El libro fue escrito
en 1991. Aunque se hizo una primera edición española en 2015, en octubre de
2017 se aprovechó el hecho de haber sido premiada Karen Armstrong con el Premio
Princesa de Asturias de Ciencias Sociales para hacer una nueva presentación del
mismo. Aunque escrito en 1991, en octubre de 2001 se añadió un prólogo para acoger
el atentado de las torres gemelas del 11 de septiembre de 2001. ¿Excusa o
marketing?
Karen
Armstrong, británica, pasa por ser una escritora especializada en religión
comparada y “miembro de alto nivel” de la Alianza de Civilizaciones. Fue monja
durante 7 años. Autora de más de 20 libros en la actualidad y defensora de la
comprensión ecuménica y religiosa. Es decir, un ejemplar casi puro de los
buenistas.
Lo que va a
decirse sobre este libro no implica anti islamismo, tampoco pro islamismo. En sentido
contrario, Armstrong mantiene una posicion manifiestamente pro islamista clásicamente
anticristiana: el cristianismo es culpable de no comprender el islamismo. O
antioccidental, que para el efecto es lo mismo. No puede hacerse peor favor a
una corriente, sea religiosa u otro pelaje, que declararla incomprendida. Es
una especie de victimismo, que necesariamente precisa la figura de un maltratador.
O sea, una especie de pescadilla que se muerde la cola. Y el maltratador en
este caso es Occidente.
El libro
comienza por confesar que se hace como reacción ante la famosa condena y amenaza
de muerte que se lanzó contra Salman Rushdie como consecuencia de los “Versos
satánicos” (por cierto, calificados por el historiador Tabari como un error de
Mahoma, según nos informa Armstrong). La indignación que mueve a la autora a la
publicación del libro es que la fatwa
que le condenaba fue aireada por los medios de comunicación occidentales,
ocultando que un mes después de la fatwa,
“durante una reunión del Consejo Islámico,
cuarenta y cuatro de los cuarenta y cinco países miembros condenaron la orden
del ayatolá por considerarla poco islámica, aislando de este modo a Irán”. Frente
a esta y otras oposiciones formuladas, la autora olvida que, antes de dicha fatwa, India, Sudáfrica, Pakistán, Arabia
Saudita, Egipto, Somalia, Bangladés, Sudán, Malasia, Indonesia y Qatar prohibieron
la novela. Fue poco después cuando Jomeini dictó la fatwa, que no era simplemente una crítica del libro de Rushdie,
sino que ofrecía 3 millones de dólares USA por la muerte de Rushdie. Quizá por
eso se consideraba “poco islámica”.
Una oferta que en 1997 fue doblada y al año siguiente dejada a un lado al haber
pactado el Reino Unido y el Irán el compromiso de buscar la ejecución de
Rushdie.
Volvamos a los
versos satánicos. Bajo el desorden que su invocación crea, late una idea
fundamental muchas veces olvidada: el islamismo introduce el monoteísmo frente
a las deidades veneradas en los países árabes. La implantación del monoteísmo siempre
ha traído grandes convulsiones: la provocó Moisés al bajar de la montaña, la
generó antes Akenatón en Egipto, lo hizo el cristianismo en el ámbito romano.
Cuando Mahoma lo hace en el naciente mundo islámico provoca uan de esas crisis.
Sucedió concretamente con la oposiciòn de los coraixíes, una tribu árabe que
defendía la “deificación” de otras tres figuras femeninas veneradas por ellos:
Lat, Uzza y Mana. Mahoma parece aceptarlo, en una maniobra que, como suele ser
siempre, es más política y táctica que religiosa.
Naturalmente esa
aceptación se rectifica. Ahora bien, la doctrina islámica mantiene que Mahoma
no es sino un profeta, que sigue en este sentido a Adán, Moisés y Jesucristo.
La comunicación con Dios se realiza de forma constante y habitual, casi diario,
por medio de un mensajero (normalmente San Gabriel) que le comunica las suras que luego manda transcribir Mahoma,
ya que, al parecer, no sabía escribir. En este caso, lo que la doctrina explica
y Armstrong asume es que en un momento determinado un demonio (Satanás)
interfiere el mensaje y éste sale equivocado. Mahoma se siente desolado. Dice
la autora: “De acuerdo con la tradición,
cuando se enteró de que los versos que habia pronunciado estaban inspirados por
el Shaitan, Mahoma quedó desolado. Pero, afirma Tabari, Dios le confrontó de
inmediato enviándole una revelación según la cual todos los profetas anteriores
habian cometido “errores satánicos“ similares. El problema tenía solución, porque
Dios siempre responde enviando nuevos versículos muy superiores a los qee era
preciso rechazar”.
Los versos
satánicos son sustituidos. Se reafirma el monoteismo y tras la sumisión de los
coraixíes y rectificando lo dicho se dicta la surah 112 o “surah de la
sinceridad”. “Dí: “Él es Dios, es único.
Dios. Él sólo. No ha engendrado ni ha sido engendrado, y no tiene a nadie por
igual”.
Dejemos ya la
referencia a los versos satánicos y a Rushdie que para Karen Armstrong son la
excusa para escribir el libro, condenando a la sociedaad occidental por su
incomprension. El subtitulo de la obra es “Biografía del profeta”. Pero ésta es sólo una parte del libro.
Suficiente, eso sí, para mostrarnos la polifacética actividad de Manoma, ya que
junto al aspecto religioso muestra condiciones de buen comerciante, astuto
politico, belicoso guerrero y hábil negociador. Termina siendo un caudillo.
Esa actividad
es contempalda de forma peculiar por Armstrong: “El Corán considera la venganza como señal de virud y como deber social
y religioso”. Esto soprenderá a los seguidores de las enseñanzas de
Jesucristo en el Sermón de la Montaña. Pero en seguida sale Karen como
Blanquito peón de brega: “cabe recordar
que Jesús no fue jefe de Estado, como Mahoma despues de Hudaybiyah”. Sigue:
“Si hubiera sido responsable de la
legislación social, con la mayor probabilidad se habría visto obligado a
recurrir a métodos igualmente draconianos”.
La gran
equivocación de Karen Armstrong es enfrentar cristianismo e islamismo. Y más,
hacerlo en las personas que representan estas religiones. Mahoma y Cristo son
profetas, pero además el segundo es reconocido por sus seguidores como Dios en
la figura del Hijo. Mahoma es jefe político y militar; Jesucristo, no. Uno
muere crucificado y otro como cabeza indiscutida de una nación y una religión. Si
Cristo afirma: “Sed perfectos como
vuestro padre celestial es perfecto”, Mahoma, que no Alá, será el ejemplo
de perfección que deben copiar todos sus seguidores, según indica Armstrong.
Un segundo
error (¿o no?) de la autora es destacar únicamente determinados valores de la
doctrina creada por Mahoma. Pero parece que la idea de igualdad, por ejemplo,
es ajena a su pensamiento. Mahoma, aunque ordenó no tener más de cuatro
mujeres, tuvo siete. Ello traerìa problemas sucesorios y degeneraría en las corrientes
sunìes y chiítas, dos corrientes inernas del islamismo que muestran el escaso grado
de tolerancia existente. La visión de mujeres vestidas de negro o con el pelo
cubierto muestra en la acutalidad cómo, ni siquiera en el campo de los sexos, existe
la menor igualdad. Hasta el cielo parece estar reservado únicamente para los
hombres, ya que su placer consiste en el disfrute de huríes.
Nos dice
tambien Armstrong: “Muchos de los
defensores mas elocuentes de Rushdie declararon que el islam era una religión
que vetaba el saber y la libertad artística, pese a que los primeros musulmanes
fundaron una gran civilización de enorme belleza y establecieron una tradición
filosófica racionalista que sirvió de inspiracion a muchos estudiosos en el
Occidente medieval”. Uno busca a Bach, o a Giotto, o a Petrarca o a Ockam y
no los encuentra. Busca la obra pictórica, literaria, arquitectónica o músicl
del islam y no lo encuentra. No es que el islam haga a la gente incapaz de
expresarse artisticamente, es que se lo prohibe.
Algo que Karen
no puede ocultar y que describe extensamente es la reaccion que durante siglos
tuvo Occidente hacia el islam, una reaccion que parte de Eulogio de Córdoba
hasta la actualdiad, pasando por figuras tan diversas como San Francisco de
Asís, Chateaubriand o Voltaire. En cierto modo era un sentimiento generalizado.
El libro concluye
exhortando al acercamiento a la figura de Mahoma: “un hombre complejo y apasionado que en ocasiones actuó de forma que nos
cuesta aceptar, pero cuyo singular talento le permitió fundar una religión y
una tradición cultural que se basaban en la espada – pese al mito occidental– y
cuyo nombre, “islam”, significa paz y reconciliación”. Pese a la exhortación
y las palabras de Armstrong, resulta que los europeos siguen recordando los dos
sitios de Viena por Solimán el Magnifico en el siglo XVI, o la penosa reconquista
de la península Ibérica invadida en el siglo VIII, o la resistencia de
Carlomagno en el siglo VIII. Que viven hoy los resultados de la islamización de
gran parte de los Balcanes, que interviene en el maltrato del petróleo, que sopoporta
el terrorismo en los distintos paises de Occidente, que se enfrentan al problema
judío-palestino, que crean la inestabilidad siria, que sufren al Estado
Islámico. ¿Paz y reconciliación?
Es probable que
no entendamos el islamismo, pero me temo que tampoco lo comprende Karen Armstrong,
que además tampoco muestra una idea clara del cristianismo y del mismo Ocidente.
Una obra que no aporta nada brillante.
“Mahoma” es un libro escrito por Karen
Armstrong en 1991 con el título “Muhammad. A Biography of the Profeth”.
Tusquets lo publica en 2005 y, en nueva presentación y dentro de la colección “Tiempos
de Memoria”, en 2017 (374 págs.)
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