Una vez más
conviene recurrir a Wikipedia para tener seguridad del pelaje del autor. En
este caso nos dirá que es profesor de la Universidad de Georgetown. Nos
informará además que es conocido por propugnar el movimiento “bleeding-heart
libertarianism”, una filosofía política que combina el énfasis libertario en
las libertades económicas y civiles, con hincapié en justicia social. Aclaro
que, a mi entender, si se le llama a alguien “bleeding heart” estamos acusándole
de estar al lado de los pobres y los que sufren, pero que no hace nada práctico
para ayudarles. Está definido como “a
person regardered as too sentimental or too liberal in dealing with social
problems”. Los ingleses, más directos, definen a esa persona como “a person who is excesively softhearted”.
Por fin: “to bleed” se traduce como “sangrar”. Corazones sangrantes…
Jason Brennan
muestra en este libro su actitud frente a la democracia: la defiende, como el
mejor sistema utilizado hasta el momento en el gobierno de los pueblos, pero
deja patente un hondo malestar ante su situación actual. O sea: es mejorable y
quiere mejorarla. Es difícil no pensar algo parecido.
Se comienza por
dividir a los individuos en tres categorías: Los “hobbits”, los “hooliqans” y
los “vulcánicos”. Ya desde este momento Brennan enseña su tendencia renovadora,
incluso revolucionaria. Pero resulta necesario describirlos porque recurrirá más
adelante a esos arquetipos. Los hobbits
con apáticos e ignorantes, carecen de opinión propia y de conocimientos; son en
Estados Unidos la típica persona que se abstiene de votar. Los hooligans son los “hinchas fanáticos de la política”; tienen conocimientos, pero
obtenidos de forma sesgada: confirman en ellos y en lo que saben. “La mayor parte de los votantes habituales,
los que participan activamente en la política, los activistas, los afiliados de
los partidos y los políticos son hooligans”. Los vulcánicos, por fin, piensan en la política de una manera
científica y racional; son desapasionados “en
parte porque se toman en serio evitar ser parciales e irracionales”; son
una minoría. Digamos que, aunque estos arquetipos están diseñados sobre la
realidad estadounidense son plenamente aplicables en cualquier país democrático.
Brennan recuerda que “los hooligans no
son por definición extremistas y los vulcanianos no son por definición
moderados”. Los arquetipos son independientes de las orientaciones derechistas
o izquierdistas, y, cómo se ha indicado, de su intensidad o entrega, aunque los
moderados son en su mayor parte hobbits o hooligans.
Brennan deja
sentado con claridad meridiana que no ataca la democracia, sino que la defiende
pretendiendo mejorarla. Y, anticipando sus conclusiones, deja ver que su
aspiración es convertir la democracia en una epistocracia. Para ello lucha
contra el que denomina “triunfalismo democrático” y lo hace diciendo: “Yo afirmo que para la mayoría de nosotros la
libertad y la participación política son, en general perjudiciales”. Y más
adelante: “si resultara que existe una
alternativa mejor, entonces deberíamos adoptarla”.
De hecho, la
noción de epistocracia es acuñado por Brennan en este libro, aunque tenga
lejanos atisbos históricos. Se trata de “un
sistema en el cual sólo pueden ejercer derecho a voto por sufragio electoral aquellas
personas que tengan cierto conocimiento sobre Ciencias Sociales y se encuentren
lo menos sesgados posibles”. La idea del sesgo (lo que muchas veces llamo
burdamente “pelaje”) es importante y Brennan nos distinguirá como fundamentales
los sesgos de conformidad, disconformidad, motivado, intergrupal, de
disponibilidad, de actitud previa, terminando por la presión social y la
autoridad. Con ellos va a oponerse a la “democracia deliberativa”, sostenida
por los que defienden el hablar y deliberar: frente a ellos mantendrá que
debido a la existencia de los sesgos “la
deliberación política bien podría corrompernos y embrutecernos en lugar de
ennoblecernos e iluminarnos”. “Las
personas tienden a deliberar como hooligans, no como vulcanianos”. Es una
característica de este autor: dispara contra todo lo que se mueve, víctima a su
vez del sesgo del amor a sus ideas. Más adelante las someterá a juicio,
admitiendo que en ocasiones pueden ofrecer resultados contradictorios y no
esperados, pero el cariño por ellas se mantiene indeleble.
Si bien muchas
de las ideas puesta por Brennan pueden ser predicadas de la democracia en
general, otras parecen muy pegadas a la realidad de la democracia
estadounidense, cuya estabilidad y moderación es notoria. Como lo es el nivel
de conocimientos de la población norteamericana; a ello atribuye Brennan la
elección de Trump. Por ello muchas de sus conclusiones y ejemplos están
adaptados a esa realidad, o sea, están sesgados. Sin querer, probablemente, se
traslada de la crítica a la deficiencia de las elecciones democráticas a la del
resultado de dichas elecciones: es decir, a los gobiernos. El libro echa en
falta el consentimiento informado de los enfermos ante un tratamiento, pero
tanto allí como en la política (el voto) se encuentra con individuos manipulados
por el propio gobierno, sin capacidad intelectual para entender sus opciones,
con ocultaciones. Y cita mentiras y ocultaciones de Bush, Clinton y Obama.
Es preciso
referirse a un término que una y otra vez se utiliza en este libro:
“empoderamiento”. Una palabra que se utilizaba antiguamente como sinónimo de
otorgar un poder en favor de alguien, acepción que ahora está fuera de uso y
vigencia. Fue la 23ª edición del Diccionario de Lengua, la de 2014, la que dio
entrada al término para significar “hacer
poderoso o fuerte al individuo o grupo social desfavorecido”. Se daba así
cabida a la traducción de del “enpowerment” inglés, nacido en torno a los 60
dentro del ámbito pro feminista y cada vez más utilizado en las obras de carácter
sociológico y político. Resulta preciso porque Brennan se va a preguntar si el
sistema democrático nos “empodera” (será la última vez que entrecomille este
término) “a usted y a mí”. La conclusión, obviamente, es que no lo hace:
nuestro voto no decide nada absolutamente. Ni en el caso de que hayamos votado
al bando ganador. Luego el Gobierno hará lo que quiera, lo que nos hace
recordar a Tierno Galván declarando que las promesas electorales se hacen para
no cumplirlas, franqueza que nunca agradeceremos bastante. Aunque dada la experiencia
que tenemos en España, era innecesario ese rasgo de franqueza.
Uno de los
grandes caballos de batalla del libro es la relación entre el derecho universal
al voto y el principio de igualdad. El derecho universal al voto ha adquirido
un carácter puramente semiótico: es un reconocimiento universal de la igualdad
de los individuos; pero, más allá de ese sentido simbólico, crece de realidad e
importancia. En definitiva, la desigualdad que existente entre la universalidad
de ese derecho y el grado de información, conocimiento y responsabilidad de los
votantes. Se está tratando a desiguales como iguales, lo que supone una
injusticia que culminará eventualmente en la imposición de gobierno derivado de
esa desigualdad. Como para ejercer la medicina se requiere conocimientos
médicos, para votar se debiera exigir un correlativo grado de conocimientos. Lo
contrario es entregarnos en manos de hobbits y hooligans. Recuerdo como en la
Venezuela de los 80 se me contaba como allí la mayoría de los votantes trataba
de acertar el ganador, sin prestar la menor atención a ideas o programas. ¿Ha
traído aquella Venezuela la actual?
Inevitablemente
se llega a la idea del “derecho a un gobierno competente”. Uno puede clamar: “¿Por qué debería estar yo sometido al
gobierno de los hobbits y los hooligans?”. La conclusión de Brennan es
clara: nadie debería estar sometido a decisiones políticas trascendentes tomadas
de manera incompetente o caprichosa. Ello va a llevarle a analizar “el derecho
a gobernar”. Quizá estamos ante la parte más confusa del libro, ya que desemboca
en las nociones de legitimidad y autoridad que hace depender en último término
de un “principio de competencia” aplicable a gobernantes, jurados y electorados
con sus cinco peligros: ignorancia, irracionalidad, incapacidad, inmoralidad y
corrupción.
¡Ahí te
pillamos!, podíamos exclamar al llegar a la última parte del libro en la que
Brennan repasa las posibles “soluciones” de mejora de la democracia. Desde la
del sorteo indiscriminado de López-Guerra, a la selección, pasando o no por
cursos de deliberación previa. Al final hay que designar a los “vulcánicos” que
votarán por todos. Obviamente surge el gran problema de la elección, con sus
peligros de endogamia, cooptación y partitocracia. Sin contar con el más grave:
¿quién elige a los electores? Sin contar tampoco con los de grados y materias
de formación. Y no hay una decantación definitiva. Es un libro lleno de pros y
contras, de síes, peros y sin embargos.
Jason Brennan
acumula ideas. No se podría decir que ninguna de ellas sea inservible. Pero
tenemos la sensación de estar ante una utopía, tan deseable como imposible.
Quizá la idea básica es la falta de aceptación de lo que llama “triunfalismo
democrático”. Tiene razón en pensar en una epistocracia como algo ideal, como
la que podríamos tener a soñar con un gobierno de personas capaces que buscaran
el bien común. Quizá la diferencia radique en que nadie habla mal de la
democracia y todos hablan mal de los gobiernos. Pensar en la democracia como
una migaja que nos arrojan los políticos para que nos creamos gobernantes no es
una insensatez. Como en el concurso televisión de los 60, somos reinas por un día.
Al día siguiente somos espectadores. Y, como se queja Brennan, esa decisión ha
sido tomado por individuos que, en su mayor parte, carecen de los mínimos
elementos de juicio y que ni siquiera los buscan.
Lo que dice
Brennan suena al “no es eso, no es eso” orteguiano. Su tesis, por no pasar de
eso, podía haberse resumido en muchas menos páginas. O haber avanzado por el
camino de lo electoral. Pero opta por aludir a una democracia imperfecta en que
ciudadanos ignorantes o sesgados nos traen gobiernos incompetentes.
“Contra la democracia” (Against Democracy)
(496 págs.) es un libro escrito por Jason Brennan en 2016 y fue publicado el
mismo año. Traducido al español fue publicada en 2018 por Deusto, sello
editorial de Centro Libros PAPF, S.L.U. (Grupo Planeta)