domingo, 23 de septiembre de 2018

Anthony Storr : “La música y la mente. El fenómeno auditivo y el porqué de las pasiones.”



Anthony Storr es un psiquiatra y psicoanalista británico. Más importante a efectos de analizar este libro es que es un gran aficionado a la música que sabe tocar el piano y la viola y que forma, de cuando en cuando, parte de un cuarteto de cuerda. Es él mismo quien da cuenta de esos datos en su libro. En definitiva, es un claro melómano que, en ocasiones, parece sentir la música como una forma de religiosidad. Lo cual no debe ocultar que es autor de diversos libros sobre temas de psiquiatría
A mi juicio, ello determina un error de enfoque fundamental en su libro, porque tras destacar la universalidad de la música y su creciente presencia en la sociedad actual, agrega “este libro refleja mi gusto personal, puesto que se centra en la música clásica o “artística” occidental y no en la música popular”. Aunque a continuación agregue que ”la divergencia de que estas dos variedades musicales se han convertido en disciplinas divergentes es discutible”. Con acierto señala que durante los dos últimos siglos se pudieron aún hallar músicas ligeras que evitaban el cisma, citando desde Offenbach, Chabrier, Strauss o Sullivan hasta Gershwin, Jerome Kern e Irving Berlin. “No fue hasta la década de 1950 cuando el distanciamiento existente entre la música clásica y la popular empezó a aumentar hasta convertirse en un abismo prácticamente insalvable”.
Dejando a un lado esta observación, Storr indica que “ese libro es una búsqueda exploratoria, en un intento de descubrir por que la música nos afecta de forma tan intensa y porque es parte tan importante de nuestra cultura”. En ese sentido lo que lleva a cabo Storr es, fundamentalmente, acumular las observaciones hechas sobre la música por muchos pensadores. Esto se lleva a cabo de forma no muy ordenada, a decir verdad, produciendo en ocasiones más confusión que claridad.
Curiosamente, el libro se abre indagando el origen de la música. ¿Un intento de comunicación? ¿Una primera aproximación al lenguaje? ¿Una forma de cohesión social? ¿Una imitación de los sonidos de la naturaleza? Lo que Storr va a destacar es que la música como arte generador de sentimientos, aunque agrega que “con todo, es difícil decidir los vínculos entre el arte de la música y la realidad de los sentimientos humanos”. En cualquier caso, destaca que es un fenómeno exclusivamente humano lo que le lleva, no solamente a confrontarlo con el mundo animal, sino a recorrer la realidad de la música en la antigüedad, singularmente en Grecia, en donde estuvo una peculiar relación con la geometría. Al final nos dirá: “jamás será posible determinar el origen de la música humana con certeza”.
Pasa de ahí a analizar la relación de la música con el cerebro y el cuerpo. Repasa el efecto de la “estimulación” (aunque lo reserva a las “personas interesadas en la música”) lo que permite distinguir las virtudes estimulantes y sedantes de la música, así como los sistemas de medición proporcionados por los electroencefalogramas y los electromiógrafos. Para Storr, la audición de la música provoca estímulos superiores a los que derivan de la percepción de cualquier otra obra artística. La música, por otra parte, tiene un sentido unificador de sensaciones: impone orden, ordenando el caos, en los aspectos de ritmo, melodía y armonía.
Una parte interesante del libro es la que se dedica a indagar si existe algún patrón ordenador de la música. En definitiva, si la escala temperada, la que Occidente practica desde el siglo XVI y que ha ido desplazando a otras escalas, constituye un patrón musical inherente a la naturaleza o si constituye una elaboración cultural. En su favor invoca la “naturalidad” de la octava, así como la inmediata de la quinta y la sexta, desembocando en la triada mayor con la adición de la tercera. Todo respaldado por un soporte matemático constatado. Finalmente, Storr se deja arrastrar por un cierto relativismo.
Cuando se pregunta si la música ayuda a evadirse de la realidad, invoca a Freud, una constante en los psiquiatras que, desde entonces, agregan a la enfermedad mental un intento de explicación. Se sorprende de que, siendo Freud una persona ilustrada, no sintiera ninguna atracción por la música: “reconocía ser prácticamente incapaz de obtener placer alguno a través de la música”. No obstante, la contempló con las restantes artes como un intento fallido de eliminar los estímulos ya que para el psicoanálisis el organismo busca incansablemente liberarse de estímulos perturbadores y las artes son intentos fallidos que hace de los artistas seres propensos a la neurosis. Todo se complicó porque otros psicoanalistas introdujeron nuevas ideas y porque el propio Freud manejó el término “oceánico”. Storr manifiesta su disconformidad con la idea peyorativa que Freud tiene de la fantasía. Ésta mitiga el dolor existencial pero también favorece la creatividad. Pero al final la obra musical será algo así como una prueba proyectiva; es así porque “tal como dijo Stravinski, una vez que una composición está terminada, existe por derecho propio”. Al mismo tiempo, su audición nos aísla durante la misma del mundo: “abre una puerta al abandono temporal del tumultuoso mundo exterior”.
Un hecho conocido y reconocido por todos es que en la actualidad la posibilidad de disfrutar de la música de forma individualizada es posible. Lejos están los tiempos en los que se podía disfrutar de la música en conciertos y reuniones o veladas familiares, o, mejor aún, participando en cuartetos de cuerda (como hace el propio Storr). Hoy los adelantos técnicos permiten que cada persona pueda disfrutar de la música de forma individual y solitaria, de toda la música y por todos los intérpretes. Cosa que no le agrada al perder su dimensión socializante. Uno, instintivamente defensor del individuo, no está de acuerdo del todo con ello. El autor trata de recuperar algo de esa dimensión insistiendo en la necesidad de conocer y reconocer en la música la personalidad del compositor. Haydn y Wagner serán las dos personalidades que opondrá con distinto sentido y de forma brillante. Conocemos ahora ya sus actitudes, pero ¿interesa esto para disfrutar de su música?
Sorprende el número de páginas que Storr dedica a la figura de Schopenhauer. La explicación que encontramos es que la música, por encima de otras artes, es el único camino para acercarse al conocimiento de la verdadera realidad y de uno mismo. Toscamente podemos recordar que Schopenhauer, yendo más allá de Kant, no solamente mantiene la existencia de un mundo exterior cuya realidad no conocemos, sometidos como estamos a los conceptos de espacio, tiempo y causalidad, sino que además “concluye que no es posible concebir los objetos como noúmenos o “cosas en sí”, como los llamaba Kant”. Todo lo que podemos hace es registrar la forma en que se nos muestran, es decir, sus “representaciones”, como “fenómenos del mundo exterior”. Todo ello nos aproximará a las “ideas” de Platón, o a los “arquetipos” de Jung. A lo largo de páginas Storr seguirá la filosofía de Schopenhauer, deleitándose en un concepto de la “voluntad”, demasiado complejo para ser aquí aludido. Lo que nos queda del pensamiento del filósofo es la noción de un mundo distinto de aquel en que nosotros vivimos; en definitiva, lo que rememora la idea de la cueva platónica, aunque magnificada y enriquecida con más complejas abstracciones. Entonces es cuando la música acude en ayuda del hombre y le permite, si no conocer ese mundo, sí intuirlo logrando una aproximación al mismo. “Según Schopenhauer, la música es diferente de las otras artes porque nos habla de forma directa: trasciende las Ideas”.
Storr, sin embargo, se sorprende de que el filósofo alemán, además de disfrutar sobre todo con la música de Rossini, vocal e intrascendente, “escribía acerca del sistema tal occidental basado en la triada mayor como si fuera el único sistema musical”. A uno no le extraña, sin embargo, porque Schopenhauer vivió en un siglo XIX demasiado aposentado en una falsa autosuficiencia. No en vano Stravinski, por ejemplo, declara que ese patrón de la música clásica occidental sólo estuvo vigente desde el siglo XVII a mediado del siglo XIX, algo que nos resulta tan real como sorprendente. No habían llegado aún el dodecafonismo, la música absoluta, la atonalidad… Y en sentido contario faltaba por ejemplo que apareciera una pintura abstracta desligada de la realidad. Storr termina criticando a Schopenhauer por no haber encontrado una relación “entre la música y el movimiento físico” que él, como psiquiatra, sí ha podido constatar. A continuación, examinará de forma muy compleja el pensamiento de Nietzsche cuya actitud ante la vida “más positiva que la de Schopenhauer, se plasma en su tratamiento de la música que enfatiza la vida en lugar de suscitar la evasión de ella”.
Rechaza que las matemáticas puedan servir de inspiradoras de sentimientos. A lo más que pueden llegar es a la “verdad” matemática. Compara la música con la religión, de la que también sale ganadora. Storr concluye su libro así: “Permitan que concluya afirmando que, para mí, al igual que para Nietzsche, la música es “algo por lo cual vale la pena estar en el mundo”. Ha enriquecido mi vida de forma indescriptible. Es una bendición irremplazable, inmerecida y trascendental”. ¿Cabe una confesión más clara?
Hay algo que llama la atención en este libro. Su autor no solamente confiesa desentenderse de la música que podemos llamar popular y de la ligera, sino que dentro de la clásica se asienta en una zona que podemos considerar excesivamente “clásica”: Haydn, Beethoven, Mozart…, Wagner casi como límite. Stravinski es citado más como autor de la “Poética musical” que como compositor. Da la sensación de que Storr es como un pájaro enjaulado que se siente cómodo y feliz en su jaula y con su alpiste (cualquier cuarteto de cuerda, de Haydn por ejemplo). No esperen al psiquiatra, sólo les espera el musicólogo y, sobre todo, el melómano. Defenderá sólo aquello que siente, lo que le causa placer. Lo ya conocido, además.

“La música y la mente. El fenómeno auditivo y el porqué de las pasiones” (318 págs.) es un libro escrito por Anthony Storr en 1992 con el título original “Music and The Mind” y publicado en España por Paidós Ibérica en su colección Bolsillo en 2007

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