Anthony Storr es un psiquiatra y psicoanalista británico. Más importante a efectos de analizar este libro es que es un gran aficionado a la música que sabe tocar el piano y la viola y que forma, de cuando en cuando, parte de un cuarteto de cuerda. Es él mismo quien da cuenta de esos datos en su libro. En definitiva, es un claro melómano que, en ocasiones, parece sentir la música como una forma de religiosidad. Lo cual no debe ocultar que es autor de diversos libros sobre temas de psiquiatría
A mi juicio,
ello determina un error de enfoque fundamental en su libro, porque tras
destacar la universalidad de la música y su creciente presencia en la sociedad
actual, agrega “este libro refleja mi
gusto personal, puesto que se centra en la música clásica o “artística”
occidental y no en la música popular”. Aunque a continuación agregue que ”la divergencia de que estas dos variedades
musicales se han convertido en disciplinas divergentes es discutible”. Con
acierto señala que durante los dos últimos siglos se pudieron aún hallar músicas
ligeras que evitaban el cisma, citando desde Offenbach, Chabrier, Strauss o
Sullivan hasta Gershwin, Jerome Kern e Irving Berlin. “No fue hasta la década de 1950 cuando el distanciamiento existente
entre la música clásica y la popular empezó a aumentar hasta convertirse en un
abismo prácticamente insalvable”.
Dejando a un
lado esta observación, Storr indica que “ese
libro es una búsqueda exploratoria, en un intento de descubrir por que la
música nos afecta de forma tan intensa y porque es parte tan importante de
nuestra cultura”. En ese sentido lo que lleva a cabo Storr es,
fundamentalmente, acumular las observaciones hechas sobre la música por muchos
pensadores. Esto se lleva a cabo de forma no muy ordenada, a decir verdad,
produciendo en ocasiones más confusión que claridad.
Curiosamente,
el libro se abre indagando el origen de la música. ¿Un intento de comunicación?
¿Una primera aproximación al lenguaje? ¿Una forma de cohesión social? ¿Una imitación
de los sonidos de la naturaleza? Lo que Storr va a destacar es que la música
como arte generador de sentimientos, aunque agrega que “con todo, es difícil decidir los vínculos entre el arte de la música y
la realidad de los sentimientos humanos”. En cualquier caso, destaca que es
un fenómeno exclusivamente humano lo que le lleva, no solamente a confrontarlo
con el mundo animal, sino a recorrer la realidad de la música en la antigüedad,
singularmente en Grecia, en donde estuvo una peculiar relación con la
geometría. Al final nos dirá: “jamás será
posible determinar el origen de la música humana con certeza”.
Pasa de ahí a
analizar la relación de la música con el cerebro y el cuerpo. Repasa el efecto
de la “estimulación” (aunque lo reserva a las “personas interesadas en la
música”) lo que permite distinguir las virtudes estimulantes y sedantes de la
música, así como los sistemas de medición proporcionados por los
electroencefalogramas y los electromiógrafos. Para Storr, la audición de la música
provoca estímulos superiores a los que derivan de la percepción de cualquier
otra obra artística. La música, por otra parte, tiene un sentido unificador de
sensaciones: impone orden, ordenando el caos, en los aspectos de ritmo, melodía
y armonía.
Una parte
interesante del libro es la que se dedica a indagar si existe algún patrón
ordenador de la música. En definitiva, si la escala temperada, la que Occidente
practica desde el siglo XVI y que ha ido desplazando a otras escalas,
constituye un patrón musical inherente a la naturaleza o si constituye una
elaboración cultural. En su favor invoca la “naturalidad” de la octava, así
como la inmediata de la quinta y la sexta, desembocando en la triada mayor con
la adición de la tercera. Todo respaldado por un soporte matemático constatado.
Finalmente, Storr se deja arrastrar por un cierto relativismo.
Cuando se
pregunta si la música ayuda a evadirse de la realidad, invoca a Freud, una
constante en los psiquiatras que, desde entonces, agregan a la enfermedad mental
un intento de explicación. Se sorprende de que, siendo Freud una persona
ilustrada, no sintiera ninguna atracción por la música: “reconocía ser prácticamente incapaz de obtener placer alguno a través
de la música”. No obstante, la contempló con las restantes artes como un intento
fallido de eliminar los estímulos ya que para el psicoanálisis el organismo
busca incansablemente liberarse de estímulos perturbadores y las artes son intentos
fallidos que hace de los artistas seres propensos a la neurosis. Todo se
complicó porque otros psicoanalistas introdujeron nuevas ideas y porque el
propio Freud manejó el término “oceánico”. Storr manifiesta su disconformidad con
la idea peyorativa que Freud tiene de la fantasía. Ésta mitiga el dolor existencial
pero también favorece la creatividad. Pero al final la obra musical será algo así
como una prueba proyectiva; es así porque “tal
como dijo Stravinski, una vez que una composición está terminada, existe por derecho
propio”. Al mismo tiempo, su audición nos aísla durante la misma del mundo:
“abre una puerta al abandono temporal del
tumultuoso mundo exterior”.
Un hecho
conocido y reconocido por todos es que en la actualidad la posibilidad de
disfrutar de la música de forma individualizada es posible. Lejos están los
tiempos en los que se podía disfrutar de la música en conciertos y reuniones o
veladas familiares, o, mejor aún, participando en cuartetos de cuerda (como
hace el propio Storr). Hoy los adelantos técnicos permiten que cada persona
pueda disfrutar de la música de forma individual y solitaria, de toda la música
y por todos los intérpretes. Cosa que no le agrada al perder su dimensión
socializante. Uno, instintivamente defensor del individuo, no está de acuerdo del
todo con ello. El autor trata de recuperar algo de esa dimensión insistiendo en
la necesidad de conocer y reconocer en la música la personalidad del
compositor. Haydn y Wagner serán las dos personalidades que opondrá con
distinto sentido y de forma brillante. Conocemos ahora ya sus actitudes, pero
¿interesa esto para disfrutar de su música?
Sorprende el número
de páginas que Storr dedica a la figura de Schopenhauer. La explicación que
encontramos es que la música, por encima de otras artes, es el único camino
para acercarse al conocimiento de la verdadera realidad y de uno mismo.
Toscamente podemos recordar que Schopenhauer, yendo más allá de Kant, no
solamente mantiene la existencia de un mundo exterior cuya realidad no
conocemos, sometidos como estamos a los conceptos de espacio, tiempo y
causalidad, sino que además “concluye que
no es posible concebir los objetos como noúmenos o “cosas en sí”, como los llamaba
Kant”. Todo lo que podemos hace es registrar la forma en que se nos
muestran, es decir, sus “representaciones”, como “fenómenos del mundo
exterior”. Todo ello nos aproximará a las “ideas” de Platón, o a los
“arquetipos” de Jung. A lo largo de páginas Storr seguirá la filosofía de
Schopenhauer, deleitándose en un concepto de la “voluntad”, demasiado complejo
para ser aquí aludido. Lo que nos queda del pensamiento del filósofo es la
noción de un mundo distinto de aquel en que nosotros vivimos; en definitiva, lo
que rememora la idea de la cueva platónica, aunque magnificada y enriquecida
con más complejas abstracciones. Entonces es cuando la música acude en ayuda
del hombre y le permite, si no conocer ese mundo, sí intuirlo logrando una
aproximación al mismo. “Según
Schopenhauer, la música es diferente de las otras artes porque nos habla de
forma directa: trasciende las Ideas”.
Storr, sin
embargo, se sorprende de que el filósofo alemán, además de disfrutar sobre todo
con la música de Rossini, vocal e intrascendente, “escribía acerca del sistema tal occidental basado en la triada mayor
como si fuera el único sistema musical”. A uno no le extraña, sin embargo,
porque Schopenhauer vivió en un siglo XIX demasiado aposentado en una falsa autosuficiencia.
No en vano Stravinski, por ejemplo, declara que ese patrón de la música clásica
occidental sólo estuvo vigente desde el siglo XVII a mediado del siglo XIX,
algo que nos resulta tan real como sorprendente. No habían llegado aún el
dodecafonismo, la música absoluta, la atonalidad… Y en sentido contario faltaba
por ejemplo que apareciera una pintura abstracta desligada de la realidad.
Storr termina criticando a Schopenhauer por no haber encontrado una relación “entre la música y el movimiento físico”
que él, como psiquiatra, sí ha podido constatar. A continuación, examinará de
forma muy compleja el pensamiento de Nietzsche cuya actitud ante la vida “más positiva que la de Schopenhauer, se
plasma en su tratamiento de la música que enfatiza la vida en lugar de suscitar
la evasión de ella”.
Rechaza que las
matemáticas puedan servir de inspiradoras de sentimientos. A lo más que pueden
llegar es a la “verdad” matemática. Compara la música con la religión, de la
que también sale ganadora. Storr concluye su libro así: “Permitan que concluya afirmando que, para mí, al igual que para
Nietzsche, la música es “algo por lo cual vale la pena estar en el mundo”. Ha
enriquecido mi vida de forma indescriptible. Es una bendición irremplazable,
inmerecida y trascendental”. ¿Cabe una confesión más clara?
Hay algo que
llama la atención en este libro. Su autor no solamente confiesa desentenderse
de la música que podemos llamar popular y de la ligera, sino que dentro de la
clásica se asienta en una zona que podemos considerar excesivamente “clásica”:
Haydn, Beethoven, Mozart…, Wagner casi como límite. Stravinski es citado más
como autor de la “Poética musical” que como compositor. Da la sensación de que
Storr es como un pájaro enjaulado que se siente cómodo y feliz en su jaula y con
su alpiste (cualquier cuarteto de cuerda, de Haydn por ejemplo). No esperen al psiquiatra,
sólo les espera el musicólogo y, sobre todo, el melómano. Defenderá sólo aquello
que siente, lo que le causa placer. Lo ya conocido, además.
“La música y la mente. El fenómeno
auditivo y el porqué de las pasiones” (318 págs.) es un libro escrito por
Anthony Storr en 1992 con el título original “Music and The Mind” y publicado
en España por Paidós Ibérica en su colección Bolsillo en 2007
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