La simetría es
algo que tiene un especial atractivo. Parece amarla y cultivarla la propia
naturaleza, pero ésta al mismo tiempo se nos muestra irregular, asimétrica y
caótica. Parece existir una lucha entre el orden y el desorden, pero en
ocasiones dudamos de que éste realmente exista y que la simetría no se esconda
finalmente en el caos.
Joaquín Navarro
Quijada terminó su licenciatura en Ciencias Exactas a la edad de 20 años. Compaginó
luego su vocación matemática con el desempeño de distintas funciones en el campo
de la edición. Una hemiplejia hizo que retornara al campo de la matemática en
donde ha tenido un papel fundamental su función de divulgador, ejemplo de lo
cual es este libro. Otros ha sido los dedicados a “Los secretos del número Pi” y a lo que denomina “Ideas fugaces, teoremas eternos”.
¿Tiene sentido
que una persona como yo, de pobres conocimientos matemáticos, a caballo entre
la ignorancia y el olvido, trate de comentar un libro como éste? Diré a modo de
excusa que se trata de un libro que será plenamente satisfactorio —supongo— para el
que deambule con soltura por el siempre complicado mundo de la matemática; pero
que, al mismo tiempo, permite al profano, saltándose párrafos y páginas de explicación
y descripciones que se le exceden, adquirir un conocimiento de lo que supone la
simetría que, aunque sea vago y escasamente preciso, satisface su curiosidad.
Muy pronto,
Navarro se pregunta “Pero ¿a qué llamamos
simétrico?”. Con sarcasmo abre su capítulo primero con una cita de Mao
Zedong: “Es que no lo entiendo; ¿Por qué
es tan importante eso de la simetría?”. Lanzado ya al agua, afirma que el
término simetría no designa en la matemática lo mismo que en otras áreas de la
ciencia o la vida cotidiana. Y aun así no debe ser único, ya que opta por el
que considera “más vago, más laxo y menos
abstracto y exigente”. En esa línea, compasiva para el “sufrido lector”, indica que, en
referencia a los objetos, “llamaremos
simétrico a aquel que coincide consigo mismo al moverlo sin deformación de modo
“normal”, es decir, nos limitaremos a un concepto de simetría que conserva inalteradas
las distancias”.
Dicho eso, nos
comienza a mover los objetos. Ya manejando los unidimensionales, nos señala la
diferencia que existe entre los radianes y los grados. Pasa a los
bidimensionales, donde ya nos aparece como cuatro movimientos que preservan las
distancias: la reflexión, la rotación, la translación y la reflexión con deslizamiento.
Y con un triángulo nos muestra que, aplicando rotaciones (llamémoslos giros) y reflexiones
(llamémoslos vuelcos), se obtienen seis posibles ejes de simetría, que pueden
reflejarse en un cuadro que recoge las posiciones y las finales donde aparecen
seis elementos neutros entre los 26 posibles. Tomando un cuadrado en lugar de
un triángulo, el cuadro pasará a tener 8 simetrías (coincidencias) entre las 64
posibles. Ese tipo de progresión seguirá observándose en oros poliedros, hasta
llega al círculo que tiene infinitas simetrías.
Hagamos un alto
en el camino aprovechando que las observaciones del libro nos desbordan ya
totalmente. Uno de sus atractivos radica en las numerosas referencias que, en
espacios separados y sombreados de gris, alude a los matemáticos que han ido
construyendo las ideas sobre las que se centra el texto. Son referencias breves
pero suficientes para exponer las trayectorias vitales fundamentales de esos
matemáticos y las aportaciones realizadas a esta ciencia. Es, lógicamente, una
serie de referencias que recogen solamente a aquellos matemáticos cuya obra se
desarrolló a partir del siglo XVII, mas o menos. Que tiene además la virtud de
extenderse hasta los matemáticos que continúan aportando sus ideas a lo largo
de la segunda mitad del siglo XX y los comienzos del actual.
Volvamos a la
realidad y ella nos conduce, de la mano de Navarro, a los grupos, una noción
que invade progresivamente todo el campo matemático; “pocas áreas de la matemática, por no decir ninguna, se libran de la
presencia de los grupos, incluyendo el teorema que posiblemente fue en su día
el más largo de la historia, la clasificación de los grupos simples”. Y
añade: “Como es lógico, el estudio de los
grupos va de los conceptos más fáciles a los mas complejos; en el siglo XXI
dicha complejidad ha alcanzado extremos que para los no iniciados son
intimidatorios. No esperamos que este capítulo sea incomprensible, pues no se
trata de los grupos a nivel estratosféricos, pero sí que cuesta cierto esfuerzo
su asimilación”. Y dicho eso, el autor se lanza a hablarnos de subgrupos
normales, de grupos cocientes, de grupos simétricos, de grupos abelianos… llega
al “monstruo” cuyo orden requiere ser representado por un número de 18 dígitos.
Sentimos cierto
descanso (después de saltarnos el capítulo de los grupos) al encontrarnos con
algo cotidiano: la simetría especular. En el espejo nos vemos al revés, pero el
libro nos recuerda que cuando el peluquero nos coloca un espejo en el cogote
para que aprobemos su corte de pelo, recuperamos visualmente la normalidad. En
relación con ello, se nos hablará tanto de algo tan antiguo como el calidoscopio
como tan reciente como la idea del Calabi You que venía a auxiliar a la
“geometría enumerativa” (más información en Wikipedia). Constituye también un
cierto descanso el repaso que se da a los cuerpos platónicos (el tetraedro y
cuatro más) y sus relaciones con la simetría, lo que da pie a distinguir entre
los mismo de los poliedros no convexos y no regulares, y a los descubrimientos
realizados por Harold Coxeter, que incluso se ocupo de los “politopos”,
poliedros de dimensiones superiores a 3.
El matemático
Galois, revolucionario, muerto en 1832 a los 21 años en un duelo, es una personalidad
que, indudablemente, atrae a Joaquín Navarro. Desde luego fue el precursor del
análisis de los grupos, aunque lo hiciera enfocándolos a la resolución de
ecuaciones. Una ecuación de primer grado (una simple x como incógnita) tiene
una solución, pero la de segundo grado tiene esa doble soluciona a la que llegamos
en nuestro bachillerato. Y la de tercer grado tiene ya tres soluciones de complejísima
expresión. La de cuarto grado tiene todavía más complicada la cuádruple solución,
aunque Ferrari, ya en 1540, halló la solución, la receta aritmética para
hallarlas que “es realmente temible, por
no decir monstruosa, por mucho lenguaje moderno que se utilice”. Ferrari recurrió
a una simplificación, tal como actualmente se hace. Con Galois llegaremos al
intento de resolución de las ecuaciones de quinto grado. Pero para seguirle hay
que enfangarse en su teoría de grupos.
Cuando entramos
en el apartado de la “simetría en las matemáticas”, sentimos una cierta
sorpresa ¿no es la simetría algo propio y privativo de las matemáticas? La sensación
se nos pasa cuando más adelante veremos cómo invade otros ámbitos como el físico
o el biológico. Navarro parece darnos un cierto descanso y habla de cosas tan próximas
a nosotros como el famoso cubo del Erno Rubik, aunque para intranquilizarnos
algo nos indica que el número de permutaciones posibles supera los 43 cuatrillones
(europeos, claro) y que colocados en su tamaño habitual unos junto a otros cubrirían
la superficie de la tierra casi 300 veces. Salta luego a los “domos geodésicos” (“estructuras esféricas o
casi esféricas que sigue una red de poliedros que aproximan la superficie de
sus caras a una esfera”); o sea, un balón de futbol o la cubierta de un estadio.
Y sigue, ya olvidada o despreciada la limitación del lector, por las redes, por
los mosaicos, frisos y ornamentos que hacen a nuestra Alhambra lugar de peregrinación
de los algebristas). La cosa se va complicando para el profano hasta llegar a los
grupos de Lie o el programa de Erlangen (donde nos aparece hasta la botella de
Klein).
Todo esto nos
conduce al título triunfalista del capítulo final y sexto: “Simetría en todas
las partes”, Para comenzar afirma que “el
mundo físico es donde la simetría brilla con todo su esplendor”. En ella “la
simetría ocupa un lugar especial de privilegio”. Desde lo cotidiano a lo cuántico.
Uno se pregunta dónde se queda el caos y por qué no se menciona el aparentemente
desordenado cosmos.
Comenzará refiriéndose
a una matemática casi desconocida, Emmy Noether, cuya aportación a la simetría fue
el teorema de invarianza que afirma que “en física, toda fórmula matemática
equivale a la existencia de una entidad física invariante. Y viceversa. Un ejemplo:
la invariante traslación temporal queda referida a la energía; de la traslación
espacial, al momento lineal… De alguna forma, este teorema parece acercar la simetría
al cosmos, al permitir pensar en un espacio positivo contrapuesto a otro
negativo; a un tiempo que avanza a otro que retrocede… en fin algo que nos hace
pensar, desde la ignorancia, en la antimateria o en los componentes oscuros del
cosmos. Pero se nos sigue hablando de la simetría en l teoría cuántica o simetría
cuántica, donde aparecen los fantasmas de la constante de Planck o el principio
de indeterminación de Heisenberg. Se desemboca por fin en la supersimetría, generada
por al sospecharse que “quizá hay alguna simetría
mayor que engloba a la del modelo standard y que podría dar respuesta a algunas
incorrecciones”. Es la Gran Teoría Unificada.
Como colofón se
hace una breve alusión al campo de biología (la simetría del ADN). En el campo
de la química, la quiralidad o propiedad de un objeto de no ser superponible con
su imagen especular, es la reina. En el arte se nos recuerda a Escher
Uno se acuerda
muchas veces de Popper, la persona que nos ha hecho a todos un tanto escépticos
y un algo relativistas. Son repetidas las ocasiones en las que se evidencia
como unas teorías han sido superadas por otras. El mismo Navarro parece esperar
o soñar alguna vez con la teoría total que explique todo a través de la
unificación. Uno acaba, machadiano como siempre, pensando que el camino se hace
al andar.
El libro vale
la pena, aun siéndome ininteligible en gran parte por mis limitaciones, porque
cumple la misión de corregir la pobre imagen que de la simetría tenía y de
hacerme presentes esas limitaciones. Es entretenido y uno gana en humildad.
“Al otro lado del espejo. LA simetría
en las matemáticas” (10 págs.,) es un libro escrito por Joaquín Navarro en 2010
y publicado ese mismo año por RB Coleccionables en su colección “El mundo
matemático”. El mismo ha sido publicado nuevamente en distintos formatos y
colecciones con distintas cubiertas.
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