sábado, 5 de agosto de 2017

Gaston Dorren: “Lingo. Guía de Europa para el turista lingüístico.”



 
“Lingo” es un libro entretenido. Nació para entretener y divertir. Y enseñar, al paso. No se trata de ir más allá, pero evitemos quedarnos más acá: “Lingo” ofrece y deja al descubierto muchas ideas y observaciones valiosas al enfrentarnos a algo tan peculiar como la lengua. No el lenguaje: la lengua.
Es un libro que aparece en una época tormentosa para las lenguas. La globalización afecta a todo, queramos o no, y también lo hace a las lenguas. Vaya por delante que hablar en este campo de globalización no parece lo más apropiado; el fenómeno que vivimos es quizá más complejo. O quizá, ¿menos?
El hecho es que somos conscientes de que unas lenguas mueren y otras crecen, es decir, se expanden en el sentido de número de hablantes. Es el viejo “O crece o muere”. En realidad, todo es resultado de la utilidad. Y la utilidad puede venir de muchas fuentes: la necesidad (como la del inmigrante), la posibilidad de contactos (como la de profesionales y comerciantes), la proximidad (como la inevitable vecindad).
Lo primero de lo que nos habla el libro es de la multiplicidad de lenguas existentes, lo que permite pensar en que Babel sigue existiendo tan viva como nunca. Eso, sin salir de Europa. La lista de idiomas sería mucho mayor de haber saltado a Asia o a África, por ejemplo. Ya sin salir de Europa indica que referirse a todas las lenguas que existen en ella requeriría muchos volúmenes. Y en libro encontraremos algunas que muchos desconocíamos. El córnico, el manés, el gagaúzo, el shelta, el sorbio o el rético, por ejemplo.
A cada lengua, Dorren le dedica unas pocas páginas, raramente sobrepasa las seis. En unos casos, se inclina por la contemplación histórica de la lengua: en otros por sus peculiaridades. Pero siempre aprecia en todas las lenguas un esfuerzo por encontrar un medio de comunicación entre las personas, el logro mayor del homo sapiens. En definitiva, lo que hace es mostrarnos, como en un museillo de ferias, una serie de curiosidades y diríamos que de anormalidades. Lenguas friquis en último término. Nos enseña mujeres barbudas. niños con dos cabezas, siameses, enanos y gigantes, lo que queramos. Por cierto: he empleado el término “friqui”, utilizando el inglés y al mismo tiempo castellanizándolo al emplear la “qu” en lugar de la “k”, pero, al hacerlo, ¿no estoy apartándome de la tendencia del español a escribir como se pronuncia?

¿Que hacemos con las consonantes? Nos topamos, por ejemplo, con el gaélico-escocés: tiene “no menos de treinta sonidos consonánticos” (es decir, de consonantes pronunciables y pronunciadas). El alfabeto al uso sólo le ofrece veintiún signos de consonante. Y el gaélico no se arredra: opta por echar por la borda ocho de esos signos y afrontar con sólo 13 letras 30 sonidos consonánticos. Pues lo hizo: añadió a diestro y siniestro la “h” para que el signo de la consonante a la que se unía sonara distinto. Ahí, digamos, empieza la aventura o tragedia del gaélico, tan complicada que sólo puede apreciarse leyendo el libro. Recordemos que hablamos del gaélico escocés; la peripecia del galés es aún más complicada, pero como indica el autor, “en tanto la gente puede hablar de su lengua, resulta completamente innecesario que entiendan por qué la gramática de comporta de un determinado modo”.
¿Y qué hacemos con las vocales? Los hispanohablantes nos conformamos con cinco sonidos fundamentales que coinciden con los cinco signos del alfabeto latino. Pero, por debajo tenemos las tres vocales del árabe. Pero el catalán como el francés usan ya más 8. Y así llegamos a lenguas que sobrepasan las 10 vocales. Con lo cual nos topamos con uno de los problemas con que se enfrentan algunas lenguas y que cada una resuelve a su manera: el número de signos disponibles es mayor que el de sonidos emitidos.
Pero esto es sólo un aspecto de los que ofrece la lengua. ¿Qué sucede con otros muchos aspectos que afronta? Es, por ejemplo, lo que afecta a los casos de los verbos, que no existen en unos casos y, en otros, se multiplican. O con los tiempos: el presente, el pasado, el futuro, que no son objeto de una visión única. Los nombres, por su parte, se declinan en unos casos, como herencia del latín, y en otros se suprimen las declinaciones sustituyéndolas por preposiciones. Los pronombres existen, son ambiguos o dejan de existir ignorándolos. Los géneros importan o dejan de importar, adjudicándose lo masculino, lo femenino y lo neutro de formas harto peculiares. Los artículos, lo singular y lo plural… todo parece sumergido en una total diversidad.

Es casi inevitable referirse a las lenguas que se hablan en España. Dorren se refiere únicamente al castellano, el vasco o euskera, el catalán y el gallego.
Del vasco el autor ofrece una visión peculiar. Lo compara a una montaña, frente al agua que fluye, y afirma que “todos los miembros de esa familia perecieron hace siglos. Ahora el vasco es una isla lingüística, y los filólogos efectivamente llaman así a las lenguas sin parientes vivos: aisladas, hechas islas”. Luego nos habla de los rasgos ergativos de los verbos vascos. Pronto se para. Advierte que en versiones anteriores del libro iba más allá pero recibió innumerables críticas de vascólogos. “Y lo peor ya lo imaginan: tenían razón. La lengua vasca tiene tantos entresijos que el final me di por vencido. Es la única lengua de todo el libro ante la que he sufrido una derrota así”.
El español, lo que nosotros solemos llamar castellano para que nadie se sienta ofendido, pero desconociendo si ello resulta más ofensivo, es una lengua por la que el autor muestra conocimiento y cariño. Por eso sorprende que en lo único que se fije sea en la rapidez con que al parecer hablamos hasta el punto de referirse a la “ametralladora ibérica” como característica más definitoria del español. No es cosa de explicar por qué; para eso está la lectura del libro. Pero anticipemos que la rapidez descansa en el número de sílabas, no en el de fonemas. En el fondo, se aprecia cierto elogio de la lengua, que al final del libro enfocará desde otro punto de vista al hablar de su futuro.
El catalán se analiza cuando se habla de política. A propósito del catalán destaca cómo, con frecuencia, no coincide la lengua con la región: el catalán se habla fuera de Cataluña y en Cataluña no solamente se habla el catalán, como sucede con el aranés. En cualquier caso, es una lengua que se habla en varias regiones y en tres países distintos. Pero no es algo inédito: sólo hay un país en Europa dónde coinciden las fronteras políticas y lingüísticas: Islandia. No sin cierta malicia parece sugerir que el catalanismo lo representa en último término el Barcelona F.C., “mès que un club”.
Queda al final el gallego. Aquí llega la historia y la saudade. Lo que nos relata es una tragedia que comenzó en el siglo X, en los tiempos de la reconquista. Los gallegos, como todos los hispanos, hablaban la lengua que derivaba de un tosco latín. Tuvieron la desgracia de que, por el centro del norte peninsular y propiciada por la reconquista, surgiera una nueva lengua, el castellano, que impidió su desarrollo, de la misma forma que, al Este, limitó el avance del catalán. Para colmo, la aparición política de Portugal impidió el crecimiento hacia el sur de Galicia. Pero el portugués, para Dorren, no deja de ser un gallego evolucionado, de la misma forma que, hoy en dìa, el gallego auténtico tiende a castellanizarse. De alguna forma, Dorren considera al portugués un gallego al que dio impulso en el mundo al afán navegador de los portugueses.
Como anticipaba, Dorren se refiere nuevamente al español cuando aborda la cuestión del inglés en el capítulo que titula “La jaqueca global”. Expone cómo el inglés y el chino son las lenguas más habladas, aunque el español ocupa el segundo puesto, desplazando al inglés, si se cuentan los hablantes nativos. La fuerza del inglés proviene de ser la segunda lengua más usada. Pero el inglés y el chino no son, según el autor, lenguas adecuadas para llegar a ser la lengua mundial.
Tienen su principal talón de Aquiles en la pronunciación, difícil en inglés por sus numerosos sonidos vocálicos y en el chino, por sus entonaciones. Sigue como problema en ambos la discordancia entre lo pronunciado y lo escrito. Y no acaban ahí los puntos débiles de ambas lenguas. Darren afirma que su preponderancia se ha debido a circunstancias históricas y sociales favorables, lo que también puede afirmarse del español, claro. Mirando al futuro, ve posible la creciente importancia del chino con el gravísimo problema que ello crearía para Europa y Occidente. Pero eso no lo vamos a ver.

En resumen, un libro de los que son para ojear una y otra vez, pero no para leer de la primera página a la última. De los que se pueden leer en desorden lo que, lejos de quitarles gracia, se la da. Y un libro al que hay que agradecer que nos abra los ojos ante tantas cosas. Un paseo por un museo de los horrores entretenido e instructivo.

El libro se publicó en inglés en 2014 y 2015. Lo hizo en España en marzo de 2017 la editorial Turner en su colección Noema.

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