martes, 21 de agosto de 2018

Federico di Trocchio : “Las mentiras de la Ciencia. Por qué y cómo engañan los científicos”


Aún no han pasado cinco años desde que murió Federico di Trocchio, destacado como historiador de la ciencia italiano.  Hace 25 años publicó este libro, pero ¿qué sucede en 25 años en un tiempo tan cambiante como el actual?
El libro parece tener dos partes: una histórica, en donde se recogen los grandes fraudes científicos, y otra, que podemos calificar de actualidad, en la que se vierten consideraciones sobre la política de investigación. La primera puede calificarse de realmente histórica, en tanto que la segunda hubiera encajado mejor en un diario o una publicación periódica, en donde se sabe que el autor y su comentario están sometidos a la ley del paso del tiempo que convierte la queja o análisis en documento histórico que unicamente refleja un momento dado.
Aunque la traducción del término italiano del título original, “bugie”, es realmente “mentira”, el libro comienza a referirse al engaño, al que considera un arte y algo ya arraigado en el mundo científico. Salta la noción de “engañología”, “ciencia que enseña a los científicos cómo engañar a oros científicos. Estos a su vez convencen a los periodistas, quienes finalmente se encargan de seducir a las masas”. Pero son los científicos las verdaderas víctimas de las falsificaciones. Anticipemos que Di Trocchio se mueve en un plano donde los conceptos de ciencia, científico e investigación tienen un perfil peculiar del que, con sinceridad, discrepamos. Por vago y por mutante.
El mundo de los engaños científicos que denuncia es el de la búsqueda de apoyos económicos, y subvenciones. Por eso habla de dos aspectos al afirmar que esta ciencia, la engañología, “contempla dos secciones: una burocrática y la otra más técnica”. Añade que “la burocrática es la parte más fácil, aunque no por ello más importante”, pero “el verdadero núcleo de la engañología es la parte técnica”. Todo “nace virtualmente cuando la ciencia de vocación se transforma en profesión”. Ello lo sitúa cerca del año 1945 cuando surge la Big Science. Todo le conducirá a problemas trascendentales como son la distinción de la verdad de la falsedad o de la motivación del científico engañoso.
Que la orientación del libro es un tanto peculiar lo demuestra el hecho de que los primeros personajes que reciben sus andanadas son Tolomeo, Galileo y Newton, a los que acusa de haber afirmado que han llegado a conclusiones a través de experimentos y observaciones que nunca realizaron o realizaron de forma distinta de la descrita o con resultados diferentes de los descritos o que, simplemente, tomaron de otros. Pero ¿no estábamos hablando de las falsedades actuales de los científicos? El mismo Di Trocchio parece rectificar en parte ese juicio cuando habla del distinto talante del científico que podemos llamar histórico y el actual. El primero “engañaba” favoreciendo la ciencia y la búsqueda de la verdad, sobre sus propios intereses; el científico actual hace justamente lo contrario. O sea, el comentado paso de la vocación a la profesión.
En ocasiones, los engaños científicos desembocan en litigios. Desfila en primer lugar Stephen Browning, defensor de estimulantes en lugar de neurolépticos en el tratamiento de retraso mental; un juez le condenó en 1988. Sigue Robert Gallo, a quien tradicionalmente se le ha atribuido el descubrimiento de los retrovirus de la familia HTLV, a uno de los cuales el HTLV3 se le atribuye el sida; un acuerdo amistoso entre entidades norteamericanas y el Instituto Pasteur, que defendía la autoría del descubrimiento a Montagnier, acabó en 1987 con un acuerdo amistoso. Un tercer ejemplo: David Baltimore, virólogo que, denunciado, dimitió en 1991. Y Claudio Milanese, Una historias prolijas y cansinas, llenas de datos sobre las controversias mantenidas y que permiten a Di Trocchio argumentar que hoy se cometen más estafas y mentiras que en el pasado, simplemente porque se mueve más dinero. No es casualidad afirma que el mayor número de fraudes se producen en el ámbito de las ciencias biomédicas, el área a la que los Estados Unidos han dedicado mayores inversiones.
En el libro se considera una fecha fundamental la de 1968, año en el que James Watson confiesa en su libro “La doble hélice” la forma torpe con que llegó a descubrir (junto con Wilkins y Crick) el modelo del ADN. Watson “era el típico representante de una nueva generación de jóvenes científicos insensibles, cínicos, amorales”. DI Trocchio entiende que el “nuevo tipo de científico que Watson y sus colegas encarnaban era que su trabajo se veía condicionado por una estructura económica completamente diferente a la que había avalado el trabajo de los científicos en el pasado”. Al hilo de ello, se nos expone una vieja distinción entre el “otium” y el “negotium”. Este último aludía en definitiva a la actividad del hombre dirigida a su subsistencia, es decir, a la obtención de los medios económicos para vivir. En sentido contrario, el “otium” era el tiempo que, fuera de aquél, dejaba a la persona un ámbito de libertad, que el científico antiguo dedicaba a la búsqueda de la verdad y al conocimiento. La carrera eclesiástica o universitaria, el ejercicio de una profesión liberal o la enseñanza proporcionaban el “negotium” dejando campar al científico por el “otium” libremente.
Todo cambia a través del tiempo. Surgen los mecenas o la revolución de Colbert en el siglo XVII. “El Estado había decidido pagar la actividad de la investigación del científico sin pedirle nada a cambio”. Aparecerá entonces el término “científico” para referirse a estos ociosos. Y será en los Estados Unidos donde definitivamente el científico pierda su libertad: “En Estados Unidos en científico no podía ser un “ocioso””. No era algo impuesto por lo militares, sino por el espíritu pragmático y eficiente de la sociedad norteamericana. Edison pasa a ser el representante de la nueva ola. A Di Trocchio parece olvidársele algo muy relacionado con ello: la irrupción del ámbito privado, de la empresa privada, junto al clásico escenario de la investigación pública.
Lo que sí le preocupa es el empobrecimiento del científico. El número de éstos crece exponencialmente, pero no lo hace ni el grado de genialidad o de entrega. Surgen los Comités de reparto de subvenciones, el descarte de las ideas avanzadas, el recurso al engaño, la connivencia de los organismos que distribuyen los fondos, la burocratización de las concesiones, la desaparición de la iniciativa en favor del encargo; en suma: la pérdida de la libertad que existía en el “otium”. El fenómeno lo sitúa Di Trocchio en Estados Unidos, pero pronto se transmite a Europa. Lo que le lleva a preguntarse cuál será el futuro de la Ciencia, lo que resuelve en primer término remitiéndose a las ideas del historiador de la ciencia y matemático británico Dereck John de Solla Price, creador de la cienciometría, que planteó algo así como un apocalíptico panorama de estancamiento que ya en nuestros días debiera estar manifestándose. Di Trocchio asume la propuesta de Price: “transferir progresivamente la actividad de investigación a los países en vía de desarrollo”, no ocultando la idea subyacente: “la historia de la ciencia demuestra con bastante claridad que los científicos siempre han producido más cuando se les ha pagado menos”. Pero parece que la idea va siendo acogida por las organizaciones internacionales. O sea: más trasfondo de dinero.
Di Trocchio dedica parte del libro a narrar famosos casos de engaño y mentira. Digamos que es la parte aburrida y carente de interés de su contenido. Por ello prescindo de comentar todas ellas. No podían faltar, sin embargo, a la cita las mentiras de los médicos, lo que llama “delitos con bata blanca”. Repasa, siempre con el mismo estilo cansino y agobiante, los grandes errores que han causado los fallos médicos más notables. Falto a su deber de historiador, se convierte es un gacetillero que repasa en primer término la causa de la talidomida y los problemas que, como autor de falsificación, sufrió el médico australiano William McBride. Siguen las penalidades que, como falsificador, padeció el cardiólogo Eugene Braunwald. Más interesante es el tema de los falsos trasplantes, cuya manifestación más aparatosa fue el trasplante de testículos del doctor Voronoff que, en torno a 1920, se puso de moda; curiosamente se nos dice que Anatole France fue uno de los trasplantados. No fue el único caso de mentiras en torno a los trasplantes, pero a quien Di Trocchio concede la palma es a los oncólogos. Aclara que “en el campo médico el fraude científico se manifiesta ante todo en los casos clínicos inflados”. “Los médicos declaran tanto en los congresos como en sus artículos, haber operado o curado muchas más personas de las que ha tratado en realidad.
Queda una cuestión candente: el móvil. ¿Por qué los científicos actuales engañan?  No todos. Ni siquiera probablemente los más. Di Trocchio rechaza la referencia a la defectibilidad humana a tenor de la cual también los científicos son hombres con sus debilidades y bajezas. Pero esa explicación no le gusta. Afirma que “las estafas científicas de hoy en día tienen más que ver son la estructura socioeconómica de la ciencia que con su lógica”. Los científicos que engañan hoy son los que ha llamado “mercenarios de la ciencia”. Pero el libro termina cayendo en el agujero negro que representa Popper. A partir del ahí se alabará el error y la falsificación. Se invoca entonces a René Thom, fundador de la teoría del caos, para apoyar su idea: ”en ciencia siempre lo falso genera lo verdadero”. Otra cosa son las estafas “insignificantes”. Pero nuestro conocimiento se va apoyando en errores y equivocaciones. Di Trocchi repasa la pérdida del “paraíso de las ecuaciones lineales” que supuso la teoría del caos de Edward Lorenz: la exactitud perseguida por la ciencia era ya imposible y la aceptación de la “mentira”, necesaria. Al final sólo pide un esfuerzo para devolver a los científicos su dignidad y su libertad.
El libro muestra dos aspectos problemáticos. El primero es la incidencia del paso del tiempo a lo que parece especialmente vulnerable. El segundo, la vaguedad y ausencia de definición con se manejan los conceptos básicos utilizados. Una pena. Pero queda su crítica y su amargura, lo más valioso de su contenido.

“Las mentiras de la ciencia” (págs.) es un libro escrito por el italiano Federico Di Trocchio en 1993 que fue publicado en España por Alianza Editorial en su colección Libro de Bolsillo en 1995. La tercera edición, que es la aquí utilizada data de 2013, año de su muerte.

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