El mentalismo,
como ya es sabido, es una parte del ilusionismo (o de la magia, si se quiere
expresarse de forma más vulgar) que es quizá la más dura para quien la práctica,
pero también más gratificante por cuanto genera en el espectador una sensación
más profunda que la de la simple apreciación de una habilidad en la ejecución
de un truco. Es lo que, más explícitamente, mantiene el autor Luis Prado, un
mentalista afincado en Cataluña en donde lleva a cabo básicamente sus
exhibiciones, tanto en espectáculos como en programas televisivos. No ha
escrito un libro pretencioso, sino, como el indica, un libro del que a él “le hubiera gustado disponer cuando empecé
[mi] andadura por este asombroso mundo lleno de misterio que es el mentalismo”.
Comienza por
deslindar el mentalismo de otras ramas de la magia: la magia de salón, la
micromagia, la manipulación y las grandes ilusiones. Y lo hace para, a continuación,
ensalzar al mentalismo como la auténtica magia, que tiene especial importancia en
nuestro siglo XXI, cuando ya la capacidad de estupefacción y sorpresa del
individuo actual está muy reducida por un escepticismo que le hace atribuir
todo a trucos. El mentalismo no se basa simplemente en efectos visuales, sino
en efectos mentales que sí que siguen sorprendiendo al espectador, ya que “inciden directamente en la psique del
espectador”. Por otra parte, el mentalismo se asienta sobre el raciocinio y
no tiene nada que ver con los fenómenos paranormales.
No obstante,
ello, Luis Pardo se remonta a las famosas hermanas Fox para derivar de aquellos
hechos el mentalismo, pese a que su principal derivación fue el espiritismo. No
obstante lo cual, se refiere inmediatamente a actividades paranormales como la telequinesia,
la telepatía, las predicciones, el faquirismo o dominio de la mente sobre el
cuerpo, y el propio espiritismo. Pasa luego a referirse a los grandes mentalista
de la historia. Comienza por Joseph Dunninger (nacido en 1892), Theodore
Annemann (1907), José Mir Rocafort “Fassman” (1909), Uri Geller (1946), Max
Maven (1950), Derren Brown (1971) y Anthony Blake (1958). Un repaso realmente
breve y extremadamente conciso. La relación concluye con Harry Houdini. ¿Era realmente
un mentalista? Luis Pardo reconoce que no lo era, aunque fuera un mago extraordinario
especializado en el escapismo, pero lo incluye en su relación porque dedicó
buena parte de su vida a descubrir los trucos de los médiums espiritistas, buscando
incansablemente establecer un contacto con su madre ya fallecida.
Si se habla de
mentalismo parece obligado referirse a la mente y a su soporte fundamental, el
cerebro. Lo hace de forma muy superficial, como es lógico, destacando tanto la
existencia de un inconsciente como la disparidad de los hemisferios cerebrales,
lo cual es lógico porque serán los apoyos que use en mentalista en muchos
casos. Inevitable y suavemente se deslizan sus discursos hacia la psicología.
Hace bien, porque el mentalista es, sobre todo un psicólogo, y la psicología en
las décadas recientes ha dado importantes pasos, quizá más ordenando ideas y
conceptos que descubriendo horizontes nuevos.
La comunicación
no verbal (CNV) es ya más que conocida. Diría que propendemos incluso a
utilizarla en la vida práctica diaria de forma reflexiva. Pardo nos indica que
nuestro perro sabe si le vamos a sacar a la calle o no viendo solamente la
forma en que levantamos de la butaca en que estamos. Lo que nos lleva a pensar
si no nos hemos pasado unos cuantos pueblos haciendo que nuestra comunicación
se refugie de manera casi exclusiva en el lenguaje. Pero no debemos preocuparnos
de ello: el lenguaje es la gran conquista del homo sapiens (o sea, de lo que
somos) y la idea de la comunicación gestual debemos reducirla a sus justos
términos. De entrada, es una comunicación no deliberada y muchas ocasiones no
deseada. Algo que puede considerarse un delator útil para un espía, pero que también
puede ser un arma de contraespionaje. Luis Pardo no nos ofrece aquí una interpretación
concreta de ciertos gestos o actitudes habituales, pero advierte la necesidad
de interpretar el conjunto de ellos. Distingue las personas que reprimen sus
gestos, las que los exageran y las que actúan normalmente. Enseña que al CNV se
descompone no solamente del lenguaje no verbal más conocido, sino también por
el lenguaje visual (respiración, mirada, tono de piel) y paralenguaje (los gestos,
sobre todo de las manos, con que acompañamos lo que decimos).
Pienso que se
incurre en un error al referirse a continuación a la “Programación
Neurolingüistica” (PNL), una especie de engendro creado en 1973 por la unión de
un informático (Richard Bandler) y un lingüista (John Grinder) con el que se
pretendía modelar la mente para hace mayor la coincidencia entre lo que decimos
y lo que pensamos. La PNL ha sido retiradamente criticada, pese a lo cual
extendió su campo al de la formación de directivos. La pregunta que uno se hace
es ¿y qué tiene que ver con el mentalista? Realmente, a partir de ahí Luis
Pardo salta a un campo que tiene ya un hilo muy tenue de unión con la magia. Sí
con el espectáculo y quien lo lleva a cabo. Es el terreno propio de la
sugestión y la hipnosis.
El concepto de
sugestión es sobradamente conocido, así como el que unas personas son más
sugestionables que otras y que diariamente estamos sometidos a intentos de
sugestión. Destaca el libro las dimensiones de este bombardeo contando que por segundo
recibidos más de 400.000 datos de información (¿?), de los que nos resultan
útiles unos 2.000 solamente, quedando los restantes almacenados en el
subconsciente que los recibe, pero no los valora. Se crea así una oposición
entre la Voluntad consciente y la Imaginación subconsciente. Esa es la tesis
del francés Emile Coué que el libro parece aceptar, concluyendo que la
sugestión se convierte así en un arma poderosa en manos del mentalista.
Resulta
inevitable que la sugestión desemboque en la hipnosis. No lo dice el libro,
pero ya que primera acepción de sugestión en el DRAE es la siguiente: “Dicho de una persona. Inspirar a otra
hipnotizada palabras o actos involuntarios”. Lo que Luis Pardo nos va a ofrecer
es más una sintética historia de la hipnosis que un real análisis de su
esencia. Lo que sí que recuerda de pasada es que junto a la hipnosis como
espectáculo existe la hipnosis clínica y terapéutica. De hecho, fue esa
finalidad médica la que motivó el desarrollo de la hipnosis tal como la
conocemos hoy en día. Otro aspecto que se calla en el libro es que, en la
actualidad, la hipnosis clínica está prohibida en España (aunque cuente con
muchos defensores, más basados en su baratura que en su eficacia final) y que
existan países donde la hipnosis está prohibida en los espectáculos públicos.
En realidad, el campo donde se mueve la hipnosis y se la estudia es el de la
psicología.
El libro recoge
y refleja varias definiciones de la hipnosis. Por mi parte resultan atrayentes
las que se refieren a estados de “sugestibilidad
exaltada”. Luis Prado se inclina por la de Wolberg: “la hipnosis es una compleja reacción psicosomática producida por
factores fisiológicos y psicológicos”. Pues bueno. Dicho esto se puede ya
saltar a la historia de la hipnosis, antigua como toda manifestación humana,
ligada no pocas veces a lo religioso, y confundida en ocasiones con las
posesiones diabólicas. Pasando levemente por Paracelso (“la energía
sideromagnética”) y el jesuita alemán Atanasio Kircher (“el magnetismo animal”),
se llega al que se considera fundador de la hipnosis: Mesmer. Hemos pasado del Barroco
al Siglo de las Luces.
Mesmer va a dar
a sus ideas una aplicación curativa y médica. Cuando falte será continuadas por
Armand de Chastenet, el Abata Faría. James Esdaile, Lafontaine y James Braid.
Las opiniones no serén unánimes centrándose la existencia o inexistencia de un
fluido magnético y la necesidad de un sueño hipnótico. Estas discrepancias, sin
embargo, fueron consolidando el interés por la hipnosis, su naturaleza y sus
limitaciones. Quienes fueron decisivos en su reconocimiento científico fueron
especialmente Jean Martin Charcot y Freud. El primero, relacionando la hipnosis
y la histeria (recibiendo la crítica de que en La Salpêtriére, su famoso
hospital, sólo se trataban casos de histeria) y el segundo, derivando la
hipnosis hacia el alejado campo del psicoanálisis y de los sueños. Por cierto, Luis
Pardo nos advierte que ambos eran pésimos hipnotizadores.
El libro se
cierra con diez efectos de mentalismo, unos basados en técnicas de ilusionismo
y otras, de técnicas psicológicas. El autor parece dar por sentado que el
lector tiene intención de convertirse en mentalista. Nada más lejos de ello, al
menos en mi caso. Más aún: bastaría para acabar con una posible intención en
ese sentido la lectura de los efectos que, con su correspondiente explicación,
se exponen. Luis Prado recalcará una y otra vez que, para dominar esos diez
efectos a los que tacha de elementales y propios de primerizos, hace falta tesón,
paciencia, vocación, esfuerzo, constancia… es decir todo eso de lo que solemos
carecer la mayoría de los mortales.
De alguna
forma, el libro ha mantenido que la esencia del mentalismo es que no utiliza
los trucos que se suelen emplear otras ramas del ilusionismo. Pero ¿es cierto
que lo que emplea el mentalista para lograr el éxito en sus exhibiciones no son
trucos? Nos enfrentamos con la definición de lo que sea un truco. ¿Es truco el
tomar nota de hacia donde se dirige la mirada del sujeto? ¿O de la ligerísima presión
de sus dedos sobre los nuestros? ¿Es truco hablar de una forma imperiosa y
repetitiva en ocasiones? ¿O el empleo de mensajes subliminales? O sea, someter
al sujeto analizado, a una clara presión psicológica. Probablemente “truco” no
es, ni remotamente, el vocablo apropiado, aunque lo sea para los efectos con
técnicas de ilusionismo. Pero su esencia está ahí.
En suma, un
libro con modestas pretensiones que pueden entenderse que cubre sus objetivos
gracias a esa modestia. Que puede ser de especial utilidad al no iniciado para
iniciar conocimientos sobre los temas tratados.
“Introducción al mentalismo
L-mental” (220 págs.) es un libro escrito por Luis Pardo en 2013 y publicado
por Ediciones Marré ese mismo año.
Me ha encantado encontrarme con esta critica sobre mi libro; gracias por leerlo y por expresar su opinión sobre el.
ResponderEliminarSalud!
Luis Pardo
Gracias a mi vez por leerme. Es mucho más importane escribir un libro que comentarlo. Al hacerlo en este caso traté, como siempre, ser ecuánime y justo. Nada entristece más que criticar un libro; en este caso no fue necesario. Al contrario: pude dejar constancia de las muchas puertas que dejaba abiertas y que me gustaría poder atravesar algún día.
ResponderEliminarSalud2
el bloguero