Mira Milosevich es una de las personas clave en el Real Instituto Elcano. Es investigadora y su dominio de lenguas como el serbio y el ruso ha motivado que gran parte de su labor se proyecte sobre los países del Este europeo. Su dedicación profesional es decididamente académica. Autora de tres libros, hay que pensar que el que ahora se comenta es el más importante de ellos.
La primera cosa
que hay que destacar sobre este libro es que no concibe la Revolución rusa como
algo que sucedió en torno 1917 y que concluyó con la instauración de un régimen
comunista. Curiosamente, extender la referencia a la revolución rusa a un
periodo que sobrepasa el siglo y que no puede darse por cerrado, tiene el doble
efecto de dar unidad a la sucesión de hechos que se cernieron sobre Rusia y de
poner de relieve la evolución que se escondía bajo esa aparente discontinuidad.
En esa concepción
amplia de lo que es una revolución, era inevitable comenzar por examinar la
etapa prerrevolucionaria; a ello se dedicará el primer capítulo. Las siguientes
etapas cubrirán el tortuoso inicio del periodo revolucionario guiado
fundamentalmente por Lenin, seguido de lo que llama “segunda revolución”, es
decir, la construcción del socialismo estalinista. Llega a continuación algo,
que por haberlo vivido y ser cercano, nunca hemos tenido la distancia adecuada
para observarlo y entenderlo: es “el imperio en mutación”, que cubre desde
1951, año en el que muere Stalin, hasta la desintegración de la URSS en 1991.
Pero Mila Milosovich añade algo que sería algo así como la superación del
trauma de la revolución; el “postimperium”, algo que se sigue escribiendo hoy
ante nuestros ojos, dispersos en tantos escenarios, pero que merecería una
mirada atenta por nuestra parte.
Volvamos al inicio.
El examen de la situación que propició la revolución (la autora se pregunta si
fue inevitable) aporta ideas interesantes: la preocupación rusa de defender sus
fronteras ampliando su extensión para vencer la sensación de vulnerabilidad al
carecer de fronteras naturales y, sobre todo, un claro complejo de inferioridad
que tras, superar el sistema feudal con la desaparición de los boyardos, se
incrementó en la era de los zares ante las derrotas sufridas en guerras contra otras
potencias, más dolorosas por el hecho de ser vencida en múltiples derrotas
fronterizas tras haber derrotado a Napoleón ¿O fue el general invierno famoso?
El hecho es
que, frente al modelo moscovita triunfa el peterburgués de Pedro I y Catalina II,
los dos Grandes. De nada valen las reformas de Alejandro II. El pueblo sigue
ajeno a ellas, entre un populismo confuso, un servilismo ante lo religioso y
una inquietante quietud. Surge el fenómeno de la “intelligentsia” que Mila opone
con rotundidad a la “intelectualidad” de la época que solo busca que sus ideas
sean lo más interesantes posible; algo que pervive a nivel mundial hoy en día.
Siguieron los movimientos
populistas, la aparición de los partidos liberal, socialrevolucionario
(campesino y no marxista) y socialdemócrata (marxista), pronto dividido entre
bolcheviques (mayoría) y mencheviques (minoría). Vino luego la revolución de
1905 (un ensayo general según Lenin) donde triunfaron los campesinos. Prácticamente
estamos ya en la antesala de la verdadera revolución; los años entre 1905 y
1917 solo fueron caos, división y confrontación. El mejor caldo de cultivo para
la revolución. Mira Milosevich es capaz de distraernos con la ordenada exposición
de la serie de actos tras los que, pasados unos cinco años de quietud social,
se desató el proceso de cambio.
El proceso
estuvo repleto de errores que no hicieron sino alimentarlo. Llegó un momento en
que fueron necesarios únicamente diez días para que despareciera la dinastía de
los Romanov. Uno no puede quitarse de la mente al doctor Valdemar del que nos
habló Poe. La rapidez de los acontecimientos se acrecentó con la entrada de
Rusia en la segunda guerra mundial, participación que sería moneda de cambio en
muchos aspectos y que pesaría además al reducir los abastecimientos de todo
tipo de bienes. Pero, sobre todo, Rusia
se enfrentaba al vacío de poder creado con la desaparición del zar y sin unas
instituciones sólidas en que apoyarse. Es lo que permite siempre el paso de la
revuelta a la revolución. Lo que expresó Iglesias en la fundación de Podemos: “El cielo no se toma por consenso, se toma
por asalto”. Es lo que hicieron los bolcheviques.
El primer acto
de la revolución estará ocupado por la figura de Lenin. Y la única forma que
éste utilizará para asentarla será el terror. Surge la Cheka como sucesora de
la Ojrana zarista, con poderes de juzgar y matar. La revolución de un sólo país
triunfará sobre las tesis de Trotsky. Económicamente la política tendrá algo de
errática. Fracasará primero la actitud simplemente repartidora de la propiedad
rural y fracasará más todavía la NEP (Nueva Economía Política). EL culto a la personalidad
de Lenin es total y sufrirá con su decadencia física.
Sin embargo,
con su muerte se abre otra etapa muy diferente. Persiste el culto a la
personalidad ahora en la figura de Stalin. Será ahora cuando la docrina
marxista cobre su total plasmación. El fracaso de la NEP se corrige con la introducción
de los planes quinquenales en los que se pretende superar el tradicional
retraso de Rusia con un esfuerzo basado en el ideario comunista.
No fue
precisamente un camino de rosas. Llegaron los planes quinquenales con su aire
prometeico. En la agricultura, se barrieron los kulaks y se introdujo una colectivización
a través de los koljoses que condujo
a importantes hambrunas. El ambicioso proyecto de industrialización acelerada
se encontró con una mano de obra proveniente del campo, que obligó a centrarse
en la tecnificación de la producción. Se exigió un esfuerzo que quedó
patentizado en el stajanovismo. Las ciudades crecieron espectacularmente,
aunque Mila observe que en realidad se ruralizaron. La intelligentsia, la nueva y la antigua, lo pasaron mal o sufrieron orientaciones
impuestas.
Si Stalin se
apartaba en tantas cosas de Lenin, tomó de éste el uso del terror. Hubo terror
con Lenin, pero el Gran Terror llegó con Stalin, primero orientado hacia los
burgueses y, más tarde, organizado dentro del propio partido. Con Stalin llega también
la constitución de 1936 que acomoda a su ideario la URSS, asi como su
equiparación personal con el zar, no basada ya en ninguna ley divina, sino en
la fuerza del partido.
Dios vino a ver, curiosamente, a Stalin al
estallar la segunda guerra mundial. Cometió numerosos errores que condujeron a una
primera parte de la contienda en la que la URSS resultó claramente perdedora.
Cuando, aprovechando las estructuras políticas y sociales existentes y el
patriotismo, logró frenar a los nazis y recuperar el terreno perdido, todo con
amplio apoyo de Occidente, cambiaron las tornas. La habilidad de Stalin hizo
que de la guerra surgiera una URSS como potencia mundial y aplaudida por una sociedad
confiada y orgullosa de su éxito. Todo sin contar con la creación de una red de
países satélites a los que se trasplantó el terror soviético.
El estalinismo
no concluye con la muerte de Stalin en 1953. Para Mira Milosevich persiste a
través de los gobiernos de Jruschov y Breznev. Pero nadie se baja del burro sin
más. Es lo que Milosevich denomina “el
imperio en mutación”, que cubrirà desde 1953 a 1991. Tras la guerra
caliente, llegó la guerra fría, pero ésta se extiende ya, sobre todo, a los
sucesores de Stalin. Mira Milosecivh va a distinguir hasta seis etapas de la
guerra fría, etapas que vivimos muchos, aunque fijándonos más en los
acontecimientos puntuales que en la apreciación que del sentido que tenían
globalmente.
El libro nos
ofrece las tres etapas de esa mutación: 1) Jruschov buscó la desestalinización
y la descentralización a través de su “totalitarismo
democrático”; 2) Breznev lo intentó por medio del estancamiento (zastoi) derivado de su “tiranía moderada”; 3) tras un corto
mandato de Andropov, Gorvachov introdujo las ideas de Glasnot (apertura) y Perestroika
(reconstrucción). Como dice Milosevich “no
comprendió que sus acciones y sus reformas iban a desastibilizar el sistema
comunista y, por tanto, a la Unión Soviética”. El fracaso de todo ello se
evidenció con el estallido de la URSS en 1991. Chernobil había sido una imagen
anticipada de la catástrofe en 1986.
Yeltsin ocupa los
años de 1992 a 1995, los que inicia los que Milosevich denomina “postimperio”. Lo que más caracterizó su
mandato fueron sus intentos de democratizar la politica y liberalizar la economía.
Lo hizo adoptando lo que se llamó una “terapia de choque”. Fracasó también. Unicamente
trajo las mafias y la corrupción.
¿Somos
conscientes de que Putin lleva ya 18 años al frente de Rusia? Si de algo puede
presumir es de su pragmatismo. Supo aprovechar el acercamiento al capitalismo
logrado por Yeltsin, pero bajo su mandato, se produjo un suave acercamiento a
los comunistas, ahora sus principales opositores. Respeta el pasado y no se
resigna a avergonzarse de la etapa comunista. Sigue soñando con una Rusia
potencia destacada del orden mundial, una alternativa viable a la decadencia de
Occidente. La semana pasada, marzo de 2018, barrió en unas elecciones que le
conceden algunos años más de mandato.
La lectura de
esta obra de Mira Milosevich resulta fácil, lo que no es poca cosa en un tema
tan complejo como el abordado, sobre todo con la ampliación de sus precedentes
y la referencia a lo subsiguiente. Es una labor que, a partes muy iguales, trae
recuerdos, articula hechos y proporciona información. Algo muy difícil, pero
que se consigue, logrando que lo difícil se convierte en fácil.
“Breve historia de la Revolución
rusa” (329 págs.) es un libro escrito por Mira Milosevich en 2017. Fue editado
ese mismo año por Galaxia Gutenberg, publicando cinco ediciones dentro del
mismo año 2017, siendo la quinta la leída y comentada.
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