martes, 1 de mayo de 2018

Francisco Pérez Abellán: “El vicio español del magnicidio. De Prim a Carrero Blanco, la clave oculta de los crímenes que marcaron nuestro destino”.




Debo disculparme por comentar de nuevo (es la tercera vez) un libro de Pérez Abellán. Pero se entra en una librería y un título como éste le llama a uno la atencion. Y lo compra. Hay dos tipos de autores: los que van construyendo su ideario golpe a golpe, en cuyo caso revisar otro de sus libros contribuye a poco, y otros que abordan temas concretos (aunque puedan estar relacionados) y que pueden ser comentados sin temor a olvidar su antes y su después.
El libro comienza diciendo: “Este libro desmonta la versión oficial sobre las muertes de Prim, Cánovas, Canalejas, Dato y Carrero Blanco, y también el regicidio frustrado de Alfonso XIII”. Es algo que se presentía con el simple título de la obra, pero que a la vez sintonizaba con un sentimiento profundo animado por el espectáculo de mentiras y corrupciones que están convirtiendo el panorama político español en un auténtico esperpento.
Y no es únicamente que se tenga presente la realidad actual; es que se tiene la sensación de que todo responde a una trayectoria y constante histórica. Añadamos algo de enorme influencia: el atentado terrorista cometido en Madrid el 11 de marzo de 2004, cuya investigación fue sencillamente deplorable, las ocultaciones y mentiras palpables y la solución judicial tan temblorosa como insuficiente. Abellán nos va a hablar de cosas que sucedieron en el pasado en la investigación de varios magnicidios. Lo triste es que en cada una de las torpezas que narra, revivimos circunstancias de la investigación del tristemente famoso 11-M.
Son cinco los magnicidios que Abellán analiza y que tiene lugar en el lapso de un siglo aproximadamente: Prim, Canalejas, Castelar, Dato y Carrero Blanco. Añade el atentado frustrado que tuvo lugar contra Alfonso XIII el día de su boda.
El asesinato de Prim por Mateo Morral ya fue objeto de un libro que he comentado ya. En ese caso como en otros, ello no tiene especial importancia, ya que lo que Abellán expone no es tanto los hechos ocurridos, como la desgana con que se llevan las investigaciones. En el caso de la muerte de Prim, se comienza por ubicarla días después de que tuviera lugar. La investigación dio lugar a un extenso sumario del que en el transcurso del tiempo van desapareciendo documentos. Cuando, en fechas recientes, se examina el cadáver se descubre que no ha muerto en la calle del Turco por los tiros de unos desconocidos (tiros que existieron realmente), sino que es, posteriormente, cuando Prim es estrangulado.


         En 1897 Cánovas fue abatido en el balneario de Santa Águeda. Cabeza de la Unión Liberal, un partido sin ideología política, pragmático y encaminado unicamente al desarrollo de la nación. Dentro de ese cuadro, Cánovas era una corriente, la “canovista”, basada en la alternancia de poder y el bipartidismo. Tuvo, claro, sus enemigos: el anarquismo y la sombra de Cuba/EE. UU. Creo indispensable añadir algo: el fuego amigo. Mientras leía el periódico, Michele Angiolillo se acercó a él y le disparó. Abellán se rasga las vestiduras cuando recuerda que la entidad de Angiolillo era conocida y fue capaz de incorporarse a la vía balnearia sin que la policía detectara algo y cuando se cruzó con Cánovas en varias ocasiones.
También otro presidente del Gobierno, Canalejas fue asesinado de un disparo cuando miraba el escaparate de una librería en la Puerta del Sol. El asesino fue perseguido, se esconde entre unos coches y, según la versión oficial, se suicidó. Como en los restantes casos, Abellán acumula las referencias a las contradicciones de dicha versión.
Otro de los políticos asesinados es Dato. Al igual que Prim y Carrero, se le dispara yendo en un coche oficial. El asesinato tiene una mayor teatralidad al llevarse a cabo en la Plaza de la Independencia (de alguna forma, el centro de Madrid) y disparando dos individuos desde el sidecar y el asiento posterior de una motocicleta. Prácticamente son únicamente dos personas las que dicen haber visto a esos tres individuos en su moto, lo que revela una falta total de medidas de seguridad, aliviada siempre con el argumento de la valentía del fallecido. Esos tres individuos son identificados, pero solo uno de ellos es capturado por un error aparentemente imperdonable. Se trata de Pedro Mateu que, cuarenta y seis años más tarde, hará unas declaraciones al periódico “Pueblo”.
El asesinato de Carrero Blanco es más conocido por ser más reciente. La versión oficial nos dice que, durante unos quince días, miembros de ETA cavaron un túnel en el que hicieron explosionar muchos kilos de dinamita cuando pasaba sobre él el coche del presidente de gobierno. Una obra de ingeniería, ruidosa y técnica, que nadie descubrió. Chivo expiatorio es quien, de una u otra forma, carga con la autoría del crimen. Aunque en definitiva suele ser un delincuente a sueldo, en la práctica se le atribuye espíritu anarquista; cuando los anarquistas, en el caso de Carrero, ya no tienen vigencia, es imputado a ETA. El siguiente paso suele ser enaltecerlos como héroes que se sacrifican por el pueblo eliminando al tirano.
El problema que se plantea con ese chivo expiatorio es impedir que hable. Su muerte es el camino más seguro y será el de Mateo Morral, el de Pardina ¿???, el de Angiolillo, el de Argala. A veces no es necesario, como sucede en la muerte de Prim al no haber autor conocido del atentado o como en la muerte de Dato al mediar oportunos indultos. En todo caso, tanto la eliminación como la evasión logran ese objetivo.
Hay algo que hace sospechosos al chivo expiatorio. En muchos casos la perfección en la comisión del atentado sobrepasa sus conocimientos (caso de Carrero); en casi todos, resulta sorprendente la disponibilidad financiera de que se dispone y un alto grado de planeamiento.

Abellán insiste en que pudo ser fácil evitar los atentados y, a posteriori, investigarlos adecuadamente. A veces no hay ni juicio, en otros casos las pruebas desaparecen, las informaciones se falsean, se suceden los investigadores y los sumarios dejan de tener la función que les es propia. Algo sorprendente es que las personas que oficialmente tenían la obligación de proporcionar seguridad a las víctimas escalaron en sus carreras políticas tras producirse el magnicidio. La falta de protección se disimula alabando la entereza y el valor del muerto. Demostración: la poca protección de que disfrutaban.
Todo se envuelve en una extraña actuación de la policía: Angiolillo se pasea por un balneario durante cuatro días pese a estar fichado; Argala y sus compinches realizan una gran obra sin que se suscite ninguna alarma; Mateu y sus compañeros se “entrenan” en su moto varios días entre Cibeles y la Puerta de Alcalá y nadie los ve… Porque cuando hay testigos que ven u oyen algo, su testimonio se descarta.
En el libro se cuentan muchas cosas cuando se analiza quienes pueden ser los instigadores de esos crímenes. Abellán no acusa directamente a nadie, pero repasa una y otra vez las circunstancias que pueden sencillamente explicar el móvil de los atentados y, con ello, su autoría intelectual.
¿Un vicio español? No exclusivamente. Abellán ser refiere a dos de los cinco presidentes de los Estados Unidos que sufrieron un atentado mortal: McKinley (para evidenciar la torpeza que lo hizo posible) y el de Kennedy. Este último sobradamente conocido por las sospechas que se han acumulado sobre él. Se hace una larga exposición de las contradicciones de la versión oficial que comienzan en hablar de un tiro que viene de atrás, cuando impacta por delante, que sigue con la ocultación o destrucción de pruebas especialmente en temas balísticos y anatómicos relacionados con la autopsia. Aparece la figura del chivo expiatorio, Oswald, sacrificado a los dos días por un presunto confidente de la policía. En suma: un caso perfecto.
Abellán no hace una especial referencia al 11-M. Es cierto que no fue un magnicidio, pero es la muerte de 192 personas lo que producen lo que hace tiempo eran sus efectos: modificar la política y reasignar el poder. Es el vuelco electoral de 14 de marzo de 2004. Y tenemos los mismos personajes: el chivo expiatorio (en este caso los presuntos yihadistas), la desproporción de sus conocimientos con la técnica y la planificación requeridas, su muerte en una extraña voladura, el desconocimiento de la autoría intelectual, la desaparición de pruebas, la existencia de un desconcertante sumario y las recompensas finales a los que no supieron evitar el atentado. No es un magnicidio; es algo que lo sustituye acomodándose a los nuevos medios técnicos existentes y cuyo autor intelectual sigue sin conocerse.
El libro ofrece una catarata de datos históricos, aunque a veces lo haga en cierto desorden al ser varios los casos estudiados. Pero vale la pena su lectura, sobre todo por lo que tiene de denuncia de la eliminación del adversario político por medios no éticos. Algo tan necesario en esta España de finales de abril de 2018.


“El vicio español del magnicidio. De Prim a Carrero Blanco, la clave oculta de los crímenes que marcaron nuestro destino” (316 págs.) es un libro del que es autor Francisco Pérez Abellán que lo registró en 2018 año en el cual también fue publicado por Editorial Planeta.

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