Ojeé el libro y
lo compré. Quizá eso define el perfil del autor: una manera un tanto informal
de encandilar al potencial lector. José Miguel Mulet describe su trayectoria
profesional en la introducción del libro. A lo mejor no fue tan azarosa como la
relata, aunque en todo caso parece que refleja bien las incertidumbres que
rodean al que pretende investigar en España. Aunque, a la vez, tampoco quizá
sean tantas. El hecho cierto es que, ya doctor en Química, Bioquímica y Biología
Molecular llegó a ser titular del Departamento de Biotecnología de la
Universidad Politécnica de Valencia, donde dirige importantes proyectos en
busca de plantas resistentes a la sequía y al frío. Mantiene el blog “Tomates
con genes” y colabora con medios como la SER y El País. Que tenga suerte; que
le pregunten, por ejemplo, a Fleming si la suerte también investiga.
Mulet muestra
un doble aspecto de desenfado: por una parte, escribe con soltura, mezclando
(en el caso de este libro) temas y materias absolutamente diversas dando con
ello un aire peculiar a lo escrito. Por otra parte, es tan osado como para
criticar las teorías en boga que tratan de erosionar la moral de la gente: en
sus libros no le importa referirse a los alimentos transgénicos para alabarlos,
ni a combatir la fama reverencial atribuida a los productos naturales. Pero el
desenfado no acaba ahí.
Cuando se entra
en lo que propiamente es el libro, Mulet recorre con ese mismo desenfado una
serie de temas. A medida que lo recorremos vamos teniendo en un primer momento la
falsa sensación de que estamos teniendo presente como protagonista al cine.
Aunque no nos hubiéramos dado cuenta, parece que Mulet pretende hablarnos de
series y películas, de casos criminales famosos y parece incluso que, de paso, se
refiere a los medios que los forenses tienen para descubrir crímenes. Pero esa
dimensión forense es la que prima y vertebra el libro.
Se refiere
inicialmente a los problemas de identificación de las personas. Como en todos
los casos, va a partir de los limitados recursos con que históricamente se
contaba para llegar a los que ahora la técnica actual ofrece. En épocas pasadas
únicamente se contaba apenas con la fotografía, la dactilografía o el
bertillonage o descripción del individuo, que no obstante conservan su eficacia
en determinados ámbitos. El testigo siempre fue un medio tan importante como
dudoso, y eso tiende a ser superado con las técnicas forenses. Por encima de
ellas, siempre será el juez quien tome la decisión final no, por ejemplo, la
presencia de insecto o un determinado rasgo genético del ADN.
El libro
adjudica el segundo acto a la identificación de los cadáveres, o, mejor, al
proceso de deterioro de un cadáver. Como Mulet ha presumido en todo momento de
hablar de ciencia forense, la realidad es que, efectivamente, aquí no ofrece un
cuadro claro de la evolución de cadáver. Parte de lo antiguo: la momificación;
y aclara que solo se produce naturalmente en ambientes cálidos y secos en los
que la deshidratación se adelanta a la putrefacción. Es lo mismo que sucede —nos
aclara—
cuando una pierna de cerdo se convierte en un jamón. Esta referencia
refleja el espíritu de desenfado de Mulet, que no olvida sin embargo señalarnos
que la conservación del cadáver se produce también con la congelación, la
corificación y la saponificación. Y recuerda las fases primarias del “algor
mortis”, el “rigor mortis”, el “livor mortis” y la deshidratación.
Como complemento
de lo anterior, Mulet nos presenta una “encantadora” descripción de una
autopsia que presenció. La realidad es que nunca he tenido una visión más
exacta (aunque fuera tan personalizada y, perdón, revulsiva) de lo que es una
autopsia. La descripción legal no basta. La técnica, no es expresiva. Si quiere
conocer lo que es una autopsia en la práctica, lea la descripción de a pie que
no ofrece Mulet.
Cuando los
líquidos y los gases desaparecen quedan los huesos, otra fuente de información
para los forenses. Hasta tiene una serie
la TV que se llama “Bones” y una especial ubicación en la nueva antropología
forense. En unos dos años o tres el cadáver es esqueleto y los huesos son “notarios incansables o amantes rencorosos”,
que incluso pueden resistir la pulverización o la incineración (tres kilos de cenizas).
Pero antes, el hueso nos informará del sexo, la raza, la altura, la edad o el
tipo de vida del titular.
La genética
forense trajo la revolución. Hay que echarse en brazos del ADN, “una prueba muy valiosa que nos permite individualizar
una muestra, es decir, asignarla inequívocamente a una única persona”. Resulta
imposible hacer una mínima referencia a la información que se nos aporta sobre
el ADN, su detección, los procedimientos de análisis, los problemas que plantea.
No se ocultan los peligros existentes en su manejo descuidado y en los
problemas éticos subsiguientes. Del ADN cromosómico se salta la DNA
mitocondrial, abriendo nuevos espacios de investigación.
En un momento
dado, Mulet desataca que la ciencia forense no ha hecho sino aprovecharse de
los avances técnicos logrados en otras áreas. Típicamente sucede con la
toxicología forense. Se entra ahora en el mundo de los venenos, es decir de los
crímenes por envenenamiento. Continuar por el recorrido por lo biológico nos
lleva a la atención prestada por Mulet a la sangre y sus manchas, su identificación.
Aquí vuelve a apreciarse la clientelinación de los avances de la medicina con
el descubrimiento de los grupos sanguíneos. En el camino se resalta la necesidad
de no alterar lo más mínimo el escenario del crimen. Es un simple recordatorio
del famoso principio de Locard sobre intercambio de datos.: “en cualquier contracto te llevas algo y te
dejas algo”
La zoología
forense es un tema tan fascinante como repugnante: “para un insecto, un cuerpo es como una enorme fuente de comida gratis”.
Y en efecto, así es: primero alguna mosca, en cuanto puede, dejará sus huevos
en las partes más accesibles. Cuando las larvas crezcan y engorden, aparecerán
los insectos carnívoros que las devorarán, y cuando cumplan su desarrollo entrarán
en fase de pupa y eclosionarán.
A esta entomología
forense, Mulet indica que “hay que poner
un poco de agua al vino”. La información que puede ofrecer llega únicamente
a fijar el momento del crimen con un reducido margen de días. Tiene dos limitaciones.
La primera es que “la biodiversidad de insectos
es brutal. Hay millones de especies de insectos”. Nos cuenta que “en el metro de Londres hay razas de insectos
propios de cada línea y posiblemente en los metros de Madrid, Barcelona y Valencia.
La segunda limitación es que los insectos son animales de sangre fría y por
tanto su presencia solo será apreciable cuando la temperatura lo permite. Ante
esas limitaciones algo aportan los insectos con el “apetito voraz” de sus larvas cuando comen carne contaminada; a eso
se llama “entomotoxicología”. De eso se salta a la “palinología forense”: ahora
son los granos de polen los que proporcionan información.
Agotado el
mundo de lo vivo se salta al de lo inerte: la química forense. A nivel atómico
y a nivel molecular. El papel central lo van a ocupar los sistemas de detección
utilizados, especialmente la espectrografía en sus distintas manifestaciones. Naturalmente,
antes hay una referencia obligada a las tierras y los enterramientos. Con ello se
llega el material de desecho: la escuela fisonómica de Lombroso, las hipnosis y
los videntes, ideas por la que Mulet no oculta su desprecio. Y los escollos
existentes para ciertas técnicas como la deficiente utilización de las
matemáticas y la estadística, los detectores de mentiras o la identificación de
la voz.
Cuando inicia
su epílogo, Mulet nos indica: “Estimado
lector, hasta aquí hemos llegado. Espero que te hayas divertido en las páginas
anteriores cuando te he contado la historia y las aplicaciones de la ciencia
forense entremezcladas con casos reales y películas y series de ficción”.
Queda así patente su propósito al escribir el libro, pero ¿es cierta su esperanza?
¿Divertido? A medias, porque el libro también enseña cosas y adelantos que se
han desarrollado muy recientemente y que abre los ojos a un futuro apenas
imaginable.
Hay explicación
para la continua relación que existe en el libro entre los crímenes reales y
los de la ficción. “La historia de la
ciencia forense no se entiende del todo sin la historia de la novela policiaca
o del género negro”. Aparecen citados los casos de Julio Verne, Mark Twain
y Agatha Christie.
Abordar el tema
de la criminología forense no es fácil. El autor nos acusa: “El mal nos atrae. No lo reconoceremos, pero
nos da morbo”. Al mismo tiempo nos recuerda que “la mayoría de los ciudadanos reconducimos esa fascinación por el mal y
el crimen con la ficción”. El escenario de un crimen suele ser pavoroso,
pero nosotros vivimos la edulcorada ficción en la serie CSI (“Crime Scene
Investigation”) y sus secuelas, para satisfacer la curiosidad y el morbo
simplemente. Pero Mulet nos absuelve: somos casi todos buenos; y nos aconseja
no meternos en malos caminos. “Espero que
después de leer estas páginas, si tienes la peregrina idea de cometer un delito
o matar a alguien no lo hagas. Mejor vete al cine o cómprate un libro. Y no te
lo digo por mí, sino por ti”.
¿Cómo sería
este libro si no existiera esa continua alusión a casos reales o películas o
series de ficción? Al menos, truculento. Probablemente, escasamente atractivo.
Pero esa permanente conexión de los tres mundos le aleja de esos calificativos,
agregando la naturalidad en las expresiones, algo a no olvidar en ningún
momento.
Si el autor
pretendía divertir al lector, a mí, adicionalmente, me ha enseñado y entretenido.
Que no es poco.
“La ciencia en la sombra” ((268 págs.) es un libro
escrito por José Miguel Mulet en 2015. Se publicó el año siguiente por
Ediciones Destino en su colección Imago Mundi, como volumen numero 282.