Adolf Tobeña es
un catedrático español de Psiquiatría y Psicología médica de la Universidad Autónoma
de Barcelona. Además de su actividad académica ha repartido su atencion entre
la investigación y la divulgación, dos actividades en cierto modo
complementarias. Su libro “Neuropolítica” escapa un tanto de ambas categorías,
aunque no las abandone, ya que quizá es demasiado libre para ser investigación
y demasiado profundo como divulgación. Tiene, sin embargo, el aval de ser autor
de más de 16 libros y unos 200 artículos. Amén de colaboraciones, premios, distinciones
y cosas parecidas.
El término “Neuropolítica”
no es nuevo; es uno de los tantos conceptos que con vocablos más o menos
acertados se utilizan actualmente. Digamos que, frente a una definición como la
de Wikipedia: “rama del conocimiento que investiga
las implicaciones de la neurociencia en el ámbito de la política”, cabe
decir que estamos ante un híbrido del estudio del cerebro con su carga genética
y del estudio de las corrientes políticas. Sucede que Tobeña tiene
conocimientos amplios en el primer campo y una especial libertad de expresión
en el campo de la política.
¿Cuál es la
tesis mantenida en el libro? Aun a riesgo de ser simplificador en extremo
diríamos que es la de acabar con la filosofía política. Ya en la parte final de
su obra, Tobeña insiste en que la filosofía va reduciendo sus pretensiones
explicativas. Quedan los reductos de la filosofía del saber y la filosofía
política. Incluso la primera está en vía de retirada a la vista de los avances
de la neurociencia. La segunda debe seguir ese camino de la retirada. La
conclusión del libro es terminante: se abusa de las concepciones políticas, se
adultera el manejo de las grandes palabras, se promete lo inalcanzable, se
planean soluciones y fórmulas definitivas… Todo conduce al totalitarismo más
simplón y letal. Tobeña afirma cuando concluye casi el libro: “me atrevo a proponer la jubilación
progresiva de las tareas y lo encargos encomendados hasta ahora a la filosofía política.
Sus aproximaciones… han resultado yermas o demasiado costosas. Todas ellas sin excepción.
Porque todas ellas, en definitiva, aspiran a la virtud, a la armonía, y a la
perfección social plena. Cotas inaccesibles para los humanos”.
Una de las
ideas abordadas es la existencia de una base neural para la aparición de
tendencia políticas en el individuo. Se trata de una exposición densa y documentada
la que se nos ofrece Tobeña. Al final de sernos expuesta una experiencia
pionera se nos dice: “En pocas palabras,
ser de izquierdas o de derechas estaba relacionado con los procesos de escrutinio
neural de los errores cognitivos”. Más adelante se señalará que el conservadurismo
“se asocia a una mayor respuesta espontánea
de sobresalto palpebral ante las amenazas, cuya modulación es preferentemente
amigdalar”. O que el progresismo se “asociaba
a un mayor grosor de la sustancia gris en el cingulado anterior”. Ante este
tipo de observaciones solo se me ocurre que repetir una fase de Cantinflas: “no
se desvalorine, Don Crespi”. Y no debe desmoralizarse el lector porque, aunque
no comprenda, entiende de lo que va la cosa. Aunque baja de tono cuando se
correlacionan las actitudes políticas con la aceptación de la inmigración o el
temperamento. Mas conocido es el “síndrome del conservadurismo” que avanza con
la edad, aunque también es localizable el síndrome del progresismo.
Sentado lo
anterior, Tobeña acomete el análisis crítico de las ideas republicanas básicas:
la libertad, la igualdad y la fraternidad. Y dirá: “Voy a señalar algunas robusteces y fisuras, en cada una de esas
nociones trinitarias, como procedimiento para ilustrar la endeblez de su
montaje aparentemente roqueño e indestructible del pensamiento político”.
Comienza por la igualdad, un “estandarte preferente”, “que
ofrece una insospechada y tozuda resistencia a dejarse conquistar” y que “arrastre con tanta fuerza y constancia, generación
tras generación”. En primer término, Tobeña nos expone una serie de juegos
y experiencias que enlazan nuevamente lo neural con las actitudes personales.
Dejando eso a un lado, se enfrenta con una cuestión tan peculiar como la igualdad
de géneros, es decir, de hombres y mujeres. Y en la búsqueda de hiatos, parece
pisar varias líneas rojas. Aparte de las diferencias morfológicas, encuentra
hiatos en los temperamentos o en la longevidad. Y no los encuentra en la
agresividad (aunque la femenina sea más moderada y distinta). En suma: “los hombres y las mujeres usan unos cerebros
y unos cócteles neuroquímicos parcialmente distintos para intentar alcanzar
cotas exigentes, y, en la medida de lo posible, razonablemente parejos, en todos
los ámbitos de las cuitas y desvelos humanos, incluyendo las batallas por el poder
social”.
El segundo
elemento de la llamada “trinidad republicana” es la fraternidad. Tobeña se plantea, en definitiva, la existencia en
las personas de una tendencia a la lucha. Comienza contraponiéndola a la
actitud natural de reunirse en fiestas y festejos. A poco que se cultive, nace
la alegre convivencia, aunque, si acaba la fiesta, aun subsistirá esa empatía
que significa la fraternidad. Pero Tobeña salta pronto para volvernos a la
realidad y mostrarnos la realidad de los enfrentamientos, grandes y pequeños,
que implican la negación de la idea de fraternidad y que llegan hasta la misma
guerra. Algo que le permite recorrer extraños escenarios: las guerras civilizadoras,
la creatividad de las guerras, la tribalidad en sus distintas manifestaciones…
Llegamos al tercer
pie de la República: la libertad.
Primera en la dicción clásica, pero última en ser examinada por Tobeña que
comienza diciendo: “Con haber quedado claro
que las metas de la igualdad y la fraternidad siguen quedando muy lejanas y que
son, probablemente, inalcanzables, además de indeseables, en bastantes aspectos,
En cambio, las conquista en el ejercicio de toda suerte de libertades son sensacionales,
en michos lugares del mundo, y el progreso en ese terreno cabe calificarlo de
formidable e indiscutible”. Por fin Tobeña se muestra optimista, pero lo
hace por poco tiempo porque se apresura a destacar que existen numerosos
atentados (los que llama ”mordazas menores”, provenientes curiosamente en
muchos casos de la izquierda: recuérdense los toros), de los aumentos de
regulaciones que siguen al aumento de libertades. De ahí es fácil saltar a otra
cuestión ¿existen cerebros especialmente adictos al individualismo, mientras
otros son proclives esencialmente al colectivismo?
Tobeña se congratula
de que los límites de la libertad crecen. Pero lo hacen hasta el punto de que pretenderse
que no tiene límites en definitiva y en eso, nos dice en el libro, se equivocan.
“Aquella inmensa e incontenible
versatilidad no anula el formidable cerco de límites impuestos por nuestra condición
biológica”. Crecemos en libertad, pero debemos ser conscientes de que esta
tiene límites: “la libertad total, la volición
y la plasmación sin traba alguna, el albedrío omnímodo hay que descartarlo”.
Y esa libertad, por fortuna, ha triunfado porque ”los experimentos sociales ‘antisistema’ siempre fracasan de manera estrepitosa
cuando no trágica”. Todo termina en la existencia de paradojas: cuanto más
conocemos nuestra limitación biológica de más libertad disponemos; cuando más libertad
se logra en una sociedad democrática mayores son los controles y limitaciones
establecidos para asegurar una buena gobernanza
Cuando acaba de
comprobar que los ideales republicanos apenas tienen realidad, por mucho que
los políticos los repitan y patrocinen en sus programas, se plantea la
dificultad de elegir a esos políticos. ¿Qué cualidades deben tener? ¿Cómo
elegirlos? Se contraponen los criterios de liderazgo, profesionalidad,
rectitud. Suecia es el modelo elegido para ver las ventajas de su sistema. Pero
pronto surge de nuevo el pesimismo de Tobeña: son elementos accesorios los que
acaban decidiendo normalmente los políticos que deben dirigir la gobernanza. Se
refiere concretamente a la importancia que, de hecho, tiene la voz (Obama,
Clinton, Trump) o la apariencia física (la posibilidad de determinar anticipadamente
con cierta seguridad los ganadores a través de ella). Junto a ello el peligro
de caer el mesianismo de uno y otro signo y la tendencia a solucionar todo
culpabilizando a algo o al alguien. Dirigiéndonos contra las personas culpables,
las instituciones culpables y los hábitos culpables.
Termina el libro
exhortando una lucha que parece absolutamente necesaria. Al mismo tiempo, da muestras
de humildad atribuyendo a su contenido el carácter de simple propuesta a añadir
a las existentes. “Evitar, sobre todo,
las modalidades probablemente más corrosivas de la ideación política son las
que se apropian de los valores del andamiaje conceptual que distingue a los
sistemas democráticos, para ponerlos al servicio de agendas fraudulentas y derivas
exclusivistas”.
Estamos ante un
libro sorprendente. No es habitual encontrarse con una exposición tan
despreocupada por lo políticamente correcto. Que goce con la libertad
practicándola. No tiene una lectura fácil, pero sí iluminadora. La mayor
dificultad viene de la altura de ciertas apreciaciones sobre aspectos neurobiológicos
y del propio estilo de escribir de Tobeña que requiere, en demasiadas
ocasiones, una lectura atenta de sus asertos. Pero, junto a eso, deja
constancia de su plena actualidad, derivada de la apreciación directa del
desorden en el que vivimos.
“Neuropolítica. Toxicidad e
insolvencia de las grandes ideas” es un libro escrito por Adolf Tobeña. El
registro de la propiedad intelectual por parte de su autor se produce el año
2017. En febrero de 2018 se lleva a cabo la primera edición por “ES
Libros”.
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