lunes, 30 de octubre de 2017

Gabriel Albiac: “Diccionario de adioses”




  

Suele utilizarse con frecuencia la expresión “de autor” para referirse aquellas obras en las que la personalidad del autor se sobrepone a la de la misma obra. Algo de eso pasa con lo escrito por Gabriel Albiac, cuya personalidad revolotea sobre sus escritos. Por eso mismo, cuando se habla de un libro suyo, no se sabe si uno ese está refiriendo al libro mismo o a Albiac.
Valenciano y del 50, se le califica habitualmente de filósofo, cosa normal al ser catedrático de Filosofía en la Autónoma de Madrid, pero quizá fuera más acertado hablar de él como ensayista y comunicador y, quizá fuera aún más certero, calificarle simplemente de pensador. Gabriel Albiac transmite la impresión de que piensa constantemente. Otra cosa es que diga todo lo que piensa. Probablemente sería abrumador.
Albiac sufrió esa típica evolución cada vez más frecuente en los intelectuales desde las últimas décadas del siglo XX. Desde posiciones de izquierda ha evolucionado a actitudes próximas a la derecha, cuando no inmersas en ésta en determinados temas. Él mismo se ha autodefinido como “comunista muerto”.

El libro “Diccionario de adioses” es duro de leer. Albiac dice cosas que parece no querer decir y parece enrocarse en silencios cuando se espera de él que diga algo. Digamos que parece revolotear sobre conceptos transcendentes. Sobre todo, en lo que afecta a la persona y a su transitoriedad, es decir a la muerte.
Ante todo. conviene aclarar el propio título. Lo hace el prólogo al comenzar así: “Es tiempo de sabernos naturalezas muertas. Cayó el muro. Nos quedamos sin palabas. Fue lento. Al principio ni nos dimos cuenta. Dos siglos se cerraban sobre nuestros despojos. La era de la revolución”. “Y un día percibimos... que lo que nuestra voz decía no significaba nada. Ya. Nada“. Y uno se pregunta si lo que encierra el libro es nostalgia, simple dolor o amargura. Pero sea cual sea su sentido, la brillantez del pensamiento lo disimula y enmascara.

El libro se agrupa en nueve apartados; “Escribir”; “Exilio”; “Idénticos (Los): Nacionalismos, Socialismos, Fascismos”; “Idolatrías”, “Judeofobias (De Dreyfus a Yenín)”; “Nada: muerte guerra, política”; “Revolución”; “Revolucionario” y “Terror(ismo)”. Como se indica en la contraportada, cada una de esas entradas es un breve ensayo. Y dentro de cada una de ellas, vuelven a multiplicarse los temas y situaciones abordados.
En el primero de los ensayos, Albiac parece enfrentarse con los problemas más profundos del escritor. Como excusa, sus comentarios se centran inicialmente en la novela negra y, más concretamente en el Marlow de Chandler. Sn embargo afirma: “No hay enigma en la novela negra. No hay nada. Nada”.  ¿Qué hay entonces? Es una pregunta en la hurgará páginas y páginas. ¿Tiene algo que ver con que Albiac sea el autor de una novela tan negra como “Blues de invierno”?
A veces estamos como ante unos fuegos artificiales. Nos sorprenden con su belleza, atraen nuestra atención, pero son ideas fugaces cuyo sentido se pierde en la inmediatez del siguiente estallido de color. Añádase ese cierto estilo críptico que se usa de manera casi constante y las reiteradas referencias a hechos y citas muy puntuales. Es como si Albiac escribiese solamente para Albiac y el lector fuera solamente un intruso que se asomara por encima de su hombro.
Mucho más diáfano es el capítulo dedicado al judaísmo, titulado de “De Dreyfus a Yenin”. Gabriel Albiac es decididamente pro-sionista o, mejor, anti-anti-sionistas. Se echa en falta un cierto relato de lo que fue el affaire Dreyfus sino, sobre todo, Yenín. La batalla de Yenín tuvo lugar en 2002 y culminaba una creciente etapa de terrorismo palestino contra Israel. La localidad de Yenin estaba identificada como centro de esos ataques y fue objeto de un ataque de las fuerzas israelíes. Lo que en el libro se destaca es la falta de ecuanimidad de las entidades que denunciaron el hecho y del informe realizado por las Naciones Unidas. De esto último, podemos encontrar confirmación en la Wikipedia: de los 497 palestinos muertos citados en el informe (frente a 23 soldados israelíes), una investigación posterior rebajó la cifra de muertos palestinos de 497 a 52 o 54. Una manipulación que no nos puede sorprender cuando tenemos tan cerca la de los independentistas catalanes y cuando se ha terminado acuñando el término “posverdad”: “algo que aparente ser verdad es más importante que la propia verdad”, o sea la “mentira emotiva”.
Digamos que para Albiac, si bien el antisemitismo echó sus raíces en el cristianismo, dejó éste para asentarse en el siglo XIX en la mundanidad y la secularidad. Ahora es algo así como un tic nervioso de la intelectualidad y los medios. Algo que incluso les conduce a elogiar a una persona sobre la que Albiac hace pesar toda la realidad de sus comportamientos: Yasser Arafat. Hay en sus diatribas todo el deseo de una justicia no realizada e invertida.
Hay otros capítulos-ensayos en donde es difícil seguir el pensamiento del escritor. Es por ejemplo el que se refiere a la “Idolatría”. Son tantas las ideas que se reflejan en pocas líneas que parece estar exigiéndose al lector más que una lectura, una meditación. Un ejemplo: es preciso conocer la historia de la lucha de Jacob con el ángel, ya que unicamente se nos ofrece la referencia a algunos pasajes bíblicos partiendo de un cuadro que en 1861 pintó Delacroix. Pero no hay mucho tiempo para detenerse en estas consideraciones, porque rápidamente el ensayo está recorriendo otros caminos.

Los dos últimos capítulos se dedican a la “Revolución” y al “Revolucionario”. No dejan de ser los aspectos objetivo y subjetivo de un mismo fenómeno social. Un fenómeno que Albiac reserva únicamente a dos momentos: la revolución francesa y la soviética. Lo demás son revueltas. La revolución la contempla como un arte que se desentiende del tiempo (“el tiempo de la revolución es el no tiempo”). Es al mismo tiempo algo que conduce de la alegría a la desolación, Como dice Chateaubriand “el drama es que no somos contemporáneos de nuestro tiempo”. Al mismo tiempo se vive un tiempo sobreacelerado.
Albiac recorre las ideas de revolucionarios como Saint Just, Condorcet, Robespierre o Andrea Chenier: no hay paraísos sino sobre los infiernos, algo que evidenciarán otros vendedores de promesas como Hitler o Stalin. La revolución destaca Albiac: es “permanente, perpetua, irreversible… Y universal”, diferenciándose así de cualquier otra forma de sedición o de golpe de Estado. Una figura que atrae especialmente la atención de Albiac es la del abate Sieyes, testigo y sobreviviente de la revolución. Al final “revolución revierte en conversión. La diversión ha terminado”. “Aquella revolución que no naciera sino como “tránsito del crimen a la justicia” se trueca brutalmente en “sacerdocio”. Surge entonces la muerte, recordada en El cero y el infinito de Arthur Koestler con su Rubachov. La religión de la historia y del progreso.
El siguiente capítulo aborda ya la figura del “revolucionario”, un enemigo que, como recuerda Albiac, nadie conoció antes de 1789. Y agrega como aperitivo: “Lo inaudito no es que haya revoluciones. Es que haya revolucionarios”. Nos va ofrecer las características del revolucionario: sacrificado, santo e incluso mártir, aspirando a morir por la revolución, incluso recurriendo al suicidio. Y al mismo tiempo dispuestos a eliminar con leyes o de hecho a los oponentes, llegando al terror.
A partir de aquí, el libro se introduce en un desmenuzamiento de una obra de Malraux: “La condición humana” que, a juicio del autor, refleja vivamente las características últimas del revolucionario. Remontándose a Pascal, Spinoza o Lenin, cuando se requiere. Es de destacar la insistencia en la idea de la proximidad del comunismo y los fascismos, nazismo incluido. Dice también: “Una descomunal borrachera de teleología (y en el final, de teología) revolucionaria ha sacudido a Europa entre la primera y la segunda guerras mundiales”. Termina el capítulo con un radical “Después nada”.
El “Diccionario de adioses” es un libro que uno puede recibir como un chaparrón de abril. Huele a primavera, pero le deja a uno calado. En muchas ocasiones, quizá demasiadas, resulta difícil seguir el pensamiento del filósofo que es Gabriel Albiac, con sus constantes referencias y citas, desbordante de conocimientos. Pero eso mismo sirve de guía y luz que alumbre nuevos descubrimientos. Es una tentación de volver a leer a Sieyes o Koestler, o descubrir a Saint Just o asomarse a Chateaubriand.

“Diccionario de los adioses” (421 págs) de Gabriel Albiac, ha sido publicado por Seix Barral en su colección “Los tres mundos”. Fue escrita en 2005 y su primera edición se llevò a cabo ese mismo año. La segunda, que es la que se ha comentado, data de 2009.

sábado, 21 de octubre de 2017

Marco Aurelio: “Meditaciones”.





 
Siempre produce cierto vértigo enfrentarse a una obra tan invocada como desconocida como son las “Meditaciones” de Marco Aurelio.
Marco Aurelio, el tercero de “los cinco buenos emperadores” lo fue desde el 161 al 180. Es decir, fue emperador a los 40 años y murió a los 59. O mejor, fue coemperador, porque condicionó su aceptación al trono el que éste fuera compartido con Vero. A pesar de ello, la persistencia de su recuerdo radica en que a Marco Aurelio se le ha considerado filósofo y, como tal, adscrito con claridad a la corriente estoica.
El primero de los libros (forma de denominar a los doce manuscritos que han ido configurado lo que llamamos “Meditaciones”) sorprende por ser una larga relación de agradecimientos. Los primeros se refieren a aquéllos que quienes aprendió. Siguen aquellos otros, cuatro, a les debe algo por haberle enseñado algo. Vuelve a aquéllos de quienes aprendió, destacando la larga referencia a Antonino Pío quien le designó emperador. Y termina con una deuda a los dioses, expresión que podríamos referir a la suerte o la fortuna y a los que comienza agradeciendo “haber tenido buenos abuelos, buenos padres, una buena hermana; buenos maestros, buenos familiares, parientes y amigos, casi todos buenos…

La idea de la muerte ronda permanentemente a Marco Aurelio. No se sabe bien si es la muerte misma, o la brevedad, transitoriedad e inanidad de la vida misma. Pero, sea una cosa u otra, no la aparta de la mente. La reconoce en los que ya faltan y avisa de ella a los que acceden a la vida. De alguna forma esa visión de nuestra transitoriedad parece ser, en definitiva, parte de las raíces en que asienta su actitud estoica. “No desprecies la muerte recíbela, antes bien, de buen grado, como es ésta una de aquellas cosas que quiere la naturaleza”. La meditación 33 del libro V comienza diciendo “En un abrir y cerrar de ojos no serás mas que un poco de ceniza o un esqueleto, y un nombre o, tal vez ni un nombre”.
El estoicismo… Una corriente filosófica creada por Zenón de Elea y cuyo nombre es tan peculiar que, lejos de fijarse en el contenido de la doctrina, se basa en la puerta o “Stoa” en la que Zenón disertaba. Marco Aurelio será el último representante reconocido de esta corriente, antes de que ésta declinase como escuela filosófica. De hecho, ya en Marco Aurelio toma ciertos aspectos de regla de conducta, de autoeducación y perfeccionamiento que, normalmente, priman sobre lo estrictamente filosófico. En toco caso, desde la búsqueda de la verdad el estoicismo se desliza hacia la búsqueda de la sofrosine, de la serenidad, del equilibrio espiritual, del dominio del espíritu sobre la materia. Y Marco Aurelio será especial manifestación de esa idea.
Pero las Meditaciones tienen un tanto de intemporales en cuanto, no sólamente no aluden (como sería comprensible en un emperador) a cuestiones históricas concretas por contemporáneas, sino que plantean un programa de perfección individual. Hay momentos en que, leyendo, puede tenerse la impresión de sostener en las manos un típico libro de los ahora denominados de autoayuda. Pero la diferencia es clara: no solamente tienen mayor intemporalidad y profundidad las “Meditaciones”, sino que mientrasm que la autoayuda busca la felicidad, la obra de Marco Aurelio busca otra cosas: la serenidad, el equilibrio.
A Marco Aurelio se le ofrecen dos opciones a las que nos enfrenta: la corte y la filosofía. Añade “acude a ésta a menudo, descansa en ella, pues es la que aquí abajo te hace más llevadera la vida y a la vez te hace a ti llevadero a los demás”. No es la felicidad o el placer, no son los bienes y el poder. Es siempre, como leit motiv, la serenidad, el sosiego interior lo que busca y trata de alcanzar. Si alguna vez lo llama felicidad es pensando en una felicidad un tanto especial, distinta. Prácticamente ascética.
Cuando Marco Aurelio habla de hacerse llevadero a los demás está asomándose a otra característica de las “Meditaciones”: la dimensión social del individuo. Recordemos de nuevo el libro primero: agradecimientos y deudas de gratitud. Pero esa sociabilidad de Marco Aurelio no acaba ahí; vuelto a sí mismo repasa la actitud correcta que debe tenerse hacia los demás. La realidad es que la virtud se proyecta casi siempre sobre los otros: justicia, perdón, tolerancia, comprensión, rectitud, honestidad incluso.
Hay una anécdota, naturalmente, no se refleja en las Meditaciones, que cuenta como, habiéndose producido una persecución de cristianos en el sur de las Galias (hecho, por otra parte, raro en su mandato), Marco Aurelio sugirió que se matase únicamente a aquéllos que hubieran renegado de su fe cristiana, no de los que se afirmaron en ella. No se fijaba tanto en la creencia, como en la firmeza en la creencia.

Los dioses… Pero ¿a qué se refiere Marco Aurelio cuando alude a los dioses (y no son pocas las veces en que lo hace)?. No podemos ver en él a un verdadero creyente en las numerosas figuras del Panteón romano. Su referencia está hecha a algo que es superior a nosotros y al individuo, algo que sirve especialmente para minimizar nuestra importancia sumergiéndonos en una inevitable humildad que cuadra con el espíritu estoico. Destaquemos que, aunque la referencia habitualmente se hace a los dioses, existen momentos en que, ya con mayúscula (al menos en la edición leída) Marco Aurelio habla de Dios.
La “naturaleza” es otra de las ideas que campea por las “Meditaciones”. Paralelo al de la racionalidad. “¿Qué arte profesas? El de ser hombre de bien. ¿Y cómo serlo si no es rigiéndose por los preceptos que conciertan, parte a la naturaleza universal, parte a la constitución propia del hombre?”. La naturaleza, como los dioses, es algo que nos domina y a la que pertenecemos, querámos o no. Somos naturaleza: nuestros componentes fundamentales, carne y espíritu, pertenecen a su ámbito. La razón no puede sino impulsarnos a reconocer esa realidad. Y, a partir de ahí, impulsarnos a respetarla. Hay muchas de las meditaciones orientadas a indicarnos cuál debe ser la forma correcta y adecuada de respetar; no es un tarea fácil ni cómoda.
Pero toda persona tiene clara la idea de rectitud y justicia y, al mismo tiempo, los impedimentos para su aplicación en la vida. Aquí entra el espíritu estoico de desprecio a los bienes materiales y afección a los espirituales. Nada más puesto al actual buenísmo que parte de afirmar “ya soy bueno” y como es bueno aparenta serlo proclamándolo, y como es bueno dice lo que es bueno y lo que no lo es. Aquí Marco Aurelio marca un camino de esfuerzo hacia la perfección. ¿Es un Juan de la Cruz emperador romano? No hay que ir tan lejos, pero tampoco temer quedarse cerca.

Las “Meditaciones” constituyen un espléndido breviario de lo que puede calificarse de búsqueda de la virtud, de la rectitud. A través de ella se lograr la serenidad, pero esto sólo será el resultado de haber llegado a esa virtud, esa rectitud, acordes siempre con la naturaleza y la razón. La persona es siempre el protagonista, el conseguidor de ese resultado, el que tiene que realizar y llevar a cabo un esfuerzo para lograr ese resultado.
Digamos que las “Meditaciones” se pueden abrir por cualquier página y encontraremos siempre algo interesante, sugestivo, importante. No estamos precisamente ante un libro de autoayuda ni ante un autor que viva del marketing. En realidad, estamos ante un emperador romano al que le dio por pensar. Las mismas “Meditaciones” fueron escritos en una etapa bélica.
Al hilo: hay que alabar la austeridad de portada de la edición, obra de Phil Baines. Parece —me parece— anticipar su contenido. En suma: un libro para tener en la mesilla si uno tuviera una mesilla en que cupieran los libros. Pero un libro que no hay que dudar en que conviene tener cerca siempre y mano. Para los momentos de flaqueza o de temblor, simplemente.



Las “Meditaciones” (174 págs.) de las que es autor Marco Aurelio fue publicada por Taurus, utilizándose en este comentario la segunda reimpresión de la cuarta edición de 2016, realizada en septiembre de 2017. La obra se publica dentro de la serie “Great Ideas” de Penguin Books.