lunes, 27 de noviembre de 2017

Stanley G. Payne: “En defensa de España. Desmontando mitos y leyendas negras”.




 

No digamos la clásica cursilería de que está enamorado de España. Stanley Payne simplemente admira su peculiar historia, que para él es muy distinta de la que cualquier otra nación. Es como si un entomólogo hubiera descubierto y cazado una mariposa extraordinariamente rara. La ve, al cazarla, muy rara y termina admirando su rareza. Hasta parece molestarle que otros no comaprtan su admiración.
Stanley Payne es norteamericano, historiador e hispanista. Su vida ha transcurrido fundamentalmente en ambientes académicos, desde los cuales ha escrito libros y colaborado con periódicos. Fue en 1955 cuando contactó con una serie de exiliados españoles. A través de ellos fue tomando contacto con otras figuras conocidas del exilio como Aguirre (presidente del PNV) o Rodolfo Llopis (secretario general del PSOE). Llegó a España cuatro años más tarde y conoció a personas como Vicens Vives o Lainz. Trabajó sobre la Falange y el Ejército. Hoy en dìa es autor ya de más de 20 libros y 150 artículos, sobre el tema de la historia más reciente de España. Sus libros fueron inicialmnee publicados por “Ruedo Ibérico”, editados en Paris y prohibidos en España en los años 60.

El libro “En defensa de España” no deja de ser una peculiar historia de nuestra nación. Peculiar, porque recorre el periplo temporal, pero sin descender a los datos concretos de reyes, dinastías, batallas, hambrunas o deudas públicas. Son citados, pero no observados: la atención se concentra en algo mucho más general: España. Y como España constituye una nación y un país, confronta constamente su situacion con la de otros países y otras naciones, a las que solía preceder. Pero con las que más tarde compitió.
La guerra de la independencia centra la atención de Payne. No sólamente es una guerra insólita, donde a la guerra tradicional se añade la guerrilla; no solamente supone la primera derrota de Napoleón en campo abierto como fue la de Bailén; no solamente es una lucha que Wellington ninguneó. Fue muchas más cosas: permitió que los liberales promovieran la primera Constitucion no revolucionaria de Europa, que se fuera perfilando el casticismo como impulso popular, que tuviera una clara repersucion en la América hispana.
El liberalismo es otra de las cosas que Payne enfatiza, considerandolo de hecho un descubrimiento o invento español. No tanto el liberalismo económico, sino sobre todo el liberalismo político. El liberalismo que inspiró las Cortes de Cádiz fue dinamitado, cuando no desvirtuado, por los denostados Borbones, la animadversión del casticismo y las propias disidencias internas de los liberales que terminaron enfrentado dos tendencias: la de los moderados y la de los progresistas, que se dedicaron durante el XIX a zarandearse en la forma que Goya descibrió en uno de sus cuadros.
Allí se perdió el tren del progreso intelectual artistico y técnico, allí se perdió la lejana América, allí, sobre todo, se perdió, disolviéndose, la autoafirmacion de los españoles. Apareció el pesimismo, se creó una leyenda negra interna que no precisaba de mentes foráneas y se aceptó un papel de segundón en la esfera internacional. Repleta de guerras intenras durante el siglo XIX, desembocó en un siglo XX en cuyas guerras mundiales no participó, pero en el que revivió la cotumbre de la más cruel guerra civil.
Payne nos acompañará por la reposada época de la restauración que terminará cuando se produzan la revoluciones social, militar y política que traerían como conclusión y remedio la dictadura de Primo de Rivera, esa especie de punto ciego de la historia que nos enseñaron. A partir ahí todo fue un largo rosario de errores. Errores que Payne detalla, describe y explica con observaciones profundas y de los que aquí únicamente enumeraremos los más grandiosos.
De hecho, comienza por el error de Alfonso XIII en impantar la Dictadura. Sigue con el endiosamiento de Primo de Rivera producto de sus relativos éxitos y causante de la prolongación de su compromiso inicial de temporalidad. Nuevamente Alfonso XIII comete el error de no sustituir a Primo de Rivera por un sistema democrático y optar por la dictablanda de Berenguer. Las elecciones de 1931 culminan la carrera de errores y hacen que Alfonso XIII se vaya de España (Payne recodará que tambien lo hizo el segundo y último presidente de la república, Azaña) y deje proclamada la república.
Los primeros años de la República fueron relativamnte tranquilos, pero los partidos cometieron el error de pretender acelerar el cambio de las instituciones y llevar a cabo cambios profundos. Aun así, se produce adicionalmente el fenómeno de una proliferación de partidos que dificultan la praxis democrática, sin contar los 4 intentos revolucionarios de las izquierdas.
Los errores se multiplican. El presidente entre 1931 y 1935 de la República, Niceto Alcalá Zamora, comete uno tras otro al pretender ser la figura de la escena. Error fue su aversión al centro que podìa representar Leroux. Pero el más grave sería el impedir que la CEDA con mayoría gobernara en 1935, disolver las cortes y convocar elecciones. Las famosas elecciones del 36, en donde las tolerables irregulariades de las izquiedas, fueron magnificadas tras la cita electoral durante cuatro sucesivas inervenciones del ejecutivo (que era quien resolvìa las reclamaciones, no el poder judicial) que terminaron reduciendo el núnero de escaños de las derechas.
No fueron solo sus errores. Los tuvo Gil Robles. Los tuvo Azaña nombrando a presidente de gobierno a Portela Valladares, ni siquiera diputado. Payne mantiene que, aun con todo, la guerra era evitable. Mola dudaba de sus fuerzas. La muerte de Calvo Sotelo precipitó todo; lo que era una olla a presion estalló. El nombramiento de Giral y el reparto de armas al populacho culminó la carrera de errores, que continuaría con la equivocada valoración de la situación. Si en Rusia los campesinos eran hostiles a la Iglesia, en España sucedía lo contrario y, además, no existían las condiciones socioeconómicas que justificaran la revolución pretendida por la izquierda. Porque con la creacion del Frente Popular, tan distinto del francés de sentido patriótico, manifestó su decisión revolucionaria. Eso justificaba que la insurección no fuera así realmente una revolución, sino una contrarrevolución.
Se llega así a la guerra, evitable según Payne hasta poco tiempo antes de su estallido. Digamos que el hispanista, al entrar en ese periodo revolucionario y contrarrevolucionario, parece abandonar la admiración que parecía tener por la trayectoria histórica de España y los españoles. Analiza todo este periodo histórico con la frialdad del escalpelo. En cualquier caso, es la parte que, aun estando muy bien documentada, resulta menos interesante. Se incide especialmente en los aspectos del armamento y del apoyo exterior.
Se entra así en el franquismo, o en la dictadura franquista si se quiere. Acertadamente Payne centra su atención en la persona: el general Franco. Su crítica nos le muestra como ambicioso, convencido de su papel histórico, monárquico que no repone en vida la corona, amalgamador hasta su desaparición de las distintas tendencias que componían el llamado Frente Nacional, introductor de mejoras sociales dentro de una política ecónomica cambiante, a veces correcta y otras equivocada, pero que se tradujeron en una elevación del nivel de vida. A Payne le falta recordar que era gallego. Lo que sí evidencia es la flexibilidad que tuvo adaptándose a las circunstancias a cambio de mantenerse en el poder. Uno diría que era resultado del temor que tenía a perderlo.
Pero lo que suscita mas atención es la relación que Payne hace del cambio de actitud de España (o sea, de Franco) respecto de las potencias que luchaban en la guerra mundial. Va acompañando a las distintas etapas de la guerra destacando el correlativo cambio de la actitud española. Siempre guardando la ropa, pero siempre cercano al vencedor. Sólo cuando los aliados desembarquen en Normandía se pasará de la no beligerancia a la neutralidad. España permanecerá aislada y repudiada hasta que la guerra fría venga a echarle una mano. Es el momento en que los EEUU abrazarán a España, necesaria para una defensa efectiva frrnte a la URSS.
La transición es recorrida con cierta lentitud por Payne, que introduce una idea que repetirá: la mejor actitud de la gente frente a la de los politicos. Antes de llegar a ella rcorre figuras tan importantes como Carrero Blanco y Arias Navarro. Y los intentos que la precedieron y fracasaron, como el de Fraga. Ensalzará la habilidad de Fernández Miranda y resaltará la ductilidad y superficialidad de Adolfo Suárez. Pero en cualquier caso llegará la transicion con sus harakiris, sus perdones mutuos, sus promesas de olvidos. Una trasición que fue un ejemplo para otros tránsitos en otros países y que permitiò recobrar peso y respeto en el mundo.
 La transición fue herida por primera vez cuando Felipe González resucitó el recuerdo del franquismo para defenderse de los primeros ataques Aznar. Hasta entonces habían sido olvidados términos como los de fascistas, franquistas o rojos. Pasaría el tiempo y llegaría Zapatero, al que Payne compara con Obama, mensajeros ambos de la nueva enfermedad del Siglo XXI, de la que le primero es “campeón”. Payne aquí prescinde de España para referirse al mundo. Y aborda la enfermedad traida por el pensamiento impuesto por la izquierda: el buenísmo, el pensamiento único, lo políicamente correcto, la multiculturaralidad, el victimismo de raza-clase-género como base de la opresión y la ausencia de igualdad. Todo conforma el llamado “posmodernismo”, Con el se impanta el “presentismo”, con el que Payne alude al desprecio de la historia y el juicio de hechos pasados con criterios actuales y subjetivos.
La España del sigllo XXI ha cambiado emormemente y no es el mismo país que era hace cincuenta años.” Se cuestiona su misma existencia, se trata obsesivamente de encontrar singulariades: en la década de 1990 “el enfoque victimista de la izquierda ocupó una posición dominante en los postulados de la corrección política”. Su manifetación más importante fue la ley de la Memoria Histórica de 2007.  Mereciò la repulsa de la gran mayoría de historiadores, pero “el partido Popular dejó todo el discurso sobre la historia a las izquierdas, pese a que la historia del partido está del todo asociada a la democracia”.
Vuelve Payne en el útimo párrafo de su libro a albergar cierta esperanza: “Las dos polémicas más importantes del tiempo presente la relativa a la nación y la que se centra en la Segunda República, la Guerra Civil y el franquismo— quizá no tengan una solución inmediata. Muchos desencuentros son más políticos que historiográficos y pervivirán durante bastante tiempo”. A eso es lo que yo llamo “cierta esperanza”.
Un libro simplemente necesario, que se lee casi de corrido, que repasa hechos vividos agregando datos desconocidos o reviviendo los olvidados.



El libro “En defensa de España. Desmontando mitos y leyendas negras” (312 págs), del que es autor Stanley G. Payne, fue escrito en 2017 y ese mismo año publicado por Espasa Libros. Obtuvo el Premio España 2017. La edición leída es la 2ª, publicada el mismo mes y año que la primera: octubre de 2017.

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