Ramón Cendoya
es un periodista vasco al que tuvimos acceso viéndole exponer sus opiniones políticas
en tertulias televisivas, sin ajustarse en absoluto a lo correcto políticamente
(más bien a lo incorrecto, lo que es de agradecer). No tuve la suerte de
conocer el blog en donde exponía sus críticas y que se llamaba “El Charco”,
pero me llamó la atención la contundencia y coherencia de las ideas que
expresaba en sus intervenciones. Todo ello me indujo a comprar el libro que
aparecía como obra suya en la presentación que se hacía de él en la televisión.
Y en él descubrí a otro Ramón Cendoya.
Este “otro”
sobrepasaba de entrada al periodista (a propósito: ¿a quién llamamos hoy en día “periodista?).
¿Es un sociólogo quien nos hablaba desde el libro? ¿Un empresario? ¿O qué?
Porque el libro no nos habla de política, sino de algo que está pasando y que
nos afecta de forma definitiva. Así se explica ese extraño título en donde la
revolución se edulcora hasta parecer evolución y la evolución trasciende a lo
revolucionario. O sea que en lugar de toparnos con un libro que nos habla de
política, nos hallamos frente a la denuncia de una situación que —no hay por
qué ocultarlo— nos angustia. No estamos ante el clásico, ¿de dónde venimos,
quienes somos y a dónde vamos? Ni siquiera ante el “lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa”. La cosa es más
simple, mucho más simple y nos lo explica Ramon Cendoya así, con la
contundencia del mantra electoral de Clinton: es la tecnología, estúpido.
Cada vez que
renunciamos a aprender una nueva tecnología, cada vez que nos admiramos de la
facilidad con que nuestros nietos manejan tabletas y teléfonos, estamos reconociendo
nuestra derrota ante la evolución que para nosotros es revolución ahora y que,
a la larga, será contemplada como revolución total.
Algo crucial en
el libro es la clasificación de las personas en tres categorías: los
prebotónicos, los botónicos y los digitales. En parte es una creación de
Cendoya que precisa ser aclarada. Todo proviene de la forma en que nos
acercamos a los nuevos medios que la tecnología nos ofrece: botones,
interruptores, teclados, ratones, los simples dedos… Y lo venimos haciendo,
acomodándonos a nuestra edad en estos momentos, a lo que se produce hoy ante nosotros;
el cambio tecnológico que alterará el mundo.
Oigamos a Cendoya.
Los probotónicos son “individuos a los que el boom de las
tecnologías llegó en el momento de su madurez. Lo vieron como algo que no iba
con ellos”. Unos más y otros menos, hicieron esfuerzos para asimilar la novedad,
pero muchos han quedado en el simple teléfono móvil. Los botónicos son ”individuos que
presenciaron el boom de la tecnología en su infancia o juventud”. Fueron vanguardia,
pero han dejado de serlo., “Sea cual sea
su nivel de uso y su convivencia con la tecnología, son plenamente conscientes
de que van por detrás. Y cada día más lejos”. Finalmente aparecen los táctiles. Son “el nuevo ser humano”. El
hombre digital ―homo digitalis― ya no necesita teclado; la voz o los
dedos les son suficiente para dar instrucciones, recibir información o llevar a
cabo funciones., Son jóvenes que surgen en un mundo ya avanzado tecnológicamente.
Pero Cendoya advierte: “Perderán
habilidades milenarias que han sido parte fundamental del hombre tal y como le hemos
conocido a lo largo de la historia. Y probablemente por eso dejen de ser
sapiens”. Confieso que me he topado con personas, de esas incapaces de
escuchar, que se han profesado “desde ya” digitales.
El libro recoge
como preludio una descripción de cómo fueron apareciendo los avances
tecnológicos en el campo informativo. Es una historia que a un prebotónico como
yo resulta entre nostálgica y divertida. Desfilan los Amstrad, los Commodore,
el Spectrum… Suenan por primera vez Apple y Microsoft. Y comenzamos a hablar de
sistemas operativos como el DOS, de ficheros, de disquetes, de CDs. Hacíamos
pinitos de programación… Fuimos superados: Cendoya promete a prebotónicos y botónicos
su desaparición por un simple proceso vital.
¿Estamos ante
un libro deprimente y descorazonador? Desde luego que no, La tristeza de verse
desbordado por la realidad tecnológica, queda compensada ampliamente por el
hecho que destaca Cendoya de haber tenido el privilegio de haber sido espectadores
de los cambios fundamentalmente que han ido produciéndose a lo largo de nuestra
vida. Un espectáculo grandioso de cambio que los digitales no podrán ya vivir.
No es un libro ni triste ni deprimente; simplemente provoca cierta nostalgia y
genera una angustia por un futuro que ya no será nuestro.
La trascendencia
de esa “rEvolución” se mide en el libro de dos vertientes fundamentales: la
influencia en el individuo, la persona individual, y la influencia en la
sociedad. El avance tecnológico va a producir otro efecto que ha sido posible
gracias al mismo y es la aparición de Internet y la definitiva transformación
que con ella se ha producido en los campos de la comunicación y de la
información .
Cuando entramos
al análisis de los efectos de la nueva tecnología en la sociedad los efectos
que se nos anuncian, simplemente, asustan. Quizá muchas de ellos sólo han
comenzado a manifestarse, pero no es menos cierto que, a un plazo no muy largo,
serán realidad. Esa idea —la inevitabilidad del proceso— es una constante en el
libro hasta llegar a ser obsesiva. No hay vuelta atrás. No hay error en las
predicciones y en la anticipación de los hechos. Y uno lo admite, advertido por
la realidad ya campante.
Es duro leer
que, cuando ya no sea necesario escribir y baste la dicción o poco menos,
desparecerá la gramática primero y la propia escritura manual después. Es duro
leer que desparecerá igualmente el cálculo porque las máquinas lo harán por
nosotros. Si los teclados van desplazando definitivamente a la letra escrita,
la voz primero y más tarde el gesto harán innecesarios los teclados. Un camino
que ya ha comenzado a recorrerse cuando nos dirigimos a teléfonos, ordenadores
o televisiones expresándoles lo que buscamos, lo que queremos, todo. Con ello
ha cambiado también la forma de trabajar el conocimiento: “El cambio radical consiste en que en vez de formar en el saber se forma
en el acceder. No se ejercita la memoria, ni se trabajan la relación, la
comparación y el análisis”.
Una figura
peculiar que destaca Román Cendoya es ésta: el intermediario. Las nuevas tecnologías lo harán prescindible en unos
casos; en otros, su función será apropiada por extrañas fuerzas. Las nuevas
tecnologías acercan en unos casos y alejan en otros. Ya no bajamos a comprar el
periódico y hablamos con el quiosquero, ni tenemos que ir al banco, ni ir de
tiendas, ni hacer la compra. Ya no hablamos son esos intermediarios que van
despareciendo. Nuestras relaciones sociales disminuyen los puestos de trabajo
desaparecen, pero no las comisiones con que hacemos frente a esas
sustituciones. El ejemplo global que se presenta es el de Kodak y los viejos rollos
de película fotográfica. Hoy no hay ni retrasos ni costos; las fotografías las
hacemos con nuestro teléfono, nuestro Smartphone, y las mandamos a donde
queramos en el mundo instantáneamente. La desaparición de Kodak es el paradigma
de los cambios que se irán produciéndose en editoriales, en grandes
superficies, en la música grabada, en las películas. Incluso Cendoya incluye la
pornografía.
Al mismo tiempo
aumenta la conectividad. Nos permite tener todo a nuestro alcance, “es adictiva y su ausencia es estresante y
enfermiza”. Viajamos llevando con nosotros todas las radios y televisiones,
todos los libros y pinturas, todas la opiniones y novedades. No podemos apenas
prescindir de ellos. Y queremos también comunicarnos, algo difícil que solo
algunos consiguen. Los efectos se aprecian también en el orden político. Las
castas políticas han trastocado el orden social, sustituyendo la democracia por
la partitocracia. En ese escenario, Cendoya advierte una esperanza de
liberación del individuo, aunque también exige a este que vea en sus derechos,
obligaciones. “La desaparición del intermediario
dejará al individuo en una situación más “desprotegida” ante su realidad. No sé
si esa sociedad será mejor o peor de la que hemos conocido. Lo que sé es que
será diferente”. Pese a ello nos ofrece visiones del futuro esperado y
medidas que considera necesarias frente al poder y la administración. Uno,
sinceramente, es más negativo: simplemente no espera sino el desorden. Y piensa
que, en el fondo, Ramón Cendoya también lo siente cuando reclama
responsabilidad y regulación de la nueva libertad y los nuevos ámbitos de
poder. “El futuro homo digitalis debe
desarrollarse sobre lo mejor del homo sapiens”
En el auténtico
torrente de ideas que es libro, se hacen unas consideraciones finales sobre la
influencia de le rEvolución en las normas legales (¿sabrán tener la
flexibilidad en su dicción que exige el cambio?), en las religiones (¿sobrevivirán
o se adaptarán a la realidad nueva que se avecina?) o la medicina, por ejemplo.
En su epílogo proclama una evidencia: “Es
un privilegio ser un hombre analógico, en el momento más avanzado de nuestra
historia, y poder empezar a intuir el mundo digital”. Tenemos la fortuna de
“haber vivido ese momento fascinante de
transformación de la rEvolución”. Añadiría al fascinante los calificativos
de doloroso y desconcertante. Algo así se dice el libro: “La era analógica se termina y nosotros con ella”. Nosotros, claro,
somos los botónicos y prebotónicos. Algunos de los cuales sentimos que nuestra
mortalidad va a ser acompañada por la de nuestro mundo analógico.
Un libro
deslumbrante que se sitúa ante nuestros ojos, ya deslumbrados por realidad y
que ahora vemos crudamente reflejada.
“rEvolución. Del homo sapiens al
homo digitalis” (13 págs.) es un libro del que es autor Román Cendoya, Registrado
en 20913 fue editado ese año por Editorial Sekotia.