domingo, 9 de septiembre de 2018

Steven Pinker : “En defensa de la Ilustración. Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso”



Pinker es un psicólogo canadiense. Integrado en la escuela cognitiva ha aprovechado el impulso del desarrollo de la neurobiología y asumido sus inmadureces. Es curioso que, procediendo de una familia judía, se declaró ateo a los 13 años, lo que parece apuntar cierta personalidad friqui.  Sorprende en principio que el libro se titule “En defensa de la Ilustración” ¿Acaso alguien está atacando a la Ilustración? En principio, nadie; lo que puede estar en entredicho son los pilares de ese movimiento (Razón, Ciencia, Humanismo, Progreso); son estos conceptos los que hechos y teorías parecen cuestionar y en cuya defensa sale Pinker. La cosa recuerda un poco a los molinos y Don Quijote.
En el libro se recurre insistentemente a idea de la entropía, derivada de la segunda ley de termodinámica. No se explica lo que es un concepto tan escurridizo y complejo. Recuerdo que mi primera aproximación a su comprensión fue cuando un compañero de colegio mayor, estudiante de físicas, siempre decía cuando iba al cuarto de baño para hacer sus necesidades: “voy a aumentar la entropía”. La segunda iluminación la tuve fue al leer que la vida es la única forma de contradecir la entropía. Pinker reconduce todo a una especie de “robo de energía”. ¿Y ¿para qué la cita? Pues para mostrar la lucha heroica que la humanidad mantiene contra la muerte entrópica y que se plasmó en los principios de la Ilustración. Pena que no repare que tanto una vaca como una mosca luchan también contra el aumento de la entropía. O sea, que hablamos en prosa sin saberlo, como el burgués gentilhombre de Molière. Y de ahí salta a la información como protagonista de la lucha anti entrópica que, al parecer, desarrollamos.
La argumentación básica de lo mantenido en el libro es simple: todo está mejor hoy que hace algo más de dos siglos cuando irrumpió la Ilustración. Se nos muestra desde ese punto de vista como representante de lo que se llama optimismo antropológico. Lo que sucede es que incurre, a mi juicio, en una serie de visiones equivocadas: la mejora se refiere a unos determinados aspectos (Ios que glosa en el libro), pero no a todos; atribuye los aspectos negativos al desconocimiento o falta de aplicación de los principios de la Ilustración; confunde ciencia y técnica, sin analizar que la segunda avanza con mayor rapidez que la primera en el logro de mejoras. En fin: según él, si observáramos fielmente los principios inspiradores de la Ilustración seríamos felices, bondadosos y justos, y el mundo sería, como en la canción, una balsa de aceite.
De entrada, Pinker maneja una idea vaga de los que es/fue la Ilustración. Todo lo bueno proviene de ella, sin remontarse nunca al Renacimiento o al monacato, por ejemplo. Puede encontrarse en su libro una fisura que no desarrolla: habla de una Ilustración científica que se desarrolla en Inglaterra (Newton/Watt, “The Enlightenment”); de una Ilustración política y social que se desarrolla en Francia (Voltaire, “Les Lumières”) y de una Ilustración filosófica que tiene su ubicación en Alemania (Kant, “Der Aufklärung”) que fueron muy distintas en sus acentos y en sus consecuencias. Para definir lo que fue la Ilustración repite una idea de Kant: la Ilustración era “la salida de la humanidad de su autoculpable inmadurez”. O sea: una responsable madurez.
En su defensa, Pinker dispara contra todo bicho viviente. En particular, contra intelectuales, políticos y periodistas. No escatima ni críticas ni insultos, especialmente contra los primeros, “intelectualoides” entre los que no duda en incluir a grandes filósofos o decisivos movimientos, de izquierdas y de derechas. Lamenta que sus deplorables ideas resurjan en torno a 1960 y que generen extraños movimientos en los albores del siglo XXI. Algo que termina haciendo que el hombre medio tenga también un sentimiento negativo (no en el plano personal quizá, pero sí en el colectivo) que le impele a tacharle de pesimista, olvidando que en realidad al hombre medio actual se le ha hecho “quejumbroso”. Abrimos el grifo y tenemos agua; pulsamos un interruptor y tenemos luz; queremos una información y recurrimos a Internet; necesitamos comunicarnos y lo hacemos con nuestro teléfono nuevo… ¿Hacemos bien en no fijarnos únicamente en estas cosas y mirar solamente a las que aún esperamos y demandamos?
La tesis de Pinker es doble: a) la humanidad ha mejorado desde que irrumpió la Ilustración; b) la causa de la mejora es precisamente la Ilustración y sus cuatro principios. Lo primero se podría predicar de todo momento histórico identificable. Prescindiendo de ello, Pinker repasa una serie de conceptos en los que observa una mejora actual: vida, salud, sustento, riqueza, desigualdad, medio ambiente, paz, seguridad, terrorismo, democracia, conocimiento, calidad de vida, felicidad, amenazas de existenciales y futuro del progreso. Una larga y extraña retahíla de conceptos que podría alargarse porque, entre la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras década del siglo XXI, todo ha mejorado, o ha progresado. Se ha repetido hasta la saciedad que el “confort” de que disfruta un obrero hoy en día no lo tenían los reyes de entonces. ¿De qué se queja?
No es posible abordar todos esos temas. De las 742 páginas del libro, casi 200 están dedicadas a notas, bibliografía y agradecimientos, y éstos evidencian que las ideas propuestas han sido recogidas en una variopinta cosecha de opiniones. Con carácter general puede decirse que se trata de conceptos que difícilmente pueden ser objeto de medición y ni siquiera de evaluación. Por ejemplo, el de la felicidad: ¿pueden construirse estadísticas preguntando a las personas si son felices o no?, ¿puede afirmarse que el terrorismo ha sido reducido cuando es un fenómeno relativamente reciente? Cuando aborda el medio ambiente uno se encuentra con que coincide su criterio con el propio: hay cambio climático, pero no es antropogénico; entre la mezcolanza de citas, considera que algo sí, pero no; luego, no.
Al final, Pinker repasa las ideas de Razón, Ciencia, Humanismo y Progreso. La razón. ¿Qué es la razón? Por descontado Pinker no nos lo va a decir, pero cuando comienza a referirse a ella afirma: “La oposición a la razón es, por definición, poco razonable”. Obsérvese: “por definición”. Pero ¿qué es oponerse a la razón?, ¿disentir de Pinker? Tras referirse a una serie de actitudes contrarias la razón, como son la fe, la actitud romántica, el posmodernismo, el origen social de la realidad, la misma actitud de algunos psicólogos cognitivos… Añade: “todas esas oposiciones adolecen de un defecto fatal: se refutan a sí mismas, niegan que pueda existir una “razón” para creer esas mismas convicciones. Tan pronto como sus defensores abren la boca para iniciar su defensa, han perdido la discusión, porque en ese acto mismo están comprometidos tácitamente con la persuasión…”. No deja de ser curioso, aunque no lo recuerde el olvidadizo Pinker, que el 10 de noviembre de 1793 (o sea, el 20 de brumario) la Convención proclamó a la “Diosa de la Razón”, la ‘sophia’ grecorromana, curiosa raíz de la Ilustración.
Uno de los problemas de ese libro es que su autor recoge las ideas lanzadas por muchos, demasiados autores, de forma que, finalmente, resulta un refrito. Al hablar, por ejemplo, de la razón cita y expone las ideas de Nagel, de Kahnemann, de Ariely, de Liebenberg, de Kahan, de Lord, de Ross, de Lepper, de Klein, de Buturovic, de Tetlock… unos, amiguetes y otros, ordeñados. Juega con sus ideas y las manipula cuando lo cree menester. Al final mantiene que “para hacer más racional el discurso público deberían despolitizarse los temas todo lo posible”. Y lo dice cuando, una vez y otra en su libro, critica la elección de Trump (al que tacha incluso de embustero en el libro; la ignorancia se le da por dada) y la compara nada menos que a la catástrofe del 11-S. Finalmente dice: “Si somos capaces de identificar en qué sentido somos irracionales los humanos, debemos saber lo que es la racionalidad”. Díganoslo, por favor, señor Pinker. Díganos directamente lo que es la razón. Es su diosa, la tiene que conocer.
La Ciencia. Citemos esta frase: “en la actualidad la belleza y el poder de la ciencia no sólo son poco valorados, sino que se antojan extremadamente molestos” Y nos habla por el desdén por la ciencia que no solamente lo encontramos entre “fundamentalistas religiosos y políticos ignorantes sino también entre muchos de nuestros intelectuales más adorados y en nuestras más augustas entidades de enseñanza superior”.
El apartado dedicado al humanismo es quizá el más problemático. Pinker nos dice: “El objetivo de maximizar la prosperidad, y el florecimiento humano la vida, la salud, la felicidad, la libertad, el conocimiento, el amor, la riqueza de la experiencia puede denominarse ‘humanismo’.” Y aclara: “el bien sin Dios”. Reconoce que tiene un “aroma utilitarista” que limita y rebate. Ataca la moral teísta que tiene defectos fatales. En su contra afirma que “no existe ningún buen motivo para creer que Dios existe” (ni lo contrario, hay que añadir). Tampoco para creer en el alma o en un mundo tras la muerte. Enlazando con la mejor tendencia laicista de la Ilustración, Pinker lanza sus mayores condenas contra toda forma de teísmo. Más allá del agnosticismo proclama como verdad el ateísmo, es decir, lo que ya hizo a los 13 años, como indicaba al principio. Por descontado, no proporciona ninguna alternativa; por descontado, no la necesita porque ya posee la verdad puesto que la Razón ya se la ha proporcionado. Resulta curioso el desprecio constante y rabioso con el que habla del “teísmo”, no solamente el cristianismo.
Sorprende realmente que este libro haya tenido un éxito considerable. Cuando el también sorprendente presentador del libro Bill Gates dice de él que es el mejor libro que ha leído nunca. Lo más molesto quizá del libro es la pedantería que emana de él. Uno se acuerda del libro escrito por Cadalso en 1772: “Los eruditos a la violeta”. Es como si pretendiera con su texto iluminarnos, un texto que, por otra parte, es extenso y superficial a la vez, contradictorio, muy sesgado en demasiadas ocasiones y manipulador al desconocer los grandes desvíos históricos de los ideales que defiende, pero a los que, al mismo tiempo, describe como salvadores y define muy imperfectamente. Uno, niño, ve al emperador desnudo.
“En defensa de la Ilustración. Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso” (742 págs.) es un libro del que es autor Steven Pinker, siendo su título original “Enlightenment now”. En junio de 2018 se publicó su primera edición en español por Paidós en su serie Contextos.

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