martes, 4 de septiembre de 2018

Marcello Pera y Joseph Ratzinger : “Sin raíces. Europa, relativismo, cristianismo, islam”



El título del libro ya es lo suficientemente significativo: “Sin raíces”. Se refiere, claro, a raíces perdidas, que existieron pero que ya, habiendo desparecido, ni pueden sostener ni alimentar al árbol al que servían, destinado así a la muerte. Desde este punto de vista, la obra es terriblemente triste y desoladora. El árbol, naturalmente, es Europa y lo que significa o significó; la raíces son las creadas por el cristianismo; la enfermedad que ataca las raíces, el relativismo y sus secuelas.
Marcello Pera, en su introducción, comienza por indicar que “el presente volumen nace de un encuentro personal”. Efectivamente, Pera imparte en la Pontificia Universidad Lateranense una Lectio Magistralis el 12 de mayo de 2004. Al día siguiente, el cardenal Ratzinger da una conferencia en el Senado italiano. Advertida la coincidencia de sus intervenciones, cruzan entre ellos unas cartas en que definen sus posturas. El libro no es sino la reproducción de la intervención de Pera, con el título “El relativismo, el cristianismo y Occidente”, y la de Ratzinger, titulada “Europa. Sus fundamentos espirituales ayer, hoy y mañana” (actualizada y retocada en su última parte por Pera), a las que se añaden las cartas cruzadas.
Joseph Ratzinger es sobradamente conocido. Baste recordar que fue elegido papa el 19 de abril de 2005, por lo que era cardenal cuando, casi un año antes, pronunció su conferencia. Era entonces Decano del Colegio Cardenalicio y Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Marcello Pera es menos conocido. Filósofo estudioso de Popper y político italiano, militó en Forza Italia y, desde 2008, en el Popolo della Libertá. Fue presidente del Senado de Italia. Uno de sus libros (“Por qué debemos considerarnos cristianos”) ha sido comentado en este blog; curiosamente Ratzinger lo prologó dejando constancia de sus discrepancias con Pera.
La lección magistral de Pera se inicia preguntándose la razón por la que las grandes ideas como el liberalismo, la separación Iglesia-Estado, el Estado de Derecho, el Estado o la democracia han nacido en Occidente, han sido producto suyo y se han ido extendiendo como básicas por todos los continentes. La pregunta que se hacía Weber sobre el capitalismo la hace Pera extensible a todas estas nociones. Que el cristianismo haya colaborado en ello es algo que no llega a afirmar Pera. Pero indica que llega hoy y en Europa el pensamiento que domina a propósito de esas verdades universales “es que ninguna de ellas posee un valor universal”, “…se limita a ser una particularidad más entre las demás, con una dignidad igual que la demás”.
Pera va a hablar de “timidez, prudencia, retraimiento y temor”, una forma de “autocensura y represión que se esconde bajo el manto de los que suele denominarse lenguaje políticamente correcto, una especie de neolengua”. Subraya cómo Europa es incapaz de declarar la superioridad de su cultura sobre la de islam y, en consecuencia, mantenerla. Y tacha de injustificada y arriesgada esa actitud. La falta de justificación la identifica con el relativismo reinante, y sus manifestaciones con el pensamiento débil, postilustrado, posmoderno o sin fundamento. Eso desemboca en una vocación de diálogo, cuando el diálogo intercultural sólo puede servir para reconocerse, no para decidir la superioridad de una cultura sobre otra. El deconstructivismo es otra de las causas de la crisis. Pera repasa la técnica empleada por Jacques Derrida para deconstruir cualquier cosa que se le ponga por delante y pone de relieve sus contradicciones profundas.
Pero la desolación llega cuando se observa que ese mismo relativismo ha contagiado a la propia Iglesia. “El relativismo de los teólogos” titula uno de sus apartados el libro. El proceso lo describe así: “se ha partido de la conservación fenomenológica de la pluralidad de credos y religiones, se ha seguido con la comparación, se ha perdido la esperanza en el metacriterio y se ha terminado con el cuestionamiento de los credos fundamentales”. No se puede decir que Cristo es la Verdad porque eso sería fundamentalismo y ese es el mayor pecado en la actualidad.
Pera señala sin dudarlo al Concilio Vaticano II. Recuerda el clamar en el desierto de Juan Pablo II. Se pregunta: dialogar con el islam como religión ¿por qué y de qué? No puede haber diálogo sobre la Trascendencia. Pero recuerda el espíritu de Munich y su entreguismo. Europa, fracasada su Constitución, bosteza. Marcello Pera no está declarando la guerra de Occidente, sino aspirando a que se reconozca que existe una guerra declarada contra Europa. “Deberíamos empezar a restregarnos los ojos y despertarnos”.
Vayamos a la otra esquina del libro. En su conferencia, Ratzinger comienza clamando: “¡Europa! ¿Qué es propiamente Europa?”. No es un concepto geográfico sino marginalmente. Para Herodoto, probable acuñador del término Europa, ésta era muy distinta geográficamente de lo que ahora concebimos. Va constituyéndose en torno a un Mediterráneo hasta que la expansión islámica de los siglos VII y VIII cercena el sur, hasta entonces europeo (por cierto: omite que la conquista de la península ibérica suponía algo más y que la reconquista fue un proceso largo de reintegración europea).
Europa se construyó a dos ritmos, los que corresponden a los Imperios de Oriente y Occidente. El primero ofrece un proceso más lento que se caracterizará por la identificación de los poderes de Iglesia y Estado; mientras que el segundo, el de Occidente, carente de un auténtico poder civil, sostiene la separación de ambos poderes, aunque con vaivenes a lo largo de la historia. La aparición del Sacro Imperio Romano Germánico va a ser el elemento identificador de la idea de Europa, que se desliga así de su sentido mediterráneo. Pero llegará su decadencia, al tiempo que el Imperio de Oriente caerá en manos de los turcos, lo que dará lugar a una europeización hacia el norte, una emigración de intelectuales hacia Occidente y la aparición de Moscú como “tercera Roma”. Occidente también sufrirá: el protestantismo divide el cristianismo y la irrupción de América que amplía su proyección más allá del océano.
La decadencia de la idea del Sacro Imperio determina que “cuando este marco espiritual se hace añicos, también formalmente, un marco espiritual sin el cual Europa no hubiera podido formarse se hace añicos también”. Aparece la idea del Estado-nación, un Estado totalmente secularizado y basado en la racionalidad y la voluntad de los ciudadanos. Llegarán novedades como el islam, el descubrimiento de América y, más tarde, el colonialismo europeo en Asia y África. Ratzinger opone las ideas de Spengler (esto es el final) y de Toynbee (esto sólo es una crisis por remontar).

La contestación de Marcello Pera a Ratzinger estructura su contenido en una cuádruple pregunta. Lamenta en principio que en el Tratado Constitucional se hable de un legado religioso sin concretar que se trata del cristianismo. Sigue reiterando su acusación al relativismo, pero disiente del catastrofismo de Ratzinger que cree que el sistema de valores de Europa ha desparecido; Pera considera que sólo hay una patología. Coincide con Ratzinger en que se puede hacer algo para mejorar la situación, pero mientras el primero confía en las minorías, conscientes y valientes, creativas, Pera se orienta a mantener la necesidad de construir un “religión civil” apartidista. Con sinceridad, a uno ambas posiciones le suenan a utópicas y carentes de realismo; han pasado los años y esas esperanzas no parecen arraigar. No basta la semilla, se precisa también una tierra acogedora y ésta no existe.
La cuarta de las preguntas se formula así en la carta: “¿Qué papel desempeñan los laicos en todo esto?” Curiosamente la contestación de Pera comienza diciendo “me rindo a las rarezas del vocabulario y acepto el uso corriente de “laico” en sentido de “no creyente” en lugar del significado antiguo y propio, de creyente no perteneciente al clero”. Mal principio: acusar a los que se rinden, rindiéndose a su vez. Al final Pera recomienda no tratar de “imponer” unos valores sagrados frente a unos valores laicos. “Esta empresa no es nada fácil, lo cual demuestra a su vez que el camino de la religión civil no confesional es difícil. Pero no es imposible”. ¿Alguien entiende esto de la religión civil?
La carta de Ratzinger es acorde con su estilo: educada y firme. Hay cosas en las que coincide con Pera (el relativismo y sus consecuencias) y otras en la que no (la peculiar “religión civil cristiana”). Lamenta la inútil competencia histórica entre la Iglesia y la Ciencia, así como la incapacidad de no mostrar una cara amable distinta de la que en ocasiones ha presentado. Muestra la fe esperable en un pontífice. Como muestra en la última disidencia con Pera (cuya discusión aplaza) sobre temas de bioética
La lectura del libro conduce a la melancolía. Que nos invade el relativismo no es cuestionable: es una realidad. Ello conduce a promover el multiculturalismo y, lo que es peor, se pretende traspasar ese espíritu a la religión. Lo malo es que no lo decidieron las ovejas, que unicamente aspiraban a que se respetara su fe y se acompañara su muerte. Lo decidió la Iglesia. Ahora llegan las quejas y la dispersión de las ovejas.
Si desoladora es la presentación de la realidad que nos rodea mayor es la fatuidad de las soluciones que se proponen. No hay cosa más desoladora que estar conforme con el planteamiento de un libro y disentir de las esperanzas (soluciones) que se ofrecen. Tan desoladora que hace que uno desee y espere equivocarse.

“Sin raíces, Europa, relativismo, cristianismo, islam.” (144 págs.) es un libro integrado por dos conferencias pronunciadas en 2004 por los que figuran como autores y sendas cartas cruzadas posteriormente entre ellos. Fue publicado en 2006 y, ya en versión española, en 2015 por Ediciones Península”

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