En tiempos en
los que la idea del calentamiento global de la tierra y su posible
antropogénesis invade medios políticos y de comunicación, una visión
equilibrada de lo que han sido realmente los cambios climáticos no produce sino
un efecto sedante en el lector. Eso es lo que en este libro proporciona José
Luis Comellas, historiador, coruñés y catedrático emérito, que ha sabido
dirigir su mirada no solamente a lo que vulgarmente llamamos historia, sino
especialmente a otros hechos cercanos a una dimensión científica. Es imposible
también desconocer su pasión por la astronomía.
Expone muy
pronto su tesis: el cambio climático existe y ha existido siempre. Ambas cosas.
Queda sin resolver determinar la actual responsabilidad que la humanidad pueda
tener desde que existe en ese cambio que, en todo caso, sufre. Comellas aborda
todo con humildad (que él llama prudencia habida cuenta de su pretendida
ignorancia) y que confiesa, aunque añadiendo que “la ignorancia puede ser tan atrevida como la audacia de la seguridad
absoluta”. No hay aún una respuesta definitiva. Su libro está orientado en
un doble sentido: no ser exclusivamente una obra científica y huir de la
polémica. Y lo logra, a la vista de tantas y tantas cuestiones en las que
constata que no disponemos con una explicación válida que nos saque de esa
ignorancia.
El libro se
integra realmente en dos partes: la historia de los cambios climáticos (en
plural) antes de la aparición del hombre y los acaecidos de después de su
aparición. Son dos partes no diferenciadas en el libro porque dicha aparición
se produce dentro del capítulo dedicado al periodo terciario. Pero antes de
entrar en esta materia, Comellas se refiere a los testigos que nos permiten
elaborar esa historia y los factores de los cambios climáticos. Entre los primeros
figurarán los glaciares, los restos de animales y plantas, las estructuras
geológicas, los fondos marinos o los corales. Al abordar los segundos nos repasará
conceptos básicos como los de las corrientes marinas, las influencias cósmicas
y el efecto invernadero. Constatamos que en esos dos primeros capítulos se nos
muestran realidades que muchas veces desconocemos y otras ignoramos.
Constituyen en ocasiones auténticas sorpresas que rompen nuestros tradicionales
esquemas mentales. Solamente por esos primeros capítulos el libro merece su
lectura.
El libro se
mueve, como historia, desde los tiempos más antiguos. Al lector le produce una
cierta borrachera de millones de años las referencias a los primeros momentos
de la tierra: su formación, el desgajamiento de la luna, las insoportables
temperaturas… hasta llega a la “tierra blanca” hace unos 2.300 millones de años,
un planeta cubierto íntegramente por el hielo, muy distinto del “planeta azul”
que todos tenemos en mente. Y pese a que ese hielo refleja casi todo el calor
de un sol aun tibio, la tierra no permanece helada, sino que se calienta, sin
que nadie sepa aún por qué (teorías no faltarán, claro). Ya entonces se nos
evidencia la existencia de cambios climáticos y la no explicada razón por la
que se produce una especie de alternancia entre periodos fríos y calurosos. La
primera “tierra blanca” duró unos 300 millones de años; luego se calentó sin
llegar a los antiguos extremos; volvió la tierra a ser blanca hace 1.200 millones
de años; llegó más profunda entre los 700 y 350 millones de años; la vida desapareció
totalmente. Pero como dice Comellas “lo
que seguimos preguntándonos es no solamente como pudo formarse una “Tierra Blanca”,
sino como dejó de serlo”.
La alternancia
siguió manifestándose. Las glaciaciones que estudiamos eran cuatro; ahora se
estima que hubo muchas más. Los periodos más cálidos del Devónico (los peces) y
del Carbonífero (las plantas) se interrumpieron con el “gran frío del Pérmico
Triásico. “No hay calor que no acabe con
frío, ni frío que no acabe con una fase de calentamiento” nos recuerda
Comellas. Nos llevará a recordar las irrupciones de meteoritos, el estallido de
volcanes, los enfrentamientos de placas tectónicas que modifican la tierra que
fue Pangea (rodeada por el único océano Panthalasa y dividida por el mar Thetis,
en dos partes: Laurasia al norte y Gondwana al sur), todo acompañado de subidas
y bajadas espectaculares del nivel del mar. Aparecen los dinosaurios y
desparecerán. Las erupciones volcánicas recibirán el reconocimiento de su
importancia y efectividad: reducen el calentamiento, pero ponen en peligro la
vida
La aparición
del hombre marca un hito que, debe ser dividido a su vez, distinguiendo la
Prehistoria y la Historia. Al referirse a la primera, Comellas lleva a cabo un
merecido elogio del hombre primitivo. Aunque apenas alude a otras especies del
género homo, se refiere en concreto al homo sapiens, aunque el primer homínido
surgió hace 2 millones de años y el homo sapiens, en torno a uno. Desde la
perspectiva del clima, tuvo que enfrentarse con las glaciaciones y supo
supervivir. De la confortable África tuvo que huir, probablemente, de las erupciones
volcánicas para llegar a áreas donde tuvo que enfrentarse más tarde con el frío.
Comellas nos dice que “los recursos del
hombre paleolítico nos asombrarían si los conociéramos todos”. Hay que
agregar que “no sabía que vivía en una glaciación; una forma de clima como aquél
lo habían soportado sus padres y los seguirían soportando sus hijos”. No quiero
dejar de citar lo descubierto por el submarinista Cosquer: una bolsa de aire
existente en una cueva cuya entrada estaba situada a una profundidad de 37
metros en Les Calanques tenía pinturas rupestres comparables con las Altamira o
Lescaux que reflejaban focas, pingüinos, morsas… todo en el Mediterráneo.
Pero hace unos
18.000 años comenzó a suavizarse el clima. “Gran
Bretaña se convirtió de nuevo en una isla”. Pero pronto volvieron las oscilaciones.
Los episodios fríos se llaman “Dryas” y los calientes, “Bolling”. Unos y otros
se sucedieron hasta que hace unos 12.500 años surgió el ultimo Dryas, que duró
mil años. Se entraba ya en el Holoceno, un periodo cálido y húmedo donde
existieron solamente las variaciones llamadas “oscilaciones holocenas”. Hacía los 4.000 aC el Sahara se convirtió
en una encantadora pradera; era el “Optimo Cálido del Holoceno”. Llega a su vez
lo que Comellas llama “Revolución Neolítica”:
aumenta la población, se crean las ciudades y las aldeas, se generaliza la
agricultura, se domestican animales, se difunde el matriarcado, se inicia el
comercio… No habrá ya glaciaciones, si acaso la llamada “Era Fría de la Edad del Hierro”. Aunque todo parece ser resultado,
en definitiva, del cambio climático Comellas recuerda a Wilkinson “Egipto es un don del Nilo, pero la antigua
civilización antigua fue un regalo del desierto”.
Surge ya la
historia, o sea, la escritura. “Desde
ahora es preciso contar con el hombre”. En el libro se van a describir los
cambios climáticos recogidos por la historia. Pero los saltaremos, porque son
muy prolijos y unicamente revelan la oscilación del clima y el retorno al
equilibrio. Quizá el “tiempo” es más decisivo que el “clima”
Comellas tiene
la virtud de acotar los conceptos. Distingue así contaminación y cambio
climático, pero exige que se preste atención a ambos. Nos habla de la gran
polémica creada respecto del segundo y clasifica las posiciones entre los
catastrofistas, los que mantienen el exclusivo origen antropogénico, los que no
rechazan la presencia de otros factores, los que consideran que, aún sin ser
decisiva la acción del hombre, debe éste llevar a cabo sus mayores esfuerzos
para no favorecer el calentamiento, y, en último extremo, los que niegan
radicalmente la influencia humana. Al hilo de eso, desliza contenidas críticas
a las organizaciones internacionales de nueva creación.
Repasará las posibles causas del calentamiento
(insistiendo en que debe apreciarse en las medias) incluyendo desde la actividad
de origen humano hasta orígenes naturales no identificados, las variaciones solares
(con el calentamiento de otros planetas), las influencias cósmicas. Aunque
habla de calentamiento enfatiza que ese es sólo una manifestación del cambio
climático, apreciable también en las corrientes marinas, los vientos, las
sequías y las inundaciones. La globalidad es incierta, además.
Cuando el libro
se centra en las posibles causas antropogénicas del cambio climático, sus
referencias se vuelcan en el incremento del efecto invernadero. Destaca que la
causa mayor de éste es el vapor de agua, cosa habitualmente insospechada,
seguido por el metano y el CO2. El aumento de este, aun siendo muy inferior al
de otras etapas protohistóricas, es evidente e inevitable de momento a partir
de la revolución industrial. La generación de energía implica la emisión de CO2
y eso le lleva a Comellas a repasar las posibles fuentes sustitutivas de
energía: la hidráulica (posibilidad casi agotada), los hidrocarburos, la
termonuclear, llegando a las llamadas renovables, como la eólica y la solar, de
momento caras y limitadas en sus posibilidades. Destaca la vulnerabilidad del
hombre actual, acomodado y satisfechos, poco propicio al sacrificio, y confiará
en su capacidad de inventiva y el desarrollo tecnológico.
Uno se siente
obligado también a exponer su opinión. Y lo hago utilizando la importante
distinción entre clima y tiempo que Comellas expone al inicio del libro. Es lo
grande y lo chico. El hombre nunca ha podido controlar el tiempo y sus
manifestaciones como: nevadas, granizadas, riadas, grandes lluvias, sequías,
olas de frío o calor. Algunas son famosas: el Niño y la Niña, los monzones, el
Gulf Stream… Si el hombre es incapaz de impedir o detener esos fenómenos del
tiempo ¿puede esperar modificar el clima? Siempre he creído que nuestro
verdadero deber es ser “limpitos”, es decir, no ensuciar tanto (lo que no
supone montar más tinglados para que los individuos clasifiquen sus residuos).
Por lo demás, se acabarán el carbón, el petróleo.
Un libro
excelente por claridad y equilibrio, del que se extrae la sensación de que oculta
nada ni afirma nada sin pruebas sólidas. Un libro en el que uno, quizá por
demasiado ignorante, aprende muchas, muchas cosas. Y hasta la ponderación.
“Historia de los cambios
climáticos” (320 págs.) fue escrito por José Luis Comellas el año 2011 y publicado
por Rialp ese mismo año.
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