Este libro
trata de ser una mirada atenta sobre la llamada Escuela de Frankfurt, un
marxismo light que, aunque nacido en Alemania, creció luego en tierra
norteamericana arropada especialmente por refugiados ante el antisemitismo y el
nacionalsocialismo reinante en Alemania y la Europa ocupada, y que retornó a
una Alemania distinta de la abandonada. Una Escuela de Frankfurt que sorprende
porque, junto a la liviandad de sus postulados teóricos —los del marxismo crítico—, tuvo
una gran influencia en el etéreo mundo de los intelectuales.
El autor,
Stuart Jeffries, es un escritor que publica artículos y libros de contenido a
caballo de la política y la filosofía. Es norteamericano. Puede ser un reflejo
de su ideología lo que dice en una entrevista que publica en su web VOX (no
precisamente el partido político español), una difusora de ideas, noticias, una
entidad cuya rigurosidad en la información —toda noticia acaba con el
término “explained”—
resulta bastante dudosa. Porque las noticias se dan a pelo, no se dan
explicadas. A las personas hay que formarlas para que puedan entender la
realidad, no se les ofrece ésta “explicada”. Quizá sea interesante señala cómo
concluye la entrevista a Jefries: “Sean
Illing: The Frankfurt School lost its luster decades ago. Do you see their
ideas making a comeback given all these political and cultural transformations?
Stuart Jeffries: Definitely. There's a lot to learn from the critical
theorists, whatever your politics might be. They have a lot to say about modern
culture, about what's wrong with society, and about the corrupting influence of
consumerism. That alone makes them essential today”. Perdón por no
traducirlo, pero uno teme ser infiel. En todo caso, no es algo decisivo, pero
sí significativo, por lo que se puede omitir su lectura sin daños.
¿Interesa
realmente hoy la escuela de Frankfurt? Hay dos cosas evidentes: una, que ha
ejercido históricamente una clara e importante influencia en la sociedad del
siglo XX, ya que su marxismo blando alentó muchos movimientos; otra, que perdió
altura en su vuelo tras los años 60. Pero: ¿vuelve a tener presencia? Digamos
que el libro se reduce a repasar, un tanto desordenadamente, la vida y las
obras de las personalidades más relevantes del movimiento. No es realmente un
libro sobre la Escuela de Frankfurt. Recordemos que ésta Escuela de Frankfort
es la denominación que se dio en los 60 a los intelectuales que se habían
reunido en esa ciudad el año 1923 en una cosa que se llamó “Instituto de Investigación
Social”. Aunque confluyeron en ella ideas distintas y hasta contradictorias,
estuvo alentada por lo que se ha dado en llamar “teoría crítica”, resultante de
“la pretensión de conceptualizar
teóricamente la totalidad de las condiciones sociales y la necesidad de ese
cambio” (Wikipedia).
Parece haber
algo común entre todos los amigos que integran la Escuela de Frankfurt.
Pertenecen a familias acomodadas, judías y especialmente asentadas en el ámbito
alemán. ¿Un complejo padecido en común? En cualquier caso, es una acusación
grave que se lanza contra los amigos del Instituto de Investigación Social, al
unirse en esa idea tanto un cierto sentido edípico como una aspiración de
autojustificación. El sentido anticapitalista de la escuela surge así espontáneamente,
al liberarse de culpa haciendo descansar sobre el padre el pecado capitalista
del que sin embargo disfrutan. Otro aspecto que, desvelado, se critica es la
tendencia a asumir idealmente el sufrimiento ajeno. Las décadas de los 20 y los
30 se reflejan en aspectos, tan anecdóticos como esperpénticos en algunos
casos, que van desde el Mahagony de Bertold Brecht al odio al jazz de Adorno. Todo pura banalidad. Y por encima: “palo si boga y palo si no
boga”.
Llegan los años 40 y Jeffries se centra en
tres aspectos puntuales. El primero es el de la muerte de William
Benjamin, cuya peculiar personalidad ya ha sido descrita antes. Muere al
parecer por una sobredosis de morfina cuando trataba de pasar desde la Francia
de Vichy a España y se le niega el paso por un problema burocrático que desaparece
al día siguiente. El libro expone todas las teorías elaboradas ante esa muerte,
mayoritariamente calificada de suicidio. El segundo tema abordado se refiere a
la actitud de Adorno y Horkheimer durante su estancia en los Estados Unidos.
Sorprende tanto el desprecio que muestran hasta ese país, como la aberrante
idea de comparar insistentemente a Hitler con Hollywood. El tercero, por fin,
es que otros muchos “escolares” refugiados en Estados Unidos colaboraron con
Washington. Jeffries se pregunta ¿qué significó el fascismo para la escuela de
Frankfurt? Recorre la trayectoria de Erich Fromm que lo relaciona con el
sadomasoquismo ligado al famoso “miedo a la libertad”; repasa las controversias
que se mantuvieron en torno al capitalismo de Estado o el autoritarismo
familiar. Se justifica en último término el colaboracionismo en la lucha contra
el capitalismo, no contra el fascismo. Sus principales personajes fueron
Marcuse, Kirchheimer y Neumann. En el libro se nos dice: “los intelectuales de Frankfurt trajeron un refrescante cuestionamiento
de las opiniones establecidas sobre el nazismo”. Criticaron los bombardeos
aliados, cosa que Jeffries aplaude, deteniéndose en la figura de Neumann “el más fascinante de los intelectuales de
Frankfurt que colaboraron con el Tío Sam” y aludiendo a las sospechas de su
condición de agente soviético.
Los años 50 recogen
las sensaciones experimentadas por Adorno y Horkheimer a su retorno a Alemania,
a la occidental por supuesto. Su desoladora comprobación de que Europa ya no
era la luminaria de la cultura. O la liberación del Eros, archivando a Freud y
abrazando a Reich “que padecía delirio
paranoide y creía que los ovnis atacaban al mundo”. Un abrazo más que
significativo. Igual que maldijeron al padre, maldicen ahora a Norteamérica.
Los 60 recogen
la tragedia: los países progresan, la pobreza retrocede, el consumismo se
impone. Antes los de Frankfurt alegan: “la
liberación del hambre y la miseria no necesariamente converge con la liberación
de la servidumbre y la degradación”. En suma: “El triunfo del capitalismo consumista y la ausencia de crisis
económicas graves que pudieran haber puesto en riesgo su futuro en las décadas
de 1950 y 1960 significaban que, una vez más, los marxistas debían repensar su
filosofía”.
El final del
libro está dedicado inicialmente a Jürgen Habermas, el sociólogo y filósofo
alemán que prácticamente encarna la segunda ola de la Escuela de Frankfurt, por
más que buena parte de sus críticas se dirijan hacia sus predecesores y
maestros. Jeffries aborda el análisis de su pensamiento de una manera
concienzuda, diría que profesoral. Lo que tiene el inconveniente de soportar la
relativa falta de consistencia y, sobre todo, de permanencia y continuidad de
las ideas de Habermas. Quizá lo más destacable de las tesis de Habermas sea el
optimismo que en el último término las inspira. Y su defensa de la Ilustración,
contrariando así las de sus maestros y mentores.
Habermas va a
defender la idea de la ‘esfera pública’.
Y, para resucitarla, reclama el esfuerzo de los intelectuales y la lucha contra
el “sistema” creando un ‘patriotismo institucional’. Sin embargo, a Habermas,
como en general a toda su escuela, le pesa en exceso su germanismo. Al mismo
tiempo se sienten culpables y víctimas. Por lo demás, el europeísmo es también
un deseo y una desesperanza. ¿Tiene sentido de que siguiera “albergando la extraordinaria esperanza de
que realidad social se debiera cambiar mediante la creacion de instituciones
verdaderamente democráticas que pudieran resistir los efectos corrosivos el
capitalismo”? Una esperanza que significa escapar del mundo unidimensional de
Marcuse, el único que saltó desde la teoría a la acción.
Al iniciarse el
siglo XX, Habermas inicia un sorprendente cambio frente a la religión. Sus
encuentros con Ratzinger fueron famosos. Descubre que la fe puede aportar cosas
que no puede proporcionar la sociedad secular. Sus proposiciones se acercan a
Kant. Es el paso de la era secular a otra post-secular. Con un “post” se arregla
todo. Pero Fukuyama ya ha advertido: la historia ha acabado, no hay mejores
sistemas a los que aspirar. Ya Honneth, el actual director del famoso Instituto
declara que “el objetivo no es la revolución,
sino la mejora gradual de capitalismo y la democracia hasta el punto en que
podamos ser totalmente reconocidos como sujetos humanos”. ¡Lo que va de
ayer a hoy!
Al libro se le
califica de “biografía coral”, un
término excesivamente cursi. Se quiere referir con él a la suma de una serie de
anécdotas atribuibles distintos individuos y a la supuesta descripción de las
mentalidades y sentimientos de una serie de filósofos que, a diferencia del
filósofo clásico, se agrupan en siglas concretas. La realidad es que la imagen
final, es decepcionante: un pensamiento divergente, contradictorio,
personalizado, cambiante. Unicamente lo liga el aroma marxista. Algo generado
en una época tan crítica como la de entreguerras y aderezado con la persecución
judía.
Al final del
libro, Jeffries muestra su ambiguo pelaje: “Es
ahí donde encuentra esa esfera pública que en su momento ofreció una esperanza
utópica de asociación racional, autónoma y voluntaria donde podríamos, a través
de la razón y la acción comunicativas, convertirnos en algo más que hombres y mujeres
unidimensionales”.
Si lo quiere
leer, léalo. Siempre se aprende algo y siempre se encuentra algo que se
rechaza.
“Gran Hotel Abismo” (Grand Hotel
Abyss”) es un libro escrito por Stuart Jeffries en 2016 y publicado en España
por Turner Publicaciones en febrero de 2018
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