Tras leer “El
cerebro femenino” de Louann Brizendine era prácticamente inevitable dirigirse a
una segunda obra suya: “El cerebro masculino”. Había dejado tan malparada la
condición masculina, que era natural interesarse por si ese posicionamiento
persistía o al menos se aliviaba. Hay que recordar que la autora, doctora en
medicina y neuropsiquiatra, es fundadora en California de la “Woomen’s and Teen
Girls’s Mood and Hormon Clinic”.
Ante todo, hay
que destacar que el libro adolece, como el anterior, de su escaso contenido físico,
ya que de las 346 páginas que tiene, el texto real del libro (incluyendo
presentaciones y agradecimientos) llega sólo hasta la página 169, donde
comienzan las extensas notas que son seguidas, a partir de la página 223, de la
bibliografía.
Brizendine nos
afirma: “El cerebro masculino se basa en
mis veinticinco años de experiencia como neuropsiquiatra”. Pero sabemos por
su libro anteriores que esa labor de investigación se ha proyectado básicamente
sobre mujeres o sobre matrimonios o parejas con problemas, reales o aparentes.
Por eso no es de extrañar que afirme más adelante: “Ahora sé, por mis veinticinco años de trabajo clínico e investigación,
que tanto los hombres como las mujeres desconocen los instintos biológicos y
sociales que impulsan al otro sexo”. Pero aun así escribe el libro. Si,
respecto al cerebro femenino, podía tener una lógica sintonía, en este libro
adopta simplemente un papel de espectadora y recopiladora de ideas y
experiencias ajenas.
Naturalmente
adopta un esquema de exposición parecido al de “El cerebro femenino”. Pero ya
cuando contempla al niño, lo hace con la única visión de su único hijo varón y
del de su paciente Jessica, David.
Hay una anécdota
que cuenta y que es en extremo reveladora. Brizendine regala a su hijo de tres
años y medio una muñeca Barbie. Cuando la ve el niño la agarra por las piernas
y comienza a utilizarla como arma, no como muñeca. Comentando eso, la autora
dice “Me quedé un poco perpleja, pues yo
pertenecía a la generación de la segunda oleada de feministas que habían
decidido criar niños emocionalmente sensibles”. El medio empleado era
regalarles siempre juguetes unisex. La autora reconoce que los científicos
indican que no es posible influir por esa vía en los niños: “Los juguetes estereotípicamente femeninos
que le di en sus primeros años de vida, no feminizaron su cerebro”,
lamenta. Y agrega: “Más tarde descubrí
que mi hijo no era el único niño que convertía a Barbie en un arma”. Esta
anécdota refleja no sólo el trasfondo feminista de Brizendine, sino también el
grado de obviedad de las cosas que nos cuenta.
La tesis que
domina toda la obra de Brizendine es la influencia hormonal en el cerebro, que
será femenino o masculino según predominen los estrógenos o la testosterona. Algo
sobradamente conocido: en el cerebro y en muchas cosas más. Quizá la única
novedad es distinguir entre el primer año de vida en el que el niño está rebosante
de testosterona (“la pubertad infantil”), y los sucesivos años, en los que el nivel
de testosterona decrece aunque se mantiene el de la hormona SIM (sustancia
inhibidora mülleriana). Y Brizendine
explica el SIM: “despoja despiadamente al
varón de todo lo femenino”, por lo que también se le llama “desfeminizador”.
Lo compara a Hércules y dice que es “fuerte,
bravucón e intrépido”. Este segundo periodo, del año a los 10 años es lo
que se llamado “pausa juvenil”. Tras ella ya quedan marcadas las tendencias del
cerebro masculino: “acción, fuerza, deseo
de dominación, exploración y asunción de riesgos”.
La llegada de
la adolescencia no incrementa precisamente las virtudes del cerebro del hombre.
La testosterona le inunda y, con ella, llena su mente de ideas más o menos
obsesivas en torno al sexo. Se aisla, se enfrenta a sus padres, busca
desesperadamente su autonomía, compite con cuantos le rodean o se entrega al
grupo de amigos y compinches. Nada nuevo claro, pero la autora lo descubre a
través de las visitas de unos padres preocupados por su hijo y tratando de cambiar
su conducta.
Al filo de ese
tránsito de la adolescencia, la autora se centra de forma casi única en el
sexo. El hombre se convierte en un cúmulo de ideas obsesivas de carácter sexual.
Mas que una persona, es un pene, gobernado por la testosterona, a su vez comandada
por las partes más internas del cerebro. Las tesis que mantiene se vuelven un
tanto confusas cuando se enfrenta a la división entre hombres fieles e infieles,
entre maníacos del sexo y buscadores no desorbitados de sexo.
La visión del hombre
cambia brutalmente cuando este deviene padre. Por una parte, Brizendine nos habla
de los hombres angustiados por el embarazo (siempre algunos, no todos), por otra
de otros que sufren un extraño embarazo empático o síndrome de couvade. A niveles bajos de testosterona, el hombre
participa en la preparación del nacimiento. Si los tiene altos, se despreocupa.
Por descontado, cuando el padre se interesa en la protección del hijo lo hace
con menor intensidad que la madre. Luego aborda el papel del padre jugando con
sus hijos, diferente en los casos de varones y hembras, no dejando de destacar
que éstas pretenden dominar al padre
Lo que
pierde a la narración de Brizendine es que cuando afirma una cosa, lo hace
admitiendo que también es cierta la contraria. Es cierto que hay gatos negros,
pero admite que también hay gatos blancos. Y a ella le gusta hablar de los
negros.
Para hablar
del cerebro masculino, claro, Brizendine recurre a otro cliente, John.
Curiosamente tiene solo 58 años, pero ahí la autora sitúa al parecer la
madurez. Naturalmente, confirma que su testosterona ha disminuido y por ello John
es más amable, más tolerante, más humano diríamos. Su problema es que se ha
enamorada de Kate, mucho más joven que él. Dejemos a un lado la resolución del
caso. Lo curioso es lo que se afirma a propósito de ello: “De hecho, la capacidad de los hombres mayores de reproducirse con mujeres
más jóvenes, llamada el “factor de fertilidad masculina de la última etapa
vital, puede ser en parte responsable de la longevidad de nuestra especie”. No parece
que sean necesarios comentarios”. Y se enzarza en consideraciones del aumento
de la esperanza de vida y la andropausia.
Hablando
de recuerdos. Se cita, al hilo de todo esto, lo siguiente: “Por razones desconocidas, los hombres casados
viven 1,7 años más que los solteros”. Me recuerda la leyenda que figuraba en
las paredes de muchas tabernas: “Edad
media del bebedor de vino… Edad media del no bebedor de vino…”. No recuerdo
las cifras que se daban, pero eran muy dispares al introducir en masa a todos
los niños entre los no bebedores y ser entonces alta la mortalidad infantil.
La exposición
de Brizandine tiene dos graves problemas. El primero es la contante alusión a
los “investigadores” y a los “estudios”; una serie de vagas referencias a los
que los investigadores afirman o lo investigadores han descubierto, a los que
los estudios dicen o los estudios demuestran. Naturalmente, se citan los favorables
a sus tesis. Pero no parece haber ni investigaciones ni estudios propios; únicamente
se refiere a las terapias un tanto simplonas aplicadas por ella a los casos que
llegan a su consulta y que son citados en el libro cansinamente.
El segundo
problema está relacionado con el anterior. Las distintas etapas de la vida del
cerebro masculino son analizadas a partir de ejemplos de pacientes que acuden a
su consulta. Con ello se pierde totalmente la aspiración a la generalidad que
debiera tener todo estudio. Mas aún: los ejemplos que propone evidencian únicamente
la existencia de una segmento, un tanto neurotizado e hipocondríaco, de la
sociedad norteamericana. Un ejemplo es el que expone, al tratar del cerebro
maduro, con la pareja Tom y Diane: su problema era que la transición hormonal
en la menopausia disminuyó el impulso sexual de Diane y Tom no lo comprendía.
Volvieron a su consulta cuando a Tom le llegó la andropausia.
El libro,
en suma, está mal escrito, adolece de un molesto tono de novela rosa y no
agrega nada a las tesis mantenidas en aquel del que es secuela: “El cerebro femenino”.
Un libro que, ya en su publicación en EEUU, fue objeto de fuertes controversias
en donde proliferaron los ataques. Ha sido objeto en 2017 de una adaptación cinematográfica
convirtiéndose en una comedia presuntamente divertida en que se narran las desavenencias
y problemas de tres parejas. Eso define el libro.
El libro está publicado por RBA el
año 2010. En su título original (“The male brain”) fue también publicado en ese
año, alcanzando la sexta edición en 2015.
Una joya.....
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