Pinker es un psicólogo canadiense. Integrado en la escuela cognitiva ha aprovechado el impulso del desarrollo de la neurobiología y asumido sus inmadureces. Es curioso que, procediendo de una familia judía, se declaró ateo a los 13 años, lo que parece apuntar cierta personalidad friqui. Sorprende en principio que el libro se titule “En defensa de la Ilustración” ¿Acaso alguien está atacando a la Ilustración? En principio, nadie; lo que puede estar en entredicho son los pilares de ese movimiento (Razón, Ciencia, Humanismo, Progreso); son estos conceptos los que hechos y teorías parecen cuestionar y en cuya defensa sale Pinker. La cosa recuerda un poco a los molinos y Don Quijote.
En el libro se
recurre insistentemente a idea de la entropía, derivada de la segunda ley de
termodinámica. No se explica lo que es un concepto tan escurridizo y complejo.
Recuerdo que mi primera aproximación a su comprensión fue cuando un compañero
de colegio mayor, estudiante de físicas, siempre decía cuando iba al cuarto de
baño para hacer sus necesidades: “voy a aumentar la entropía”. La segunda
iluminación la tuve fue al leer que la vida es la única forma de contradecir la
entropía. Pinker reconduce todo a una especie de “robo de energía”. ¿Y ¿para
qué la cita? Pues para mostrar la lucha heroica que la humanidad mantiene
contra la muerte entrópica y que se plasmó en los principios de la Ilustración.
Pena que no repare que tanto una vaca como una mosca luchan también contra el
aumento de la entropía. O sea, que hablamos en prosa sin saberlo, como el
burgués gentilhombre de Molière. Y de ahí salta a la información como
protagonista de la lucha anti entrópica que, al parecer, desarrollamos.
La argumentación
básica de lo mantenido en el libro es simple: todo está mejor hoy que hace algo
más de dos siglos cuando irrumpió la Ilustración. Se nos muestra desde ese
punto de vista como representante de lo que se llama optimismo antropológico.
Lo que sucede es que incurre, a mi juicio, en una serie de visiones
equivocadas: la mejora se refiere a unos determinados aspectos (Ios que glosa
en el libro), pero no a todos; atribuye los aspectos negativos al
desconocimiento o falta de aplicación de los principios de la Ilustración;
confunde ciencia y técnica, sin analizar que la segunda avanza con mayor
rapidez que la primera en el logro de mejoras. En fin: según él, si
observáramos fielmente los principios inspiradores de la Ilustración seríamos
felices, bondadosos y justos, y el mundo sería, como en la canción, una balsa
de aceite.
De entrada,
Pinker maneja una idea vaga de los que es/fue la Ilustración. Todo lo bueno
proviene de ella, sin remontarse nunca al Renacimiento o al monacato, por
ejemplo. Puede encontrarse en su libro una fisura que no desarrolla: habla de
una Ilustración científica que se desarrolla en Inglaterra (Newton/Watt, “The Enlightenment”);
de una Ilustración política y social que se desarrolla en Francia (Voltaire, “Les
Lumières”) y de una Ilustración filosófica que tiene su ubicación en Alemania
(Kant, “Der Aufklärung”) que fueron muy distintas en sus acentos y en sus
consecuencias. Para definir lo que fue la Ilustración repite una idea de Kant:
la Ilustración era “la salida de la
humanidad de su autoculpable inmadurez”. O sea: una responsable madurez.
En su defensa,
Pinker dispara contra todo bicho viviente. En particular, contra intelectuales,
políticos y periodistas. No escatima ni críticas ni insultos, especialmente
contra los primeros, “intelectualoides” entre los que no duda en incluir a
grandes filósofos o decisivos movimientos, de izquierdas y de derechas. Lamenta
que sus deplorables ideas resurjan en torno a 1960 y que generen extraños
movimientos en los albores del siglo XXI. Algo que termina haciendo que el
hombre medio tenga también un sentimiento negativo (no en el plano personal
quizá, pero sí en el colectivo) que le impele a tacharle de pesimista,
olvidando que en realidad al hombre medio actual se le ha hecho “quejumbroso”. Abrimos
el grifo y tenemos agua; pulsamos un interruptor y tenemos luz; queremos una
información y recurrimos a Internet; necesitamos comunicarnos y lo hacemos con
nuestro teléfono nuevo… ¿Hacemos bien en no fijarnos únicamente en estas cosas
y mirar solamente a las que aún esperamos y demandamos?
La tesis de
Pinker es doble: a) la humanidad ha mejorado desde que irrumpió la Ilustración;
b) la causa de la mejora es precisamente la Ilustración y sus cuatro principios.
Lo primero se podría predicar de todo momento histórico identificable.
Prescindiendo de ello, Pinker repasa una serie de conceptos en los que observa
una mejora actual: vida, salud, sustento, riqueza, desigualdad, medio ambiente,
paz, seguridad, terrorismo, democracia, conocimiento, calidad de vida,
felicidad, amenazas de existenciales y futuro del progreso. Una larga y extraña
retahíla de conceptos que podría alargarse porque, entre la segunda mitad del
siglo XVIII y las primeras década del siglo XXI, todo ha mejorado, o ha progresado.
Se ha repetido hasta la saciedad que el “confort” de que disfruta un obrero hoy
en día no lo tenían los reyes de entonces. ¿De qué se queja?
No es posible
abordar todos esos temas. De las 742 páginas del libro, casi 200 están
dedicadas a notas, bibliografía y agradecimientos, y éstos evidencian que las
ideas propuestas han sido recogidas en una variopinta cosecha de opiniones. Con
carácter general puede decirse que se trata de conceptos que difícilmente
pueden ser objeto de medición y ni siquiera de evaluación. Por ejemplo, el de
la felicidad: ¿pueden construirse estadísticas preguntando a las personas si
son felices o no?, ¿puede afirmarse que el terrorismo ha sido reducido cuando
es un fenómeno relativamente reciente? Cuando aborda el medio ambiente uno se
encuentra con que coincide su criterio con el propio: hay cambio climático,
pero no es antropogénico; entre la mezcolanza de citas, considera que algo sí,
pero no; luego, no.
Al final,
Pinker repasa las ideas de Razón, Ciencia, Humanismo y Progreso. La razón. ¿Qué
es la razón? Por descontado Pinker no nos lo va a decir, pero cuando comienza a
referirse a ella afirma: “La oposición a
la razón es, por definición, poco razonable”. Obsérvese: “por definición”.
Pero ¿qué es oponerse a la razón?, ¿disentir de Pinker? Tras referirse a una
serie de actitudes contrarias la razón, como son la fe, la actitud romántica,
el posmodernismo, el origen social de la realidad, la misma actitud de algunos
psicólogos cognitivos… Añade: “todas esas
oposiciones adolecen de un defecto fatal: se refutan a sí mismas, niegan que
pueda existir una “razón” para creer esas mismas convicciones. Tan pronto como
sus defensores abren la boca para iniciar su defensa, han perdido la discusión,
porque en ese acto mismo están comprometidos tácitamente con la persuasión…”.
No deja de ser curioso, aunque no lo recuerde el olvidadizo Pinker, que el 10
de noviembre de 1793 (o sea, el 20 de brumario) la Convención proclamó a la
“Diosa de la Razón”, la ‘sophia’ grecorromana, curiosa raíz de la Ilustración.
Uno de los
problemas de ese libro es que su autor recoge las ideas lanzadas por muchos,
demasiados autores, de forma que, finalmente, resulta un refrito. Al hablar,
por ejemplo, de la razón cita y expone las ideas de Nagel, de Kahnemann, de
Ariely, de Liebenberg, de Kahan, de Lord, de Ross, de Lepper, de Klein, de
Buturovic, de Tetlock… unos, amiguetes y otros, ordeñados. Juega con sus ideas
y las manipula cuando lo cree menester. Al final mantiene que “para hacer más racional el discurso público
deberían despolitizarse los temas todo lo posible”. Y lo dice cuando, una
vez y otra en su libro, critica la elección de Trump (al que tacha incluso de
embustero en el libro; la ignorancia se le da por dada) y la compara nada menos
que a la catástrofe del 11-S. Finalmente dice: “Si somos capaces de identificar en qué sentido somos irracionales los
humanos, debemos saber lo que es la racionalidad”. Díganoslo, por favor,
señor Pinker. Díganos directamente lo que es la razón. Es su diosa, la tiene
que conocer.
La Ciencia.
Citemos esta frase: “en la actualidad la
belleza y el poder de la ciencia no sólo son poco valorados, sino que se
antojan extremadamente molestos” Y nos habla por el desdén por la ciencia
que no solamente lo encontramos entre “fundamentalistas
religiosos y políticos ignorantes sino también entre muchos de nuestros
intelectuales más adorados y en nuestras más augustas entidades de enseñanza
superior”.
El apartado
dedicado al humanismo es quizá el más problemático. Pinker nos dice: “El objetivo de maximizar la prosperidad, y
el florecimiento humano —la
vida, la salud, la felicidad, la libertad, el conocimiento, el amor, la riqueza
de la experiencia—
puede denominarse ‘humanismo’.” Y aclara: “el bien sin Dios”. Reconoce que tiene un “aroma utilitarista” que
limita y rebate. Ataca la moral teísta que tiene defectos fatales. En su contra
afirma que “no existe ningún buen motivo
para creer que Dios existe” (ni lo contrario, hay que añadir). Tampoco para
creer en el alma o en un mundo tras la muerte. Enlazando con la mejor tendencia
laicista de la Ilustración, Pinker lanza sus mayores condenas contra toda forma
de teísmo. Más allá del agnosticismo proclama como verdad el ateísmo, es decir,
lo que ya hizo a los 13 años, como indicaba al principio. Por descontado, no
proporciona ninguna alternativa; por descontado, no la necesita porque ya posee
la verdad puesto que la Razón ya se la ha proporcionado. Resulta curioso el
desprecio constante y rabioso con el que habla del “teísmo”, no solamente el
cristianismo.
Sorprende
realmente que este libro haya tenido un éxito considerable. Cuando el también
sorprendente presentador del libro Bill Gates dice de él que es el mejor libro
que ha leído nunca. Lo más molesto quizá del libro es la pedantería que emana
de él. Uno se acuerda del libro escrito por Cadalso en 1772: “Los eruditos a la
violeta”. Es como si pretendiera con su texto iluminarnos, un texto que, por
otra parte, es extenso y superficial a la vez, contradictorio, muy sesgado en
demasiadas ocasiones y manipulador al desconocer los grandes desvíos históricos
de los ideales que defiende, pero a los que, al mismo tiempo, describe como
salvadores y define muy imperfectamente. Uno, niño, ve al emperador desnudo.
“En defensa de la Ilustración. Por
la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso” (742 págs.) es un libro del
que es autor Steven Pinker, siendo su título original “Enlightenment now”. En
junio de 2018 se publicó su primera edición en español por Paidós en su serie
Contextos.
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