lunes, 7 de agosto de 2017

Mickaël Launey: “La gran novela de las matemáticas: de la prehistoria a la actualidad”.





Probablemente Mickaël Launey sabe lo que son las matemáticas, pero no sabe lo que es una novela. Las matemáticas son todo menos novela (“roman” en su lengua natal).
El autor resulta ser francés y, sobre todo, muy joven, lo que en matemáticas no es malo. El capítulo 15 lo fecha el 8 de junio de 2012. Es el día en que va a leer su tesis doctoral. Siete años antes ingresó en la Escuela Normal Superior de Paris. Pero ya cuando publica el libro en 2016 tiene una larga trayectoria como divulgador de cosas matemáticas en You Tube y materias afines, donde se presenta como “Micmaths”, evidente acrónimo entre su nombre y su dedicación. 
Como libro, la cosa es muy desigual. A veces muy fácil y otras, muy difícil de leer. Entretenido en el pasado y pisando ascuas en los tiempos más cercanos. Como ejemplo: el siglo XVI, incluido Descartes, llega pasadas las primeras 150 páginas de las 230 que tiene el contenido del libro. Galileo o Newton (es decir la confluencia con la física), pasadas las 160 páginas. Alan Turing y la informática en la página 210. Por la 220 empiezan a desfilar Cantor, Hilbert, Gödel y Mandelbrot, entre otros. Recuerda la cosa a ese tradicional histograma donde, en la vida del universo, la presencia humana representa, a escala anual, unos pocos segundos finales. El alfabeto se inventó faltando sólo 9 segundos para cumplir el año.
En definitiva: no es una novela, es una historia. Una historia que, en realidad, termina cuando aparece, brillante y retador, el concepto actual de las matemáticas. Eso explica que Launey inicie el libro con un desconcertante relato sobre las cenefas de las vasijas antiguas, algo inesperado para el común de los lectores. No deja de ser el camino por el que llegará hasta el descubrimiento del número, lo que tiene lugar cuando éste se desliga de los objetos que cuenta: “para contar ocho ovejas, ya no se utilizan ocho símbolos que designan una oveja, sino que se escribe el número ocho, seguido del símbolo de la oveja”. Cosa de los mesopotámicos, sobre todo. Es cuando considera Launey que nace la matemática.
Luego vendrán los sistemas aditivos y posicionales para incrementar el valor de los números. Pero, sobre todo, aparecerá Grecia y con Grecia, la pasión por la geometría y apoyada en un único instrumento: la cuerda. Y será Tales quien dotará a las figuras geométrica la categoría de objetos matemáticos abstractos. Algo parecido a los que sucedió con los números. Aquí, Launey introduce una útil referencia a conceptos básicos: los teoremas, los axiomas, los postulados, las paradojas. Y luego viene la apoteosis: el numero pi. O sea, π.

De alguna forma, aquí se produce un cambio en la orientación del libro: el número pi, además de poseer características extraordinarias es un número buscado por muchas civilizaciones. Eso permite que comiencen las referencias a la india, la árabe, o la oriental, todas, a estas alturas, preocupadas por las matemáticas. Y, al mismo, tiempo que comiencen a proliferar los nombres de las personas que han ido logrando avances, grandes o pequeños, en las matemáticas. Launey acompaña esa referencia con unas breves referencias biográficas que al mismo tiempo que son útiles no dejan de distraer la atención del lector. Recuerda mucho a una guía telefónica en ocasiones.
Destaca la atención prestada a la civilización árabe. Y la pregunta que internamente se hace el lector es saber por qué una civilización tan activa en este campo deja de serlo al cabo de los siglos. Su decadencia se inició ya en el siglo XIII.
El cero de los indios, definido por Brahmagupta, abre el campo a los números negativos. Y Al-Juarismi en Bagdad abre a su vez el terreno del algebra. Eso sí, en un libro que se llama ”Libro de la suma y resta según el cálculo indio”. Mientras Europa duerme el medioevo, entre pestes y guerras, sin ofrecernos nada más que personalidades peculiares como la de Fibonacci, cuyas sucesiones siguen resonando de forma tan intensa como la campana de Gauss. Hasta el bolsista ha buscado su inspiración.
A partir de aquí, las personalidades ocuparán el primer plano en el libro. Tras Tartaglia y Cardano, Rafael Bombelli sugiere que las raíces de los números negativos pueden dar lugar a la presencia de una nueva categoría: los números imaginarios. Es un momento en el que, como señala Launey, la utilidad que había sido la finalidad primordial de la matemática encuentra una compañera: la belleza.
Por encima de ello, se destaca la importancia de las bibliotecas, de las traducciones, de la supresión de las normas que vetaban la difusión de las ideas… Lo acompaña un afán simplificador: se introducen los signos de las operaciones (+, -, x) y se adoptan normas para designar constantes (a, b, c) e incógnitas (x, y, z) en el álgebra. Las matemáticas se abrazan con la física y se muestran, menos como creación humana y más esencia del mundo físico y natural.
A partir de ahí, el crecimiento del mundo matemático va a ser imparable, hasta hacerse excesivo para una sola persona. Tiene ya demasiadas ramas y son tan complejas que obligan al experto a reducir su campo de actuación a algunas de ellas.

Hay algo que llama la atención: la ausencia total de España en el libro. Digamos más bien que de españoles, porque tanto Córdoba como la escuela de Traductores de Toledo contaron con buenos matemáticos (no me he parado a buscar lo que pueden ser citados en el libro). Matemáticos hubo más tarde, pero ninguno logró descubrimientos que le elevaran a una fama internacional. Me temo que los españoles estamos a otras cosas.

¿Sigue el autor el camino correcto en su libro para conseguir lo que persigue con él? Si pretende entretenimiento, lo consigue en parte, pero le sobran muchas disquisiciones de cierta complejidad. Si pretende enseñanza, le sobra dispersión y le falta profundidad. La cosa tiene remedio cuando lo que pretendemos es entretenernos y, al mismo tiempo, aprender algo. Lo cierto es que el libro nos sorprende muchas veces con aspectos desconocidos. O nos aviva ciertas nociones que caminaban hacia el olvido.
En definitiva: los libros hay que tomarles como son. Casi tendríamos que adoptar el inverso del famoso aforismo de Gracián y decir que no hay libro tan bueno que no tenga algo malo. Con esto no pretendo elevar al summum la bondad al libro, sino evitar ensañarme en algunas cosas que a unos parecerán criticables y a otros, no.



Mickaël Launey: “La gran novela de las matemáticas: de la prehistoria a la actualidad”. El libro se publicó en Francia por Flammarion en 2016. La traducción española, de Pablo Hermida Lazcano, fue editada por Paidós en 2017

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