La figura de Elizabeth Kübler Ross requiere un análisis para tatar de comprender el sentido de su mensaje. Fue una mujer que nació en Zúrich (trillizos) y pronto (con 32 años) se trasladó a los Estados Unidos. Había estudiado medicina, pero se la califica siempre de psicóloga, lo que requiere la aceptación de una concepción amplia de lo que es psicología, De hecho, mi acceso a ella tuvo lugar a través de uno de los libros escritos por un equipo italiano publicado recientemente por RBA en una colección dedicada precisamente a la psicología. Sin embargo, sus obras transmiten la sensación de estar ante uno de los anaqueles dedicado libros de “autoayuda” que encontramos en los grandes almacenes.
Wikipedia la
califica de “mujer de carácter, independiente, aguerrida y muy inquieta”.
Realmente, es difícil conciliar esa caracterización con el contenido de su obra
sobre todo con su propia vida reflejada en “The Wheel of Life” (1997), narcisista
y aburrida para el lector. También debió aburrir a su marido y sus dos hijas
que la abandonaron, separación que se atribuye a su adicción reciente al
espiritismo. Al final, más que ante una psicóloga, estamos ante una experta de
marketing que explotó un nicho marginal de la psicología.
Su obra se
centra en la muerte. Y la muerte para Kübler-Ross genera un daño (la pérdida)
al que se responde con el duelo. El cual, a su vez, ofrece dos vertientes: la
interna (la persona que va a morir) y la externa (las personas afectadas por
esa muerte). Aunque las distingue curiosamente va a aplicarlas un mismo
tratamiento distinguiendo sus etapas. Estas etapas son probablemente la mayor aportación
de la llamada psicología de Kübler-Ross y son las siguientes: 1) negación; 2)
Ira; 3) Negociación; 4) Depresión; y 5) Aceptación.
Indudablemente
son las etapas que pueden aparecer tanto la persona que va a morir como en sus
cercanos (sus prójimos). Lo que sucede es que pronto la autora personaliza, por
decirlo de alguna forma, esas etapas, de forma que ni se producen en todos los
casos, ni siguen ese orden, ni se suceden desapareciendo las previas para
siempre. Su aportación es sin duda estimable, porque, en cualquier caso, resume
las reacciones características que se producen ante “el duelo”.
El sentimiento
de negación fue inicialmente definido
para el que es amenazado por la muerte, pero la autora lo extiende al que sufre
su pérdida. Su concepto es claro: la negación de la evidencia, sea el anuncio
de la enfermedad grave o de la muerte del amenazado. El segundo sentimiento es
el de la ira y tiene la característica
de revestir las más diversas manifestaciones, tanto en su sentido, como en las
personas sobre las que se proyecta, incluyendo uno mismo y el mismo Dios.
Kübler-Ross estima que “la ira es una etapa necesaria del proceso curativo”. Consecuentemente
la considera fuente de múltiples efectos y descubridora de sentimientos
ignorados. Por eso ni debe reprimirse ni nadie debe ponerla coto.
La tercera de
las etapas, la de la negociación es
bastante confusa. “Puede aliviar temporalmente el dolor que conlleva el duelo”.
En ella, la mente modifica los acontecimientos pasados, mientras explora todo
lo que pudo haber hecho y no se hizo”. Pero nunca puede alterar la realidad de
la pérdida o de la muerte. La cuarta etapa, la de la depresión, deja de mirar el pasado para contemplar el presente. El
duelo entre mucho más profundamente en la vida. Es al mismo tiempo la sensación
más natural y lógica. No se trata de una depresión clínica, sino una reacción lógica
que hay que compensar con compresión, pero que no se puede evitar. Nada peor
que recomendar a una persona que no esté triste cuando atraviesa esta etapa.
La etapa final
es la aceptación. Que no consiste en
estar de acuerdo con la situación o, incluso, sentirse cómodo en ella. Se trata
simplemente de aceptar su realidad y la permanencia de esta de manera definitiva.
“La aceptación no consiste en que te
guste una situación. Consiste en ser consciente de todo lo que se ha perdido”.
Volvamos también
nosotros a la realidad. Kübler-Ross parece ignorar la realidad de las ausencias
de duelo. Se recrea en casos extremos y parece desconocer la realidad habitual
en la que el simple transcurso del tiempo termina por reducir el dolor (duelo)
a recuerdo indoloro. Abusa de sentimentalismos (repetición fatigante de la expresión
“seres queridos”) y llena las páginas de individuos inconsolables. Invoca
incesantemente las ideas de amor, comprensión, cariño, escucha… sin distinguir
las que corresponden a actitudes espontaneas y las que derivan de una
profesionalidad estudiada (más allá estará su dura crítica hacia médicos y
sanitarios)-
No
podemos olvidar que el libro está dedicado al duelo y que se inclina más a
observar el de los afectados por la pérdida (muerte) de una persona, que a esta
persona misma aun viva. Su análisis comenzó con éste, el moribundo, de la forma
circunstancial que describe; se expandió con el éxito; cabalgó con la aparición
del sida; terminó por mirar también a los que rodeaban al moribundo y echaban
en falta al ya muerto. A todos se extendían los conceptos de pérdida, de dolor,
de duelo. Ello da a ese libro, obra final de Kübler-Ross un peculiar aspecto,
escasamente profesoral.
Es
suficiente describir los pequeños apartados que dedica a los dos mundos del duelo,
el interno y el interno. En este segundo se referirá a los conceptos de alivio,
descanso emocional, lamentaciones, lágrimas, ángeles, sueños, apariciones, roles,
culpas, historias, resentimientos, mi pérdida y otras pérdidas, creencias,
aislamiento, secretos, castigo, control, fantasía y fuerza. En el mundo externo
la relación de temas abordados es más breve: aniversarios, sexo, salud, las cosas
por hacer, la ropa y la posesiones, las fiestas, las cartas, las finanzas, la
edad… Completa ese repaso por todo lo habido y por haber con la referencia a
los niños, las pérdidas múltiples, los desastres, el suicidio, el Alzheimer y
la muerte repentina. En todo, hurgando, Kübler-Ross encontrara dolor y duelo. Y
lo tratará de forma cansinamente parecida: primero un antiguo recuerdo
dialogado y luego unas mismas conclusiones, remedios y alivios.
La obra de
Kübler-Ross tiene excesos y deficiencias. Como exceso se puede consignar la
manía (¿o es marketing?) de referirse una y otra vez a ejemplos a los que carga
de conversaciones y sentimientos. Una manía (¿o es marketing?) habitual en los psicólogos,
especialmente norteamericanos, que editan un libro tras otro. A uno esa manía
le sugiere, no cercanía y naturalidad, sino invención y acomodación a los
potenciales lectores. O sea, marketing.
Deficiencias:
como la mayor de todas aparece el considerar la muerte como simple accidente.
Da la sensación de que no pasa de ser algo molesto e incómodo. Una peripecia
personal simplemente. El gran problema es que Kübler-Ross nos ofrece una versión,
terriblemente edulcorada, de lo más importante de la muerte, como es lo que está
más allá de ella. Nos habla del clásico túnel, de la clásica luz, de la clásica
visión de la escena desde el aire. Pero a continuación se sumerge en un cuento
rosa en el que aparecerán acompañantes y familiares ya muertos. ¿Psicóloga?
Afirma que ha analizado experiencias “vida después de la vida” de 20.000
personas. Pero esas experiencias (que nunca llevan más allá de la muerte auténtica)
no cubren sino un brevísimo tiempo desde lo que es muerte aparente. Para colmo,
todo lo arregla con la remisión a un concepto vago de “amor”, que encubre una
idea igualmente vaga de ayuda por parte de terceros, sobre todo, que declara
que no eliminará el dolor limitándose a aliviarlo. Familiares muertos o ángeles
custodios, da igual. La idea de Dios se le escapa de las manos.
Al final ya habla
de “mi propio duelo”. Con fecha 17 de junio de 2004 Kübler-Ross escribe: “No soy ajena al duelo, aunque pocas personas
me han visto llorar la muerte. Al tiempo que he hecho carrera sobre cómo tratar
la muerte y el morir, llegué a mi duelo en un estadio avanzado de mi vida”.
Tras escribir esto recuerda como pasó nueve años afectada por un ictus importante
durante los que escribió dos libros y recordó “viejas historias”. “La escritura
era una catarsis”. No se corta un pelo al afirmar “he llegado a darme cuenta de que la muerte no existe. Hablo claro, desde
un punto de vista espiritual y simbólico”. A continuación, nos abruma con una
narración de su infancia sobre un conejito (otro “loved one”) que llevó a matar
por órdenes de su padre. Entonces dice: “aprendí
a no llorar la muerte, a no sentir pena”
La última parte
del libro está escrita por David Kessler, quién recogió y ordenó las ideas de
Elisabeth Kübler-Ross durante los 9 años que estuvo postrada por un ictus. Esa
parte es lamentable y acaba con una lista inacabable de agradecimientos.
Curiosamente, cita algo que le dijo Teresa de Calcuta: “La vida es un logro y la muerte es parte de ese logro. El moribundo
necesita atención y cariño, nada más”. Uno ha visitado el local donde se encuentran
los moribundos en Calcuta y vio esa realidad. Por eso suena a vacío lo que, a
continuación de esa referencia, agrega David Kessler: “Es la vida y el amor, encontrado y perdido, lo que también es parte de
ese logro”. Palabrería vacía.
El libro tiene
algún destello de interés. Como la referencia al modelo de Kübler-Ros: negación,
ira, negociación, depresión, aceptación. El resto, la mayoría de él, es sobre
todo hojarasca. A mi juicio, claro.
“Sobre el duelo y el dolor” (238
págs.). Es un libro del que son autores Elisabeth Kübler-Ross y David Kessler,
que fue publicado, (revisado por el segundo) y con el título “Grief and
Geeving” tras la muerte de la primera en 2004. Su publicación en español fue
llevada a cabo por Ediciones Luciérnaga en 2006, llegando a la cuadragésima
edición en su presentación inicial en 2008. En nueva presentación se publicó en
2016, siendo la versión comentada la quinta edición de 2018.
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