El título del libro ya es lo suficientemente significativo: “Sin raíces”. Se refiere, claro, a raíces perdidas, que existieron pero que ya, habiendo desparecido, ni pueden sostener ni alimentar al árbol al que servían, destinado así a la muerte. Desde este punto de vista, la obra es terriblemente triste y desoladora. El árbol, naturalmente, es Europa y lo que significa o significó; la raíces son las creadas por el cristianismo; la enfermedad que ataca las raíces, el relativismo y sus secuelas.
Marcello Pera,
en su introducción, comienza por indicar que “el presente volumen nace de un encuentro personal”. Efectivamente,
Pera imparte en la Pontificia Universidad Lateranense una Lectio Magistralis el
12 de mayo de 2004. Al día siguiente, el cardenal Ratzinger da una conferencia
en el Senado italiano. Advertida la coincidencia de sus intervenciones, cruzan
entre ellos unas cartas en que definen sus posturas. El libro no es sino la reproducción
de la intervención de Pera, con el título “El
relativismo, el cristianismo y Occidente”, y la de Ratzinger, titulada “Europa. Sus fundamentos espirituales ayer,
hoy y mañana” (actualizada y retocada en su última parte por Pera), a las
que se añaden las cartas cruzadas.
Joseph
Ratzinger es sobradamente conocido. Baste recordar que fue elegido papa el 19
de abril de 2005, por lo que era cardenal cuando, casi un año antes, pronunció
su conferencia. Era entonces Decano del Colegio Cardenalicio y Prefecto de la Congregación
para la Doctrina de la Fe. Marcello Pera es menos conocido. Filósofo estudioso
de Popper y político italiano, militó en Forza Italia y, desde 2008, en el
Popolo della Libertá. Fue presidente del Senado de Italia. Uno de sus libros
(“Por qué debemos considerarnos cristianos”) ha sido comentado en este blog;
curiosamente Ratzinger lo prologó dejando constancia de sus discrepancias con
Pera.
La lección magistral
de Pera se inicia preguntándose la razón por la que las grandes ideas como el
liberalismo, la separación Iglesia-Estado, el Estado de Derecho, el Estado o la
democracia han nacido en Occidente, han sido producto suyo y se han ido
extendiendo como básicas por todos los continentes. La pregunta que se hacía
Weber sobre el capitalismo la hace Pera extensible a todas estas nociones. Que
el cristianismo haya colaborado en ello es algo que no llega a afirmar Pera.
Pero indica que llega hoy y en Europa el pensamiento que domina a propósito de
esas verdades universales “es que ninguna
de ellas posee un valor universal”, “…se
limita a ser una particularidad más entre las demás, con una dignidad igual que
la demás”.
Pera va a
hablar de “timidez, prudencia,
retraimiento y temor”, una forma de “autocensura
y represión que se esconde bajo el manto de los que suele denominarse lenguaje políticamente
correcto, una especie de neolengua”. Subraya cómo Europa es incapaz de
declarar la superioridad de su cultura sobre la de islam y, en consecuencia,
mantenerla. Y tacha de injustificada y arriesgada esa actitud. La falta de justificación
la identifica con el relativismo reinante, y sus manifestaciones con el
pensamiento débil, postilustrado, posmoderno o sin fundamento. Eso desemboca en
una vocación de diálogo, cuando el diálogo intercultural sólo puede servir para
reconocerse, no para decidir la superioridad de una cultura sobre otra. El
deconstructivismo es otra de las causas de la crisis. Pera repasa la técnica
empleada por Jacques Derrida para deconstruir cualquier cosa que se le ponga
por delante y pone de relieve sus contradicciones profundas.
Pero la desolación
llega cuando se observa que ese mismo relativismo ha contagiado a la propia
Iglesia. “El relativismo de los teólogos”
titula uno de sus apartados el libro. El proceso lo describe así: “se ha partido de la conservación
fenomenológica de la pluralidad de credos y religiones, se ha seguido con la
comparación, se ha perdido la esperanza en el metacriterio y se ha terminado
con el cuestionamiento de los credos fundamentales”. No se puede decir que
Cristo es la Verdad porque eso sería fundamentalismo y ese es el mayor pecado
en la actualidad.
Pera señala sin
dudarlo al Concilio Vaticano II. Recuerda el clamar en el desierto de Juan
Pablo II. Se pregunta: dialogar con el islam como religión ¿por qué y de qué?
No puede haber diálogo sobre la Trascendencia. Pero recuerda el espíritu de Munich
y su entreguismo. Europa, fracasada su Constitución, bosteza. Marcello Pera no
está declarando la guerra de Occidente, sino aspirando a que se reconozca que
existe una guerra declarada contra Europa. “Deberíamos
empezar a restregarnos los ojos y despertarnos”.
Vayamos a la
otra esquina del libro. En su conferencia, Ratzinger comienza clamando: “¡Europa! ¿Qué es propiamente Europa?”.
No es un concepto geográfico sino marginalmente. Para Herodoto, probable acuñador
del término Europa, ésta era muy distinta geográficamente de lo que ahora concebimos.
Va constituyéndose en torno a un Mediterráneo hasta que la expansión islámica
de los siglos VII y VIII cercena el sur, hasta entonces europeo (por cierto:
omite que la conquista de la península ibérica suponía algo más y que la
reconquista fue un proceso largo de reintegración europea).
Europa se
construyó a dos ritmos, los que corresponden a los Imperios de Oriente y Occidente.
El primero ofrece un proceso más lento que se caracterizará por la
identificación de los poderes de Iglesia y Estado; mientras que el segundo, el
de Occidente, carente de un auténtico poder civil, sostiene la separación de
ambos poderes, aunque con vaivenes a lo largo de la historia. La aparición del Sacro
Imperio Romano Germánico va a ser el elemento identificador de la idea de Europa,
que se desliga así de su sentido mediterráneo. Pero llegará su decadencia, al tiempo
que el Imperio de Oriente caerá en manos de los turcos, lo que dará lugar a una
europeización hacia el norte, una emigración de intelectuales hacia Occidente y
la aparición de Moscú como “tercera Roma”. Occidente también sufrirá: el
protestantismo divide el cristianismo y la irrupción de América que amplía su
proyección más allá del océano.
La decadencia
de la idea del Sacro Imperio determina que “cuando
este marco espiritual se hace añicos, también formalmente, un marco espiritual
sin el cual Europa no hubiera podido formarse se hace añicos también”. Aparece
la idea del Estado-nación, un Estado totalmente secularizado y basado en la
racionalidad y la voluntad de los ciudadanos. Llegarán novedades como el islam,
el descubrimiento de América y, más tarde, el colonialismo europeo en Asia y África.
Ratzinger opone las ideas de Spengler (esto es el final) y de Toynbee (esto sólo
es una crisis por remontar).
La contestación
de Marcello Pera a Ratzinger estructura su contenido en una cuádruple pregunta.
Lamenta en principio que en el Tratado Constitucional se hable de un legado
religioso sin concretar que se trata del cristianismo. Sigue reiterando su acusación
al relativismo, pero disiente del catastrofismo de Ratzinger que cree que el sistema
de valores de Europa ha desparecido; Pera considera que sólo hay una patología.
Coincide con Ratzinger en que se puede hacer algo para mejorar la situación,
pero mientras el primero confía en las minorías, conscientes y valientes,
creativas, Pera se orienta a mantener la necesidad de construir un “religión
civil” apartidista. Con sinceridad, a uno ambas posiciones le suenan a utópicas
y carentes de realismo; han pasado los años y esas esperanzas no parecen
arraigar. No basta la semilla, se precisa también una tierra acogedora y ésta
no existe.
La cuarta de
las preguntas se formula así en la carta: “¿Qué
papel desempeñan los laicos en todo esto?” Curiosamente la contestación de
Pera comienza diciendo “me rindo a las
rarezas del vocabulario y acepto el uso corriente de “laico” en sentido de “no
creyente” en lugar del significado antiguo y propio, de creyente no
perteneciente al clero”. Mal principio: acusar a los que se rinden,
rindiéndose a su vez. Al final Pera recomienda no tratar de “imponer” unos
valores sagrados frente a unos valores laicos. “Esta empresa no es nada fácil, lo cual demuestra a su vez que el camino
de la religión civil no confesional es difícil. Pero no es imposible”. ¿Alguien
entiende esto de la religión civil?
La carta de
Ratzinger es acorde con su estilo: educada y firme. Hay cosas en las que
coincide con Pera (el relativismo y sus consecuencias) y otras en la que no (la
peculiar “religión civil cristiana”). Lamenta la inútil competencia histórica entre
la Iglesia y la Ciencia, así como la incapacidad de no mostrar una cara amable
distinta de la que en ocasiones ha presentado. Muestra la fe esperable en un
pontífice. Como muestra en la última disidencia con Pera (cuya discusión
aplaza) sobre temas de bioética
La lectura del
libro conduce a la melancolía. Que nos invade el relativismo no es cuestionable:
es una realidad. Ello conduce a promover el multiculturalismo y, lo que es
peor, se pretende traspasar ese espíritu a la religión. Lo malo es que no lo
decidieron las ovejas, que unicamente aspiraban a que se respetara su fe y se
acompañara su muerte. Lo decidió la Iglesia. Ahora llegan las quejas y la
dispersión de las ovejas.
Si desoladora
es la presentación de la realidad que nos rodea mayor es la fatuidad de las
soluciones que se proponen. No hay cosa más desoladora que estar conforme con
el planteamiento de un libro y disentir de las esperanzas (soluciones) que se
ofrecen. Tan desoladora que hace que uno desee y espere equivocarse.
“Sin raíces, Europa, relativismo,
cristianismo, islam.” (144 págs.) es un libro integrado por dos conferencias pronunciadas
en 2004 por los que figuran como autores y sendas cartas cruzadas posteriormente
entre ellos. Fue publicado en 2006 y, ya en versión española, en 2015 por
Ediciones Península”
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