sábado, 23 de junio de 2018

Alan Chalmers: “¿Qué es esa cosa llamada ciencia?”




 







 Alan Chalmers es uno de esos profesores que enseñan y tienen ideas que quieren difundir. O vender, cosa que tampoco nos importa mucho si son buenas. Es un inglés nacido en Bristol, pero que ahora es profesor en Sídney, o sea, en la lejana Australia. Su actividad propia es la física, pero el libro que comentamos ahora “ha sido utilizado como guía básica sobre epistemología durante los últimos 30 años”. Esa publicación no permite que se le califique además de filósofo. Eso nos dice Wikipedia, aunque solo fijándonos mucho podemos advertir que el libro fue publicado en 1976.
Chalmers inicia su libro destacando el prestigio que la ciencia tiene. Esa valoración deriva en gran parte de la idea de que “la ciencia deriva de los hechos” y se supone que “los hechos son afirmaciones acerca del mundo que pueden verificarse directamente por un uso cuidadoso y desprejuiciado de los sentidos”. Pero eso no es así y Chalmers va recorriendo las distintas apreciaciones que permiten afirmarlo. Es cierto que dos observadores “ven” lo mismo, pero la percepción viene modulada por la experiencia previa de cada persona. En segundo lugar, lo visto debe encajar en el tinglado de “enunciados observacionales” que cada persona tenga en la mente. Por fin, existe una dependencia de los conocimientos previos de que se dispongan que pueden ser ciertos o falsos. Ahora bien, el autor estima que esas dificultades se podrían superar a través de la perfección de la experimentación y la observación. Pero nuevamente sobreviene el desánimo.
La observación, en primer término, no puede ser considerada privada y pasiva (el sujeto abre los ojos y se limita a ver) sino que es activa y pública (cuando el sujeto se propone observar lo hace con un cúmulo de cosas que los psicólogos denuncian). En suma, “las observaciones capaces de constituir la base del conocimiento científico son a la vez objetivas y falibles”. Tampoco la experimentación va a obtener mejores resultados: de entrada “no es cosa fácil hacer que un experimento funcione”. Chalmers mantiene la idea de que los experimentos dependen de la teoría en ciertos aspectos y que son “falibles y revisables”. Especialmente su dependencia de teorías introduce el peligro de circularidades: el experimento avala teoría y ésta fundamenta el experimento.
Volvemos al aserto “la ciencia deriva de los hechos”. Y con ello entramos en el campo de la inducción, lo que equivale a introducirse en la lógica, en el razonamiento lógico: deducir de unos hechos otros dados. Se nos advierte que la lógica no es fuente de verdades, al estar ligada a la veracidad de las premisas de que parte. Va a ser básica la diferenciación entre el razonamiento deductivo y el inductivo; en el primero se parte de unos datos ciertos de los que se deducen otros; en el segundo, no sucede eso. Chalmers nos presenta un enunciado que pone de relieve el principio de inducción “Si en una amplia variedad de condiciones se observa una gran cantidad de A y todos los A observados poseen sin excepción la propiedad B, entonces todos los A tienen la propiedad B”. Hay dos puntos débiles: la “gran variedad de observaciones” que nos lleva a la idea del gran número (¿Cuántas; en todo caso nuca son todas) y la “amplia variedad de condiciones” que nos conduce a la eliminación de las superfluas (¿cuáles?, ¿quién determina que lo son?). Son muchos los que se alinean el campo del “inductivismo”. Tiene sus atractivos, sin duda y se indican, pero se insiste en el libro en su insuficiencia para soportar la ciencia.
Llega un momento que podemos calificar de histórico para la filosofía de la ciencia. Carnap y sus seguidores de la segunda escuela del Círculo de Viena se enfrentan a las deducciones que Popper y los suyos extraen de la insuficiencia de inductivismo una nueva idea: la de la falsación.
Para los falsacionistas, la teoría es previa al fenómeno que se observa. Nace como hipótesis y su naturaleza científica deriva del hecho de que es falsable, es decir, que puede demostrarse en algún momento que es falsa. La falsabilidad es un digno atributo de toda teoría y la demostración de que ésta es falsa da lugar a su sustitución por una nueva hipótesis o teoría, a su vez falsable: lo falso es descartado y sustituido por lo simplemente falsable.
Se ve con claridad que mientras el inductivismo buscaba la verdad, el falsacionismo aspira al progreso científico, a través de la sustitución de unas teorías declaradas falsas por la vía de la observación o la experimentación por otras que, de momento, son simplemente falsables. El inductivismo extraía conclusiones que tenía por verdaderas a través de un número elevadísimo de observaciones o experiencias; el falsacionismo se sirve únicamente de la demostración de un hecho para declarar la falsedad de una teoría y la necesidad de cubrir su vacío por otra teoría, teoría que cada vez será más general, teniendo especial consideración dos criterios: la “audacia” y la “novedad”.
Así expresa Chalmers esta idea básica: “Una hipótesis es falsable si existe un enunciado observacional o un conjunto de enunciados observacionales lógicamente posibles que sean incompatibles con ella, esto es, que en caso de ser establecidos como verdaderos, falsarían la hipótesis”. Se advierte una clara diferenciación entre la falsabilidad potencial y la falsedad actual.
La interpretación de esta vía falsacionista como camino al progreso científico tiene el gran peligro de que las teorías que se formulen sean cada vez más generales y ambiguas, de forma que su falsación pueda llegar a ser difícil o imposible. Ello da paso a lo que Chalmers llama “falsacionismo sofisticado”, en el que se pretende superar la problematicidad de afirmaciones como las siguientes: “Una hipótesis debe ser falsable, cuánto más falsable sea mejor y, no obstante,, no debe ser falsada”; “Cualquier hipótesis deber ser más falsable que aquella en cuyo lugar se ofrece”, o “la ciencia está hecha de teorías falsables, siendo cada una en la serie más falsable que la predecesora”. Los propios falsacionistas eran conscientes que sus teorías podían conducir a lo que sucede con el marxismo o las ideas freudianas: que pretenden explicar todo con su vaguedad y laxa interpretación. Todo ello condujo a que el propio Popper reconoce la utilidad o la necesidad de aceptar ciertas teorías pese a su falsabilidad, lo que supone dejar parte del criticismo total para adoptar un dogmatismo moderado.
Es quizá el momento de hacer un alto en el camino. Primero, para recordar algo en la obra de Chalmers se deja clara: no estamos ante la ciencia, sino ante la filosofía de la ciencia. Por fortuna, los científicos recorren su camino sin prestar especial atención a estas elucubraciones. El mismo Chalmers manifiesta cierto escepticismo acerca de su utilidad y corrección. En segundo término, para indicar que el atractivo que me ofrecía en principio este libro estaba centrado en el choque de los trenes llamados positivismo, inductivismo y falsacionismo que tuvo lugar en el siglo XX. Y ese momento ya se ha visto mediada la lectura del libro. Al final todo desemboca en un especial pragmatismo que toma de cada movimiento lo que le resulta más conveniente.
El libro sufrió importantes adiciones y revisiones, motivadas simplemente por las sucesivas teorías que fueron formulándose a partir de su publicación inicial. A ellas, las de Lakatos, Kuhn o Feyerabend, por ejemplo, se referirán los siguientes capítulos. Bastara referirse sucintamente a ellos porque ni aportan sustanciales novedades, ni son suficientemente claras como para ser analizadas
Imre Lakatos es representante del falsacionismo sofisticado. Su principal aportación es lo que denomina “programas de investigación”. Base de ellos es una especie de estructuración del programa: un núcleo central (infalsable, definitorio del programa y compuesto de hipótesis muy generales) y un círculo protector (compuesto de hipótesis secundarias que tiene por misión proteger el núcleo central). El programa de investigación plantea la orientación futura de la investigación, pero fracasa al no ofrecer criterios de cuando un programa, siempre complejo, debe ser sustituido por otro.
El norteamericano Thomas Kuhn introdujo la idea de “paradigma” que estaría constituido por el conjunto de conocimientos compartidos por la comunidad de científicos. Más adelante, una corriente se adherirá a la tesis de la dependencia de la teoría, dulcificándola al someter las teorías y su aceptación a un cálculo de probabilidades, cercano al pensamiento de Bayes.
La situación actual es descrita por Chalmers como problemática. Parte de los filósofos “si bien no desean regresar a la idea positivista de que los sentidos proporcionan una base para la ciencia sin problemas, sí buscan una base relativamente segura, no en la observación, sino en el experimento”. Surge así la corriente del “nuevo experimentalismo”, en el que el experimento adquiere “vida propia” y es capaz incluso de prescindir de teoría. Se sucede la contraposición de realistas e irrealistas, la aparición del realismo coyuntural y el científico. Todo parece chapotear en el sincretismo más absoluto.
Todo parece relativo. Y quizá todo se resume en lo que, finalmente Chalmers condensa sus ideas: “Me reafirmo en que no existe una descripción general de la ciencia y del método científico que se aplique a todas las ciencias en todas las etapas históricas de su desarrollo”. Y termina reconociendo que su exposición se ha asentado en la ciencia física, es decir, en su experiencia profesional. Es de agradecer su sinceridad. Nos vuelve a la realidad de una historia de las ideas que supone este libro.

“¿Qué es esa cosa llamada ciencia?” (248 págs.) es un libro escrito por Alan Francis Chalmers con el título original de “What is this thing called science?” en 1976, pero que tuvo importantes ampliaciones o aclaraciones en 1982 y 1999. En España su traducción fue editada por la editorial Siglo XXI por primera vez en 1982 y la última y cuarta en 2010, siendo su segunda reimpresión la realizada en 2015, que es la comentada.

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