No digamos la
clásica cursilería de que está enamorado de España. Stanley Payne simplemente
admira su peculiar historia, que para él es muy distinta de la que cualquier otra
nación. Es como si un entomólogo hubiera descubierto y cazado una mariposa
extraordinariamente rara. La ve, al cazarla, muy rara y termina admirando su
rareza. Hasta parece molestarle que otros no comaprtan su admiración.
Stanley Payne
es norteamericano, historiador e hispanista. Su vida ha transcurrido fundamentalmente
en ambientes académicos, desde los cuales ha escrito libros y colaborado con
periódicos. Fue en 1955 cuando contactó con una serie de exiliados españoles. A
través de ellos fue tomando contacto con otras figuras conocidas del exilio como
Aguirre (presidente del PNV) o Rodolfo Llopis (secretario general del PSOE).
Llegó a España cuatro años más tarde y conoció a personas como Vicens Vives o
Lainz. Trabajó sobre la Falange y el Ejército. Hoy en dìa es autor ya de más de
20 libros y 150 artículos, sobre el tema de la historia más reciente de España.
Sus libros fueron inicialmnee publicados por “Ruedo Ibérico”, editados en Paris
y prohibidos en España en los años 60.
El libro “En
defensa de España” no deja de ser una peculiar historia de nuestra nación.
Peculiar, porque recorre el periplo temporal, pero sin descender a los datos
concretos de reyes, dinastías, batallas, hambrunas o deudas públicas. Son
citados, pero no observados: la atención se concentra en algo mucho más
general: España. Y como España constituye una nación y un país, confronta
constamente su situacion con la de otros países y otras naciones, a las que
solía preceder. Pero con las que más tarde compitió.
La guerra de la
independencia centra la atención de Payne. No sólamente es una guerra insólita,
donde a la guerra tradicional se añade la guerrilla; no solamente supone la
primera derrota de Napoleón en campo abierto como fue la de Bailén; no
solamente es una lucha que Wellington ninguneó. Fue muchas más cosas: permitió
que los liberales promovieran la primera Constitucion no revolucionaria de
Europa, que se fuera perfilando el casticismo como impulso popular, que tuviera
una clara repersucion en la América hispana.
El liberalismo
es otra de las cosas que Payne enfatiza, considerandolo de hecho un
descubrimiento o invento español. No tanto el liberalismo económico, sino sobre
todo el liberalismo político. El liberalismo que inspiró las Cortes de Cádiz
fue dinamitado, cuando no desvirtuado, por los denostados Borbones, la animadversión
del casticismo y las propias disidencias internas de los liberales que terminaron
enfrentado dos tendencias: la de los moderados y la de los progresistas, que se
dedicaron durante el XIX a zarandearse en la forma que Goya descibrió en uno de
sus cuadros.
Allí se perdió
el tren del progreso intelectual artistico y técnico, allí se perdió la lejana
América, allí, sobre todo, se perdió, disolviéndose, la autoafirmacion de los
españoles. Apareció el pesimismo, se creó una leyenda negra interna que no
precisaba de mentes foráneas y se aceptó un papel de segundón en la esfera
internacional. Repleta de guerras intenras durante el siglo XIX, desembocó en
un siglo XX en cuyas guerras mundiales no participó, pero en el que revivió la
cotumbre de la más cruel guerra civil.
Payne nos
acompañará por la reposada época de la restauración que terminará cuando se
produzan la revoluciones social, militar y política que traerían como conclusión
y remedio la dictadura de Primo de Rivera, esa especie de punto ciego de la
historia que nos enseñaron. A partir ahí todo fue un largo rosario de errores.
Errores que Payne detalla, describe y explica con observaciones profundas y de
los que aquí únicamente enumeraremos los más grandiosos.
De hecho,
comienza por el error de Alfonso XIII en impantar la Dictadura. Sigue con el
endiosamiento de Primo de Rivera producto de sus relativos éxitos y causante de
la prolongación de su compromiso inicial de temporalidad. Nuevamente Alfonso
XIII comete el error de no sustituir a Primo de Rivera por un sistema
democrático y optar por la dictablanda de Berenguer. Las elecciones de 1931
culminan la carrera de errores y hacen que Alfonso XIII se vaya de España
(Payne recodará que tambien lo hizo el segundo y último presidente de la república,
Azaña) y deje proclamada la república.
Los primeros años
de la República fueron relativamnte tranquilos, pero los partidos cometieron el
error de pretender acelerar el cambio de las instituciones y llevar a cabo
cambios profundos. Aun así, se produce adicionalmente el fenómeno de una
proliferación de partidos que dificultan la praxis democrática, sin contar los
4 intentos revolucionarios de las izquierdas.
Los errores se
multiplican. El presidente entre 1931 y 1935 de la República, Niceto Alcalá
Zamora, comete uno tras otro al pretender ser la figura de la escena. Error fue
su aversión al centro que podìa representar Leroux. Pero el más grave sería el
impedir que la CEDA con mayoría gobernara en 1935, disolver las cortes y
convocar elecciones. Las famosas elecciones del 36, en donde las tolerables
irregulariades de las izquiedas, fueron magnificadas tras la cita electoral durante
cuatro sucesivas inervenciones del ejecutivo (que era quien resolvìa las reclamaciones,
no el poder judicial) que terminaron reduciendo el núnero de escaños de las
derechas.
No fueron solo
sus errores. Los tuvo Gil Robles. Los tuvo Azaña nombrando a presidente de
gobierno a Portela Valladares, ni siquiera diputado. Payne mantiene que, aun
con todo, la guerra era evitable. Mola dudaba de sus fuerzas. La muerte de
Calvo Sotelo precipitó todo; lo que era una olla a presion estalló. El nombramiento
de Giral y el reparto de armas al populacho culminó la carrera de errores, que
continuaría con la equivocada valoración de la situación. Si en Rusia los
campesinos eran hostiles a la Iglesia, en España sucedía lo contrario y,
además, no existían las condiciones socioeconómicas que justificaran la
revolución pretendida por la izquierda. Porque con la creacion del Frente
Popular, tan distinto del francés de sentido patriótico, manifestó su decisión
revolucionaria. Eso justificaba que la insurección no fuera así realmente una
revolución, sino una contrarrevolución.
Se llega así a
la guerra, evitable según Payne hasta poco tiempo antes de su estallido. Digamos
que el hispanista, al entrar en ese periodo revolucionario y
contrarrevolucionario, parece abandonar la admiración que parecía tener por la
trayectoria histórica de España y los españoles. Analiza todo este periodo histórico
con la frialdad del escalpelo. En cualquier caso, es la parte que, aun estando muy
bien documentada, resulta menos interesante. Se incide especialmente en los
aspectos del armamento y del apoyo exterior.
Se entra así en
el franquismo, o en la dictadura franquista si se quiere. Acertadamente Payne
centra su atención en la persona: el general Franco. Su crítica nos le muestra
como ambicioso, convencido de su papel histórico, monárquico que no repone en
vida la corona, amalgamador hasta su desaparición de las distintas tendencias
que componían el llamado Frente Nacional, introductor de mejoras sociales
dentro de una política ecónomica cambiante, a veces correcta y otras equivocada,
pero que se tradujeron en una elevación del nivel de vida. A Payne le falta recordar
que era gallego. Lo que sí evidencia es la flexibilidad que tuvo adaptándose a
las circunstancias a cambio de mantenerse en el poder. Uno diría que era
resultado del temor que tenía a perderlo.
Pero lo que
suscita mas atención es la relación que Payne hace del cambio de actitud de
España (o sea, de Franco) respecto de las potencias que luchaban en la guerra
mundial. Va acompañando a las distintas etapas de la guerra destacando el
correlativo cambio de la actitud española. Siempre guardando la ropa, pero
siempre cercano al vencedor. Sólo cuando los aliados desembarquen en Normandía
se pasará de la no beligerancia a la neutralidad. España permanecerá aislada y
repudiada hasta que la guerra fría venga a echarle una mano. Es el momento en
que los EEUU abrazarán a España, necesaria para una defensa efectiva frrnte a
la URSS.
La transición
es recorrida con cierta lentitud por Payne, que introduce una idea que
repetirá: la mejor actitud de la gente frente a la de los politicos. Antes de
llegar a ella rcorre figuras tan importantes como Carrero Blanco y Arias
Navarro. Y los intentos que la precedieron y fracasaron, como el de Fraga.
Ensalzará la habilidad de Fernández Miranda y resaltará la ductilidad y
superficialidad de Adolfo Suárez. Pero en cualquier caso llegará la transicion
con sus harakiris, sus perdones mutuos, sus promesas de olvidos. Una trasición
que fue un ejemplo para otros tránsitos en otros países y que permitiò recobrar
peso y respeto en el mundo.
La transición fue herida por primera vez
cuando Felipe González resucitó el recuerdo del franquismo para defenderse de
los primeros ataques Aznar. Hasta entonces habían sido olvidados términos como
los de fascistas, franquistas o rojos. Pasaría el tiempo y llegaría Zapatero,
al que Payne compara con Obama, mensajeros ambos de la nueva enfermedad del
Siglo XXI, de la que le primero es “campeón”. Payne aquí prescinde de España
para referirse al mundo. Y aborda la enfermedad traida por el pensamiento
impuesto por la izquierda: el buenísmo, el pensamiento único, lo políicamente
correcto, la multiculturaralidad, el victimismo de raza-clase-género como base
de la opresión y la ausencia de igualdad. Todo conforma el llamado
“posmodernismo”, Con el se impanta el “presentismo”, con el que Payne alude al
desprecio de la historia y el juicio de hechos pasados con criterios actuales y
subjetivos.
“La España del sigllo XXI ha cambiado
emormemente y no es el mismo país que era hace cincuenta años.” Se cuestiona
su misma existencia, se trata obsesivamente de encontrar singulariades: en la década
de 1990 “el enfoque victimista de la
izquierda ocupó una posición dominante en los postulados de la corrección política”.
Su manifetación más importante fue la ley de la Memoria Histórica de 2007. Mereciò la repulsa de la gran mayoría de
historiadores, pero “el partido Popular
dejó todo el discurso sobre la historia a las izquierdas, pese a que la historia
del partido está del todo asociada a la democracia”.
Vuelve Payne en
el útimo párrafo de su libro a albergar cierta esperanza: “Las dos polémicas más importantes del tiempo presente —la relativa a la nación y la que se centra
en la Segunda República, la Guerra Civil y el franquismo— quizá no tengan una solución inmediata.
Muchos desencuentros son más políticos que historiográficos y pervivirán durante
bastante tiempo”. A eso es lo que yo llamo “cierta esperanza”.
Un libro simplemente
necesario, que se lee casi de corrido, que repasa hechos vividos agregando
datos desconocidos o reviviendo los olvidados.
El libro “En defensa de España.
Desmontando mitos y leyendas negras” (312 págs), del que es autor Stanley G.
Payne, fue escrito en 2017 y ese mismo año publicado por Espasa Libros. Obtuvo
el Premio España 2017. La edición leída es la 2ª, publicada el mismo mes y año
que la primera: octubre de 2017.
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