Es un libro
publicado hace medio siglo sobre un tema que, entiendo, cada vez interesa
menos. Sin embargo, hay una razón que me ha impulsado a comentarlo. Uno de los
atractivos que puede tener el volver a ojear un libro como éste (no es un libro
de leer, sino de consultar, como mucho) es que desde su publicación en los años
setenta han transcurrido años y sucedido papas, de forma que nos ofrece una
visión de lo que se suponía que iban a ser los papas anunciados y lo que realmente
ha sido. El libro se publicó bajo el pontificado de Pablo VI. Faltaban
solamente cuatro papas: “De medietate lunae”, “De labore solis”, “De gloria Olivae”
y el último de todos, “Petrus Romanus”. Correspondieron a Juan Pablo I, Juan
Pablo II, Benedicto XVI y Francisco I.
No se debe
permitir quizá que la propia profecía desplace todo el interés hacia sí, de
manera que el pensamiento del autor del libro quede diluido. Victoriano Domingo
Lorén fue un secretario de la administración de justicia y luego magistrado que
fue autor unicamente de dos libros. Uno es el presente (1971) y el otro fue
“Los homosexuales ante la ley” (1878). Más allá unicamente se nos da la noticia
de que fue un buen conversador y aficionado al cine y a la lectura. El tema de
las profecías de San Malaquías le atrajo hasta el punto de llevarle escribir
este libro.
La historia de
la profecía de San Malaquías suele ser conocida. En el siglo XII, un
benedictino que llegó a alcanzar la santidad, visita al papa reinante,
Inocencio II, y le entrega una relación de las divisas con que se identifican
los papas futuros que iban a gobernar la Iglesia hasta el fin del mundo. Es
simplemente una relación en que los papas se designan con una breve expresión —no
más de 4 palabras. La relación va a permanecer ignorada hasta que en 1595 otro
benedictino, Arnoldo de Wion, relaciona las historia de todos olo obispos nde
us orden, y al llegar a San Malaquías la trascribe como simple curiosidad, indicando
que “como es corta y no ha sido impresa
todavía, que yo sepa, y como muchos desean conocerla, reproduzco aquí su texto”.
Del libro lo primero
que hay que decir es que presenta una visión sólida de la materia. Tiene dos
partes fundamentales: una referida a la historia de la profecía y de las críticas
que, en su favor y en su contra, ha recibido históricamente. La segunda constituye
un repaso de las divisas contenidas en la profecía, papa por papa, incluyendo incluso
las referidas a los que no habían aún ocupado el solio pontificio.
Comenzando por
esta última, nos encontramos con una relación de cada una de las divisas y de
los papas correspondientes. En general, tras una referencia histórica al papado
de cada uno d ellos y a los problemas que hubo o de afrontar y el temperamento
con el que se desenvolvió, acomete la labor de dar una interpretación a la
divisa correspondiente, la labor a veces ímproba dada la ambigüedad de algunas
de sus divisas, o, en sentido contrario, de su excesiva obviedad.
Victoriano
Domingo comienza por referirse a la “vitalidad” que conserva la profecía de san
Malaquías en la actualidad, al tiempo que critica la superficialidad con que se
aborda, sobre todo en tiempos de cónclave. Añade que precisamente “a remediar
el mal va encaminado este libro. No trata siquiera de convencer. Su única aspiración
es aportar algunos datos sobre el tema y satisfacer en parte la curiosidad de
muchas personas que desean conocer la citada profecía para formar juicio sobre
ella”. Añadamos que esa vitalidad es ya algo lejano. Son solo cincuenta años,
pero es el espíritu reinante el que ha cambiado. Ahora la cosa se orienta más
al llamado cambio climático.
No le echaron
atrás las críticas que Llorca, Montalbán y Villoslada resumían diciendo “Ningún historiador la puede tomar en serio”.
Sus indagaciones daban, por decirlo de la alguna forma, algunos resultaos
positivos. Llegaron las críticas de Larrayoz y Pijoan, todos ellos clérigos, con
el mismo tono despectivo. Domingo ni ocuilta las críticas, ni tampoco deja de
citar los apoyos recibidos por la profecìa.
La profecía de San Malaquías se percibe siempre
como un dilema, como una confrontación ente una fe en su veracidad y una
seguridad en su falsedad. Junto a ello, plantea una duda adicional: ¿realmente
marca un término a la historia, a lo que antes se llamaba “fin del mundo”? El
“no habrá más tiempo” de que habla del ángel del Apocalipsis. Digamos que ese
temor ha perdido gas: la gente no piensa en una catástrofe que pueda acabar a cortísimo
plazo con Roma, ciudad de las siete colinas, sino en otra catástrofe por derivada
del cambio climático antropogénico atribuible al hombre, el mismo hombre que no
puede detener una granizada.
Más allá de lo
apuntado en su introducción Victoriano Domingo hace una completa descripción de
los atacantes y los defensores de la profecía. Es una parte interesante del
libro por permitir conocer las viejas raíces de la polémica. Consciente de que son
más los que atacan la profecía que los que creen en ella, manifiesta: “Con tales antecedentes, temeraria parece
nuestra empresa. Si los profundos conocedores del Papado… las juzgan ridículas
y dignas de crédito, parece necio tratar de enmendarles la plana”. Y agrega:
“Pero diversas circunstancias me han
empujado a la tarea”. El autor
insiste en su deseo de llevar a cabo “un examen sereno e imparcial”.
Parte de la
idea de que la falta de consistencia de las divisas es igual en las que
preceden a la aparición pública de las profecías, como en las que la siguieron.
Siempre había sido la principal acusación contra la verosimilitud de éstas: haber
sido sacadas a luz para favorecer la elección de un determinado papa, lo que
dotaba a las anteriores a esa elección de una especial contundencia y se relativizaba
hasta la invención las que siguieron al cónclave famoso, en que salió elegido
Urbano VII, el 74 de la lista. Sobre Victorino Domingo pesan dos sensaciones.
La de que las tesis contrarias a la autenticidad de las profecías adolecen de
una “falta de consistencia de los
argumentos de contrario” y la de que “conceder
crédito a la veracidad de la profecía y su aplicación gradual y concreta, no es
absurdo, como parece deducirse al escuchar a los impugnadores”.
Saltamos, como
en muchas otras ocasiones al final de libro: “Todas estas interrogaciones son, con otros muchos argumentos, las que
sostienen nuestra creencia de que nos encontramos en presencia de una profecía
verdadera”. Quizá es el momento de mostrar mi postura personal: probablemente
creí en la profecía desde años antes de la publicación de este libro ¡por algo
lo compraría! Eran años de guerra fría y constante amenaza atómica. Un clima que
también afectaría a Domingo. Él iba más allá aún: “El fin de nuestro mundo, y la segunda venida del Señor, están
próximos, a la puerta”.
El conocimiento
que da la ciencia relativiza todo. Nos habla, por ejemplo, de 200.000 millones
de estrellas en la Vía Láctea. De millones de nebulosas como ella. De millones
de cúmulos de nebulosas. Y hasta ahí puedo leer, como se decía en un concurso
televisivo. ¿Hay que pensar en que la desaparición de la humanidad que habita
la Tierra va a suponer el fin del mundo? Pero no sólo llega ahí nuestra autoflagelación;
la vida surge como consecuencia de una serie de factores casuales y probablemente
con formas diferentes. Si hay 200.000 millones de estrellas y si como media se
cree que cada una tiene un planeta ¿en cuántos de éstos ha surgido la vida? Y
ahora que estamos tratando de saber si hay alguien anda por ahí, debiéramos
recordar que, en los millones de años el hombre ha ocupado una mínima parte de
ese lapso, y sería ya inapreciable el momento en que se asoma al universo, nuestro
siglo XX. ¿De qué serviría una señal del
exterior cuando ocupan la tierra los cromañones, tan recientes? O al revés ¿Qué
sucedería si nuestras tenues señales llegaran a un planeta lejano donde sólo deambularan
de momento los gusanos que nosotros fuimos?
Hay que volver
a Victoriano Domingo, quien, antes de entrar en su historia de los papas y la interpretación
de sus divisas, incluye una de serie de observaciones, comenzando por la afirmación
de que toda profecía es algo oscuro y misterioso. Y así, la relativiza, indicando
que a través de ella Dios no previene ni determina el porvenir, siendo
permanente lo indicado por Jesucristo de que nadie conocerá el día y la hora de
su segunda venida, En suma, no puede esperarse ninguna exactitud o claridad en las
divisas, en las que sólo puede verse algo así como una metáfora.
Es un libro
curioso. Hay algo a destacar: han pasado menos de 50 años y las profecías religiosas
han dado paso a las profecías científicas o pseudocientíficas. Las primeras
apenas interesan; las segundas, nacen y se multiplican con una clara
colaboracion mediática. Si he recalado en este libro es porque evidencia el
signo de los tiempos.
“Y dijo el ángel: “No habrá más
tiempo. Los vaticinios de San Malaquías” fue escrita por Victorino Domingo
Loren en 1971 y publicada el mismo año por Ediciones Marte.
Yo tengo el libro dedicado por su autor, de puño y letra. Y con un apéndice curioso y esclarecedor... No es tan enigmático como parece. Es mucho más evidente y palmario.
ResponderEliminarFrancisco I es Petrus Romanus?
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