Aún no han pasado cinco años desde que murió Federico di Trocchio, destacado como historiador
de la ciencia italiano. Hace 25 años publicó este
libro, pero ¿qué sucede en 25 años en un tiempo tan cambiante como el actual?
El libro parece
tener dos partes: una histórica, en donde se recogen los grandes fraudes científicos,
y otra, que podemos calificar de actualidad, en la que se vierten consideraciones
sobre la política de investigación. La primera puede calificarse de realmente
histórica, en tanto que la segunda hubiera encajado mejor en un diario o una
publicación periódica, en donde se sabe que el autor y su comentario están
sometidos a la ley del paso del tiempo que convierte la queja o análisis en
documento histórico que unicamente refleja un momento dado.
Aunque la
traducción del término italiano del título original, “bugie”, es realmente
“mentira”, el libro comienza a referirse al engaño, al que considera un arte y
algo ya arraigado en el mundo científico. Salta la noción de “engañología”, “ciencia que enseña a los científicos cómo
engañar a oros científicos. Estos a su vez convencen a los periodistas, quienes
finalmente se encargan de seducir a las masas”. Pero son los científicos
las verdaderas víctimas de las falsificaciones. Anticipemos que Di Trocchio se
mueve en un plano donde los conceptos de ciencia, científico e investigación
tienen un perfil peculiar del que, con sinceridad, discrepamos. Por vago y por
mutante.
El mundo de los
engaños científicos que denuncia es el de la búsqueda de apoyos económicos, y
subvenciones. Por eso habla de dos aspectos al afirmar que esta ciencia, la
engañología, “contempla dos secciones: una burocrática y la otra más técnica”.
Añade que “la burocrática es la parte más
fácil, aunque no por ello más importante”, pero “el verdadero núcleo de la engañología es la parte técnica”. Todo “nace virtualmente cuando la ciencia de
vocación se transforma en profesión”. Ello lo sitúa cerca del año 1945
cuando surge la Big Science. Todo le conducirá a problemas trascendentales como
son la distinción de la verdad de la falsedad o de la motivación del científico
engañoso.
Que la orientación
del libro es un tanto peculiar lo demuestra el hecho de que los primeros
personajes que reciben sus andanadas son Tolomeo, Galileo y Newton, a los que
acusa de haber afirmado que han llegado a conclusiones a través de experimentos
y observaciones que nunca realizaron o realizaron de forma distinta de la
descrita o con resultados diferentes de los descritos o que, simplemente,
tomaron de otros. Pero ¿no estábamos hablando de las falsedades actuales de los
científicos? El mismo Di Trocchio parece rectificar en parte ese juicio cuando
habla del distinto talante del científico que podemos llamar histórico y el
actual. El primero “engañaba” favoreciendo la ciencia y la búsqueda de la
verdad, sobre sus propios intereses; el científico actual hace justamente lo
contrario. O sea, el comentado paso de la vocación a la profesión.
En ocasiones,
los engaños científicos desembocan en litigios. Desfila en primer lugar Stephen
Browning, defensor de estimulantes en lugar de neurolépticos en el tratamiento
de retraso mental; un juez le condenó en 1988. Sigue Robert Gallo, a quien
tradicionalmente se le ha atribuido el descubrimiento de los retrovirus de la
familia HTLV, a uno de los cuales el HTLV3 se le atribuye el sida; un acuerdo
amistoso entre entidades norteamericanas y el Instituto Pasteur, que defendía
la autoría del descubrimiento a Montagnier, acabó en 1987 con un acuerdo amistoso.
Un tercer ejemplo: David Baltimore, virólogo que, denunciado, dimitió en 1991.
Y Claudio Milanese, Una historias prolijas y cansinas, llenas de datos sobre
las controversias mantenidas y que permiten a Di Trocchio argumentar que hoy se
cometen más estafas y mentiras que en el pasado, simplemente porque se mueve
más dinero. No es casualidad afirma que el mayor número de fraudes se producen
en el ámbito de las ciencias biomédicas, el área a la que los Estados Unidos
han dedicado mayores inversiones.
En el libro se
considera una fecha fundamental la de 1968, año en el que James Watson confiesa
en su libro “La doble hélice” la forma torpe con que llegó a descubrir (junto
con Wilkins y Crick) el modelo del ADN. Watson “era el típico representante de una nueva generación de jóvenes
científicos insensibles, cínicos, amorales”. DI Trocchio entiende que el “nuevo tipo de científico que Watson y sus
colegas encarnaban era que su trabajo se veía condicionado por una estructura
económica completamente diferente a la que había avalado el trabajo de los científicos
en el pasado”. Al hilo de ello, se nos expone una vieja distinción entre el
“otium” y el “negotium”. Este último aludía en definitiva a la actividad del
hombre dirigida a su subsistencia, es decir, a la obtención de los medios económicos
para vivir. En sentido contrario, el “otium” era el tiempo que, fuera de aquél,
dejaba a la persona un ámbito de libertad, que el científico antiguo dedicaba a
la búsqueda de la verdad y al conocimiento. La carrera eclesiástica o
universitaria, el ejercicio de una profesión liberal o la enseñanza
proporcionaban el “negotium” dejando campar al científico por el “otium”
libremente.
Todo cambia a
través del tiempo. Surgen los mecenas o la revolución de Colbert en el siglo
XVII. “El Estado había decidido pagar la
actividad de la investigación del científico sin pedirle nada a cambio”.
Aparecerá entonces el término “científico” para referirse a estos ociosos. Y
será en los Estados Unidos donde definitivamente el científico pierda su libertad:
“En Estados Unidos en científico no podía
ser un “ocioso””. No era algo impuesto por lo militares, sino por el espíritu
pragmático y eficiente de la sociedad norteamericana. Edison pasa a ser el
representante de la nueva ola. A Di Trocchio parece olvidársele algo muy relacionado
con ello: la irrupción del ámbito privado, de la empresa privada, junto al
clásico escenario de la investigación pública.
Lo que sí le
preocupa es el empobrecimiento del científico. El número de éstos crece
exponencialmente, pero no lo hace ni el grado de genialidad o de entrega.
Surgen los Comités de reparto de subvenciones, el descarte de las ideas
avanzadas, el recurso al engaño, la connivencia de los organismos que
distribuyen los fondos, la burocratización de las concesiones, la desaparición de
la iniciativa en favor del encargo; en suma: la pérdida de la libertad que
existía en el “otium”. El fenómeno lo sitúa Di Trocchio en Estados Unidos, pero
pronto se transmite a Europa. Lo que le lleva a preguntarse cuál será el futuro
de la Ciencia, lo que resuelve en primer término remitiéndose a las ideas del
historiador de la ciencia y matemático británico Dereck John de Solla Price,
creador de la cienciometría, que planteó algo así como un apocalíptico panorama
de estancamiento que ya en nuestros días debiera estar manifestándose. Di
Trocchio asume la propuesta de Price: “transferir
progresivamente la actividad de investigación a los países en vía de desarrollo”,
no ocultando la idea subyacente: “la
historia de la ciencia demuestra con bastante claridad que los científicos
siempre han producido más cuando se les ha pagado menos”. Pero parece que
la idea va siendo acogida por las organizaciones internacionales. O sea: más
trasfondo de dinero.
Di Trocchio
dedica parte del libro a narrar famosos casos de engaño y mentira. Digamos que
es la parte aburrida y carente de interés de su contenido. Por ello prescindo
de comentar todas ellas. No podían faltar, sin embargo, a la cita las mentiras
de los médicos, lo que llama “delitos con bata blanca”. Repasa, siempre con el mismo
estilo cansino y agobiante, los grandes errores que han causado los fallos
médicos más notables. Falto a su deber de historiador, se convierte es un
gacetillero que repasa en primer término la causa de la talidomida y los
problemas que, como autor de falsificación, sufrió el médico australiano
William McBride. Siguen las penalidades que, como falsificador, padeció el
cardiólogo Eugene Braunwald. Más interesante es el tema de los falsos
trasplantes, cuya manifestación más aparatosa fue el trasplante de testículos
del doctor Voronoff que, en torno a 1920, se puso de moda; curiosamente se nos
dice que Anatole France fue uno de los trasplantados. No fue el único caso de
mentiras en torno a los trasplantes, pero a quien Di Trocchio concede la palma
es a los oncólogos. Aclara que “en el
campo médico el fraude científico se manifiesta ante todo en los casos clínicos
inflados”. “Los médicos declaran tanto en los congresos como en sus artículos,
haber operado o curado muchas más personas de las que ha tratado en realidad.
Queda una cuestión
candente: el móvil. ¿Por qué los científicos actuales engañan? No todos. Ni siquiera probablemente los más.
Di Trocchio rechaza la referencia a la defectibilidad humana a tenor de la cual
también los científicos son hombres con sus debilidades y bajezas. Pero esa
explicación no le gusta. Afirma que “las
estafas científicas de hoy en día tienen más que ver son la estructura
socioeconómica de la ciencia que con su lógica”. Los científicos que engañan
hoy son los que ha llamado “mercenarios
de la ciencia”. Pero el libro termina cayendo en el agujero negro que
representa Popper. A partir del ahí se alabará el error y la falsificación. Se
invoca entonces a René Thom, fundador de la teoría del caos, para apoyar su
idea: ”en ciencia siempre lo falso genera
lo verdadero”. Otra cosa son las estafas “insignificantes”. Pero nuestro
conocimiento se va apoyando en errores y equivocaciones. Di Trocchi repasa la
pérdida del “paraíso de las ecuaciones lineales” que supuso la teoría del caos
de Edward Lorenz: la exactitud perseguida por la ciencia era ya imposible y la
aceptación de la “mentira”, necesaria. Al final sólo pide un esfuerzo para
devolver a los científicos su dignidad y su libertad.
El libro
muestra dos aspectos problemáticos. El primero es la incidencia del paso del
tiempo a lo que parece especialmente vulnerable. El segundo, la vaguedad y
ausencia de definición con se manejan los conceptos básicos utilizados. Una
pena. Pero queda su crítica y su amargura, lo más valioso de su contenido.
“Las mentiras de la ciencia” (págs.)
es un libro escrito por el italiano Federico Di Trocchio en 1993 que fue publicado
en España por Alianza Editorial en su colección Libro de Bolsillo en 1995. La
tercera edición, que es la aquí utilizada data de 2013, año de su muerte.
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