lunes, 6 de agosto de 2018

Rafael Ripoll: “11-M: en el laberinto”




 
Rafael Ripoll es un concejal de Alcalá de Henares. Confiesa que, si aborda el siempre complejo tema del 11-M, se debe en gran parte a que su ciudad está señalada como posible punto de inicio del atentado. Y, como trasluce en otro momento, a que fueron muchos alcalaínos los que murieron en el atentado.
No hace falta indagar mucho más allá su ideología política, teniendo en cuenta que es el presidente del partido político “España 2000”, un partido al que directamente se le califica de extrema derecha y que él mismo se auto designa como “social-patriota”. Y que Wikipedia lo equipara, en pensamiento, al Frente Nacional francés o al Partido de la Libertad (FPÖ) austríaco, pero que no ha pasado de superar un marco puramente local.
Si, repetidas veces, aludo a la personalidad de los autores de los libros no es sino para tener en cuenta el posible color del cristal con que exponen su contenido y estar atento a cualquier posible distorsión que ello pueda producir. Una consideración que debe tener en cuenta el que lea el libro. Si n embargo, anticipemos que no parecen apreciarse especiales distorsiones en el libro derivadas de la orientación política del autor. Éste tiene como idea básica que la versión dada del atentado del 11 de marzo de 2004 no se corresponde con la realidad y que ésta se desconoce totalmente.
Algo que alegra a Ripoll es el hecho de que exista una versión oficial del 11-M, De no haberse elaborado ésta trabajosamente, sería imposible denunciar nada. La existencia de esa versión permite, al menos, mostrar sus deficiencias, sus contradicciones, sus fallos. Criticarla, en definitiva. Una especie del “no es eso, no es eso” orteguiano, pero más desconsolado y ajeno al no tener sentido de rectificación.
El planteamiento inicial de la obra ofrece una visión del entorno dentro del cual se produjo el 11-M. Destaca dos cosas: la primera, que ETA estaba prácticamente vencida: la segunda que la oposición popular la participación en la guerra de Irak, había dejado de ser una actitud virulenta para estar casi olvidada. El atentado lo encaja dentro del terrorismo internacional, como lo fueron el 11-M de las Torres Gemelas y la matanza de Casablanca. En todos los casos, se muestran las características de dicho terrorismo: indiscriminación de las posibles víctimas, evanescencia de los planificadores y ejecutores del atentado.
Los días y horas que siguieron al atentado son analizadas cuidadosamente. Todo se condensa en la apreciación de una clara torpeza del PP, que incluye a Aznar pero que, sobre todo, atribuye a Acebes al que no priva de descalificación alguna, incluyendo su proximidad a los Guerrilleros de Cristo Rey. Se equivocó el primero no convocando una mesa de emergencia y manteniendo las elecciones; se equivocó el segundo al comparecer continuadamente ante los medios sin ideas medianamente claras de lo que había sucedido. Sobre todo, cuando la SER ya había tomado una línea informativa clara en favor del islamismo invocando fuentes policiales. Al PSOE unicamente habría que imputarle su aprovechamiento de las circunstancias dramáticas que atravesaba España.
Ripoll, al hilo de todo esto, apuntará dos ideas importantes: la aparición de pruebas falsas y la existencia de una “oveja negra” en las fuerzas de orden. Aclaremos que se refiere a una oveja, cuando quizá lo correcto hubiera sido mencionar a un “rebaño negro”. Como pruebas falsas que constituyen el basamento de la historia, cita dos: la furgoneta Kangoo y la mochila encontrada en la Comisaría de Vallecas y que nunca se pudo aclarar (y menos probar) como llegó allí. A otras cosas, como los mensajes y videos reivindicativos, Ripoll, simplemente los desprecia. El tótem de Al Qaeda y el brujo de Bin Laden era ya iconos mundiales a los que se atribuían las acciones más dispares.

El libro presta una especial atención a la “investigación viciada”. Va refiriéndose a los más graves fallos que se aprecia en ella. Comienza a referirse a la excesiva presencia de confidentes entre los implicados en ella: cita y explica la presencia de Rafa Zouhier, Lavandera, Trashorras, Jamal Ahmidan, “Cartagena” o “el pollero”. Presta una especial atención a Ayman Kalaji, un policía realmente atípico. Se refiere a la ausencia de una identificación real del arma del crimen: el explosivo, y critica lo que en alguna ocasión he llamado “paradigmatización” de la dinamita de la mochila de Vallecas. Alude a la ambigüedad existente a la hora de determinar la autoría intelectual del atentado, porque toda operación de esta naturaleza compleja tiene un planificador. Y señala como se dieron torpemente pasos para tratar de identificarlo. El último en ser considerado como tal, “el Egipcio”, fue absuelto por el Tribunal Supremo. Se detiene a continuación en el único condenado como autor material del atentado, Jamal Zougam, para referirse a su casi nula religiosidad, a los testimonios que se utilizaron para condenarle y la coyuntural relación con el atentado que hubo que invocar.
Dos escenarios ocupan su atención. El primero, la casa de Morata de Tajuña, sobre la que se cargaron tintes islamistas y cuya localización tardía confusamente explicada. El segundo fue el piso de Leganés, el de la calle Carmen Martin Gaite, que supuso con su explosión y su rocambolesca historia la conclusión de hecho de la investigación.
La guinda de dicha investigación la constituyó la llevada a cabo por una comisión del Congreso de los Diputados en la que una auténtica indagación de hechos fue sustituida por una pelea política de ínfima calidad. Con todo lo anterior debo confesar mi coincidencia general, salvo en lo que pudieran ser aspectos muy puntuales. Al hilo de eso hay que referirse a la crítica que Ripoll lanza sobre un libro publicado por un tal Reinares que sostiene la tesis islamista del atentado basándose en comunicaciones recibidas de otras personas e instituciones, singularmente a través de Internet. Un libro que yo no pude acabar de leer. Ripoll califica a Reinares duramente; a su crítica yo añadiría la de pretencioso.
Un aspecto interesante del libro es la distinción que percibe Ripoll en el terrorismo: el convencional y el internacional. El terrorismo convencional era selectivo, trataba de eliminar personas importantes, evitaba las muertes de inocentes. Describe diez características del mismo, pero tras ello certifica la desaparición del terrorismo convencional que solamente puede subsistir en condiciones extremas. La razón de su desaparición es haber sido destruido por unos servicios de seguridad del Estado potenciados cada vez más por una serie de adelantos tecnológicos con los que no pueden combatir los terroristas: GPS, reconocimientos de caras, identificación de voces, acumulación masiva de datos (big data), cámaras grabadoras. Uno recuerda en una película reciente (“Espías en el aire”) la presencia de minicámaras transportadas en drones disfrazados de insectos.
Lo que inquieta a Ripoll es la ignorancia de qué fue lo que realmente sucedió. Una ignorancia que crea inseguridad y preocupación, ya que puede volver a suceder. La especial intervención que Alcalá de Henares tuvo el 11 de marzo es lo que parece empujarle a escribir el libro. Aprovecha para dar cuenta de los esfuerzos realizados en favor de una nueva investigación del 11-M por parte del partido “España 2000” del que es directivo y al que representa en el Ayuntamiento como concejal.
Partiendo de que no cree en la versión oficial, reconoce que no puede ofrecer ninguna versión alternativa. Debe quedarse en el terreno de las hipótesis. Descarta la autoría islamista (más aún la de la intervención de Al Qaeda) y la autoría de ETA; apunta incluso la posibilidad de que se hubiera pensado en algún momento de endosar el “marrón” a la extrema derecha, idea alambicada pero imaginable como plan B, pero que es mejor no tener en cuenta.
Queda la sombra del terrorismo internacional. Nos dice “Sabremos la verdad sobre lo que ocurrió el 11-M cuando se sepa la verdad sobre lo que hay detrás de terrorismo internacional”.  Y considera que un error cometido por parte de los escasos periodistas y medios que han tratado de investigar ha sido “circunscribirse a nuestro país, eludiendo el que los mismos “agujeros negros” se encuentran en cualquier otro atentado considerado como terrorismo internacional”.
Se trata de un terrorismo que no deja que existan cabos sueltos, en el que cada participante no conoce la actuación de los demás, que emplea la intoxicación informativa.  Son “verdaderas operaciones de inteligencia, operaciones especiales, ideadas y ejecutadas por especialistas”. Se puede estar -y estoy- de acuerdo con ellos, pero queda una pregunta a la que creo que no da contestación el libro. Éste deja como un trapo tanto a la derecha del PP como a la izquierda del PSOE, pero ¿conocían o conocen hoy la autoría de ese acto de terrorismo internacional?
En definitiva, un libro interesante al incidir en aspectos escasamente tratados (como es el clima social reinante en marzo de 2004), confesar paladinamente la ignorancia de lo que sucedió y atender especialmente a la existencia de una especie de terrorismo reciente a la que adscribir el atentado. No sirve como narración de aquellos hechos, sino de mirada analítica sobre ellos; se dan por conocidos, algo que encierra el peligro de que pronto, dentro de unos años, sean desconocidos u olvidados. Pero recordarlos no era misión de este libro.

“11-M: en el laberinto” (244 págs.) escrita y autoeditada en 2015 por Rafael Ripoll.

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