Gustavo Corni
es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Trento. Su investigación
se ha proyectado especialmente sobre los movimientos de población provocados
por la segunda guerra mundial y en los movimientos fascista y nazi. Mantiene
colaboraciones con la Fundación Humboldt y con el Centro de estudios hebreos y
judíos de Oxford.
Pocas cosas más
manidas que el nazismo. ¿Qué justifica que se vuelva sobre un tema que repiten
las televisiones con sus documentales o los periódicos con sus alusiones? Hay
dos razones: la primera, volver sobre un tema que a medida que transcurre el
tiempo es contemplado como algo lejano y relegado al olvido, en una contemplación
cada vez más fría; y la segunda, ver cómo algo histórico ofrece una lección a
futuro o una explicación a lo actual. En otras palabras, es un aviso. Pero
Corni añade otro atractivo: en las muchas cosas aún pendientes de aclarar no se
limita a exponer sus ideas, sino que indica cuales son las hipótesis que se han
ido formulando.
Tan pronto comienza
el libro nos enfrenta a Hitler. Terminará con su muerte. Pero ¿el
nacionalsocialismo fue solamente Hitler? El hecho de que sin este individuo no
hubiera sido posible el nazismo, no significa que el nazismo se agotara en él.
El pueblo alemán lo eligió, lo idolatró, lo aupó. Y lo hizo hasta que despertó,
no por pensar, sino ante los escombros y la derrota. Hay por cierto otra razón
para abordar este libro. La acusación a lo que no procede de la izquierda consiste
en llamarla fascista o nazi. ¿Nazi, es decir, nacionalsocialista? Aunque pronto
se nos dice que no hubo ni nacionalismo ni socialismo
Corni comienza refiriéndose
a dos historias. La personal de Hitler y la general de Alemania. La primera es
sobradamente conocida: un fracaso personal inicial, un éxito discreto en la primera
guerra mundial, el vacío del soldado cuando la guerra concluye, el acierto de
tocar ciertas fibras sensibles, la meditación que le proporciona la cárcel en su
primer fracaso y, sobre todo, la decisión de olvidar la idea de revolución y
sustituirla por la idea de victoria democrática como necesario y puro paso
previo.
Alemania es
otra cosa. Corni nos recuerda los agravios que siguieron a la derrota, las mayores
humillaciones que sufrió una segundona Alemania ante la desaparición del
imperio austrohúngaro. Esos fueron los argumentos que proporcionaron una motivación
a Hitler coincidente con el sentimiento alemán. Más allá, Corni señala como una
causa de la situación económica alemana el aumento de las inversiones de los
Estados Unidos y la repercusión que entonces tuvo la crisis de 1929. Llegó la desorbitada
inflación en Alemania. Más servido no podía tener Hitler el festín. Los que
llegan a conquistar el cielo en esas condiciones podrán no ser inteligentes,
pero no son tontos. Y recordemos: Berlín en esas fechas era una gran luminaria
de la cultura.
Quedaba aún un
largo camino que Hitler recorrió con rapidez. Fue un juego de partidos políticos
sobre un escenario de una increíble inflación. Hindenburg cedió a presiones
desconocidas y acabó nombrando desganadamente Canciller a Hitler, el “cabo
bohemio” como él le llamaba. Fue un proceso complejo, aunque correctamente descrito
en el libro que evidencia en todo caso cómo por vía democrática llegó a ocupar
una posición política que le permitió acabar con la estructura jurídico política
existente e implantar el llamado por Corni “estado
de Hitler”. Digamos que renunció a la revolución comunista que Rosa Luxemburgo
y Liebknecht intentaron sin éxito en 1919, para optar, llegado al poder, llevar
a cabo un silencioso y definitivo golpe de Estado.
Algo en lo que
insiste Corni es la enorme capacidad de Hitler como comunicador. Carente de verdadera
cultura e incluso de ideología (más allá de algunas ideas fijas, aunque
atractivas) supo ganar batallas electorales para luego montar la teoría del liderazgo
del Führer que siguió manteniendo con su oratoria encendida. Goebels creó y
mantuvo su imagen. El “Führerprinzip” sería así una idea básica para el
nazismo. Claro que la adhesión que recibió el Führer nunca fue merecida;
formaba parte de la “conquista del cielo” que buscaba.
La escalada de
la política exterior de Hitler es expuesta con nitidez. Estaba prevista en “Mein
Kampf” y tenía los claros objetivos de lograr reunir la gran Alemania (Weltanschauung) y dotarla de un espacio
vital (Lebensraum) que evidentemente
estaba en el Este. Los pasos iniciales fueron provocadores pero discretos: la desmilitarización
de Renania, la anexión del Sarre y el “Anschluss” austriaco. Una vuelta de tuerca
fue la anexión de los Sudetes y la destrucción de Checoslovaquia, todo ante la
mirada atónita de los asistentes a los acuerdos de Múnich. El último paso antes
de la guerra fue el pacto con la URSS que permitió el reparto de Polonia y los países
bálticos. La respuesta de Europa fue, dos días más tarde, una declaración de
guerra sin hostilidades: la llamada “phony
war” o “falsa guerra”.
La ocupación de
Polonia generó importantes problemas de desplazamientos de poblaciones y la
creacion de guetos en los que confinar al millón y medio de judíos residente en
el territorio ocupado. Pero, exteriormente las consecuencias fueron trágicas:
Hitler tomó conciencia de que, por su incertidumbre política y su deficiente preparación
militar, las potencias europeas serían incapaces de responder. Y así ocupó sin
problemas Dinamarca y Noruega. Y siguió por el Oeste hasta invadir Francia. Restaba
el sueño de Hitler: el pacto con Gran Bretaña: el mar para ella, la tierra para
Alemania. El libro no dice nada sobre si a eso respondía el famoso vuelo de
Rudolf Hess. Pero los británicos resistieron y su superioridad aérea acabó con
la operación “León Marino”. Digamos al paso que Corni solamente cita a España
para decir que el apoyo de Hitler no tuvo otra finalidad que evidenciar su anticomunismo.
Es a partir de
ese momento cuando comienza a acelerarse la intensidad bélica. Hitler comete
dos graves errores: la invasión de Rusia y la declaración de guerra a los
Estados Unidos, menospreciando nuevamente sus respectivas potencias militares
que considera inferiores a la alemana. La invasión de Rusia de 1941 la inicia
el mismo día, el 22 de junio, en que Napoleón lo hizo 129 años antes. Busca espacio
vital, recursos naturales y contaba con el apoyo esperable en las distintas nacionalidades
sometidas por la URSS. El inicio de la invasión es prometedor. En apenas tres
meses llegan a Stalingrado, una ciudad industrial en donde Stalin decide resistir
a toda costa. Hitler que hace tiempo se declaró jefe de la Vermacht, impone su
criterio al de muchos generales del ejército. En Stalingrado el avance cesará,
el general Friedrich Paulus será derrotado y se iniciará la retirada que concluirá
en Berlín. El intento de ordenar la retirada conduce a debilitar el frente
occidental, en el que desembarcarán los aliados con Estados Unidos al frente.
En el interior, es el orgullo del pueblo alemán lo que mantendrá el espíritu en
la guerra, no el Führerprinzip. La guerra es ya total. Los rusos inician su práctica,
pero todos la siguen. El bombardeo de Dresde es la contestación al de Coventry.
Ojo por ojo.
Corni dedica
una especial atención a los movimientos de personas y poblaciones. Aporta una
cantidad poco conocida de datos que, simplemente, impresionan: muertos por todas
las partes, ejecutados o dejados a merced de las enfermedades y el hambre. No
es solamente el sacrificio de judíos, el holocausto, el más llamativo y cruel,
sino el de muchas otras personas. Corni indica que se ignora cuando surgió la
idea de la solución final; se ignora incluso si Hitler fue quien la ordenó. En cualquier
caso, la consintió. Cerca de Auschwitz se creó Birkenau dedicado simplemente al
exterminio.
El final es
precedido por el derrumbamiento. Corni nos recuerda las migraciones que, desde
el este alemán, se produjeron hacia el oeste. Y las aproximaciones al régimen comunista
que, asustados por el miedo, hicieron muchas naciones balcánicas y centroeuropeas.
Nos ofrece un dato sobrecogedor: de los 7 millones de muertos alemanes en la
guerra, el número de víctimas civiles supera al de las militares.
Todos tenemos
una idea de lo que el nazismo supuso, pero es una idea que requiere que se
mejore y refresque de cuando en cuando. El libro de Corni lo hace y lo hace
bien. Carente aparentemente de sesgos, aborda con frialdad historiadora unos
hechos cuya sola referencia es dolorosa y que avergüenza a la humanidad. Cierto
que se hicieron grandes esfuerzos por olvidar, pero no hay que pasarse de
frenada.
Ha pasado mucho
tiempo. Los que no fueron llamados a filas por Hitler por tener menos 16 años y
aún viven son casi nonagenarios. El nazismo no dejó aparente rastro en una
Alemania que se unificó tras ser ayudada por los bandos enfrentados por la
guerra fría. Hoy hay indicios de recreación. Podemos ver como el nazismo surgió
como populismo y, como tal, se mantuvo cuando le convenía. El peligro y la
lección están ahí.
Añadamos que la
lectura es fácil. Empuja a seguir leyendo, no solamente por esa facilidad, sino
por la forma en que ordena nuestras ideas cuando existen o nos las proporciona cuando
no existen.
“Breve historia del nazismo” (272
págs.) es un libro escrito por Gustavo Corni cuyo copyright corresponde a la
editorial italiana “Il molino” que lo publicó en 205. La versión
comentada es la publicada por Alianza Editorial en su colección de libros de
Bolsillo en 2017 con traducción de Josefa Linares de la Puerta.
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