lunes, 25 de febrero de 2019

Román Cendoya : “rEvolución. Del homo sapiens al homo digitalis”.


Ramón Cendoya es un periodista vasco al que tuvimos acceso viéndole exponer sus opiniones políticas en tertulias televisivas, sin ajustarse en absoluto a lo correcto políticamente (más bien a lo incorrecto, lo que es de agradecer). No tuve la suerte de conocer el blog en donde exponía sus críticas y que se llamaba “El Charco”, pero me llamó la atención la contundencia y coherencia de las ideas que expresaba en sus intervenciones. Todo ello me indujo a comprar el libro que aparecía como obra suya en la presentación que se hacía de él en la televisión. Y en él descubrí a otro Ramón Cendoya.
Este “otro” sobrepasaba de entrada al periodista (a propósito:  ¿a quién llamamos hoy en día “periodista?). ¿Es un sociólogo quien nos hablaba desde el libro? ¿Un empresario? ¿O qué? Porque el libro no nos habla de política, sino de algo que está pasando y que nos afecta de forma definitiva. Así se explica ese extraño título en donde la revolución se edulcora hasta parecer evolución y la evolución trasciende a lo revolucionario. O sea que en lugar de toparnos con un libro que nos habla de política, nos hallamos frente a la denuncia de una situación que —no hay por qué ocultarlo— nos angustia. No estamos ante el clásico, ¿de dónde venimos, quienes somos y a dónde vamos? Ni siquiera ante el “lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa”. La cosa es más simple, mucho más simple y nos lo explica Ramon Cendoya así, con la contundencia del mantra electoral de Clinton: es la tecnología, estúpido.
Cada vez que renunciamos a aprender una nueva tecnología, cada vez que nos admiramos de la facilidad con que nuestros nietos manejan tabletas y teléfonos, estamos reconociendo nuestra derrota ante la evolución que para nosotros es revolución ahora y que, a la larga, será contemplada como revolución total.
Algo crucial en el libro es la clasificación de las personas en tres categorías: los prebotónicos, los botónicos y los digitales. En parte es una creación de Cendoya que precisa ser aclarada. Todo proviene de la forma en que nos acercamos a los nuevos medios que la tecnología nos ofrece: botones, interruptores, teclados, ratones, los simples dedos… Y lo venimos haciendo, acomodándonos a nuestra edad en estos momentos, a lo que se produce hoy ante nosotros; el cambio tecnológico que alterará el mundo.
Oigamos a Cendoya. Los probotónicos son “individuos a los que el boom de las tecnologías llegó en el momento de su madurez. Lo vieron como algo que no iba con ellos”. Unos más y otros menos, hicieron esfuerzos para asimilar la novedad, pero muchos han quedado en el simple teléfono móvil. Los botónicos son ”individuos que presenciaron el boom de la tecnología en su infancia o juventud”. Fueron vanguardia, pero han dejado de serlo., “Sea cual sea su nivel de uso y su convivencia con la tecnología, son plenamente conscientes de que van por detrás. Y cada día más lejos”. Finalmente aparecen los táctiles. Son “el nuevo ser humano”. El hombre digital homo digitalis ya no necesita teclado; la voz o los dedos les son suficiente para dar instrucciones, recibir información o llevar a cabo funciones., Son jóvenes que surgen en un mundo ya avanzado tecnológicamente. Pero Cendoya advierte: “Perderán habilidades milenarias que han sido parte fundamental del hombre tal y como le hemos conocido a lo largo de la historia. Y probablemente por eso dejen de ser sapiens”. Confieso que me he topado con personas, de esas incapaces de escuchar, que se han profesado “desde ya” digitales.
El libro recoge como preludio una descripción de cómo fueron apareciendo los avances tecnológicos en el campo informativo. Es una historia que a un prebotónico como yo resulta entre nostálgica y divertida. Desfilan los Amstrad, los Commodore, el Spectrum… Suenan por primera vez Apple y Microsoft. Y comenzamos a hablar de sistemas operativos como el DOS, de ficheros, de disquetes, de CDs. Hacíamos pinitos de programación… Fuimos superados: Cendoya promete a prebotónicos y botónicos su desaparición por un simple proceso vital.
¿Estamos ante un libro deprimente y descorazonador? Desde luego que no, La tristeza de verse desbordado por la realidad tecnológica, queda compensada ampliamente por el hecho que destaca Cendoya de haber tenido el privilegio de haber sido espectadores de los cambios fundamentalmente que han ido produciéndose a lo largo de nuestra vida. Un espectáculo grandioso de cambio que los digitales no podrán ya vivir. No es un libro ni triste ni deprimente; simplemente provoca cierta nostalgia y genera una angustia por un futuro que ya no será nuestro.
La trascendencia de esa “rEvolución” se mide en el libro de dos vertientes fundamentales: la influencia en el individuo, la persona individual, y la influencia en la sociedad. El avance tecnológico va a producir otro efecto que ha sido posible gracias al mismo y es la aparición de Internet y la definitiva transformación que con ella se ha producido en los campos de la comunicación y de la información .
Cuando entramos al análisis de los efectos de la nueva tecnología en la sociedad los efectos que se nos anuncian, simplemente, asustan. Quizá muchas de ellos sólo han comenzado a manifestarse, pero no es menos cierto que, a un plazo no muy largo, serán realidad. Esa idea —la inevitabilidad del proceso— es una constante en el libro hasta llegar a ser obsesiva. No hay vuelta atrás. No hay error en las predicciones y en la anticipación de los hechos. Y uno lo admite, advertido por la realidad ya campante.
Es duro leer que, cuando ya no sea necesario escribir y baste la dicción o poco menos, desparecerá la gramática primero y la propia escritura manual después. Es duro leer que desparecerá igualmente el cálculo porque las máquinas lo harán por nosotros. Si los teclados van desplazando definitivamente a la letra escrita, la voz primero y más tarde el gesto harán innecesarios los teclados. Un camino que ya ha comenzado a recorrerse cuando nos dirigimos a teléfonos, ordenadores o televisiones expresándoles lo que buscamos, lo que queremos, todo. Con ello ha cambiado también la forma de trabajar el conocimiento: “El cambio radical consiste en que en vez de formar en el saber se forma en el acceder. No se ejercita la memoria, ni se trabajan la relación, la comparación y el análisis”.
Una figura peculiar que destaca Román Cendoya es ésta: el intermediario. Las nuevas tecnologías lo harán prescindible en unos casos; en otros, su función será apropiada por extrañas fuerzas. Las nuevas tecnologías acercan en unos casos y alejan en otros. Ya no bajamos a comprar el periódico y hablamos con el quiosquero, ni tenemos que ir al banco, ni ir de tiendas, ni hacer la compra. Ya no hablamos son esos intermediarios que van despareciendo. Nuestras relaciones sociales disminuyen los puestos de trabajo desaparecen, pero no las comisiones con que hacemos frente a esas sustituciones. El ejemplo global que se presenta es el de Kodak y los viejos rollos de película fotográfica. Hoy no hay ni retrasos ni costos; las fotografías las hacemos con nuestro teléfono, nuestro Smartphone, y las mandamos a donde queramos en el mundo instantáneamente. La desaparición de Kodak es el paradigma de los cambios que se irán produciéndose en editoriales, en grandes superficies, en la música grabada, en las películas. Incluso Cendoya incluye la pornografía.
Al mismo tiempo aumenta la conectividad. Nos permite tener todo a nuestro alcance, “es adictiva y su ausencia es estresante y enfermiza”. Viajamos llevando con nosotros todas las radios y televisiones, todos los libros y pinturas, todas la opiniones y novedades. No podemos apenas prescindir de ellos. Y queremos también comunicarnos, algo difícil que solo algunos consiguen. Los efectos se aprecian también en el orden político. Las castas políticas han trastocado el orden social, sustituyendo la democracia por la partitocracia. En ese escenario, Cendoya advierte una esperanza de liberación del individuo, aunque también exige a este que vea en sus derechos, obligaciones. “La desaparición del intermediario dejará al individuo en una situación más “desprotegida” ante su realidad. No sé si esa sociedad será mejor o peor de la que hemos conocido. Lo que sé es que será diferente”. Pese a ello nos ofrece visiones del futuro esperado y medidas que considera necesarias frente al poder y la administración. Uno, sinceramente, es más negativo: simplemente no espera sino el desorden. Y piensa que, en el fondo, Ramón Cendoya también lo siente cuando reclama responsabilidad y regulación de la nueva libertad y los nuevos ámbitos de poder. “El futuro homo digitalis debe desarrollarse sobre lo mejor del homo sapiens
En el auténtico torrente de ideas que es libro, se hacen unas consideraciones finales sobre la influencia de le rEvolución en las normas legales (¿sabrán tener la flexibilidad en su dicción que exige el cambio?), en las religiones (¿sobrevivirán o se adaptarán a la realidad nueva que se avecina?) o la medicina, por ejemplo. En su epílogo proclama una evidencia: “Es un privilegio ser un hombre analógico, en el momento más avanzado de nuestra historia, y poder empezar a intuir el mundo digital”. Tenemos la fortuna de “haber vivido ese momento fascinante de transformación de la rEvolución”. Añadiría al fascinante los calificativos de doloroso y desconcertante. Algo así se dice el libro: “La era analógica se termina y nosotros con ella”. Nosotros, claro, somos los botónicos y prebotónicos. Algunos de los cuales sentimos que nuestra mortalidad va a ser acompañada por la de nuestro mundo analógico.
Un libro deslumbrante que se sitúa ante nuestros ojos, ya deslumbrados por realidad y que ahora vemos crudamente reflejada.

“rEvolución. Del homo sapiens al homo digitalis” (13 págs.) es un libro del que es autor Román Cendoya, Registrado en 20913 fue editado ese año por Editorial Sekotia.

sábado, 16 de febrero de 2019

Jose-Alberto Palma : “Historia negra de la medicina”


Estamos ante un libro curioso. Nos cuenta una historia que en ocasiones puede producir malestar, repugnancia o temor. La historia de la parte oscura de la medicina, que nos permite valorar su brillantez actual y, a la vez, dudar de ella. Desfilan visionarios y villanos, pero tras de ellos se vislumbra el enfermo siempre a la búsqueda de la salud perdida.
José Alberto Palma en un neurólogo, profesor de neurología en la New York University, integrado en una familia de médicos y autor de varias obras en donde refleja sus inclinaciones e ideas. Junto a sus conocimientos hay que destacar su estilo literario, ágil, atrayente y fácil, favorecido en este libro por el tema abordado. No le importa, sin embargo, apartarse del sendero e intercalar anécdotas, personales o ajenas, o breves biografías que sitúan al lector cómodamente en el tema abordado.
Leyendo esta historia negra nos situamos en el escenario ya olvidado de los tiempos que nos precedieron. Cuando no había los analgésicos actuales, cuando la tuberculosis era un camino rápido e inevitable para la muerte, cuando la cirugía no contaba con la anestesia y desconocía la asepsia, cuando el enfermo mental era una realidad misteriosa y cercana... Y uno se para a pensar si no seguimos estando en otro momento concreto de la historia que en un futuro no lejano será mirado a su vez con conmiseración. Echamos la mirada atrás y no muy lejos vemos los avances de la cirugía (como la laparoscopia o las muevas prótesis), los de la farmacología (hoy prohibidos como peligrosos los medicamentos que como el Pental, el Belladenal o Optalidón comprábamos sin problemas en las farmacias), los de la aplicación de la informática a la medicina. “Cuesta entender como los medidos pudieron causar tanto daño durante tantos siglos de manera impune con remedios… sin haber comprobado si eran verdaderamente eficaces”. Comprobar si una cosa funcionaba era la base del método científico.
Ese el mensaje que el autor deja: una prudencia que evite excesos o irresponsabilidades. Se refiere en concreto a la facilidad con que, hoy en día, se recurre a la nueva tecnología. ¿Sabemos los problemas que pueden encerrar el uso desmedido de la tomografía computadorizada, por ejemplo? ¿Debemos conceder a los nuevos medicamentos una confianza excesiva en su bondad?
Vayamos al libro, que está ordenado en capítulos en los que se van recorriendo las grandes pifias del avance médico. Se exceptúa quizá los elogios que dirige inicialmente a las trepanaciones descubiertas por la arqueología, para inmediatamente referirse a lo hoy ya está a nuestra disposición: anestesia, asepsia, analgésicos, antiinflamatorios, diagnóstico por la imagen, farmacología abundante… Inmediatamente pasa a referirse a las ideas sobre la sangre que condujeron a la utilización de las sangrías, sustituidas por las repugnantes sanguijuelas. O el empleo de remedios basados en los desechos y secreciones, destacando la orina (que hasta se bebe) y las heces (incluida la técnica del trasplante de heces, hoy aun utilizada). Junto a ellos la antiquísima técnica de los enemas, a los que según las épocas se añadían elementos que se consideraban saludables.
Siguen las disquisiciones sobre prácticas que hoy nos parecen puras ilusiones y esperanzas. Surgen así la utilización del magnetismo, como sucedió con las piedras serpiente del padre Kircher, una corriente que llegó a unirse con el mesmerismo. O la utilización de polvo de momia. En esos tiempos también tuvo importancia social la sífilis. Palma recorre la historia de esta enfermedad, de discutida procedencia en el capítulo titulado descriptivamente “Una noche con Venus y toda la vida con Mercurio”. Porque el mercurio fue el remedio tradicionalmente aplicado (junto con el del palo santo) hasta que, con la aparición de la penicilina, dejó de ser una enfermedad mortal. Desafortunadamente “los efectos secundarios derivados del consumo de mercurio eran mucho peores que la propia sífilis”. Sin embargo, se creyó en la eficacia del mercurio durante más de 2.000 años.
Dentro del capítulo “Problemas de damas”, Palma se refiere fundamentalmente a Hospital de La Salpêtrière y a su director Jean-Martin Charcot. Uno de sus máximos éxito fue “desvincular la histeria de los órganos genitales femeninos”, aunque luego actuara “como si la enfermedad fuera exclusiva de las mujeres”. Agregó el hipnotismo, pero no como remedio, sino como generador de explosiones histéricas. Y creó, sobre todo, un espectáculo en sus sesiones a los que fue moda acudir. Se mezcló la realidad de la enfermedad y la representación. Hoy la histeria no figura como enfermedad, sustituida por otros términos médicos, pero Palma insiste: la histeria como problema médico subsiste: “seríamos bastante ingenuos si pensáramos que todo ello no sucede en la medicina actual. Así, puede que algunos síndromes populares hoy en día no son más que eso: nombres nuevos para síntomas antiguos”.
Algo así como la cámara de los horrores es el capítulo octavo: “Torturas extremas para pacientes resignados”.  Se abre refiriéndose a las prácticas utilizadas tras el 11-S en los interrogatorios de los presuntos terroristas y haciendo referencia a cómo, medidas igualmente crueles, fueron en tiempo empleadas como tratamientos médicos. Baste su referencia: la cura por ahogamiento, la silla giratoria, la silla tranquilizante , la silla vibratoria, la cura de la suspensión, la cura de la sangre de oveja y la cura de la extracción total. En este último tipo de cura, basada en la “bacteriología quirúrgica” se iban extrayendo piezas y órganos del paciente, comenzando por los dientes y las amígdalas y acabando con el estómago o el colon. Fue una cura, utilizada por el psiquiatra estadounidense Henry Cotton en las primeras décadas del siglo XX. Metidos ya en el horror, Palma recuerda el caso del sacamantecas de Gótar, Almería. Una curandera recetó a un enfermo beber sangre aún caliente de un niño y colocarse cataplasmas hechas con la grasa de su cuerpo. De ahí deriva el calificativo de “sacamantecas”, al igual que el “hombre del saco” alude a la forma en que el niño robado se transportó hasta darle muerte. En cualquier caso, la creencia en la virtud curativa de las grasas animales o la bebida de sangre no fue algo insólito hasta en siglo XX.
La referencia a la amapola le permite a Palma entrar en el mundo de la droga. De ella se extrajo inicialmente el opio, cargado de historia y moda persistente a través de los siglos, al ofrecer un producto que proporcionaba un peculiar descanso y relajación, pero que conllevaba el libro de la adición. De ellas fueron derivando las distintas drogas: la morfina, la cocaína… hasta llega a la droga “heroica”, la heroína.  Durante mucho tiempo se comercializaron. Fue popular el láudano, que no era sino vino con alago de opio.
Todos los pretendidos avances de los tratamientos médicos se basaban un tanto en una peculiar fe en los avances en otras ciencias. Es lo que se produjo con la electricidad, especialmente cuando ésta se “domesticó” por Tesla. Especialmente cruel fue su aplicación a través del electroshock. El libro se refiere al Frankenstein de Mary Shelley para indicar la influencia marginal de estas ideas o al curioso ‘corsé eléctrico’ de Cornelius Harness. Se descubrió la radioactividad y comenzó a utilizarse el Redón como remedio. Hagamos un alto para señalar algo destacado en el libro: como regla general parece que los pacientes a los que se iban aplicando estos nuevos remedios sentían una sensación de mejora, algo similar al efecto de los placebos. Siguen examinándose errores médicos ya muy próximos a nosotros: la fiebre de las lobotomías, los tratamientos del Parkinson, la confianza excesiva en la dopamina o la búsqueda de la virilidad de Brown- Sequard, Steinach y Voronoff
Al final se plantean ya problemas de orden moral. Por ejemplo, se recuerdan frente al aborto y la eutanasia las palabras del juramento hipocrático: “A nadie daré, aunque me lo pida, un remedio mortal, ni tomaré iniciativa alguna de ese tipo; tampoco administraré abortivo a mujer alguna”. A esa misma dimensión ética se refiere el experimento oficial de Tuskegee (EEUU) en que se ofrecieron una serie de ventajas a 412 sifilíticos a cambio de que no trataran su enfermedad con objeto de estudiar la progresión sin tratamiento de la sífilis; todo cuando ya existía tratamientos eficaces de controlarla o combatirla. De ahí se salta a Auschwitz para recordar al famoso doctor Mengele y sus siniestros experimentos. Todo pretendidamente justificado por la eugenesia.
¿Estamos ante un libro optimista o pesimista? ¿O simplemente realista? El autor parece orientarse hacia esto último: “…la medicina es como una moneda, tiene un anverso y un reverso. El anverso es la medicina actual, en la que existen tratamientos eficaces para la mayoría de las dolencias… El reverso es la medicina desastrosa que se practicaba desde Hipócrates hasta el Siglo XX, donde la mayoría de los tratamientos no generaba ningún beneficio”. De Hipócrates y su juramento se repite el principio: “lo primero es no dañar al paciente”.
Más importante es que Palma critique duramente algunos aspectos de la medicina actual. Destaca la creciente medicalización que vivimos. Todo pasa ser considerado enfermedad, llevando a un ‘intervencionismo innecesario’ al que no ajeno el beneficio económico. Cita de hecho lo dicho por Iván Illich en 1975 en su libro “Némesis médica”: “Durante la última década, la práctica profesional de los médicos de ha convertido en la amenaza principal para la salud”. El pensamiento del propio Palma quizá se condense así: “El auge de la medicalización, promovida por algunos ‘pacientes’ deseosos de convertirse en enfermos, el abandono de valores religioso que ayudaban a lidiar con las dificultades de la vida, las empresas farmacéuticas y, por supuesto, los médicos, es un hecho hoy en día”. Antes ha recodado algo sorprendente: en una investigación realizada sobre cinco huelgas de médicos se mostraba que “la mortalidad era estable o disminuía sustancialmente cuando los médicos no pisaban el hospital”. Estudios posteriores lo confirman. En suma: un libro ameno que nos hace pensar.
“Historia negra de la medicina”(2096 págs.) es un libro escrito por José -Alberto Palma que lleva por subtítulo “Sanguijuelas, lobotomías, sacamantecas y otros tratamientos absurdos, desagradables y terroríficos a lo largo de la historia” Fue escrito en 2016 y publicado en España por Ediciones Ciudadela.