Estamos frente
a un libro que realmente sólo había recibido por mi parte y hace años una
lectura corta y abandonada. Al hojearlo nuevamente, pasado el tiempo, me
sorprendieron muchas de sus afirmaciones, muy engoladas y poco fundamentadas, a
decir verdad, en datos e informaciones históricas firmes. Esa sorpresa me condujo
a examinar más a fondo el libro.
El autor de
dicho libro es Anselmo Carretero Jiménez, aunque figura en el libro con los
apellidos separados por una “y”, sin que lo justificara la presencia de
apellidos confundibles con nombres o la del término “de”. El “Blog de Genealogía
Hispana” dice a este respecto: “Salvo
esos dos supuestos, el uso de la partícula “Y” al indicar sus apellidos es algo
meramente estético, sin ningún otro fundamento. Que cada cual lo califique de
esnobismo, presunción o simple coquetería…”.
Pues bien, Anselmo Carretero Jiménez fue un ingeniero industrial que
se especializó en Oceanografía y estudió la historia de España. Nació en Segovia
en 1908 aunque su vida transcurrió fundamentalmente fuera de ella y murió en Méjico
en 2002. Por otra parte, fue militante socialista español. Con su padre, el
también segoviano, Luis Carretero Nieva fue el fundador de lo conocido como
“carreterismo” o “condadismo” que defiende la diferenciación de Castilla y León
e instaura la corriente castellanista En la imagen adjunta se indica lo que
consideran Castilla. Pero, aunque el libro pretende ser afable con Castilla, lo
cierto es que hace cierta almoneda de sus valores y por descontado con sus
logros los cuales, efectivamente, deben atribuirse a la totalidad de los
españoles. Queda en el aire una cierta imputación de una apropiación de honores
y glorias. Sucede así que se mezclan en el libro consideraciones históricas con
aspiraciones propias de la ideología socialista y de izquierda.
Carretero
Jiménez entiende necesario referirse a la etapa del nacimiento del Castilla, para
lo que nos sitúa en un reino visigótico que, tras la invasión musulmana, ve
como sus estructuras jerárquicas godas tratan de reconquistar sus posiciones
ante la indiferencia del pueblo. Lo hace fundamentalmente en la zona
galaico-leonesa y, ya con influencia franca, en las zonas catalana y aragonesa.
El sesgo marxista parece manifestarse ya al enfrentar el pueblo, pasota y
heroico a la vez, con una nobleza y un sistema visigóticos. Eso va a hacer que
se afirme que “la independencia de
Castilla tiene su base en el pueblo” y que Castilla se haya definido “como el pueblo que rechaza el Fuero Juzgo,
y, con ello, al estado neogótico, su constitución política y social, sus
ideales y sus ambiciones”. En general, en el libro no encontraremos datos
históricos ni económicos de clase alguna, sino unicamente referencias a
opiniones de autores de vario pelaje.
Pero ese pueblo
de Castilla al que tanto elogia, es vasco-cántabro. Para él fueron cántabros y
vascos los que ocuparon Castilla, que, al parecer, debía de estar vacía. “Castilla se repuebla de norte a sur, con
cántabros y vascos, hombres libres e iguales, que, al extenderse por las
serranías poco pobladas de la antigua Celtiberia, se funden con sus habitantes,
señalados también en la historia por su fiera adhesión a la independencia”.
¿En qué quedamos? ¿Eran pasotas o independientes? Por otra parte, se omite la
explicación de esa presencia: ¿escapaban de la tenaza franco-musulmana o eran
reclamados por los condes castellanos? Por otra parte: ¿Cántabros o vascones?
Con ello, parece que Carretero olvida el
carácter de recuperación que tuvo la Reconquista. Claro que uno de los errores
en que parece incurrir una y otra vez es considerar a los habitantes de la
actual Cantabria (o sea, los cántabros) castellanos, apegándose así a la vieja
retahíla de las provincias que formaban parte de Castilla la Vieja. Sorprende esas
obsesiones por identificar lo castellano y lo vasco. O a hermanarlo, al menos.
“El nacimiento de Catilla presenta dos
aspectos característicos: el predominio del elemento indígena y la
participación de los vascos, tan importante que sin ella no podríamos explicarnos
la independencia del estado castellano y su inmediata extensión hacia el sur
por las tierras celtibéricas”.
Obsesión es
también la de oponer Castilla a León; la primera, democrática y libre (por mor
de la influencia vasco-cántabra según Carretero) y la segunda oligárquica. Se
trata de una idea generada según él por su padre, Carretero Nieva. Sin embargo,
acusará de centralismo oficialista a la reforma provincial de Javier de Burgos
en 1833 que aun distinguía Castilla la Vieja y Castilla la Nueva. No podía
imaginar la fusión que llevaría a cabo el Estado de las Comunidades de 1978: la
distinción unió las dos regiones confundiéndolas en la comunidad de Castilla-León,
en la que sienten incómodos los leoneses y se anulan los antes castellanos
viejos, amputadas ya Cantabria y La Rioja, y transformando Castilla La Nueva en
una comunidad llamada Castilla La Mancha ¿La Mancha Guadalajara o Madrid?
Carretero lee esta conferencia mucho antes de que llegara la transición; la lee
en locales del Orfeón Catalán de Méjico y como unos veinte años de que muriera
Franco. Como consecuencia, le sucede lo que pasó a otros muchos que le
siguieron: creyeron que la historia consistía en inventarla. Y, puestos a
inventar, nada más dulce que soñar.
Hay una
excesiva dependencia de escritos literarios que tardan más de un siglo en
publicarse. La figura de Fernán González, como la del Cid se desnaturalizan. Se
olvida su historicidad, para elaborar una imagen identificable con el pueblo.
Se les viste poco menos que de proletarios. Se olvidan las relaciones de Fernán
González con Ramiro II y se viste el juramento de Santa Gadea por una reivindicación
foral.
La piedra de
toque de las ideas de Carretero es la oposición entre lo que llama centralismo
y esa especie de federalismo que predica. El centralismo parece proceder de Castilla,
pero Castilla es la principal víctima de ese centralismo. O sea, una vela a
Dios y otra al diablo. Pero ¿qué es centralismo? Es el gran pecado, el
desprecio de las nacionalidades, la imitación de lo francés, la obra siniestra
de los Austrias germánicos y los Borbones franceses, el tinglado defensivo del
clero y de las oligarquías, los excesos de los liberales del XIX. Es todo eso,
pero imputado a Castilla. O sea, actualizado: “Madrit”. No faltan las menciones
a que, realmente, Castilla fue la gran perdedora de la andadura histórica.
Sobra maniqueísmo en esas consideraciones, evidentemente.
Quizá lo que
más llama la atencion en este libro es la exposición que, del futuro esperable
y deseable, se hace en este libro. La conferencia termina con estas palabras: “No amigos catalanes, no: Castilla no ha
oprimido a Cataluña, ni a ningún otro pueblo de España, ni directamente ni por
mediación del estado español; antes bien, de todos ellos ha sido el más
perjudicado por el centralismo estatal”. Digamos que el libro huele algo a
naftalina. No han sido sino muchos años los transcurridos desde la conferencia
de Carretero Jiménez, apenas medio siglo, pero todo ha evolucionado de forma
que lo expuesto queda desfasado, desconectado de la realidad actual.
Curiosamente “se trata, pues, de encontrar la fórmula
política, la constitución del estado español que armonice la unión con la
variedad nacional: que no sólo respete, sino que proteja, con esa unión de
todos, la personalidad de cada cual”. La vieja afición de la izquierda de
destacar la diversidad para luego tratar de componer el plato roto. En el caso
de Carretero es manifiesta su crítica al sistema introducido por el República
en 1931: reconoció algunas nacionalidades, pero dejo sin reconocer a otras.
Castilla tendría que hacer sido reconocida como nacionalidad y no lo fue. La
solución para él es el federalismo, el viejo sueño socialista que ahora rechina
en su propia organización. Hay un olvido absoluto de que la federación presupone
la previa existencia de estados vivos que se unen y coordinan, no de resucitar
antiguos reinos ya desparecidos. Y Carretero cita ejemplos tan desafortunados
como Suiza (confederación que deriva a práctica federación) o Yugoslavia, cuya
realidad actual todos conocemos. Y proclama como federal el viejo estado
castellano (¡al que llama república vasco-castellana!), y el federalismo de
Aragón, Valencia o Cataluña. Defiende el federalismo como una “magnífica creación propia, digna del mayor
respeto y legítimo motivo de satisfacción”. Y revestido de patriotismo
acusa a lo importado y extranjerizante de ser el vehículo utilizado por el
uniformismo centralista.
“Las izquierdas españolas… y, en general los
elementos progresistas de nuestra patria, han heredado el privilegio de poder
estimular las transformaciones sociales más avanzadas en nombre de la
tradición… Lo que en otros pueblos se ha planteado o plantea como ruptura revolucionaria
con el pasado, puede en muchos casos presentarse al español como proyección
hacia el futuro de nuestra mejor tradición nacional”.
Aunque quizá no
la utilice en este libro, la Wikipedia indica que Carretero Jiménez “siempre se refirió a España como “una nación
de naciones”, expresión que se encargó de recoger Zapatero antes de que
organizase el actual desbarajuste. Todo en un momento en que el mundo busca unificaciones
y globalizaciones. Huele a naftalina, decididamente. Tanto por el tiempo transcurrido
como por el claro sesgo que lo afecta.
¿Pero existe aún
en las casas naftalina?
”La personalidad de Castilla en el
conjunto de los pueblos hispánicos (182 págs.) es un libro escrito por Anselmo
Carretero Jiménez que reproduce un conferencia pronuncia en el Institut Catalá
de Cultura el 29 de julio de 1957. Dicha conferencia fue publicada con el
título “Las Españas” en 1960 y Méjico en una primera edición; en una segunda de
1966 con el nombre “Comunidades” y en Madrid; y en una tercera que es la comentada
aquí publicada en Valencia en 1968 por Fomento de Cultura Ediciones.