jueves, 15 de marzo de 2018

Fernando García de Cortázar: “Mitos de la historia de España.”






Fernando García de Cortázar es vasco (o sea, nacido en Bilbao) y, aunque se formó en la Autónoma de Madrid, pasó luego a la Universidad bilbaína de Deusto. Es un historiador con una producción, tan fecunda como monográfica, de libros sobre historia de España y novelas históricas. Lo que no se suele conocer y que se descubre en Wikipedia, aunque no en la nota biográfica, sino en los datos personales es que García de Cortázar es, además, jesuita. Aunque encorbatado.
 
¿Qué es un mito? Vamos a tomar la definición de a pie que nos ofrece Wikipedia antes de entrar en el libro de García de Cortázar. Mito sería una ”parte del sistema de creencias de una cultura o de una comunidad, la cual los considera historias verdaderas”. Una descripción muy simple pero que nos deja vislumbrar que nos encontramos ante algo cercano a ese fenómeno que se llama “fe”. Y parece que García de Cortázar llega a ese mismo resultado cuando indica que “los mitos no son falsas creencias acerca de nada, sino creencias en algo, símbolos santificados por la tradición y la historia”. Nos dirá también que “la clave de este universo no es sólo el de la manipulación y el arrebato sentimental, sino también en el del olvido y la amnesia”.
Parece que la cosa va de “desmitificar”, todo al grito de “los mitos son máscaras, relatos que tallan en la memoria de la gente recuerdos falsos y creencias impersonales”. Pero quizá el problema es distinguir lo que es mito y lo que no lo es. Lo que llamamos “lugar común” no es precisamente mito.
El primer mito que se trata de desmontar es aquel que señala como tal la consideración de España como reserva espiritual.

García de Cortázar comienza arremetiendo contra un mito: la España como martillo de herejes y soporte de la cristiandad. Como especial representante del mito escoge a Menéndez Pelayo, cosa en que se pasa varios pueblos. Lo califica de creador del mito, con lo que dejan de tener sentido las alusiones a la previa existencia de éste.
Los argumentos de García de Cortázar se basan sobre todo en el contraste entre le religiosidad popular y la religión oficial, o sea, la curia y lo eclesial. España ha sido siempre religiosa y anticlerical, pero esto no queda nada claro en la desmitificación que se trata de llevar a cabo. Curiosamente el apartado inicial del capítulo dedicado esta cuestión se intitula “¡Abajo los jesuitas!”, cuando lo que en todo caso sucedió es que fueron expulsados o disueltos, y más de una vez, además. El grito, al parecer, fue solo el lanzado por Ramiro de Maeztu en el estreno de la “Electra” de Galdós. García de Cortázar, desde el primer momento, va a abusar de las citas, va a emplear una sintaxis compleja y lacrimosa y va a tratar de rellenar la total historia de España de mitos, haciéndola ancestral y equívoca.
Para mito, mito el de la España de la pandereta, la España de Mérimée contra la que se rebela la Carmen de España, la España medio árabe separada de Europa por los Pirineos, la recreada por Berlanga en Bienvenido Mr. Marshall. En este punto se produce un hecho curioso: García de Cortázar no distingue los que podíamos llamar mitos interno y externo, doméstico y foráneo. Quizá la realidad es que coexisten ambos: el mito externo, la de los viajeros románticos, y otro interno, de otro carácter, que renuncia al tipismo y acude a la diversidad: el “Spain in different”. Pero esa diferencia no está recogida en el libro.
Uno de los apartados más interesantes del libro es el que se refiere a la mitificación de Castilla como tierra pobre, adusta, llena de personas dominadoras, cerrada a las ideas, austera y martirizada por su propio paisaje. Y a ese mito se contrapone otro, el catalán: un pueblo noble, irredento, aherrojado por Castilla, antropológicamente libre que ha sido objeto de una continuada persecución, singularmente centrada en su lengua.
El mito de la violencia lo aborda García de Cortázar de manera un tanto confusa: es también el mito del héroe, del revolucionario, del que sacrifica su vida por un ideal más o menos noble. Su creador debe encontrarse en el campo de los poetas y los literatos. En el siglo XX “la violencia se consideró consecuencia de todo ideal fuerte, verdadero o falso, se glorificó en nombre de la utopía o de la reacción, y ciertos hombres y mujeres de derechas y de izquierdas convirtieron ciertos estallidos sociales y ciertos crímenes en lo contrario de lo que en realidad eran”. ¡Pero eso ha sido realidad en tantos y tantos países...! ¿Por qué adjudicárselo a España? Al final, se señala que el mito amparó también a movimientos como los maquis y ETA. Antes se ha referido a los que podemos llamar pequeños mitos, como el de Zumalacárregui o el de Durruti. Quizá estamos ante el mito del mito, no el de su destrucción.

Podríamos hablar del mito del pueblo en el capítulo que se intitula “Entre el arado y la constitución”, un capítulo que se inicia con una larga exaltación de Torrijos, aderezada con constantes alusiones a Blanco White. ¿En qué consiste este mito? Simplemente, en creer en un pueblo español amante de la libertad, patriota, defensor del progreso. Admirable, en resumen. Un talante inexistente. García de Cortázar, con acierto muchos casos, repasa todas las frecuentes e importantes ocasiones en que se demostró lo contario: su apatía, su indiferencia hacia la libertad.  Omite toda referencia a los casos en que los españoles se mostraron de manera contraria. La sublevación de 1808 la utiliza como prueba de sus tesis, añadiendo, las posteriores ocasiones en que el pueblo llegó a intervenir en la historia. Lo refleja así “el pueblo que poblaba sus artículos [el de los republicanos de 1868] no era más que una ilusión que silenciaba al pueblo real, en su mayoría campesino y analfabeto, que vivía en las labranzas y los latifundios de los terratenientes o trabajaba sus humildes tierras siempre con miedo a la sequía o la mala cosecha”.
Recorriendo la historia se repasan los pequeños mitos del regeneracionismo o del republicanismo. “La República llevaba cosida a su bandera la igualdad entre los ciudadanos, la supresión de la crueldad y el terror, de la ignorancia y la superstición, del dolor y la miseria”. Cuando llegó, lo fue acompañada por la desilusión. “El problema fue que los moderados se hallaron rebasados por la algarabía revolucionaria de la izquierda más exaltada y la nostalgia clerical y militarista de la derecha más reaccionaria”. Marañón denunció el “escaso nivel de preparación de muchos de los dirigentes y responsables técnicos” ¿Otro mito que se destruye? Lo peor es que García de Cortázar, cuando habla del retorno al republicanismo de 1931 (cuyo peculiar liberalismo no oculta) lo declara fracasado por la torpeza de la izquierda al “airear formas carentes de la necesidad histórica que en su tiempo las había producido”. Definitivamente pone los pies en tierra, alejándose del mito y asentándose en la utopía.
Surge por fin el mito de la guerra civil inevitable (la guerra, que no el mito), conocida comúnmente como el mito de las dos Españas. Elevándose a la épica y las solemnidades verbales, Cortázar se precipita al vacío. Y crea el mito de las tres Españas. La tercera es la de unos intelectuales carentes de realismo. Fracasa también al atribuir la guerra civil a un alzamiento, algo así como gratuito, de unos militares. La vida hubiera seguido igual, dice. Pero ¿no había cambiado desde 1931?
El libro peca de superficial, un pecado imperdonable en quien pretende ser historiador. Es sorprendente que su obra escrita haya derivado hacia la novela histórica, la forma más educada de traición a la historia. Y curioso que en “El Español”, el 8 de mayo de 2016, se le haga una entrevista en la que “opina que la creación cultural de nuestra historia es La compañía de Jesús”.
La realidad es que a uno se le va cayendo el libro de las manos. No es ni carne ni pescado: ni historia, ni ensayo. Demasiadas poesías, excesiva concentración en determinados personajes, desproporcionadas conclusiones de acciones y textos puntuales. Se siente “intelectual”, noción creada y/o apropiada por la izquierda, y busca identificarse con ellos desde su peculiar sentimiento liberal. Pero el tiempo ha pasado, García de Cortázar. Más allá de eso, proclamar el deber de elevar el optimismo de los españoles y difundir una valoración de su patrimonio cultural son “parole, parole, parole”. ¿Es que no se da cuenta que deja a los españoles como un trapo? 
Las contradicciones internas derribaron definitivamente la atracción que el título del libro había suscitado en mí. Lo siento.


“Los mitos de la Historia de España” (370 págs.) es un libro escrito por Fernando García de Cortázar” en 2003. La edición comentada es la publicada por Planeta en su serie Booklet en 2007.

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