jueves, 28 de junio de 2018

Instituto Cervantes : “El libro del español correcto. Claves para hablar y escribir bien en español”


Yo soy el primer sorprendido al verme comentando un libro como éste. No solamente por su contenido que parece sin más ambición que la didáctica, sino porque se trata de un libro que pudiéramos llamar “institucional”. Es el Instituto Cervantes quien, en definitiva, asume su autoría y avala su contenido. Pero sería injusto desconocer los nombres de las cuatro personas que han redactado realmente el libro: Florentino Paredes García, Salvador Álvarez García, Luna Paredes Zurdo y Zaida Núñez Bayo. La claridad de sus observaciones y la forma de articularlas merecen, no solamente la cita, sino también el elogio, o sea, el aplauso como en los toros. Como lo es igualmente la cuidada edición del libro, que hace su lectura fácil
Escribo en un comentario a un libro: “Uno amplía sus conocimientos y aclara su visión de los mismos”. Una vez más, el incorruptible corrector de Word me subraya el término “los mismos” (sigue haciéndolo ahora). Pero a mí no me suena mal. Es la ocasión de recurrir al extenso índice de este recorrido del español correcto. Nos manda a la página 227 y allí nos dice que el significado de este adjetivo (se refiere a “mismo”) es el de identidad o igualdad. “No es recomendable el uso anafórico del adjetivo mismo y sus variantes para referirse a otro elemento aparecido antes de en el texto, rasgo frecuente en el lenguaje administrativo y jurídico”. Esto último me consuela algo de mi ignorancia, ya que en el mundo del derecho en el que he vivido conviene hablar de “magras de jamón de cerdo” para dejar las cosas claras. La cosa no termina ahí porque se acaba indicando que “en estos casos se recomienda sustituir mismo por un demostrativo, un posesivo o un pronombre personal”, ya que uno optaría por decir “uno amplía sus conocimientos y aclara su visión”, en vez de escribir “uno amplía sus conocimientos y aclara su visión de éstos”. Pero una cosa es que cada maestrillo tenga su librillo y otra, muy distinta, que el maestrillo reconozca la superioridad del maestro, en este caso, el Instituto Cervantes.
Con ese espíritu debemos comenzar a caminar por el libro. No es correcto tampoco hablar de caminar, porque es un libro, para hojear en algunos casos y para consultar en otros muchos. En el primer caso nos abrirá los ojos ante aspectos desconocidos del lenguaje; en el segundo, nos sacará de las dudas que, si somos honestos, nos deben asaltar de cuando en cuando. Partamos del hecho que desde pequeños hablamos con suficiente corrección: el aprendizaje de una lengua por un niño de muy pocos años es un auténtico prodigio de que constantemente debiéramos asombrarnos. Nosotros lo recorrimos y lo hicimos sin dejar recuerdos traumáticos ni etapas de dolorosa indagación. Quizá éramos monitos que imitaban, pero la lengua era mucho más que imitación.
Y quizá asombre, leyendo este libro, hasta qué punto nos colmamos de conocimientos que luego, a lo largo de la vida, no hemos hecho sino pulir, enriquecer y completar. Este libro es un medio ideal para hacerlo hasta el final. ¿Quién no tiene en ocasiones la sensación de incurrir en leísmos o loísmos? ¿Quién no duda a veces en utilizar el potencial o el subjuntivo de un verbo?
Volvamos a uno de los aspectos de este libro que ya henos alabado: la ordenación de materias. Junto a ello y para facilitar éstas (ojo: ya no digo “las mismas”) ofrece un diccionario extensísimo de “materias y expresiones”, que ocupa las páginas 523 a 561, de tres columnas cada una que incluyen, cada una, unas 50 entradas. Las dos primeras partes del libro se refieren a dos aspectos asimismo de la lengua: “escribir correctamente” y “hablar correctamente”. Instintivamente pensaríamos que en el primer apartado se nos darían las instrucciones para utilizar y articular adecuadamente las palabras. Pero eso va a quedar relegado a una tercera parte.
Al tratar de la corrección del escribir se abordan cuestiones tan importantes como la planificación del contenido, la composición del texto, su revisión y la presentación final. Sin duda, la parte más importante es la relativa a la composición: ¿qué palabras evitar y qué palabras elegir? ¿Cómo crear oraciones correctas, más legibles o más atractivas? ¿Qué diseño aplicar a los párrafos?
Sorprende la referencia al español hablado. No lo es tanto si pensamos que el libro distingue previamente la comunicación escrita y la comunicación oral. De ahí que se preocupe por la corrección de nuestros mensajes no escritos. Aparece la importancia de la prosodia, de la rapidez o lentitud, de las pausas…  Si se alude a la comunicación no verbal es, especialmente, porque nuestra posición va precedida por la estimación de la distancia corporal, del ritmo, de los gestos, de la mirada… ¿Es esto español correcto, cuando son cosas que igualmente afectarían a nuestra expresión en inglés o en ruso? Pues sí, porque, pensándolo mucho, todo eso afecta a nuestro mensaje en español y el hacerlo el español con sus peculiaridades, influirán a su vez en esa comunicación no verbal.
A partir de ahí el libro entra en lo que es puramente normativo: correcta ortografía, correcta gramática. La ortografía parece algo trillado, pero ya se complica al referirse a la tilde como forma gráfica de acentuación; entonces ya tenemos algo que aprender sobre la tilde diacrítica, el diptongo, el hiato, y los acentos de palabras extranjeras. Todos tenemos cierta seguridad de que lo hacemos bien, pero el libro advierte: “La corrección ortográfica es requisito indispensable para quien desea dominar la lengua española”. A lo que suma el que luego se referirá a los errores frecuentes en el uso de las mayúsculas, en el de las comas o del punto. Lo último nos lleva examinar los dos puntos, el punto y coma, la interrogación, la exclamación, los paréntesis, los corchetes, las llaves, las comillas, el guion, el menos, la barra, la barra inversa y la pleca. Añadamos las abreviaturas, las siglas, los signos y los símbolos. De lleno ya en la tipografía merecen atención la negrita, la cursiva, el subrayado, la voladita o superíndice y las versalitas. ¿Tiene uno la seguridad de utilizar todo este enjambre adecuadamente?
Entramos ya en la corrección gramatical. De entrada, tenemos que reconocer errores que hemos practicado: no se debe decir por ejemplo “los PCs”, sino “los PC”; eso es anglicismo. Ni se escribe “12 cms”, sino “12 cm”: los símbolos permanecen invariables en la escritura. La realidad es que el recorrido por la gramática correcta es algo así como el chequeo médico a que uno se somete: la salen cosas y goteras por todos los lados. Nada grave, si se quiere, pero todo ligeramente patológico o levemente molesto. Al tiempo se descubre a muchos afectados que nos rodean. “Compis” se diría ahora.
Las preposiciones son un lugar maldito para los errores. No hay casi ninguna que, junto a un uso correcto, no tenga un uso tan incorrecto como extendido. Por ejemplo: piense si las siguientes expresiones son correctas o no: “le dieron hasta quince puntos de sutura”; o “Gasol jugó 31 minutos para anotar 6 de 20 tiros de campo”; o “hubo cientos de heridos tras la reyerta”; o “en la jugada previa había habido una falta contra Camps”.
El dequeísmo y el queísmo, como era de esperar, merecen una especial atención. De entrada, supone un jarro de agua fría el que se indique que hay verbos que pueden utilizar las dos formas (dependiendo de que su complemento sea un sintagma o una oración). Y no son la única excepción a una hipotética regla. Menos mal que nos da el libro una regla práctica: preguntar qué es lo que se pretende: ¿Qué me gusta? ¿De qué estoy convencido? ¿En qué confío? Un salvavidas, en último término, que se agradece.
Sin abandonar los adverbios (fuente inagotable de observaciones) el libro nos abre los ojos de la diferencia última que nos hace elegir entre ‘dentro’ y ‘adentro’, entre ‘delante’ y ‘adelante’. Al final descubriremos, satisfechos como el personaje de Moliere, que hablamos en prosa. Podemos extenderlo, como hace el libro, a las contraposiciones de ‘a fuera’ y ‘afuera’, o ‘a donde’ y ‘adonde’, sin dejar de aludir adicionalmente entre la corrección de ‘adentro’ y ‘a dentro’ o ‘afuera’ y ‘a fuera’.
Las impropiedades y los extranjerismos ocupan un amplio espacio en el libro. De las primeras, el libro nos ofrece una relación que dista de ser exhaustiva y se limita a ser ejemplar. Las redundancias son especialmente sonoras: antecedentes previos, accidentes fortuitos, aterido de frio, cita previa o colofón final. Es un amplio museo curioso de obviedades, que no deja de ser divertido. Por cierto: una cosa que realmente merece una mención y un elogio son los pequeños apartados que llevan el título de “Corregir con humor”. No sé si corregirán o no, pero resplandecen por su humor.
El capítulo 4 del libro nos introduce a los modelos de textos. Distingue los escritos (como cartas, memorandos, instancias, actas o currículos), los verbales (como la conversación, la conferencia, la entrevista, las presentaciones o las improvisaciones) y, por fin, los electrónicos (como correos electrónicos, chats, SMS, blogs y redes sociales con curiosas extensiones a Facebook y Twitter). Una lectura casi obligada, dado que nos movemos en un terreno peculiar y en formación en algunos casos.
Para terminar, nos pasea por los útiles instrumentos y herramientas con los que podemos contar: desde los diccionarios hasta las instituciones, pasando por los manuales. En suma: un libro de consulta interesante y muchas veces necesario con el que uno ha tenido la suerte de toparse. Por suerte, a uno le suele acompañar la suerte.
“El libro del español correcto. Claves para hablar y escribir bien en español” es un libro redactado por Florentino Paredes García, Salvador Álvarez García, Luna Paredes Zurdo y Zaida Núñez Bayo en 2012 en su calidad de colaboradores del Instituto Cervantes. La primera edición tuvo lugar en dicho año. La que ahora se comenta es la décima, publicada el mes de abril de 1917.

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