El autor del
libro, Peter Godfrey-Smith, es un australiano nacido en 1965 que se ha movido tradicionalmente
en el plano profesoral y académico, pasando por las universidades de San Diego,
Stanford y Harvard, amén de la Universidad Nacional Australiana. Peter
Godfrey-Smith ha terminado siendo finalmente profesor de Historia y Filosofía
de la Ciencia. Su obra se ciñe sobre todo a los conceptos de Filosofía de la Ciencia
y Filosofía de la Biología. Asistimos, de esta forma, en dicha obra a la
curiosa simbiosis que actualmente aproxima la filosofía, siempre tan
conceptual, a la biología, siempre tan realista.
La obra que le
ha hecho más popular (apenas la cuarta en su producción) ha sido precisamente
este libro que lleva el título sugerente de “Otras mentes”. La realidad es que, como aclara el subtítulo, es un
libro que contiene observaciones diversas sobre la biología actual. Partirá de
las novedades que ofrece una mirada atenta a los cefalópodos, singularmente el
pulpo; pasará a analizar la existencia de actividades psicológicas en los animales
y terminará defendiendo sumariamente al mar como lugar de nuestro origen y al
que debemos cuidar.
La primera parte
está orientada al pulpo, o, más extensamente, a los cefalópodos. Es precisamente
aquí donde encontramos quizá las mayores sorpresas y se nos descubren cosas
impensadas. Antes, el autor hace las presentaciones del lector y el pulpo. Recuerda que “la historia de los animales tiene forma un árbol”. Invertido, claro:
desde una raíz común se van produciendo diversificaciones. El autor nos dice lo
que veremos si echamos una mirada desde la rama superior del árbol en que estamos
asentados como hombre. Aclara que “el
lector está en la parte superior porque está vivo (no porque sea superior) y su
alrededor tiene todos los organismos que están vivos ahora” (una lección de
humildad que siempre viene bien). Y lo que Godfrey-Smith nos propone es mirar
hacia abajo y ver el punto común desde el que, separados ya, provenimos el hombre
y el pulpo. Y ese antepasado común lo encontramos a unos 600 millones de años
de distancia, siendo un “organismo
parecido a un gusano aplastado”. Lo aguante nuestra soberbia o no, nuestro
antepasado era así. Y así era el del pulpo, nuestro primo lejano.
La división continúa
separando a vertebrados e invertebrados. Estos últimos apenas desarrollan un
sistema nervioso, con una excepción: la de un subgrupo de moluscos conocidos
como cefalópodos, “una isla de complejidad
mental en el mar de los animales invertebrados”, constituyendo un “experimento independiente” que atrae de
forma casi hipnótica a Godfrey-Smith, una pasión que, según él, nació cuando se
sumergió en el mar, se topó con una jibia gigante y contempló su peculiar
comportamiento. A partir de ahí, se dedicó a analizar los cefalópodos: los pulpos,
las jibias, los calamares.
Tras referirse
a la cronología de la tierra (4.500 millones de años de antigüedad, la vida
(3.800) y los animales (1.000), pasa a recordar el camino que fue de los procariotas,
a los eucariotas y a los seres pluricelulares. En donde se hace necesaria una coordinación
y especialización que terminaría generando un sistema nervioso elemental. Al
mismo tiempo se lograba el movimiento o la visión. La generación de ese sistema
nervioso suponìa la agregación de neuronas y tenía como órgano básico el
cerebro. Es lo que hicieron los llamados “cordados” en los que se incluyeron
los vertebrados y muchos invertebrados. Entre estos, los artrópodos crearon su
propio sistema basado en ganglios. Pero dentro de estos, algunos tomaron un
camino distinto: algo así como dos cerebros, uno central y otro distribuido por
todo el cuerpo. Todo consiste en agrupar las neuronas en un cerebro único o
distribuirlos por todo el organismo. Y ahí nos topamos con los pulpos, que
prescinden de los huesos y llenan de neuronas los tentáculos.
El pulpo tiene además
unos ojos que funcionan como una cámara, como nosotros, distinta de los clásicos
ojos de los invertebrados. El pulpo distingue, observa, reacciona de formas
peculiares, tiende a ser peculiarmente social, es capaz de cambiar de forma y
de color, explora, prueba, distingue a las personas y las clasifica como amigas
o no. Digamos, como ejemplo un tanto vulgar, que aprende rápidamente a abrir
botes de conserva. Y se comporta en los experimentos como auténtico perrito de
Pavlov.
Cuando se salta
a las jibias el panorama cambia, porque el bicho cambia. Tienen un hueso y otra
forma de vida. Lo que destaca en ellas es la habilidad o capacidad para cambiar
de color con una increíble rapidez. Godfrey-Smith nos explicará como lo hacen
e, incluso, tratará de ligarlo con una especial forma de comunicación entre
individuos.
Ya antes se ha
preguntado si siente dolor el pulpo. Es una pregunta que le obliga al autor a
extenderla a todo el género animal, es decir a todos sus individuos y especies.
Junto a ella vendrán preguntas adicionales, porque junto al dolor hay otros
muchos sentimientos que la psicología biológica debe analizar. ¿Piensa? ¿Tiene
consciencia, más allá de un “ruido blanco”? ¿Recuerda? Más complejo aun es el
análisis de la comunicación.
La comunicación
es la conquista más importante del hombre. Junto a ella percibimos posibilidades
de comunicaciones elementales entre los animales: gestuales, sonoras, eléctricas…
Para no meterse en mayores profundidades Godfrey-Smith compara a los pulpos con
los papiones. Pero al final se lanza al charco y se refiere a algo que es
conocido (aunque sólo en su existencia) y humano: el “habla interior”, opuesta
al habla exterior o común en que nos oyen y nos oimos. Sabemos hablar, pero también
hablamos interiormente, recreando el pensamiento y la sensación. ¿Qué es
primero? ¿Es el habloa interior una internacionalización del habla común?
El tema es
fascinante. El libro repasa las posiciones contrapuestas de David Hume, de John
Dewey y de Lev Vigotski. Luego opina. Es característico de Godfrey-Smith la
exposicion de las ideas de otros, añadiendo la suya como una más. Y ese tema
del “habla inerior” parece fascinarle. Hasta se olvida del pulpo. Para mi
desgracia puedo hablar de ese habla interior: por una sordera avanzada me resulta
imposible reconocer melodías musicales, la música misma. Sin embargo, si las
canto “por dentro” me suenan perfectamente afinadas, como las conocí o aprendí.
Curiosamente, si las canto o silbo “por fuera” tengo la sensación de hacerlo
correctamente.
Hay algo que conmueve
a Godfrey-Smith: la vida de los cefalópodos es muy corta, como de una media de
dos años desde que sale de un huevo. Se pregunta si todo el aprendizaje que ha
sufrido el pulpo ha valido la pena. Su declive se percibe en su cuerpo y el
final llega rápidamente. Los mismo sucede a las jibias. Es algo que contempló:
creyó que sus primeros encuentros eran con jibias viejas, pero eso no concordaba
con sus tamaños de hasta metro y medio. Se sorprendió cuando las vio deteriorarse
y perder parte de sus miembros “como si
su salud se desplomara desde lo alto de un acantilado”, Todo ello le mueve
a recordar las teorías sobre el envejecimiento (senescencia en el mundo de la biología).
Rechaza las ideas de la “avería”, de la programación, del “beneficio oculto” y pasa
a exponernos la teoría evolutiva y sus dos corrientes, la de Peter Modawar (en
los 40) y la de George Williams (en los 60), basadas ambas en las mutaciones
negativas acumuladas en el individuo. Ambas son atendidas pero superadas por Godfrey-Smith
que liga la duración de la vida a la distinción entre organismos semélparos
(que se reproducen una vez o en una estación reproductiva corta, el “gran
estallido”) y los organismos iteróparos (que se reproducen muchas veces a lo largo
de un periodo más extensivo).
Al final del libro,
se añade una referencia a “octópolis”, una colonia de pulpos a 15 metros de profundidad
que fue estudiada con cámaras fijas y sin presencia humana. Se trata nada más
de la descripción del experimento y las conclusiones que pueden sacarse de él.
Tiene un interés relativo y en definitiva describe la peculiar sociabilidad de
los pulpos.
El libro
termina un tanto abruptamente haciendo un canto al agua y, más allá, al mar.
Concluye con unas consideraciones sobre los efectos negativos de la sobrepesca,
de los vertidos químicos y la acidificación derivada de la mayor concentración
de CO2 en la atmósfera. Hace una serie de consideraciones y recomendaciones en
el más estricto abecedario de lo políticamente correcto. Pero, digamos que lo
hace sin excesivo entusiasmo. O, al menos, esa es mi apreciación.
En definitiva,
nos topamos con un libro que va de un brillante comienzo que te hace leer sin
parar a un final más doctrinal donde el llamativo interés generado por la primera
decae. Es de elogiar que el autor expone hipótesis ajenas, aunque oponga y
defienda las suyas sin condenar aquellas. Que explique, sobre todo. Que
destaque lo que, teniéndolo ante los ojos, no hemos sido capaces de apreciar.
Un libro que
nos permite algo importante: aprender. Enseñar o divertir son las únicas aspiraciones
plausibles del libro. Acérquese a éste: el pulpo adelantará un tentáculo y le
tocará suavemente para conocerle.
“Otras mentes. El pulpo, el mar y
los orígenes profundos de la conciencia” (316 págs.) es un libro escrito en
2017 por Peter Godfrey-Smith con el título original de “Other minds” y publicada
por Penguin Random. La traducción española se publicó en noviembre del mismo
año por Taurus.
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