Fernando García
de Cortázar es vasco (o sea, nacido en Bilbao) y, aunque se formó en la
Autónoma de Madrid, pasó luego a la Universidad bilbaína de Deusto. Es un
historiador con una producción, tan fecunda como monográfica, de libros sobre
historia de España y novelas históricas. Lo que no se suele conocer y que se
descubre en Wikipedia, aunque no en la nota biográfica, sino en los datos
personales es que García de Cortázar es, además, jesuita. Aunque encorbatado.
¿Qué es un
mito? Vamos a tomar la definición de a pie que nos ofrece Wikipedia antes de
entrar en el libro de García de Cortázar. Mito sería una ”parte del sistema de creencias de una cultura o de una comunidad, la
cual los considera historias verdaderas”. Una descripción muy simple pero
que nos deja vislumbrar que nos encontramos ante algo cercano a ese fenómeno
que se llama “fe”. Y parece que García de Cortázar llega a ese mismo resultado
cuando indica que “los mitos no son
falsas creencias acerca de nada, sino creencias en algo, símbolos santificados
por la tradición y la historia”. Nos dirá también que “la clave de este universo no es sólo el de la manipulación y el
arrebato sentimental, sino también en el del olvido y la amnesia”.
Parece que la
cosa va de “desmitificar”, todo al grito de “los mitos son máscaras, relatos que tallan en la memoria de la gente
recuerdos falsos y creencias impersonales”. Pero quizá el problema es distinguir
lo que es mito y lo que no lo es. Lo que llamamos “lugar común” no es
precisamente mito.
El primer mito
que se trata de desmontar es aquel que señala como tal la consideración de
España como reserva espiritual.
García de Cortázar
comienza arremetiendo contra un mito: la España como martillo de herejes y
soporte de la cristiandad. Como especial representante del mito escoge a Menéndez
Pelayo, cosa en que se pasa varios pueblos. Lo califica de creador del mito,
con lo que dejan de tener sentido las alusiones a la previa existencia de éste.
Los argumentos
de García de Cortázar se basan sobre todo en el contraste entre le religiosidad
popular y la religión oficial, o sea, la curia y lo eclesial. España ha sido
siempre religiosa y anticlerical, pero esto no queda nada claro en la
desmitificación que se trata de llevar a cabo. Curiosamente el apartado inicial
del capítulo dedicado esta cuestión se intitula “¡Abajo los jesuitas!”, cuando
lo que en todo caso sucedió es que fueron expulsados o disueltos, y más de una vez,
además. El grito, al parecer, fue solo el lanzado por Ramiro de Maeztu en el
estreno de la “Electra” de Galdós. García de Cortázar, desde el primer momento,
va a abusar de las citas, va a emplear una sintaxis compleja y lacrimosa y va a
tratar de rellenar la total historia de España de mitos, haciéndola ancestral y
equívoca.
Para mito, mito
el de la España de la pandereta, la España de Mérimée contra la que se rebela
la Carmen de España, la España medio árabe separada de Europa por los Pirineos,
la recreada por Berlanga en Bienvenido Mr. Marshall. En este punto se produce
un hecho curioso: García de Cortázar no distingue los que podíamos llamar mitos
interno y externo, doméstico y foráneo. Quizá la realidad es que coexisten ambos:
el mito externo, la de los viajeros románticos, y otro interno, de otro
carácter, que renuncia al tipismo y acude a la diversidad: el “Spain in different”.
Pero esa diferencia no está recogida en el libro.
Uno de los
apartados más interesantes del libro es el que se refiere a la mitificación de
Castilla como tierra pobre, adusta, llena de personas dominadoras, cerrada a
las ideas, austera y martirizada por su propio paisaje. Y a ese mito se contrapone
otro, el catalán: un pueblo noble, irredento, aherrojado por Castilla, antropológicamente
libre que ha sido objeto de una continuada persecución, singularmente centrada
en su lengua.
El mito de la
violencia lo aborda García de Cortázar de manera un tanto confusa: es también
el mito del héroe, del revolucionario, del que sacrifica su vida por un ideal
más o menos noble. Su creador debe encontrarse en el campo de los poetas y los
literatos. En el siglo XX “la violencia
se consideró consecuencia de todo ideal fuerte, verdadero o falso, se glorificó
en nombre de la utopía o de la reacción, y ciertos hombres y mujeres de
derechas y de izquierdas convirtieron ciertos estallidos sociales y ciertos
crímenes en lo contrario de lo que en realidad eran”. ¡Pero eso ha sido
realidad en tantos y tantos países...! ¿Por qué adjudicárselo a España? Al
final, se señala que el mito amparó también a movimientos como los maquis y
ETA. Antes se ha referido a los que podemos llamar pequeños mitos, como el de
Zumalacárregui o el de Durruti. Quizá estamos ante el mito del mito, no el de
su destrucción.
Podríamos
hablar del mito del pueblo en el capítulo que se intitula “Entre el arado y la constitución”, un capítulo que se inicia con
una larga exaltación de Torrijos, aderezada con constantes alusiones a Blanco
White. ¿En qué consiste este mito? Simplemente, en creer en un pueblo español
amante de la libertad, patriota, defensor del progreso. Admirable, en resumen.
Un talante inexistente. García de Cortázar, con acierto muchos casos, repasa
todas las frecuentes e importantes ocasiones en que se demostró lo contario: su
apatía, su indiferencia hacia la libertad. Omite toda referencia a los casos en que los
españoles se mostraron de manera contraria. La sublevación de 1808 la utiliza
como prueba de sus tesis, añadiendo, las posteriores ocasiones en que el pueblo
llegó a intervenir en la historia. Lo refleja así “el pueblo que poblaba sus artículos [el de los republicanos de
1868] no era más que una ilusión que
silenciaba al pueblo real, en su mayoría campesino y analfabeto, que vivía en
las labranzas y los latifundios de los terratenientes o trabajaba sus humildes tierras
siempre con miedo a la sequía o la mala cosecha”.
Recorriendo la
historia se repasan los pequeños mitos del regeneracionismo o del
republicanismo. “La República llevaba
cosida a su bandera la igualdad entre los ciudadanos, la supresión de la
crueldad y el terror, de la ignorancia y la superstición, del dolor y la
miseria”. Cuando llegó, lo fue acompañada por la desilusión. “El problema fue que los moderados se hallaron
rebasados por la algarabía revolucionaria de la izquierda más exaltada y la nostalgia
clerical y militarista de la derecha más reaccionaria”. Marañón denunció el
“escaso nivel de preparación de muchos de
los dirigentes y responsables técnicos” ¿Otro mito que se destruye? Lo peor
es que García de Cortázar, cuando habla del retorno al republicanismo de 1931
(cuyo peculiar liberalismo no oculta) lo declara fracasado por la torpeza de la
izquierda al “airear formas carentes de
la necesidad histórica que en su tiempo las había producido”. Definitivamente
pone los pies en tierra, alejándose del mito y asentándose en la utopía.
Surge por fin
el mito de la guerra civil inevitable (la guerra, que no el mito), conocida comúnmente
como el mito de las dos Españas. Elevándose a la épica y las solemnidades
verbales, Cortázar se precipita al vacío. Y crea el mito de las tres Españas.
La tercera es la de unos intelectuales carentes de realismo. Fracasa también al
atribuir la guerra civil a un alzamiento, algo así como gratuito, de unos
militares. La vida hubiera seguido igual, dice. Pero ¿no había cambiado desde
1931?
El libro peca
de superficial, un pecado imperdonable en quien pretende ser historiador. Es
sorprendente que su obra escrita haya derivado hacia la novela histórica, la
forma más educada de traición a la historia. Y curioso que en “El Español”, el
8 de mayo de 2016, se le haga una entrevista en la que “opina que la creación cultural de nuestra historia es La compañía de
Jesús”.
La realidad es
que a uno se le va cayendo el libro de las manos. No es ni carne ni pescado: ni
historia, ni ensayo. Demasiadas poesías, excesiva concentración en determinados
personajes, desproporcionadas conclusiones de acciones y textos puntuales. Se
siente “intelectual”, noción creada y/o apropiada por la izquierda, y busca
identificarse con ellos desde su peculiar sentimiento liberal. Pero el tiempo
ha pasado, García de Cortázar. Más allá de eso, proclamar el deber de elevar el
optimismo de los españoles y difundir una valoración de su patrimonio cultural
son “parole, parole, parole”. ¿Es que no se da cuenta que deja a los españoles
como un trapo?
Las contradicciones
internas derribaron definitivamente la atracción que el título del libro había
suscitado en mí. Lo siento.
“Los mitos de la Historia de
España” (370 págs.) es un libro escrito por Fernando García de Cortázar” en
2003. La edición comentada es la publicada por Planeta en su serie Booklet en
2007.
No hay comentarios:
Publicar un comentario