lunes, 7 de mayo de 2018

Adolf Tobeña: “Neuropolítica. Toxicidad e insolvencia de las grandes ideas”.



Adolf Tobeña es un catedrático español de Psiquiatría y Psicología médica de la Universidad Autónoma de Barcelona. Además de su actividad académica ha repartido su atencion entre la investigación y la divulgación, dos actividades en cierto modo complementarias. Su libro “Neuropolítica” escapa un tanto de ambas categorías, aunque no las abandone, ya que quizá es demasiado libre para ser investigación y demasiado profundo como divulgación. Tiene, sin embargo, el aval de ser autor de más de 16 libros y unos 200 artículos. Amén de colaboraciones, premios, distinciones y cosas parecidas.
El término “Neuropolítica” no es nuevo; es uno de los tantos conceptos que con vocablos más o menos acertados se utilizan actualmente. Digamos que, frente a una definición como la de Wikipedia: “rama del conocimiento que investiga las implicaciones de la neurociencia en el ámbito de la política”, cabe decir que estamos ante un híbrido del estudio del cerebro con su carga genética y del estudio de las corrientes políticas. Sucede que Tobeña tiene conocimientos amplios en el primer campo y una especial libertad de expresión en el campo de la política.

¿Cuál es la tesis mantenida en el libro? Aun a riesgo de ser simplificador en extremo diríamos que es la de acabar con la filosofía política. Ya en la parte final de su obra, Tobeña insiste en que la filosofía va reduciendo sus pretensiones explicativas. Quedan los reductos de la filosofía del saber y la filosofía política. Incluso la primera está en vía de retirada a la vista de los avances de la neurociencia. La segunda debe seguir ese camino de la retirada. La conclusión del libro es terminante: se abusa de las concepciones políticas, se adultera el manejo de las grandes palabras, se promete lo inalcanzable, se planean soluciones y fórmulas definitivas… Todo conduce al totalitarismo más simplón y letal. Tobeña afirma cuando concluye casi el libro: “me atrevo a proponer la jubilación progresiva de las tareas y lo encargos encomendados hasta ahora a la filosofía política. Sus aproximaciones… han resultado yermas o demasiado costosas. Todas ellas sin excepción. Porque todas ellas, en definitiva, aspiran a la virtud, a la armonía, y a la perfección social plena. Cotas inaccesibles para los humanos”.

Una de las ideas abordadas es la existencia de una base neural para la aparición de tendencia políticas en el individuo. Se trata de una exposición densa y documentada la que se nos ofrece Tobeña. Al final de sernos expuesta una experiencia pionera se nos dice: “En pocas palabras, ser de izquierdas o de derechas estaba relacionado con los procesos de escrutinio neural de los errores cognitivos”. Más adelante se señalará que el conservadurismo “se asocia a una mayor respuesta espontánea de sobresalto palpebral ante las amenazas, cuya modulación es preferentemente amigdalar”. O que el progresismo se “asociaba a un mayor grosor de la sustancia gris en el cingulado anterior”. Ante este tipo de observaciones solo se me ocurre que repetir una fase de Cantinflas: “no se desvalorine, Don Crespi”. Y no debe desmoralizarse el lector porque, aunque no comprenda, entiende de lo que va la cosa. Aunque baja de tono cuando se correlacionan las actitudes políticas con la aceptación de la inmigración o el temperamento. Mas conocido es el “síndrome del conservadurismo” que avanza con la edad, aunque también es localizable el síndrome del progresismo.

Sentado lo anterior, Tobeña acomete el análisis crítico de las ideas republicanas básicas: la libertad, la igualdad y la fraternidad. Y dirá: “Voy a señalar algunas robusteces y fisuras, en cada una de esas nociones trinitarias, como procedimiento para ilustrar la endeblez de su montaje aparentemente roqueño e indestructible del pensamiento político”.
Comienza por la igualdad, un “estandarte preferente”, “que ofrece una insospechada y tozuda resistencia a dejarse conquistar” y que “arrastre con tanta fuerza y constancia, generación tras generación”. En primer término, Tobeña nos expone una serie de juegos y experiencias que enlazan nuevamente lo neural con las actitudes personales. Dejando eso a un lado, se enfrenta con una cuestión tan peculiar como la igualdad de géneros, es decir, de hombres y mujeres. Y en la búsqueda de hiatos, parece pisar varias líneas rojas. Aparte de las diferencias morfológicas, encuentra hiatos en los temperamentos o en la longevidad. Y no los encuentra en la agresividad (aunque la femenina sea más moderada y distinta). En suma: “los hombres y las mujeres usan unos cerebros y unos cócteles neuroquímicos parcialmente distintos para intentar alcanzar cotas exigentes, y, en la medida de lo posible, razonablemente parejos, en todos los ámbitos de las cuitas y desvelos humanos, incluyendo las batallas por el poder social”.
El segundo elemento de la llamada “trinidad republicana” es la fraternidad. Tobeña se plantea, en definitiva, la existencia en las personas de una tendencia a la lucha. Comienza contraponiéndola a la actitud natural de reunirse en fiestas y festejos. A poco que se cultive, nace la alegre convivencia, aunque, si acaba la fiesta, aun subsistirá esa empatía que significa la fraternidad. Pero Tobeña salta pronto para volvernos a la realidad y mostrarnos la realidad de los enfrentamientos, grandes y pequeños, que implican la negación de la idea de fraternidad y que llegan hasta la misma guerra. Algo que le permite recorrer extraños escenarios: las guerras civilizadoras, la creatividad de las guerras, la tribalidad en sus distintas manifestaciones…
Llegamos al tercer pie de la República: la libertad. Primera en la dicción clásica, pero última en ser examinada por Tobeña que comienza diciendo: “Con haber quedado claro que las metas de la igualdad y la fraternidad siguen quedando muy lejanas y que son, probablemente, inalcanzables, además de indeseables, en bastantes aspectos, En cambio, las conquista en el ejercicio de toda suerte de libertades son sensacionales, en michos lugares del mundo, y el progreso en ese terreno cabe calificarlo de formidable e indiscutible”. Por fin Tobeña se muestra optimista, pero lo hace por poco tiempo porque se apresura a destacar que existen numerosos atentados (los que llama ”mordazas menores”, provenientes curiosamente en muchos casos de la izquierda: recuérdense los toros), de los aumentos de regulaciones que siguen al aumento de libertades. De ahí es fácil saltar a otra cuestión ¿existen cerebros especialmente adictos al individualismo, mientras otros son proclives esencialmente al colectivismo?
Tobeña se congratula de que los límites de la libertad crecen. Pero lo hacen hasta el punto de que pretenderse que no tiene límites en definitiva y en eso, nos dice en el libro, se equivocan. “Aquella inmensa e incontenible versatilidad no anula el formidable cerco de límites impuestos por nuestra condición biológica”. Crecemos en libertad, pero debemos ser conscientes de que esta tiene límites: “la libertad total, la volición y la plasmación sin traba alguna, el albedrío omnímodo hay que descartarlo”. Y esa libertad, por fortuna, ha triunfado porque ”los experimentos sociales ‘antisistema’ siempre fracasan de manera estrepitosa cuando no trágica”. Todo termina en la existencia de paradojas: cuanto más conocemos nuestra limitación biológica de más libertad disponemos; cuando más libertad se logra en una sociedad democrática mayores son los controles y limitaciones establecidos para asegurar una buena gobernanza
Cuando acaba de comprobar que los ideales republicanos apenas tienen realidad, por mucho que los políticos los repitan y patrocinen en sus programas, se plantea la dificultad de elegir a esos políticos. ¿Qué cualidades deben tener? ¿Cómo elegirlos? Se contraponen los criterios de liderazgo, profesionalidad, rectitud. Suecia es el modelo elegido para ver las ventajas de su sistema. Pero pronto surge de nuevo el pesimismo de Tobeña: son elementos accesorios los que acaban decidiendo normalmente los políticos que deben dirigir la gobernanza. Se refiere concretamente a la importancia que, de hecho, tiene la voz (Obama, Clinton, Trump) o la apariencia física (la posibilidad de determinar anticipadamente con cierta seguridad los ganadores a través de ella). Junto a ello el peligro de caer el mesianismo de uno y otro signo y la tendencia a solucionar todo culpabilizando a algo o al alguien. Dirigiéndonos contra las personas culpables, las instituciones culpables y los hábitos culpables.
Termina el libro exhortando una lucha que parece absolutamente necesaria. Al mismo tiempo, da muestras de humildad atribuyendo a su contenido el carácter de simple propuesta a añadir a las existentes. “Evitar, sobre todo, las modalidades probablemente más corrosivas de la ideación política son las que se apropian de los valores del andamiaje conceptual que distingue a los sistemas democráticos, para ponerlos al servicio de agendas fraudulentas y derivas exclusivistas”.
Estamos ante un libro sorprendente. No es habitual encontrarse con una exposición tan despreocupada por lo políticamente correcto. Que goce con la libertad practicándola. No tiene una lectura fácil, pero sí iluminadora. La mayor dificultad viene de la altura de ciertas apreciaciones sobre aspectos neurobiológicos y del propio estilo de escribir de Tobeña que requiere, en demasiadas ocasiones, una lectura atenta de sus asertos. Pero, junto a eso, deja constancia de su plena actualidad, derivada de la apreciación directa del desorden en el que vivimos.


“Neuropolítica. Toxicidad e insolvencia de las grandes ideas” es un libro escrito por Adolf Tobeña. El registro de la propiedad intelectual por parte de su autor se produce el año 2017. En febrero de 2018 se lleva a cabo la primera edición por “ES Libros”. 

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