Comencemos, como
es habitual, por presentar al autor como camino poco menos que imprescindible para
conocer y juzgar una obra. Se trata de un vallisoletano escritor y periodista, más
allá de su titulación académica en filología inglesa (lo que le permitió ser
Jefe de Prensa de nuestra embajada en Londres y corresponsal de United World).
Lo que le atrae de forma decidida es la historia y se acercó primeramente a
ella por la vía de la novela histórica publicando libros basados en las vidas
de Leonor de Guzmán, Juan de la Cosa, El Empecinado y Serrano Suñer; o en las teóricas
andanzas de un druida celtíbero.
“Por qué España”, la primera obra en que
prescinde de una superestructura novelesca es un libro difícil para el autor y
mucho más sencillo para el lector, ya que es probable que éste lo considere
ameno e instructivo y, en definitiva, inteligente. Pero ello no obsta que pueda
considerarlo como algo así como una historia de España a hachazos. Es cierto
que recorre cuidadosamente los hechos caminando por el tiempo, pero no se para
esencialmente en los datos, sino que llama la atención sobre ideas,
influencias, realidades que fueron andamios para la construcción de nuestra
historia. Cosa aplicable hasta la restauración como se verá.
Aprovechando la
estructura imprescindible y cierta que le ofrece la cronología, Merino elige el
acertado camino de ordenar sus ideas en 62 apartados, generalmente breves, en
donde destaca los hechos que han sido troquelados por la historia o que la troquelaron
la historia. Unos hechos contemplados, según su naturaleza, en dimensiones
sociales, económicas o culturales, pero siempre con gran amplitud de visión.
¿Qué objetivo
tiene esa especial presentación de la historia? Contamos con la ayuda inestimable
de una entrevista que concedió Ignacio Merino al diario on line “El Español”
con ocasión de la presentación del libro. En ella deja claro que publica la
obra para luchar contra los tópicos y los clichés de lo español. “Quise desbrozar la selva histórica de los
tópicos, porque en España los símbolos han sido muy zarandeados por los
nacionalistas”. Porque, además, considera que la historia interesa mucho a
la política por ser un arma muy poderosa. Pasa a recordar que la historia la
escriben los vencedores y que la que “contó” la Falange tras la guerra civil estuvo
contaminada por un exacerbado patriotismo que, a su vez, ha provocado que, cada
vez más, la izquierda trate de ignorarla o combatirla creando una memoria
histórica peculiar.
La primera
parte del libro se sumerge en lo que podemos llamar protohistoria, en la que se
mezclan bastante confundidos celtas, iberos, celtíberos y otros pueblos, confusión
que se irá amasando con las visitas comerciales de fenicios y griegos, hasta desembocar
en la presencia romana. Se repasa cómo surgió la idea de España geográficamente
y las palabras con que se fue designando. Es una parte del libro que sugiere más
que enseña y que deja sin explicar, por ejemplo, el descubrimiento reciente de
que los antecedentes norteafricanos de los gallegos son mayores que los de
otros habitantes de España, lo que nos da idea de que, en realidad, sabemos muy
poco o casi nada de los movimientos de las poblaciones en momentos distantes de
nosotros muchos cientos de miles de años en el tiempo.
La narración de
libro sigue amena y sentenciosa por los tiempos de romanización, de la invasión
visigoda, del nacimiento del sentimiento de patria, de la invasión musulmana,
de la presencia judía… En cada uno de ellos destaca los aspectos más
importantes de la contribución de esos simbolos a la idea de España. Se echa
quizá en falta distinguir entre los que contribuyeron a ella y los que han
quedado como simples accidentes de su historia
Siguen los
capítulos dedicados al “Despertar medieval”, “Auge y Ocaso: del Renacimiento al
Barroco (1500-1700)” y “Fragua de la modernidad, reformismo, nación y Estado
liberal (1700-1898)”. A lo largo de ellos, el símbolo, al principio sólido y definido,
tiende a diluirse en la rememoración de los hechos que es lo propio del
historiador. Nos topamos así con unas historias contadas en un tono coloquial,
distinto del habitual, que trasladan realmente al símbolo el peso de lo
contado. Pero en el fondo persiste esa evolución que, recodando a la vieja
campana de Gauss, se fue elevando desde la larga y heroica Reconquista hasta la
España de los Austrias para ir cayendo nuevamente con la España de los
Borbones. El siglo XIX, tan amargo, es tratado con cariño y comprensión.
La sustitución
de lo simbólico por lo simplemente histórico o incluso anecdótico se manifiesta,
culminadas esas etapas, con nuestro 1898. El tono de la obra cambia de forma
casi total en el último de los capítulos, dedicados al siglo XX, ese siglo en
el que de alguna forma seguimos creyendo que habitamos. Pero ¿se creó algún símbolo
español en ese siglo? ¿O simplemente se reforzaron mitos existentes? En realidad,
Ignacio Merino, nos da un paseo por la llamada “edad de plata” de la cultura,
por la irrupción del protagonismo de las masas, la dictadura y la entreguerra,
la caída de la monarquía y la sucesiva caída de la república. Pero quizá sólo
estamos ante hechos nuevos carentes de simbolismo, aunque repletos de realidad:
la irrupción de lo que se entiende por “intelectualidad” y la paralela del
“proletariado”. Unos conceptos que quizá debemos preguntarnos si persisten sin
cambios profundos en la actualidad.
El acercamiento
al tiempo actual provoca que el libro sea cada vez más historia desnuda, aunque
esté teñida en mayor o menor grado por el pensamiento del propio autor
(autodefinido como liberal democrático) lo que se manifiesta, por ejemplo, en la
especial aversión que parece tener por Azaña en contra de las alabanzas que
suelen dirigírsele y a las que considero también un tanto inmerecidas. Aumentan
los aspectos anecdóticos, como la referencia al primero de los conventos
quemados y, con él, la segunda de las bibliotecas españolas. El enfoque general
dado a la narración debe considerarse acertado. Sobre todo, el análisis de cómo
surgió el hecho más decisivo del siglo español: la guerra civil. Un proyecto de
revolución contra una rebelión frente a ella. Y algo a destacar: el juicio
ofrecido sobre las brigadas internacionales: organizadas por el Komintern,
supieron astutamente disfrazar a luchadores en favor del comunismo como
luchadores en contra del fascismo. Algo que seguimos viendo hoy.
Si aumentamos
el zoom, se llega a la postguerra. Una zona de mitos, que no de símbolos.
Aunque no hay que exagerar: aparecen también los que podemos llamar pequeños
mitos, los que no sirven ahora para construir ni la idea de España ni un
patriotismo, algo distinto de patrioterismo. Pienso que cuando Merino insiste
en la “Movida” y en Almodóvar como buques insignias de lo que vivió España, lo
hace para destacar lo cutre de nuestra posmodernidad. España, pienso, respondía
más al “otra de gambas”.
El libro
termina refiriéndose al desencanto producido por el bipartidismo (con la
indeseada presencia del nacionalismo). Sintiéndose estafada y engañada la ciudadanía
“apoyó la nueva explosión democrática de
la “primavera española”, aquel 15-M que supuso el germen de la disolución el
bipartidismo excluyente”. Me siento incapaz de decir si veo en esa frase un
diagnóstico o una premonición.
En la entrevista
que al principio citaba (publicada el 16 de noviembre de 2016) se reitera la peculiar
visión de Ignacio Merino. Según se refleja en ella, la historia la escriben los
vencedores y eso es lo que hizo la derecha tras la guerra civil. Incluyó en
ella ideas que, por provenir de la derecha, fueron rechazadas por la izquierda
en bloque, despreciando así la historia real. Su propósito es reconciliar a la
izquierda con la historia de España, aceptando así lo que debe ser “patriotismo
cultural”.
Digamos que,
por lo menos, debe de tacharse de utópico ese proyecto. En la entrevista afirma
también que Pedro Sánchez “habría sido un
gran líder, que es lo que necesita el PSOE”. Y recuerda la gran bandera
española con que compareció en su campaña de junio de 2015. Pero hay que
recordar a su vez cuando lo hizo, ya que Pedro Sánchez fue elegido secretario
general del PSOE el 21 de mayo de 2017, tomando posesión el 18 de junio. Y que
no ha dado el resultado esperado. Todo lo anterior se indica para decir que, a
mi juicio, lo que de buen historiador se puede tener se pierde en ocasiones en una
visión política a corto y medio plazo. Hacia delante y hacia atrás. Todo
conduce a que la última parte del libro deje de responder al título de éste.
Creo que,
cualquiera que sea quien lea el libro, encontrará un mayor número de sus 62 apartados
con los que disfrute, que el de aquellos otros de los que discrepe. Una discrepancia
que no será importante. En todo caso, a mí me parece un libro a destacar, que
alguna vez abro y releo.
““Por qué España. Bases simbólicas de la nación
española” (580 págs.) es un libro registrado por Ignacio Merino en 2016 y publicado
por Ariel en noviembre de dicho año.
Buenos días, amigo Rafael. Me encuentro hoy esta espléndida reseña suya a 'Por qué España' y quiero agradecerle, en primer lugar, su comprensión humanista e inteligente. Me alegra enormemente que haya encontrado mi obra digna de leer e incluso de releer de vez en cuando. Esto es, como usted comprenderá, el mejor premio que se le puede ofrecer a un escritor.
ResponderEliminarFrente a un análisis tan pormenorizado, y lúcido, como el suyo poco puedo añadir. Sólo un par de cosas que no consiguen desmerecer el conjunto del artículo, ni mucho menos.
La primera es la frase "La Historia la escriben los vencedores"; tal vez la haya recogido así de la entrevista con El Español, en cuyo caso su autor confundió los términos hasta tergiversarlos. La frasecita es un axioma que aborrezco por dos razones: una, por lo manida que es y lo sobada que está; y dos, porque no estoy en absoluto de acuerdo. La feliz ocurrencia la haría alguien que se sentiría iluminado ante una idea tan precisa, bélica y determinista, tan propia del positivismo histórico que aburrió el siglo xx con su yermo ideario. La Historia la escriben "primero" los vencedores, tal vez, animados por los pífanos del triunfo, pero no tardan en hacerlo también los vencidos desde ámbitos protegidos o extrañados. Lo que quiere decir la condenada expresión es que los vencedores escriben "su" historia en el mismo contexto que propició es triunfo, no que no haya crónicas paralelas. Para ilustrar esto no tenemos más que ir al recurrente y clarísimo tema de la Guerra Civil del 36. Claro que hubo una cascada de libros a cargo de los vencedores, muchos militares incluso, pero no faltaron publicaciones del bando perdedor. Y eso es lo malo, que tanto unos como otros llevan el lastre del rencor, la rivalidad y la parcialidad, Yo lo que digo a menudo es precisamente lo contrario: la Historia, al final no la escriben sólo los vencedores, ni tampoco el aluvión de los vencidos que viene después (en España seguimos en esta fase, me temo) sino los que distanciado de filias, fobias, culpas y rencores, somos capaces de percibir las cosas como "más o menos" fueron. Y le aseguro que en este equipo somos un buen puñado y, aunque a veces no lo parezca, solemos ganar la liga.
Mi segunda discrepancia es que me niego a calificar de "utopía" la noción, espléndidamente sintetizad por usted, de 'patriotismo cultural'. Creo firmemente que no es sólo posible, sino necesaria. Y en este caso puedo también asegurarle que conozco a muchas personas que lo sienten así, que su amor a España, la tierra en la que vieron la luz y hablaron en un idioma común -riquísimo, por cierto- su patria en definitiva, no empaña su actitud conciliadora, de izquierda, derecha o extremo centro. Somos legión. Y sospecho que usted está entre ellos.
Nada más. Le mando un abrazo con mi gratitud. Quería expresar de algún modo el grato poso que me ha dejado su comentario, no ya por ser un libro escrito por mí, sino porque la crónica de un lector cuidadoso, bien armada y escrita, siempre es un placer y un estímulo.