños de un taller de bicicletas.

El siglo XX resulta crítico en la narración. Comellas parece distinguir dos etapas: la primera coincidente con el nacimiento y primeras décadas del siglo; y la segunda, manifestada fundamentalmente tras la segunda guerra mundial. La primera está presidida por lo que califica de angustia científica, una angustia provocada por el hecho de que las bases firmes sobre las que se creía fundada la ciencia fundamental se derrumban. “las cosas no eran tan sencillas, tan ‘explicables’ como se suponía y es preciso aceptar, por doloroso que resultara, una realidad infinitamente más compleja”. El libro se refiere en concreto a las conmociones que supusieron las innovadores teorías de Mach, Einstein, Planck y Freud. Gaston Bachelord fue quien definió esa nueva realidad como “angustia de la ciencia”, idea que recibe y acoge Comellas.

Resulta sorprendente la forma en que, como describe el libro, el mundo se sobrepone a esa angustia, no solamente socialmente, sino también científicamente. “A la actitud de angustia existencial de la primera mitad del siglo XX ha sucedido otra actitud, la posmoderna, que evita intranquilizarse por lo que no nos atañe directamente a la vida y a los intereses de cada uno”. Una especie de “etapa de transición” según algunos. Pero “las actitudes de desesperación no están ahora de moda”.

Al libro le basta con referirse al nuevo panorama que nace en la segunda mitad del siglo XX y progresa de manera increíble: los avances en la cosmología, la inesperada energía, el desarrollo de la electrónica, la informática invasora, la nueva medicina… Todo acompañado de nuevos términos y conceptos.

Concluye el libro afirmando que “la ciencia progresa, ha progresado siempre”. Pero al mismo tiempo alude a la sustitución de protagonismos en ese desarrollo y su sentido acelerado, que llega crear temor. “El endiosamiento del sabio… ha sido siempre peligroso, lo es y seguirá siendo”. ¿A dónde vamos? ¿Hasta dónde podemos llegar?

Un libro como este nunca sobra. Repasa lo que ya conocemos y nos aviva e ilumina su recuerdo; amplía nuestros conocimientos, siempre limitados; nos proporciona una visión nueva de dónde estamos, de dónde venimos y dónde estamos, gente perdida en el alucinante siglo XXI. Es su visión, claro, y por ello susceptible de críticas y disidencias, pero no es dogmático. Es como una narración con algunos subrayados, que son los que justamente interesan y atraen.

Todo fluye tranquilo y engarzado. Se puede abrir el libro por cualquier parte y leer. Las grandes figuras de la ciencia aparecen humanizadas y con sus servidumbres, sin que se deje de resaltar la importancia de sus descubrimientos o pensamientos. O sea, un libro entretenido, cómodo y amable, al que no es necesario prestar un especial esfuerzo de fe, como a tantos les sucede.

“Historia sencilla de la ciencia” (318 págs.) es un libro del que es autor José Luis Comellas, publicado en su segunda edición en 2009 por Rialp, tras la primera de 2007.


viernes, 23 de agosto de 2019

Antonio Socci : “El secreto de Benedicto XVI. Por qué sigue siendo papa”.


La figura anciana de Benedicto XVI induce a compasión en ocasiones, sobre todo cuando se le aprecia su actual dificultad de movimientos. Es por otra parte la figura de un pontífice que renuncia a su cargo y que da paso a la más que difícil sustitución de un alemán por un argentino. Pero precisamente es lo que este libro viene a cuestionar: ¿ha renunciado realmente al papado? Uno diría que sí, pero Socci afirma que no y examinar los argumentos que aduce para ello es uno de los atractivos del libro ¿Convencen?
Antonio Socci es un periodista italiano, nacido en 1959 por lo que, llegado a la barrera de los 60 años, debe concedérsele una cierta madurez o consolidación de pensamiento. Ha trabajado siempre en el campo de la prensa, aunque posteriormente también ha colaborado en espacios televisivos y en centros de enseñanza como la Escuela Superior de Periodismo Televisivo de Siena, que dirige. Es autor, al día de hoy, de unos 15 libros, centrados en temas religiosos, en donde deja constancia de un sesgo pesimista y apocalíptico. Es además el alma mater de un blog: “adelantelafe.com”. Adelantemos que se refleja él una clara oposición a Bergoglio; para salvar mi intento de ecuanimidad, podemos citar otro que tiene el sentido contrario “yorezoXelpapa.com”. Ambas ofrecen un reflejo curioso de la realidad de la Iglesia dividida en los momentos actuales.
En todo caso hay que convenir en que Antonio Socci es apasionado. Y hay temas en los que se puede estar convencido, pero hay que evitar el apasionamiento, porque éste oculta muchas veces la convicción acertada.
El libro se inicia con esta frase: “La santa Madre Iglesia se encuentra ante una crisis sin precedentes en toda su historia”. Dos párrafos adelante indica: “El módulo del drama, más amplio y profundo, es la crisis de credibilidad del papado de Jorge Mario Bergoglio, origen de una inmensa confusión entre los fieles y el inminente riesgo de desviaciones de la doctrina católica que podría llevar a la cristiandad a la apostasía o el cisma”. Y añade poco más adelante que esta amenaza “afecta también a la sociedad entera”. Uno agregaría: a la occidental. ¿Estás todavía ahí o no?
A partir de ahí, Socci va a defender “el sacrificio eucarístico cotidiano” como el exorcismo que tratará de impedirlo. Y abunda la referencia a “la falta de fe, del modernismo y la apostasía que invaden incluso el mundo eclesiástico”. No falta la expresión que define la nueva situación geopolítica: “una globalización neocapitalista que es ideológicamente anticatólica”.
La cosa la remonta al Edicto de Constantino del 313. Que derivó en “la contaminación imperial, es decir, la herejía arriana”. Fue el pulso de siglos entre el César y Dios, tan mal representado tantas veces. Pero Socci coloca su mirada, lo que se agradece, en el momento más próximo. ¿Qué dice que ha sucedido? Porque la Iglesia Católica y el papado resistieron los embates luteranos, las presiones napoleónicas, logró en definitiva lograr una posición política que ”la protegiera en su misión de evangelización y santificación, sin desnaturalizar su doctrina, su misión y su identidad. La cosa acabó tras la segunda Guerra mundial.
El libro indica que de 1945 a 1990, la Iglesia tuvo la protección de los Estados Unidos, que la consideraban un “muro fundamental” en la guerra fría. Cuando llega la caída del comunismo en Rusia, acaba esa especial protección. Si se mantuvo algún tiempo más que la democracia cristiana italiana fue gracias al carisma de San Juan Pablo II. Éste “se negó a transformarse en una capellanía de la Casa Blanca”. Criticó incluso la guerra de Irak emprendida por Bush jr. Socci expone con claridad: “Después el juego se volvió más duro. Con la presidencia de Barack Obama / Hillary Clinton en continuidad con las presidencias de Bill Clinton de los años noventa se impuso a escala planetaria una ideología laicista disfrazada de ideología ‘politically correct’, que apoyaba la hegemonía mundial de los Estados Unidos y la globalización mundial. Así el pontificado de Benedicto XVI se convirtió en un obstáculo”.
La nueva agenda política impuesta por Obama y los demócratas supondrá “una verdadera dictadura del relativismo”. Estados Unidos pretenderán convertir la iglesia católica en algo parecido a las confesiones luteranas del norte de Europa. “Benedicto XVI era quizás el único que tenía conciencia de la situación desde el comienzo de su pontificado”. Cuando en la misa primera de su pontificado dice “Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos”, Socci se pregunta ¿Quiénes son los lobos?
En el libro se detalla minuciosamente la forma en que Benedicto XVI anticipó el análisis de que sucedía en el mundo. Obama recreó la imagen de una Rusia beligerante, alentó las primaveras árabes y cooperó con las revoluciones de colores, tratando de que incluso prosperaran en el seno de la Iglesia. Ante todo ese acoso hay que pensar que Benedicto XVI dimitió acosado. Socci lo niega terminantemente. El propio dimisionario declaró que “la suya fue una decisión libre”, “nadie intentó chantajearme
Sigue después una serie de consideraciones sobre cuestiones geopolíticas, demasiado complejas para ser aquí expuestas, pero que se sustancian en la oposición, un tanto artificial, creada entre los EEUU y Rusia. Fruto de ellas es el intento de debilitar la Iglesia ortodoxa rusa, con la que Benedicto XVI, por su parte, intenta mantener una correcta relación.
Una vez descrita la situación en la que se encuentra la Iglesia, atacada y en parte dividida, Socci abre una segunda parte con el sugerente título: “Lo que no se entendió: Benedicto Papa para siempre”. Y se centra en las palabras de despedida del 11 de febrero de 2012 para preguntarse  ¿Realmente dimitió del papado, volviendo a los que era antes, como hizo Celestino V? ¿O se puede considerar que lo suyo fue un retroceso táctico por una cusa de fuerza mayor?”. La contestación de Socci es clara: “su intención… no era la de no ser ya papa”. Y aquí nos ofrece una serie de argumentos en favor de esa tesis, incluyendo no obstante a palabras de Benedicto XVI en que éste alude a un “para siempre”. Lo que supera distinguiendo a una “separación entre ministerio activo y ministerio contemplativo”.
En favor de la tesis, el libro alude a los “episodios simbólicos que alimentan la persuasión de que tenemos que lidiar con dos papas”, pese a que Bergoglio repitió que “Hay un sólo papa”. Los argumentos no son decisivos, siendo el más importante la institución del título de “papa emérito”. Uno se fija, sin embargo, en la palabra persuasión que ha utilizado el autor anteriormente; son muchas las disquisiciones que lleva a cabo y los testimonios y criterios que invoca, pero sobre todos ellos parece pesar la persuasión de que sólo Benedicto XVI desde su posicion de papa emérito es el único capaz de salvar la Iglesia, porque se ha reservado “la esencia espiritual del ministerio petrino”. Los argumentos que aporta Socci conmueven por su fe y encuentran su apoyo en esta frase aportada por Muller, Gänswein y Seewald: “el paso que di no fue una huida, sino justamente otro modo de permanecer en mi ministerio”. Aunque no se oculta la de Hans Küng, su tradicional enemigo: “ Ahora está claro que la dimisión pone en marcha la desmitificación del misterio pontificio”.
¿Dónde radica el poder de Ratzinger?. Simplemente en la oración. Añade el libro la referencia a los numerosos escritos y libros donde ha dejado la impronta de su pensamiento. Sigue defendiendo la Santa Misa y la Eucaristía, hoy cuestionadas. Las relaciones con Bergoglio son objeto de un peculiar análisis, no precisamente favorable al segundo.
Hay dos temas, quizá un tanto marginales, en los que Socci se sumerge y refocila: la tercera profecía de la Virgen de Fátima y la profecía de San Malaquías. El autor del libro es un estudioso, y por consiguiente experto, de los mensajes de la Virgen de Fátima, especialmente, en el tercero, destinado al conocimiento del Papa y hoy más o menos revelado. Dedica páginas a defender su contenido y a mantener la realidad de las amenazas que contiene. Bueno, amenazas o anuncios, dependiendo de la forma en que se les mire. En mi modesto juicio deben tomarse, a lo sumo, como admoniciones intemporales. Las indicaciones que pudieran hacerse en tiempos de la primera guerra mundial (es decir, europea entones) o cuando triunfaba la revolución marxista rusa, ha seguido siempre aplicables en tiempos posteriores, pero siempre acomodadas a las contingencias de cada época. Pero la idea de Socci merece todo respeto.
Por lo que a la profecía de San Malaquías se refiere, uno siempre ha sentido un especial afecto y una cierta atracción por la profecía de San Malaquías. La conocí en la segunda parte del antiguo bachillerato. Era contundente y aparentemente clara. Asustaba al todavía escolar. El mensaje que se recibía es que quedaba sólo un corto número de papas representados por unas divisas progresivamente ambiguas. Pero pasaron Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y nos encontramos en la última divisa, la de “Pedro Romano”. La gente se resiste a que llegue realmente el fin: llueve, pero escampará. Y hablan, no del fin del mundo, sino de la desaparición de la idea actual de la Iglesia, o la misma del Papado. En el libro se da cumplida información sobre las génesis de la profecía y de los ataques y defensa de que ha sido objeto, explicaciones marginales incluidas. Y nos enfrentamos al final a la correspondencia de Pedro Romano con Bergoglio.
Siempre, como fondo del libro, está la razón de la renuncia de Benedicto XVI para limitarse a escribir rezar por los jardines. La gran razón es la de estar la Iglesia en “la hora de las tinieblas”. Algo que parece extenderse en todo el mundo. El salvador: Ratzinger desde su “emeritez”. El remedio: la oración. Uno es más pesimista. Volamos sin piloto. Un libro para caminar con ideas propias, inmunes a sugerencias ajenas. Porque también el mismo libro habla con ideas propias.
“El secreto de Benedicto XVI. Por qué sigue siendo papa” (… págs.) es un libro escrito por Antonio Socci y publicado por Mondadori en Italia en 2018 y, traducido al español por Homo Legens

martes, 13 de agosto de 2019

Mariano Ribón Sánchez : “Verdades y falsedades sobre el cambio climático.”


Sorprende que un libro concluya con este párrafo: “Es muy difícil creer que sean los asistentes los que pagan los elevadísimos honorarios que cobra Al Gore por sus conferencias. Todo parece indicar que lo hacen organismos interesados en que se acepten sus teorías o empresas relacionadas con la generación o comercialización de energías verdes.” Más claridad es imposible, ¿o no? Porque en el párrafo que le precede afirma: “Los medios de comunicación, en su práctica totalidad, aceptan como dogmas de fe, sin comprobarlos en absoluto, sus más que dudosos argumentos”. Hablamos claro, del cambio climático, eso de que nos hablan constantemente y de forma cansina las televisiones, los periódicos y las fuentes de información de las en teoría nos alimentamos. Hoy mismo las televisiones españolas nos han avisado de la necesidad de reducir el consumo de carne para evitar el metano que acompaña las flatulencias de las vacas. Y de que Alemania, dando ejemplo, ha elevado sustancialmente el IVA aplicable a las ventas de carne. Ya se sabe por dónde pasa el Pisuerga…
¿Quién se atreve a decir estas cosas? Debo confesar que no conocía nada de un pilarista ingeniero de caminos, canales y puertos llamado Mariano Ribón Sánchez, que tiene un curriculum variopinto que ahora no vamos a repasar, pero en cuyo intento de búsqueda encontré una entrevista realizada en Intereconomía y que espero que siga en la dirección <https://www.youtube.com/watch?v=BpIG-p7r4C4>. En esa entrevista nos descubre más de él de lo que pudiera haber hecho cualquier referencia a su biografía profesional. Por ejemplo: el tener como supremo placer el de pensar. Lo que no tiene como consecuencia necesaria el llegar a la verdad.
El libro se inicia con unas referencias tan breves como contundentes sobre el sol y la tierra. Aunque puedan considerarse extemporáneas resultan ser de interés porque reflejan de manera inmediata y directa la inmensidad de la naturaleza respecto de la acción del hombre, lo que en definitiva constituye el núcleo del libro: reducir a sus propios términos la influencia antropogénica del cambio climático. Al paso le sirve para recordar la poderosa influencia de las tormentas solares, o la capacidad de corrección de la propia naturaleza de sus variaciones y oscilaciones. Todo con un canto al calor, en un mundo que propende al frío.
Terremotos, glaciaciones, caídas de meteoros, derivas continentales o volcanes son fenómenos que superan con mucho la acción del hombre. Y las numerosas glaciaciones conocidas requirieron un posterior calentamiento del clima antes de sobrevenir la siguiente.
Alqo que rápidamente se despende de su exposición es que, dado que el cambio climático ha estado presente siempre, existiera o no el hombre, no hay que atribuir a éste su llamado origen antropogénico, sino pensar en una levísima posible influencia en el cambio climático reinante. Uno siempre ha pensado que, si los humanos jamás han sido capaces de impedir una granizada, una helada o una riada, pudieran “presumir” de desestabilizar el clima. Y de estabilizarlo, para hacerlo ”sostenible” como se dice ahora. Uno se asombra del grado de idiocia preciso para no reparar en algo tan simple. Actitud a la que se incorporan las Naciones Unidas que, incapaces de impedir toda clase de guerras y agresiones a la humanidad, pretenden controlar el cambo del clima.
Ribón introduce una noción tantas veces ignorada: la polución. Polución es la contaminación del medio ambiente por los residuos y desechos de los hombres. La sociedad es capaz de contaminar el medio ambiente, pero incapaz de modificar el clima provocando un cambio. Uno siempre ha pensado que, para evitar esa polución, esa contaminación del medio ambiente (que no una causa del cambio el clima) era suficiente ser algo “limpitos”. Los miembros de la pandilla que en la playa deja un montón de botellas de plástico son unos “guarros” sin paliativos, pero no están modificando el clima. ¿Conformes? Más aún: uno piensa que no pasará mucho tiempo sin que nuevas bacterias encuentren en esas botellas un alimento delicioso.
Pero vamos al libro. Está escrito con un ritmo especial: todo son pequeños párrafos o afirmaciones que recogen lo que se sabe con cierta seguridad en ese momento. Pero sintetizar lo ya sintetizado es claramente imposible, Por esa razón, la mirada de este comentario se dirigirá a las ideas o datos curiosos que el libro lanza sobre nosotros.
¿Cuál es el papel del hombre? Ribón nos dice esto: “Es muy difícil determinar, con absoluta seguridad, si el hombre ejerce una influencia significativa en los cambios de clima. En principio parece que no, ya que somos una insignificancia comparados con las fuerzas de la naturaleza.” Y nos aporta una serie de comparaciones entre terremotos y volcanes recientes con las bombas atómicas al uso. Añade un dato realmente curioso: calculando cuatro personas por metro cuadrado, toda la población mundial, de unos 6.000 millones de personas, cabrían en la isla de Menorca. Lo cual no le impide reconocer las acciones que en contra del medio ambiente lleva a cabo el hombre; muy grandes, pero minúsculas para alterar el clima. Nuestras limitaciones encuentran otro ejemplo: “Están catalogadas, aproximadamente 1.400.000 especies. Se estima que, en realidad, hay entre cinco y cien millones”. Pero Ribón indica que el hombre puede acabar con su propia especie “por su falta de racionalidad”, pero está enormemente lejos de poder acabar con la vida.
Antes de eso nos ha hablado el libro de las grandes extinciones, tachando así a las que causan la desaparición de, al menos, el 50% de las especies existentes en su momento. Se recuerdan cinco, provocando una de ellas la desaparición del 90% de las especies.  La cosa está en línea con lo que ya había leído uno: sólo sobreviven el 1 por 1000 de las especies que ha existido. Algo que, para disgusto de animalistas y defensores de la diversidad, se complementa con la afirmación de las muchísimas especies existentes que aún desconocemos. Sin contar con las que se están creando ¿O Darwin está dormido? La noticia reciente de haberse descubierto un nuevo antediluviano se completaba con la afirmación de que quedan entre 100.000 y 200.000 por identificar. Y aún siguen descubriéndose especies del “homo”. Van por unas ocho, creo.
La última parte del libro (dejando a un lado las conclusiones) es un repaso de las energías con las que cuenta el hombre. Parte de una doble premisa: que siempre necesitará energía para subsistir y que la obtención de esa energía debe ser lo más respetuosa posible con el clima. No es que lo salvaguarde, sino que no debe atentar contra él en la limitadísima medida en que lo puede hacer. Sin parsimonia alguna repasa en sucesivos apartados el petróleo, el gas natural, el carbón, la energía hidráulica, la eólica, la solar, la geotérmica, la mareomotriz, la undimotriz, la basada en las corrientes marinas, la mareotérmica, la bioenergía y, por fin, las nucleares: la fisión y la fusión. Sorprende de entrada que dispongamos de tantas fuentes de energía. El libro analizará cada una de ellas, fijándose sobre todo en su renovabilidad, su capacidad de contaminación, su costo y, consecuentemente, su rentabilidad, sus posibilidades de uso o los problemas marginales que suscita. Y nos dirá qué países utilizan unas u otras y los fracasos con que se han topado algunos de esos países.
En realidad, el libro no hace sino recoger los datos que existen sobre los cambios del clima experimentados en el pasado y actualmente. Curiosamente los cambios que tuvieron lugar hace años son más firmes que los que actualmente nos facilitan la mayor parte de los medios. Porque un apartado igualmente interesante es el dedicado al nacimiento y desarrollo de las ideas sobre el cambio climático, centradas desde un principio en el efecto invernadero agudizado por determinados compuestos químicos. El Protocolo de Kyoto es su libro sagrado y su ministro el IPCC. Todo empezó con el “Objetivo Toronto” de 1988. Dos organizaciones de la ONU encargan a un tal Bert Bolin preparar una simulación por ordenador de un posible cambio climático. Bert Bolin, experto en informática, contrató a 300 expertos (en informática, claro, como exigía el encargo) y fundó el “Panel Internacional del Cambio Climático”, el llamado IPCC. Añadamos lo que nos aporta Internet en la Wikipedia “El IPCC no realiza investigación primaria, ni monitoriza el clima o fenómenos relacionados por sí misma. En su lugar, evalúa la literatura publicada, incluidas las fuentes revisadas por pares y las que no”. Algo que se evidencia cuando en el informe de 2018 (posterior al libro) eleva la probabilidad del calentamiento a la casi total seguridad, y el nivel del calentamiento de 1,5º a 2º. ¿Cómo se explica cambio tan profundo de la opinión de los expertos en apenas unos años? No es una pregunta/contestación difícil. Por lo demás, el Protocolo de Kyoto, rechazado por los grandes emisores, ha dado lugar al comercio de emisiones, en el que se compran y venden permisos de contaminación.
Uno echa en falta que en libro no se haga referencia a la ligazón que se ha creado ente la obsesión por el cambio climático y otras manifestaciones actuales, tales como el feminismo radical, el animalismo visceral, los incontrolados movimientos migratorios y otras corrientes que reemplazan al marxismo que cayó junto con el telón de acero, pero que no paran de generar populismos que afectan incluso a las propias religiones. Y coincide con el autor en pensar que el cambio climático es un fenómeno habitual, natural y normalmente lento en el que la actividad humana puede tener un protagonismo mínimo y ridículo. Pero uno atribuye todo el alarmismo creado al ansia de dinero y de poder de ciertos individuos. Eso sí que suele ser antropogénico. ¿O no?
En estos momentos, cercana la Virgen de Agosto, estoy viendo TV3. En su telediario de la noche nos informa que en los próximos 80 años el nivel de los mares subirá dos metros. Que para el 2100 habrán desaparecido Venecia, la estatua de la Libertad, las estatuas de Rapa Nui… Tanta mentira repetida aburre. Por eso el libro descansa y relaja.
“Verdades y falsedades sobre el cambio climático. (130 págs,) es un libro escrito por Mariano Ribón Sánchez en 2006 y publicado el mismo año por Editorial Morales i Torres.