domingo, 2 de septiembre de 2018

Domicic O’Brien : “Cómo desarrollar una memoria portentosa semana a semana”


Dominic O’Brien es un mnemonista británico. Ha sido en 8 ocasiones campeón del mundo de memoria. Figura en el libro Guinness de los Récords por haber memorizado una secuencia aleatoria de 2808 cartas, es decir, 54 barajas, después de ver cada carta una sola vez. Cometió únicamente 8 errores, cuatro de los cuales corrigió inmediatamente cuando se le advirtió la existencia de un error.
Un mnemonista es una persona con una extraordinaria capacidad para recordar una gran cantidad de datos. La primera duda que a uno le asalta es determinar si esta capacidad viene dada como dotación del individuo o si es producto de un entrenamiento dirigido a conseguir esa capacidad. Lo más probable, pienso, es que se deba a las dos cosas. Y que probablemente la primera llame a la segunda. Aunque O’Brien diga “la memoria no es un don natural sino el fruto de la práctica”, parece una afirmación algo exageradilla. Claro que, igual que la perdemos con la edad, también al principio de la vida la memoria se desarrolla, pero parece algo no atribuible tanto a la práctica, como a nuestra programación vital. Pero la necesidad de la práctica es, tanto una realidad, como una necesidad de justificar el contenido del libro.
La mnemotecnia (o nemotecnia) es, según nuestro DRAE, el “procedimiento de asociación mental para facilitar el recuerdo de algo”. Si el adjetivo mnemónico implica lo “perteneciente o relativo a la memoria”, fácil es deducir que la mnemotecnia es solo un procedimiento de facilitación de los recuerdos. Curiosamente el vocablo casi permanece invariable pasando del griego al latín y de éste, al español.
Comienza el libro proponiéndonos una evaluación de nuestra memoria. Y rápidamente nos ofrece las bases para mejorarla. Desarrolla las ideas de asociación, localización e imaginación: ”Si la asociación y la localización son el motor y el mapa de la memoria respectivamente, la imaginación es su combustible”. La asociación es el primer paso: “no pensamos en un objeto por su definición, sino por las connotaciones con las que lo asociamos”. O sea: pura relación generada personalmente. El segundo paso será la localización, donde ya desaparece la pura naturalidad y todo atisbo de espontaneidad: creamos una serie de entramados en donde localizamos los datos almacenados: son los “cajones vacíos” en los que vamos a ir ordenado nuestros recuerdos. El tercer paso es el de la imaginación: una labor creativa en que iremos depositando las asociaciones de los datos a recordar en esos cajones.
El libro nos propone varias formas de “cajones” donde ordenar los datos: los acrónimos, los acrósticos, la conversión de números en frases, el orden corporal, los itinerarios, las habitaciones de un edificio conocido…  Un breve ejemplo del proceso: hay que recordar la sucesión “león, papel, ventana”. Asociamos primero el león con su clásica estampa (la que tenemos cada uno), el papel con un folio y la ventana con la clásica de doble batiente. Si optamos por la localización “casera” (vestíbulo, pasillo, cocina…) podemos recordar la sucesión a recordar diciéndonos: “el león que estaba en el vestíbulo pasó al pasillo y, tras recoger un folio que había en el suelo, lo tiró por la ventana de la cocina” O más sencillo: “entré en la casa encontré un león dormido en el vestíbulo, vi un folio tirado en el pasillo y cerré la ventana abierta de la cocina”. Si optamos por la corporal (cabeza, nariz, boca…) podemos imaginar que “el león tenía metida en su cabeza la idea de que el folio que le tapaba la nariz solo podía eliminarlo asomándose a la ventana”.
Dejando a un lado la memorización de hechos usuales en la vida cotidiana, lo que O’Brien nos propone recordar son listas. Una lista es “una enumeración de personas, cosas, cantidades etc. que se hace con un determinado propósito” (DRAE). Pero las listas a las que parece referirse el libro son listas ordenadas; por eso vamos a prescindir de las desordenadas. Son listas en las que la situación de sus elementos es importante: se recuerdan las cartas de una baraja y el orden en que están, puesto que, sin esa referencia al orden, todo sabríamos las cartas que componen la baraja: as de oros, dos de oros, tres de oros… hasta el rey de bastos. Más interesante es fijarnos en el “propósito” para el que se establece la lista. Lo que sería lógico, acordarse de algo, parece desaparecer. Se trata simplemente de sorprender a otras personas o de competir o de satisfacer a un ego peculiar. Entonces la memorización cobra un sentido y persigue un propósito; es lo que sucede típicamente con los mentalistas que en sus exhibiciones incluyen números de mnemotecnia.
No se sabe si el libro pretende encasillarse en lo que se denomina actualmente “autoayuda” (recordemos a Svend Brinkmann: “los libros de autoayuda no ayudan”), pero en ese sentido, las instrucciones que contienen son desmesuradas para la vida diaria. Se cita un mnemotécnico el Dr. Yip Swe Chooique tiene memorizadas en chino-inglés más de 58.000 palabras. Uno, malévolamente, piensa que es más útil, económico y cómodo tener un diccionario inglés-chino, pero cada uno es libre de hacer lo que quiera.
Hemos dado el primer paso. O’Brien irá complicando más y más las cosas. Son las escaladas entre lo que llama el sistema Dominic, el sistema Dominic II y el sistema Dominic III. Se trata en realidad de lo mismo, pero cada vez más recargado de barroquismos. Vamos a tratar de describir el sistema Dominic III. Como de entrada se propone cubrir unos 100 elementos o cajones, se ha atribuido a cada número una letra. Por ejemplo, el 6 es la “S” porque seis tiene dos “eses” y el “9” es la “N” porque empieza por una ene (en inglés tiene dos enes, claro). O sea que el 69 equivale al cajón “SN”. Tenemos que asociarlo a un personaje cuyas iniciales comiencen por esas letras. En el libro el escogido es Sam Neil y la acción adjudicada es “escapando de un dinosaurio”. Sam Neil es un actor neozelandés que actuó en algunas películas de la serie Parque Temático. Como no le conocemos bien podemos escoger otro personaje que tenga la iniciales SN y atribuirle una acción. Bien, en todo caso la elaboración de las listas y sus correspondencias nos corresponde a cada uno
Y me dirán ¿para qué sirve todo eso? Pues simplemente para que si nos dan un número largo a recordar podamos descomponerlo en parejas, éstas identificarlas con letras, éstas relacionarlas con personajes y, éstos, por fin con sus actividades, acciones o relaciones. O sea que si a alguien se le ocurre preguntarnos si somos capaces de recordar 100 palabas en orden y decimos que sí, cuando tengamos que decir cuál es la 69, supongamos que es “tifón”, no tenemos mas que recordar que es la palabra 69, que el 6 y el 9 se convierten en SN, que SN es Sam Neil, y que está escapando de un dinosaurio mientras un tifón amenaza a ambos. Elemental, querido Watson: diremos “tifón”.
No dudo en absoluto ni de la eficacia de estos entrenamientos para sorprender a la gente, ni de su absoluta inutilidad en la vida cotidiana. Pero esto último cobra su esplendor cuando en el libro se nos dan instrucciones ahora recordar una conversación telefónica, una cita, noticias, tareas pendientes o números de teléfono. Nuestra vida es algo más chica. Hoy, por ejemplo, influido por la lectura de este libro he hecho una prueba: recordar el dorsal de algunos jugadores de Real Madrid: por ejemplo, a Casemiro que tiene el 14 le meto en una trinchera de aquella guerra. ¿Cuánto me va a durar el recuerdo? Por descontado, el tiempo que me sirva y me resulte útil: casi nada. Pero esto es reducir la mnemotecnia a lo que siempre hemos llamado reglas mnemotécnicas: la luna es una mentirosa: cuando parece una C decrece, cuando aparece como D, crece. Eso no se nos olvida porque es algo que nos planteamos cada dos por tres. O sea, cada vez que la vemos y nos preguntamos si es creciente o decreciente, si va para llena o para nueva.
O’Brien se preocupa incluso de la conservación de los datos que se pretenden recordar y propone una tabla de “repasos” destinados a prevenir y evitar ese olvido. Todo fundándose en la curva del olvido de Ebbinghaus. Esas indicaciones están muy de acuerdo con las constante valoraciones y pruebas a que nos invita el libro. Realmente ese estilo no me gusta: me desagrada que me digan que me ponga cómodo, cierre los ojos, respire profundo, relájese y luego haga esto y esto, agregando los baremos en los que puedo comprobar si “progreso adecuadamente”.
Ocasionalmente se nos recuerda que esos ejercicios pueden servir también de entretenimiento llamando entretenimiento a ganar siempre en el Trivial o en el Kim.  O para aprender idiomas o recordar poesías o fechas de acontecimientos. O para saber en que día de la semana caía una determinada fecha. En un mentalista estos conocimientos y el terrible esfuerzo de entrenamiento quedan justificados por su dedicación a lo asombroso, esa especie sucedánea del “épater le bourgeois”. Es su profesión y su vocación.
El libro (compuesto por “52 ejercicios para agilizar la memoria”) no entra en ningún análisis de la memoria, de sus procesos de incorporación, conservación y recuperación de datos, de su importancia en nuestra entidad, de su dimensión emocional, de las formas y matices su dilución en el tiempo… Confunde la memoria y los recursos a las reglas mnemotécnicas elementales con la mnemotecnia espectacular.
Resumiendo: el libro no me ha gustado ni poco, ni mucho, ni nada. Habrá que acordarse de Gracián y su “no hay libro malo que no tenga algo bueno”. Bien: pues yo sigo buscándolo.

“Como desarrollar una memoria portentosa semana a semana” (176 págs.) es un libro del que es autor Dominic O’Brien escrita y publicada originalmente en 2005. La traducción española de David Martínez fue publicada por Evergreen en año no determinado, en edición impresa en Malasia. La fotografía de la portada no corresponde al ejemplar comentado sino a la edición realizada por “Librero”.

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