Rafael Ripoll
es un concejal de Alcalá de Henares. Confiesa que, si aborda el siempre
complejo tema del 11-M, se debe en gran parte a que su ciudad está señalada
como posible punto de inicio del atentado. Y, como trasluce en otro momento, a
que fueron muchos alcalaínos los que murieron en el atentado.
No hace falta
indagar mucho más allá su ideología política, teniendo en cuenta que es el
presidente del partido político “España 2000”, un partido al que directamente
se le califica de extrema derecha y que él mismo se auto designa como
“social-patriota”. Y que Wikipedia lo equipara, en pensamiento, al Frente
Nacional francés o al Partido de la Libertad (FPÖ) austríaco, pero que no ha
pasado de superar un marco puramente local.
Si, repetidas
veces, aludo a la personalidad de los autores de los libros no es sino para
tener en cuenta el posible color del cristal con que exponen su contenido y
estar atento a cualquier posible distorsión que ello pueda producir. Una
consideración que debe tener en cuenta el que lea el libro. Si n embargo, anticipemos
que no parecen apreciarse especiales distorsiones en el libro derivadas de la
orientación política del autor. Éste tiene como idea básica que la versión dada
del atentado del 11 de marzo de 2004 no se corresponde con la realidad y que
ésta se desconoce totalmente.
Algo que alegra
a Ripoll es el hecho de que exista una versión oficial del 11-M, De no haberse
elaborado ésta trabajosamente, sería imposible denunciar nada. La existencia de
esa versión permite, al menos, mostrar sus deficiencias, sus contradicciones,
sus fallos. Criticarla, en definitiva. Una especie del “no es eso, no es eso” orteguiano, pero más desconsolado y ajeno al
no tener sentido de rectificación.
El
planteamiento inicial de la obra ofrece una visión del entorno dentro del cual se
produjo el 11-M. Destaca dos cosas: la primera, que ETA estaba prácticamente
vencida: la segunda que la oposición popular la participación en la guerra de
Irak, había dejado de ser una actitud virulenta para estar casi olvidada. El
atentado lo encaja dentro del terrorismo internacional, como lo fueron el 11-M
de las Torres Gemelas y la matanza de Casablanca. En todos los casos, se
muestran las características de dicho terrorismo: indiscriminación de las posibles
víctimas, evanescencia de los planificadores y ejecutores del atentado.
Los días y
horas que siguieron al atentado son analizadas cuidadosamente. Todo se condensa
en la apreciación de una clara torpeza del PP, que incluye a Aznar pero que,
sobre todo, atribuye a Acebes al que no priva de descalificación alguna, incluyendo
su proximidad a los Guerrilleros de Cristo Rey. Se equivocó el primero no
convocando una mesa de emergencia y manteniendo las elecciones; se equivocó el
segundo al comparecer continuadamente ante los medios sin ideas medianamente
claras de lo que había sucedido. Sobre todo, cuando la SER ya había tomado una
línea informativa clara en favor del islamismo invocando fuentes policiales. Al
PSOE unicamente habría que imputarle su aprovechamiento de las circunstancias
dramáticas que atravesaba España.
Ripoll, al hilo
de todo esto, apuntará dos ideas importantes: la aparición de pruebas falsas y
la existencia de una “oveja negra” en las fuerzas de orden. Aclaremos que se
refiere a una oveja, cuando quizá lo correcto hubiera sido mencionar a un “rebaño
negro”. Como pruebas falsas que constituyen el basamento de la historia, cita
dos: la furgoneta Kangoo y la mochila encontrada en la Comisaría de Vallecas y
que nunca se pudo aclarar (y menos probar) como llegó allí. A otras cosas, como
los mensajes y videos reivindicativos, Ripoll, simplemente los desprecia. El tótem
de Al Qaeda y el brujo de Bin Laden era ya iconos mundiales a los que se atribuían
las acciones más dispares.
El libro presta
una especial atención a la “investigación
viciada”. Va refiriéndose a los más graves fallos que se aprecia en ella.
Comienza a referirse a la excesiva presencia de confidentes entre los implicados
en ella: cita y explica la presencia de Rafa Zouhier, Lavandera, Trashorras,
Jamal Ahmidan, “Cartagena” o “el pollero”. Presta una especial atención a Ayman
Kalaji, un policía realmente atípico. Se refiere a la ausencia de una identificación
real del arma del crimen: el explosivo, y critica lo que en alguna ocasión he
llamado “paradigmatización” de la dinamita de la mochila de Vallecas. Alude a
la ambigüedad existente a la hora de determinar la autoría intelectual del
atentado, porque toda operación de esta naturaleza compleja tiene un
planificador. Y señala como se dieron torpemente pasos para tratar de identificarlo.
El último en ser considerado como tal, “el Egipcio”, fue absuelto por el
Tribunal Supremo. Se detiene a continuación en el único condenado como autor
material del atentado, Jamal Zougam, para referirse a su casi nula
religiosidad, a los testimonios que se utilizaron para condenarle y la coyuntural
relación con el atentado que hubo que invocar.
Dos escenarios
ocupan su atención. El primero, la casa de Morata de Tajuña, sobre la que se
cargaron tintes islamistas y cuya localización tardía confusamente explicada.
El segundo fue el piso de Leganés, el de la calle Carmen Martin Gaite, que
supuso con su explosión y su rocambolesca historia la conclusión de hecho de la
investigación.
La guinda de dicha
investigación la constituyó la llevada a cabo por una comisión del Congreso de
los Diputados en la que una auténtica indagación de hechos fue sustituida por
una pelea política de ínfima calidad. Con todo lo anterior debo confesar mi coincidencia
general, salvo en lo que pudieran ser aspectos muy puntuales. Al hilo de eso
hay que referirse a la crítica que Ripoll lanza sobre un libro publicado por un
tal Reinares que sostiene la tesis islamista del atentado basándose en comunicaciones
recibidas de otras personas e instituciones, singularmente a través de Internet.
Un libro que yo no pude acabar de leer. Ripoll califica a Reinares duramente; a
su crítica yo añadiría la de pretencioso.
Un aspecto
interesante del libro es la distinción que percibe Ripoll en el terrorismo: el
convencional y el internacional. El terrorismo convencional era selectivo,
trataba de eliminar personas importantes, evitaba las muertes de inocentes.
Describe diez características del mismo, pero tras ello certifica la desaparición
del terrorismo convencional que solamente puede subsistir en condiciones
extremas. La razón de su desaparición es haber sido destruido por unos
servicios de seguridad del Estado potenciados cada vez más por una serie de
adelantos tecnológicos con los que no pueden combatir los terroristas: GPS,
reconocimientos de caras, identificación de voces, acumulación masiva de datos
(big data), cámaras grabadoras. Uno recuerda en una película reciente (“Espías
en el aire”) la presencia de minicámaras transportadas en drones disfrazados de
insectos.
Lo que inquieta
a Ripoll es la ignorancia de qué fue lo que realmente sucedió. Una ignorancia
que crea inseguridad y preocupación, ya que puede volver a suceder. La especial
intervención que Alcalá de Henares tuvo el 11 de marzo es lo que parece
empujarle a escribir el libro. Aprovecha para dar cuenta de los esfuerzos
realizados en favor de una nueva investigación del 11-M por parte del partido
“España 2000” del que es directivo y al que representa en el Ayuntamiento como
concejal.
Partiendo de
que no cree en la versión oficial, reconoce que no puede ofrecer ninguna versión
alternativa. Debe quedarse en el terreno de las hipótesis. Descarta la autoría
islamista (más aún la de la intervención de Al Qaeda) y la autoría de ETA; apunta
incluso la posibilidad de que se hubiera pensado en algún momento de endosar el
“marrón” a la extrema derecha, idea alambicada pero imaginable como plan B,
pero que es mejor no tener en cuenta.
Queda la sombra
del terrorismo internacional. Nos dice “Sabremos
la verdad sobre lo que ocurrió el 11-M cuando se sepa la verdad sobre lo que
hay detrás de terrorismo internacional”.
Y considera que un error cometido por parte de los escasos periodistas y
medios que han tratado de investigar ha sido “circunscribirse a nuestro país, eludiendo el que los mismos “agujeros
negros” se encuentran en cualquier otro atentado considerado como terrorismo
internacional”.
Se trata de un
terrorismo que no deja que existan cabos sueltos, en el que cada participante
no conoce la actuación de los demás, que emplea la intoxicación informativa. Son “verdaderas
operaciones de inteligencia, operaciones especiales, ideadas y ejecutadas por
especialistas”. Se puede estar -y estoy- de acuerdo con ellos, pero queda
una pregunta a la que creo que no da contestación el libro. Éste deja como un
trapo tanto a la derecha del PP como a la izquierda del PSOE, pero ¿conocían o
conocen hoy la autoría de ese acto de terrorismo internacional?
En definitiva,
un libro interesante al incidir en aspectos escasamente tratados (como es el
clima social reinante en marzo de 2004), confesar paladinamente la ignorancia
de lo que sucedió y atender especialmente a la existencia de una especie de
terrorismo reciente a la que adscribir el atentado. No sirve como narración de
aquellos hechos, sino de mirada analítica sobre ellos; se dan por conocidos,
algo que encierra el peligro de que pronto, dentro de unos años, sean desconocidos
u olvidados. Pero recordarlos no era misión de este libro.
“11-M: en el laberinto” (244 págs.) escrita y
autoeditada en 2015 por Rafael Ripoll.
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