Lo primero
que debemos hacer es situar, guiados por el autor, la llamada pequeña edad del
hielo (PEH). Cubre desde mediados del siglo XIV a mediados del siglo XIX. O
sea, unos cinco siglos. Y a continuación, valorar lo que se llama pequeña edad
del hielo: un descenso entre 1,5º y 2º de la temperatura media. Para el autor,
lo que evidencia de entrada esa pequeña edad es el cambio climatológico como
algo habitual en la naturaleza.
Armando Alberola
no es un meteorólogo, sino un catedrático de Historia Moderna en la Universidad
de Alicante. Y en su libro indica que en su contenido hay más de historia que
de otra cosa, pero sin dejar de afirmar la gran influencia del clima en la
historia, una influencia que en ningún caso debe considerarse determinante y
única. La mirada de un historiador sobre el clima da a éste una dimensión
especial e interesante.
Lo primero
que llama la atención son las fuentes a que recurre en su investigación. Los
registros de temperaturas y otros fenómenos meteorológicos son relativamente
recientes, razón por la cual hay que recurrir, sobre todo, a las referencias
que al clima se hacen en cartas y otras fuentes documentales. Entre ellas
destacan, como curiosas, las rogativas hechas para traer la lluvia (“pro
pluvia”) o moderarla (“pro serenitate”) a lo que se sumaban los salmos de
agradecimiento cuando tenían éxito (creo recordar que Cela citaba los casos en
que llegado el fracaso se tiraba el cristo al río). Al igual que estas suponen
un cierto nivel de religiosidad en los pueblos, las fuentes documentales
evidencian un cierto desarrollo de la escritura primero y de la impresión,
después.
Destaca Alberola
en su obra que las principales consecuencias de los cambios climáticos fueron históricamente
las producidas en el terreno de la agricultura y ganadería con la consecuencia
trágica de las hambrunas, algo que al hombre actual y occidental le cuesta
concebir, inmerso como está en una cultura de la abundancia y el confort.
No deja de
ser importante la referencia que lleva a cabo de que las variaciones climáticas
(del tiempo casi diríamos) no sólo responden a grandes ciclos, sino que ofrecen
grandes variaciones en periodos de tiempo mucho más pequeños. Y a esa
variabilidad en el tiempo, hay que añadir la variabilidad en el espacio. Muchos
de los cambios y ciclos afectan únicamente a determinadas regiones y carecen
del sentido global que ahora se pretende otorgar a esas variaciones. De hecho,
todos hablamos habitualmente de “microclimas”, por ejemplo, para explicar la
mejor calidad del vino hecho con uvas procedentes de una pequeña ladera
debidamente orientada.
En su
planteamiento se ve enseguida que Alberola responde al espíritu del historiador
que se centra en los hechos y posteriormente intenta explicarlos a través de teorías,
y no al de los que, partiendo de unas teorías, tratan de explicar los hechos,
retorciendo éstos en la medida precisa para ajustarse a aquélla. Como, por
ejemplo, parece hacer el IPPC, el famoso y manipulador Panel Intergubernamental
de Expertos en el Cambio Climático, preocupado más que de observar el clima, a
justificar el origen antropogénico de sus cambios. De su labor, Alberola
destaca la influencia que ha tenido en los medios de comunicación que, con la escasa
responsabilidad a la que no terminamos de resignarnos, han ampliado sus
visiones alarmistas y las han hecho trascender a la masa social que ahora ve en
cualquier chaparrón una manifestación del temible calentamiento global.
La Pequeña
Edad del Hielo (PEH) fue un término que utilizó por primera vez en 1939 el
francés François Matthes para referirse al enfriamiento que sufrió el clima en
Europa entre 1350 y 1880. Sucedía al llamado Periodo Cálido Medieval y se
tradujo en un descenso que no llegaba a los 2 grados de temperatura media. El
PEH, por su parte, manifiesta una gran variabilidad y ausencia de continuidad,
algo que también sucedió cuando se creía recuperada la estabilidad climática y
sobrevino el enfriamiento de los años 1950 a 1970. Un nuevo calentamiento dio
lugar al “pánico” actual iniciado por el artículo “The heat is on” publicado
por la revista Time en 1987. De hecho, la prensa y la televisión parecen
actualmente empeñadas en convertir a las personas en sujetos hipocondríacos y
poseídos de un sentimiento de culpa, que va desde el CO2 a las “vacas locas” o
el aceite de palma.
Alberola,
en la parte inicial del libro, acomete la labor de sentar las bases que
permitan el análisis ponderado y sereno de la realidad. La web “tiempo.com” le entrevista
a propósito de la publicación de este libro. Nada como ver cómo responde en esa
entrevista a la siguiente pregunta: “Los científicos reclaman a los dirigentes
mundiales un control de las emisiones a la atmósfera de gases de efecto
invernadero. ¿Cree que si se actuara con determinación en este asunto,
tendríamos un control real sobre el calentamiento global? “. Y la respuesta es ésta: “Como en tantas otras cosas, aquí debo
confesar mis limitaciones. Si en lo tocante a los siglos pasados puedo saber y
transmitir algo, en lo relativo a las disputas científicas actuales soy más
bien un aficionado al que le gusta, al menos, estar bien informado. No cabe
duda de que el actual proceso de calentamiento climático despierta no poca
curiosidad e inquietud, pero no es menos cierto que a la hora de determinar sus
causas reales y sus efectos a largo plazo no existe unanimidad entre los
científicos. El «factor humano», como en tantas ocasiones a lo largo de la
Historia, entra en juego y parece ser el causante de esas emisiones. Pero hay
multitud de intereses de todo tipo –políticos, económicos, estratégicos- que
envenenan el debate. El tema está en la calle pues el clima o, mejor dicho, sus
oscilaciones, preocupan mucho. Pero también el medio ambiente, y cómo ha estado
sometido –y lo está en la actualidad- a muy diferentes amenazas. Por ello
permítame que, acercando el agua a mi molino, reclame –modesta y
respetuosamente- la importancia del historiador como estudioso del pasado;
también del pasado climático. Aunque sólo sea para mover a la reflexión”.
El libro se
sumerge inmediatamente en la historia de España y bucea en ella, brindando
referencias de sumo interés. Explica por ejemplo el “mínimo de Maunder”, que tuvo lugar entre 1645 y 1715, periodo en el
que descendió el número y actividad de las manchas solares. Curiosamente
muestra el diagrama de su página 58 como en el siglo XX se produce una gran
escalada de esos parámetros que llegan a los que existieron en el Periodo
Cálido Medieval. Junto a esa influencia no olvida referirse a la que indudablemente
tuvieron las erupciones volcánicas que tuvieron lugar en el PEH. Y presta
extraordinaria atención a unos hechos que suelen olvidarse: las sequías, las
inundaciones y avenidas.
Un mérito,
por fin, del libro es distinguir medio ambiente y cambio climático, aun sin explicitarlo.
Como también lo es el que trate de distinguir el cambio climático y el
calentamiento global. Como merece el mismo elogio el que no entre en la
cuestión siempre discutible del carácter antropogénico del cambio climático.
Muestra, por el contrario, un gran respeto hacia la naturaleza y la
variabilidad esencial y consustancial del clima. Y recuerda “nada de lo que sucede en la actualidad es
desconocido”. O sea: el viejo “Nihil
novum sub sole”.
Parece muy interesante tanto el libro como tu comentrio.
ResponderEliminarEl hecho de que el autor no sea ni meteorólogo ni político garantizan su visión desapasionada sobre un tema que se está utilizando como arma de debate debate político y sobre el que se suelen leer verdaderas tonterías.
Muy oportuno me parece que el autor "trate de distinguir el cambio climático y el calentamiento global".
Felicidades por el blog que seguiré en adelante.