miércoles, 23 de agosto de 2017

Louann Brizendine: “El cerebro femenino. Comprender la mente de la mujer a través de la ciencia.”




 

Hay que ir hasta la costa californiana para encontrar a una científica, profesora y autora como Louann Brizendine, neuropsicóloga (y, por descontado, médica) que ha centrado su interés en la influencia de las hormonas en el cerebro.
¿Tiene sentido a estas alturas de la evolución de la sociedad andar hablando de la diferencia entre hombres y mujeres? La realidad es que son muchos autores los que se preocupan de este tema y analizan la existencia sustancial y biológica de la diferencia. Centrando el asunto: la discusión actual es si el género es producto de la naturaleza o fruto de la cultura.
El resultado de la investigación no es precisamente inane. Triunfa en estos momentos la tesis de que toda diferencia entre varones y hembras de la raza humana es producto de una educación incorrecta y machista que atribuye papeles diferentes a los hombres y las mujeres. Y como producto de una cultura ya sobrepasada, se pretende adoctrinar en una total igualdad, aplicando este adoctrinamiento a toda la sociedad desde las generaciones futuras a las que ya van bajándose del tranvía. Es el rodillo de lo políticamente incorrecto, una expresión peculiar y sorprendente que convive con la abolición de toda idea de corrección. Todo es correcto y está permitido, menos lo políticamente incorrecto.
Hasta cierto punto, Brizendine nos sorprende al insistir en la diferencia esencial que existe, pero lo hace forma peculiar al fijarse de manera casi exclusiva en la influencia hormonal en el cerebro. Y uno tendría que preguntarse: ¿el sexo condiciona mucho o poco al individuo? ¿Qué está antes: el sexo o la hormona?
La autora parece adoptar, por encima de todo, una actitud que la enaltece: “Al escribir este libro me enfrentado con dos voces en mi cabeza: una es la verdad científica; la otra la corrección política. De optado por subrayar la verdad científica por encima de la corrección política, aun cuando las verdades científicas no sean siempre bien acogidas”. La realidad es que la tesis que mantiene se ajusta a esa corrección. Poco más adelante dice: “Vivimos en el seno de una revolución en la conciencia sobe la realidad biológica femenina, que transformará la sociedad humana”. Cuenta para ello con el control de la concepción y la autonomía económica. Termina clamando: “Nuestro futuro (se refiere a las mujeres) y de nuestros hijos dependen de ello”. Será, digo yo, el de sus hijas, porque el hombre no sale nada bien parado.

El libro incluye, antes del propio texto, un esquema de lo que compone la parte más interna y delicada del cerebro. Habla del cerebro femenino, pero se supone que esas mismas partes son las del cerebro masculino. Son siete: el córtex cingulado anterior, el córtex prefrontal, la ínsula, el hipotálamo, la amígdala, la glándula pituitaria y el hipocampo. Salvo una de esas partes todas son más grandes, maduran antes o son más activas en las mujeres que en los hombres. La excepción es la amígdala que es más grande en los hombres. Brizendine la describe como “la bestia salvaje que llevamos dentro, núcleo de los instintos”.
Se nos dice que durante los tres primeros meses del embarazo los cerebros del hombre y la mujer son iguales, por la simple razón de que todavía no se ha decidido el sexo del individuo. Esto me recuerda lo leído en otro lugar: en esos primeros meses se va elaborando la estructura básica del cuerpo humano; eso incluye lo que va a ser el asentamiento de las glándulas mamarias; si llegada la determinación del sexo, el individuo es hombre, la labor se detiene y queda nada más que el rastro inútil de las tetillas masculinas.
El cerebro masculino es, al perecer, un 9% más grande que el de las mujeres, pero Brizendine aclara: no obstante, tiene el mismo número de neuronas nada que más apretadas, más apiñadas por decirlo de alguna forma, ya que la capacidad craneana en menor. Por lo demás, deben considerarse iguales. Pero ¿por qué funcionan de distinta manera? ¿Por qué, como dice la autora “los cerebros femenino y masculino procesan de diferentes maneras los estímulos de, oir, ver, “sentir” y juzgar los que otros están sintiendo”?
La clave está en las hormonas, en su avasalladora influencia en la mujer. “Lo que hemos encontrado es que el cerebro femenino está tan profundamente afectado por las hormonas que puede decirse que la influencia de éstas crea una realidad femenina”. Sin ánimo de restar importancia a esa afirmación, hay que constatar que desde siempre se ha tenido esa percepción e incluso se ha plasmado en dichos populares irreproducibles. Ello, naturalmente, de forma instintiva, sin referencia a estrógenos, progesteronas y testosteronas.
Lo que sucede es que, partiendo de esa base, Brizendine parece sostener la incontestable superioridad del cerebro femenino

El análisis del cerebro femenino lo lleva a cabo Brizendine recorriendo su proceso vital, desde la gestación hasta la menopausia.
Pasados unos tres meses desde la concepción, un torrente de hormonas inunda el feto y afecta singularmente a su cerebro. Esto determina la diferencia: “No existe un cerebro unisex”, “Las chicas nacen dotadas de circuitos de chicas y los  chicos nacen dotados de circuitos de chicos”. Eso pasa también en el reino animal. Machos y hembras actúan de diferente forma. En esta fase de su exposición, Brizendine rechaza, o reduce hasta mínimos, la influencia de la socialización.
En su infancia, la niña aventaja al niño en sus contactos visuales y en la observación facial, porque a su cerebro no llega el torrente de testosterona que reduce las aptitudes del niño. Este es torpe y tardo, se relaciona peor con su madre, al contrario de la niña que muestra empatía y está programada para garantizar la paz social. Bueno: esto es lo que en general vemos: el niño es más agresivo, más individualista, más autónomo. Y los mayores reforzamos la cosa prestando más atención a las carantoñas de las niñas. A la vista de que la autora está dejando a los hombres al pie de los caballos, comienza a echar la culpa a los padres y su educación. Hay que entender que es el padre, claro.
La adolescencia para la mujer es para Brizendine “drama, drama, drama”. Bueno, es lo que sucede en su cerebro. La autora lo explica haciendo una cascada hormonal que supera los frenos existentes: “Esta liberación celular dispara el sistema hipotalámico para que entre en acción. Es la primera vez que el cerebro de la hija estará invadido de niveles elevados de estrógenos”. Parece que encaja con lo que llamamos vulgarmente la “edad del pavo”. Lo que excita la necesidad de comunicación, de compartir secretos, de estar pendiente de la mirada de los hombres.
La maternidad, simplemente, supone un trauma y una realización. Si profesionalmente no llega donde llega el hombre es porque no quiere, y no lo quiere porque no la interesa. Y no la interesa, simplemente porque es mujer y la mandan sus hormonas. Es algo que no reconoce, por no reparar en ello o por disimularlo. El libro termina como un consultorio de la señorita Francis. La diferencia de cerebros termina asentándose en las diferentes proporciones en que las personas son afectadas: más Alzheimer y depresiones en las mujeres, menos orientaciones homosexuales.
Al parecer la misma autora, Louann Brizendine, ha escrito otro libro complementario: “El cerebro masculino”. Parece obligado leer lo que la autora dice en él. Parece que es lo lógico, como lo es que el juez ceda la palabra a la otra parte, después de hablar la primera.
Una última aclaración que responde a una queja de otro comprador: el libro tiene 337 páginas; a partir de la 247 solo contiene notas, índices y bibliografía


Louann Brizendine: “El cerebro femenino. Comprender la mente de la mujer a través de la ciencia”. Publicada en inglés en 2006. La primera versión española se publicó en 2007. La octava edición, que es la comentada, la realizó por RBA en 2014.

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