A uno siempre le ha atraído el ajedrez. Uno sabe perfectamente perder y sabe
perfectamente ganar. Pero, como a cada perrillo lamiéndose su cipotillo, le
gusta más lo segundo que lo primero. Y en ajedrez, más aún. ¿Qué será lo que
tiene?
Bueno, al
autor: Leontxo García, irunés del 56, se ha especializado en el ajedrez, y al a
él se ha acercado en su múltiple actividad de conferenciante, presentador,
comentarista y periodista. Ha colaborado especialmente en “El País”, en RNE1,
en la cadena SER, en TVE…”. Ha ganado trofeos ajedrecísticos. Ha retransmitidos
grandes partidas y torneos. De todo eso queda huella en el libro que, por lo
mismo, nos ofrece un espacio variopinto en el que unos temas se suceden a otros
sin un orden especial. Cosa que no molesta en absoluto e, incluso, hace más
amena la lectura.
Advirtamos en
primer término que no estamos sobre un libro de ajedrez, sino sobre uno
referido al mundo del ajedrez. No vamos a encontrar ni multitudes de diagramas,
ni cansadas notaciones de partidas (al final, sí) con lo que esto tiene de
disuasorio para el diletante, sino historias de torneos, oposición de ideas,
dramas personales, consideraciones sociológicas… Hay que tomarlo así, como una
agregación de artículos e ideas con un resultado que resulta agradable. Aunque
no deba tomarse como profundo: al fin y al cabo, nos habla de un juego y unos
jugadores.
Quizá el problema
del libro es que resulta demasiado apasionado cuando analiza lo que significa
el ajedrez. El Ajedrez resulta ser algo que favorece la inteligencia, protege nuestra
salud mental, aleja el envejecimiento, socializa, educa… en fin un montón de
cosas. Porque, al mismo tiempo, nos pone en contacto con la historia, con
personajes ilustres, con el arte. O sea, una especie de bálsamo de Fierabrás.
Leontxo García resume todo ello en un decálogo en el que aporta hasta 10
razones para apoyar el ajedrez. Aquí peca de espíritu apostólico. Uno prefiere
ver en el ajedrez un juego simplemente, por lo que del decálogo sólo ve clara
una de las razones aducidas: es barato.
Comienza el
libro con una pregunta: ¿por qué las mujeres juegan peor? Tras afirmar la
desigualdad de cerebros entre hombre y mujer y la igualdad de inteligencia (con
ligera superioridad de la mujer), el autor se abraza a la teoría de las
circunstancias socioculturales. Tras una cansina referencia a discusiones
burocráticas y federativas y de exponernos los perfiles de unas cuantas grandes
jugadoras, llega a una conclusión: “las
mujeres, si quieren, pueden, pero normalmente no quieren”. Pero no da
ninguna razón para ello.
Tras pasar por
las partidas ciegas, los ciegos y el ajedrez y los patrones y estrategias
utilizados, recala en otra cuestión clásica: ¿Es el ajedrez un deporte? A la
que añadiríamos otra propia ¿y qué interés tiene la contestación? Al final, se
vislumbra un horizonte de subvenciones y apoyos económicos nada despreciables.
En la realidad la situación es curiosa: mientras se admite como deporte en
muchos países, se veta su incorporación a los Juegos Olímpicos, pese a que ya
Samaranch consiguió incorporar la Federación Internacional de Ajedrez al Comité
Olímpico Internacional. En favor de la caracterización como deporte, los
médicos señalan que el esfuerzo mental realizado que se traduce en pérdidas de
peso, cambios cardiacos, estrés… Vamos todo lo que haría de las oposiciones y
situaciones similares especialidades olímpicas. Pero ya que estamos hablando de
medicina, Leontxo nos introduce en el terreno del dopaje, o en el de la correlación
con los desequilibrios psíquicos, lo que permite que se extienda con cierta parsimonia
en las vidas de algunos maestros del ajedrez, como Morphy y Fischer
En su pasión por
el ajedrez, el libro, o sea su autor, nos presenta una especie de decálogo del
ajedrez, “diez razones para apoyar el
ajedrez”, muchas de las cuales me parecen demasiado endebles para tal
propósito. Una, en cuya existencia creo, pero que no veo tan clara su colocación
en el primer puesto de ese decálogo: el ajedrez desarrolla la inteligencia. Digamos
que todo el libro constituye una lucha en favor de esa idea, pero esa defensa
está entreverada con las dudas que produce la idea, que el propio Leontxo García
nos presenta, del “sesgo de autoselección”.
Planteada muy groseramente, es la alternativa entre: una persona es inteligente
porque juega al ajedrez o juega al ajedrez porque es inteligente. Personalmente,
la memoria me trae el recuerdo de la famosa frase “Quod natura non dat, Salmantica con praestat”. A unos se les da
bien el jugar al fútbol y juegan al fútbol; a otros, lo que se les da bien es
jugar al ajedrez y juegan al ajedrez. A los primeros les pasa eso porque corren
bien y tiene fuelle; y a los segundos, porque son sedentarios y les encantan
los problemas lógicos.
Yendo bastante
más allá, Leontxo García se decanta por la implantación en los colegios del
ajedrez como asignatura. Naturalmente, acotando esa imposición con límites de
horarios y cursos, pero con una insistencia numantina. Hacemos referencia a
Numancia porque dedica un amplio capítulo a reproducir la entrevista que,
solicitada por él, mantuvo con el psicólogo suizo Fernand Gobet, al que no duda
de califica de “supercrítico”. Gobet, antes de entregarse a la psicología había
sido maestro internacional de ajedrez. Es una entrevista curiosa (que reproduce
íntegramente) en la que el entrevistador habla más que el entrevistado. Gobet
no cree.
La tercera
parte del libro está dedicada a un tema que, por lo que se puede apreciar,
apasiona a su autor: la confrontación del hombre con la máquina. Una
competición que unicamente ha podido ser posible en tiempos recientes con los
adelantos impresionantes sufridos por la informática y donde la victoria en
1997 de una computadora y su programa Deep Blue sobre el campeón Gari Kaspárov
marcó un hito imborrable en la historia del ajedrez. Un momento en que,
realmente, se planteó al hombre el optar por el orgullo de ser siempre el
vencedor de la máquina o el orgullo de ser el creador y diseñador de ésta.
Esto a pie a
que Leontxo García muestre su habilidad narrativa. Primero, nos va a recordar
la historia de los ingenios que, jugando al ajedrez, deslumbraron a las cortes
europeas. Nos contará, sobre todo, la historia de “El Turco”, creado por el
eslovaco Ritter von Kempelen en las últimas décadas del siglo XVIII y luego
heredado por el músico bávaro Johann Nepomuk Mälzel (quien logró que incluso
jugara con Napoleón en partida que reproduce libro). Al final todo se redujo al
descubrimiento del truco (una persona dentro del artilugio, cuya identidad aún
se discute) y el procedimiento (un tanto controvertido y complejo).
Del mundo de la
trampa pasará al mundo científico de la mecánica y nos mostrará la trayectoria
vital y los inventos realizados por el santanderino Leonardo Torres Quevedo. Su
máquina, “El Ajedrecista”, tenía horizontes más limitados, ya que se limitaba a
los finales de rey contra rey y torre. Tras referirse a los muchos inventos que
llevó a cabo Torres Quevedo y al olvido en que parece sumido, Leontxo García
salta a la informática naciente y repasa y cuenta la vida azarosa de Alan
Turing.
Para narrar la
batalla del hombre con su creación, la computadora, el libro nos hace unos
números para mostrar la cantidad de posiciones posibles en una partida de
ajedrez. Ya se sabe que siempre este tipo de cuentas se hacen destacar los
resultados comparándolos con las dimensiones del universo, algo absolutamente desconocido,
pero siempre representativo de lo infinitamente grande pero finito. Ahora, la
pasarela es ocupada por Claude Shanon. Lo precedió Adriaan de Grott quien se afanó
en conocer cómo un gran maestro del ajedrez tomaba sus decisiones. Como nos
indica el libro, la más interesante de sus conclusiones fue que “el árbol de variantes que el gran maestro
forma mentalmente para decidir cuál es la mejor jugada no es denso ni frondoso,
sino que se limita a unas pocas, y se parece más bien a un arbusto liviano”.
Y es el momento en que los programadores comienzan a intentar imitar a los maestros.
Hay dos ideas
básicas: minimax y alfabeta. Con el minimax se encarga al ordenador que calcule unas cuantas jugadas
posibles y evalúe sus resultados valorados por piezas, situación de enroque,
dominio del centro, amenazas, clavadas… Al final de esas valoraciones se opta
por la más favorable, o sea, por la jugada más valorada. Posteriormente se
mejoró la cosa con el algoritmo “poda
alfa-beta”, técnica mejorada del minimax
que consiste en dividirlo en la mitad. Y ahí acaba el minimax/alfabeta. No hay lugar para las jugadas brillantes, los
sacrificios, los gambitos… cosas que el maestro tiene en su análisis. Sin
embargo, lo que va a trastocar esa limitación es el desbordante crecimiento de
la capacidad, en velocidad y memoria, de los ordenadores, que les permite no
despreciar ninguna jugada y profundizar en el número de las que pueden
analizar… e imaginar. Recuerdo los tiempos en que en el SIMO se ofrecían
ordenadores con una memoria interna de 4 Kb como avanzados. ¡Y aquel tierno
Sinclair…!
El libro dedica
muchas páginas a describir la competición de los maestros del ajedrez con los
programas de ordenador dedicados al ajedrez. Muchas son realmente crónicas de
lo vivido por Leontxo García como periodista especializado en el ajedrez. Se narran
con la misma viveza que pudiera tener la retransmisión de un combate de boxeo.
Se adjunta incluso la notación de las partidas jugadas (una pena que no se
acompañe su desarrollo en un CD). Al hilo de esos espléndidos comentarios, se
plantea el problema de la superioridad del hombre sobre la máquina. Desde mi
modesto punto de vista la solución del problema se resuelve cuando se afirma
que la máquina puede llegar a lograr la perfección, pero que esa misma
perfección elimina la posibilidad del error, clave angular del ajedrez. En
cualquier caso, la informática ha hecho mucho más accesible el juego del
ajedrez para el aficionado, como entretenimiento, enseñanza, entrenamiento y
aprendizaje.
Em resumen: un
libro entretenido que nos aproxima al mundo del ajedrez y nos deja vez sus
grandezas y servidumbres, que no son pocas, unas y otras.
“Ajedrez y ciencia, pasiones
mezcladas” (366 págs.) es un libro del que es autor Leontxo García, publicado en
2013 por Crítica en su colección Drakontos.
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