Dominic O’Brien
es un mnemonista británico. Ha sido en 8 ocasiones campeón del mundo de
memoria. Figura en el libro Guinness de los Récords por haber memorizado una
secuencia aleatoria de 2808 cartas, es decir, 54 barajas, después de ver cada
carta una sola vez. Cometió únicamente 8 errores, cuatro de los cuales corrigió
inmediatamente cuando se le advirtió la existencia de un error.
Un mnemonista
es una persona con una extraordinaria capacidad para recordar una gran cantidad
de datos. La primera duda que a uno le asalta es determinar si esta capacidad viene
dada como dotación del individuo o si es producto de un entrenamiento dirigido
a conseguir esa capacidad. Lo más probable, pienso, es que se deba a las dos
cosas. Y que probablemente la primera llame a la segunda. Aunque O’Brien diga “la memoria no es un don natural sino el
fruto de la práctica”, parece una afirmación algo exageradilla. Claro que,
igual que la perdemos con la edad, también al principio de la vida la memoria
se desarrolla, pero parece algo no atribuible tanto a la práctica, como a
nuestra programación vital. Pero la necesidad de la práctica es, tanto una
realidad, como una necesidad de justificar el contenido del libro.
La mnemotecnia
(o nemotecnia) es, según nuestro DRAE, el “procedimiento
de asociación mental para facilitar el recuerdo de algo”. Si el adjetivo mnemónico
implica lo “perteneciente o relativo a la
memoria”, fácil es deducir que la mnemotecnia es solo un procedimiento de
facilitación de los recuerdos. Curiosamente el vocablo casi permanece
invariable pasando del griego al latín y de éste, al español.
Comienza el
libro proponiéndonos una evaluación de nuestra memoria. Y rápidamente nos ofrece
las bases para mejorarla. Desarrolla las ideas de asociación, localización e
imaginación: ”Si la asociación y la
localización son el motor y el mapa de la memoria respectivamente, la imaginación
es su combustible”. La asociación es el primer paso: “no pensamos en un objeto por su definición, sino por las connotaciones
con las que lo asociamos”. O sea: pura relación generada personalmente. El
segundo paso será la localización, donde ya desaparece la pura naturalidad y todo
atisbo de espontaneidad: creamos una serie de entramados en donde localizamos
los datos almacenados: son los “cajones
vacíos” en los que vamos a ir ordenado nuestros recuerdos. El tercer paso
es el de la imaginación: una labor creativa en que iremos depositando las
asociaciones de los datos a recordar en esos cajones.
El libro nos
propone varias formas de “cajones” donde ordenar los datos: los acrónimos, los
acrósticos, la conversión de números en frases, el orden corporal, los
itinerarios, las habitaciones de un edificio conocido… Un breve ejemplo del proceso: hay que recordar
la sucesión “león, papel, ventana”. Asociamos primero el león con su clásica
estampa (la que tenemos cada uno), el papel con un folio y la ventana con la
clásica de doble batiente. Si optamos por la localización “casera” (vestíbulo,
pasillo, cocina…) podemos recordar la sucesión a recordar diciéndonos: “el león
que estaba en el vestíbulo pasó al pasillo y, tras recoger un folio que había
en el suelo, lo tiró por la ventana de la cocina” O más sencillo: “entré en la
casa encontré un león dormido en el vestíbulo, vi un folio tirado en el pasillo
y cerré la ventana abierta de la cocina”. Si optamos por la corporal (cabeza,
nariz, boca…) podemos imaginar que “el león tenía metida en su cabeza la idea
de que el folio que le tapaba la nariz solo podía eliminarlo asomándose a la
ventana”.
Dejando a un
lado la memorización de hechos usuales en la vida cotidiana, lo que O’Brien nos
propone recordar son listas. Una lista es “una
enumeración de personas, cosas, cantidades etc. que se hace con un determinado
propósito” (DRAE). Pero las listas a las que parece referirse el libro son
listas ordenadas; por eso vamos a prescindir de las desordenadas. Son listas en
las que la situación de sus elementos es importante: se recuerdan las cartas de
una baraja y el orden en que están, puesto que, sin esa referencia al orden,
todo sabríamos las cartas que componen la baraja: as de oros, dos de oros, tres
de oros… hasta el rey de bastos. Más interesante es fijarnos en el “propósito”
para el que se establece la lista. Lo que sería lógico, acordarse de algo,
parece desaparecer. Se trata simplemente de sorprender a otras personas o de
competir o de satisfacer a un ego peculiar. Entonces la memorización cobra un
sentido y persigue un propósito; es lo que sucede típicamente con los
mentalistas que en sus exhibiciones incluyen números de mnemotecnia.
No se sabe si
el libro pretende encasillarse en lo que se denomina actualmente “autoayuda”
(recordemos a Svend Brinkmann: “los libros de autoayuda no ayudan”), pero en
ese sentido, las instrucciones que contienen son desmesuradas para la vida
diaria. Se cita un mnemotécnico —el Dr. Yip Swe Chooi— que
tiene memorizadas en chino-inglés más de 58.000 palabras. Uno, malévolamente,
piensa que es más útil, económico y cómodo tener un diccionario inglés-chino,
pero cada uno es libre de hacer lo que quiera.
Hemos dado el
primer paso. O’Brien irá complicando más y más las cosas. Son las escaladas
entre lo que llama el sistema Dominic, el sistema Dominic II y el sistema
Dominic III. Se trata en realidad de lo mismo, pero cada vez más recargado de
barroquismos. Vamos a tratar de describir el sistema Dominic III. Como de
entrada se propone cubrir unos 100 elementos o cajones, se ha atribuido a cada
número una letra. Por ejemplo, el 6 es la “S” porque seis tiene dos “eses” y el
“9” es la “N” porque empieza por una ene (en inglés tiene dos enes, claro). O
sea que el 69 equivale al cajón “SN”. Tenemos que asociarlo a un personaje cuyas
iniciales comiencen por esas letras. En el libro el escogido es Sam Neil y la acción
adjudicada es “escapando de un dinosaurio”. Sam Neil es un actor neozelandés
que actuó en algunas películas de la serie Parque Temático. Como no le conocemos
bien podemos escoger otro personaje que tenga la iniciales SN y atribuirle una
acción. Bien, en todo caso la elaboración de las listas y sus correspondencias
nos corresponde a cada uno
Y me dirán
¿para qué sirve todo eso? Pues simplemente para que si nos dan un número largo
a recordar podamos descomponerlo en parejas, éstas identificarlas con letras,
éstas relacionarlas con personajes y, éstos, por fin con sus actividades,
acciones o relaciones. O sea que si a alguien se le ocurre preguntarnos si
somos capaces de recordar 100 palabas en orden y decimos que sí, cuando
tengamos que decir cuál es la 69, supongamos que es “tifón”, no tenemos mas que
recordar que es la palabra 69, que el 6 y el 9 se convierten en SN, que SN es
Sam Neil, y que está escapando de un dinosaurio mientras un tifón amenaza a
ambos. Elemental, querido Watson: diremos “tifón”.
No dudo en
absoluto ni de la eficacia de estos entrenamientos para sorprender a la gente,
ni de su absoluta inutilidad en la vida cotidiana. Pero esto último cobra su
esplendor cuando en el libro se nos dan instrucciones ahora recordar una
conversación telefónica, una cita, noticias, tareas pendientes o números de
teléfono. Nuestra vida es algo más chica. Hoy, por ejemplo, influido por la
lectura de este libro he hecho una prueba: recordar el dorsal de algunos jugadores
de Real Madrid: por ejemplo, a Casemiro que tiene el 14 le meto en una
trinchera de aquella guerra. ¿Cuánto me va a durar el recuerdo? Por descontado,
el tiempo que me sirva y me resulte útil: casi nada. Pero esto es reducir la
mnemotecnia a lo que siempre hemos llamado reglas mnemotécnicas: la luna es una
mentirosa: cuando parece una C decrece, cuando aparece como D, crece. Eso no se
nos olvida porque es algo que nos planteamos cada dos por tres. O sea, cada vez
que la vemos y nos preguntamos si es creciente o decreciente, si va para llena
o para nueva.
O’Brien se preocupa
incluso de la conservación de los datos que se pretenden recordar y propone una
tabla de “repasos” destinados a prevenir y evitar ese olvido. Todo fundándose en
la curva del olvido de Ebbinghaus. Esas indicaciones están muy de acuerdo con
las constante valoraciones y pruebas a que nos invita el libro. Realmente ese
estilo no me gusta: me desagrada que me digan que me ponga cómodo, cierre los
ojos, respire profundo, relájese y luego haga esto y esto, agregando los
baremos en los que puedo comprobar si “progreso adecuadamente”.
Ocasionalmente
se nos recuerda que esos ejercicios pueden servir también de entretenimiento llamando
entretenimiento a ganar siempre en el Trivial o en el Kim. O para aprender idiomas o recordar poesías o fechas
de acontecimientos. O para saber en que día de la semana caía una determinada fecha.
En un mentalista estos conocimientos y el terrible esfuerzo de entrenamiento
quedan justificados por su dedicación a lo asombroso, esa especie sucedánea del
“épater le bourgeois”. Es su profesión y su vocación.
El libro (compuesto
por “52 ejercicios para agilizar la memoria”) no entra en ningún análisis de la
memoria, de sus procesos de incorporación, conservación y recuperación de datos,
de su importancia en nuestra entidad, de su dimensión emocional, de las formas
y matices su dilución en el tiempo… Confunde la memoria y los recursos a las
reglas mnemotécnicas elementales con la mnemotecnia espectacular.
Resumiendo: el
libro no me ha gustado ni poco, ni mucho, ni nada. Habrá que acordarse de Gracián
y su “no hay libro malo que no tenga algo bueno”. Bien: pues yo sigo buscándolo.
“Como desarrollar una memoria portentosa
semana a semana” (176 págs.) es un libro del que es autor Dominic O’Brien
escrita y publicada originalmente en 2005. La traducción española de David Martínez
fue publicada por Evergreen en año no determinado, en edición impresa en Malasia.
La fotografía de la portada no corresponde al ejemplar comentado sino a la edición
realizada por “Librero”.
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