sábado, 18 de agosto de 2018

Daniel Tubau : “No tan elemental. Cómo ser Sherlock Holmes”


Digamos, de entrada, que estamos ante un libro sobre Sherlock Holmes, personaje literario sobradamente conocido por todos. Pero ¿es realmente un libro sobre Sherlock Holmes? Es algo que iremos viendo.
Daniel Tubau ha sido guionista y director de televisión. Ha escrito sobre muchos temas. Ha analizado la decadencia del cine en manos de las series y el streeming. Se ha preocupado de las sociedades secretas. Ha destripado, para examinar sus entrañas, “El arte de la guerra” Sunzi… Tiene algo de francotirador. La entrada dedicada en Wikipedia a Daniel Tubau fue borrada en octubre de 2016 por la siguiente razón: “Página de promoción, autopromoción, publicidad o que contienen elogios innecesarios que no le permiten tener una redacción neutral”. Así sigue en agosto de 2018. Por otra parte, para quien quiera conocerle, puede irse a YouTube y ver la presentación que el propio autor hizo de este libro.
Decía al principio que me preguntaba si estaba ante un libro sobre Sherlock Holmes. Y la duda persistirá a lo largo de todo el libro. Por una doble causa. La primera es que todos hemos leído novelas o cuentos (o visto películas, que hay muchas) en los que hemos tomado contacto personal con ese personaje, creándonos ya una imagen personal del detective. La segunda es saber si estamos enfrentándonos a Sherlock Holmes o a su creador Arthur Conan Doyle ¿le/lo crea así desde un primer momento o va modelando su personalidad a lo largo de las cuatro novelas y cincuenta y seis relatos de los que le hizo protagonista? Se ha dicho, incluso, que se basó en la figura de un compañero de facultad y amigo llamado Sherrinford. En tal caso, Conan Doyle fue añadiendo auténticas manías, vicios, virtudes y habilidades a esa imagen inicial. Añadamos un dato que se nos proporciona: mientras Conan Doyle era un fervoroso espiritista, que al mismo tiempo se preocupaba por desvelar fraudes existentes, nunca puso en boca de Sherlock Holmes nada contrario a esa doctrina, ni le enfrentó a ningún misterio relacionado con ella que le indujera a descubrir ningún tipo de fraude.
Sherlock Holmes representa la pasión por la pista y la pista es un signo. Ve lo que los demás no vemos. Cuanto más pequeño y extraño, mejor. Todos nos sentimos Watson, realmente, y siempre nos hemos encontrado más próximos al desdichado doctor que convive con Sherlock. Todos somos más Sanchos que Quijote, podríamos decir. Por fortuna, podríamos añadir.
Pero volvamos al signo. Tubau nos va a presentar dos curiosas personalidades. Giovanni Morelli, cuya vida de principio a fin se insertó en el siglo XIX, fue un médico que dejó su profesión para dedicarse a la certificación de obras de arte. ¿De qué se servía en muchos casos? Simplemente en observar detalles menores como las orejas y las manos, algo a lo que los grandes pintores, considerándolos aspectos menores, prestaban escasa atencion repitiendo el mismo modelo. De hecho, se cita casos en los que Sherlock Holmes se valió de este tipo de observación. La segunda figura que presenta es la de Alphonse Bertillon, también asentado en el mismo siglo. Sus ideas nacieron cuando, justamente comparando orejas, distinguió dos cadáveres. De ahí saltó a la fijación de las características que permanecen casi invariables en la vida de una persona. Determinó 14, aunque cuando se aceptó el método del “bertillonage” como medio de identificación personal, se redujeron a once, no solamente porque representaban tiempo y dinero, sino porque, aun así, garantizaban que sólo se encontraría un caso de persona iguales entre 4 millones. La técnica del “bertillonage” murió con el avance de la ciencia, con la dactiloscopia en primer lugar.
La segunda parte del libro es la dedicada a exponer el método de investigación empleado por Sherlock Holmes. En realidad, llegamos a la conclusión de que empleaba muchos sin despreciar apenas ninguno. Esto va a dar lugar a que Tubau repase concienzudamente los criterios propios de la lógica, como son la inducción, la deducción y la abducción, siendo este último un peculiar concepto que, también en el siglo XIX, desarrolló y bautizó el norteamericano Charles Sanders Pierce, un semiólogo del siglo XIX, un tanto caótico y abstruso en su producción.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          
La obsesión de Holmes en esta etapa es distinguir los signos buenos de los malos “Es de la mayor importancia no dejar que los datos inútiles desplacen a los útiles”. Y normalmente éstos no se encuentran, se buscan. Es descubrir que un perro no ha ladrado cuando era lógico que lo hubiera hecho. Y, andando, andando, llega a los famosos cisnes negros. Algo ligeramente desorientado cuando se parte de la afirmación de que todos los cisnes son blancos. Los hay blancos y los hay negros y puede haberlos colorados y amarillos, pero ¿por qué exigimos que sólo los blancos son cisnes? Así llegamos al que denomina Tubau “el problema de la inducción” que nos obliga a “desconfiar de las conclusiones extraídas de repetidas observaciones”. A estas alturas el libro nos está hablando de cuestiones relacionadas con la lógica, siendo Holmes unicamente una coartada para hacerlo. Al final, siempre gana, con deducción, inducción o abducción. ¿Podemos imaginar un relato en que al final no logre resolver el caso?
Es curioso lo que afirma el libro: “una lectura atenta de las aventuras de Sherlock Holmes nos revelará, como han señalado expertos como Sebeok, Eco o Truzzi, que Holmes emplea a veces el método inductivo y otras, al deductivo”, pero que “recurre casi siempre a la única clase de argumento que da a origen a ‘una nueva idea’ según el semiólogo asesor Charles Sanders Pierce, es decir, la abducción”. Pero ¿qué es la abducción? Tubau tras decirnos que la inducción no sirve y que la deducción, tampoco (lo dice más finamente, desde luego), agrega que ”a menudo solo nos queda la abducción, que es probablemente el genuino método de investigación para un detective…”. “Sabemos unas cosas, vemos otras y abducimos que hay una relación entre ambas cosas”. Añadamos, como hace Tubau, que normalmente no basta con una abducción, sino que debe confluir varias sobre un mismo tema.
La intuición, como era previsible, sale bastante trastocada. Pero no se descarta su utilidad. En sentido contrario, el trabajo, la dedicación y el esfuerzo es algo que enaltece. Y que permite que nos presenten a dos hermanos de Sherlock normalmente desconocidos. Uno de ellos es Mycroft Holmes, al que el propio Sherlock reconoce como mucho más inteligente que él, pero que odia el trabajo físico y el esfuerzo. Pero sus deducciones, una vez que se le ofrecen los datos, son más brillantes que las de Sherlock. Trabaja en la alta administración (¿los servicios secretos británicos?) y aparece unicamente en cuatro relatos. El hermano mayor, Sherrington, apenas es citado, pero existe.
Tubau no parece tener inconveniente en salir del camino previsible para extenderse en conceptos diversos, especialmente los relacionados con el cambio derivado de los avances técnicos. Así, al comentar que Sherlock Holmes no despreciaba el consultar información sobre temas concretos en libros, indica que poseía una biblioteca a la que con frecuencia recurría y que era un recolector implacable de información. A continuación, Tubau aborda la amenazante aparición actual del fenómeno de los “big data”, algo que deja en pañales las ideas estadísticas que en ocasiones manejaba el detective.
Es comprensible que Tubau sienta pasión por Holmes. Ha convivido con su imagen toda su vida. Pero eso conduce a excesos como cuando cita a su héroe y su afirmación de que “se podría inferir de una gota de agua la posibilidad de la existencia de un Océano Atlántico o de un Niágara sin necesidad de haberlos visto u oído hablar de ellos”. El mismo Tubau la califica de temeraria. La alusión al llamado “análisis retrospectivo” y la referencia a Cuvier no hacen sino empeorar las cosas. Uno de los defectos o virtudes del libro según lo que se busque en él o no se busque (algo del pensamiento de Holmes se nos va pegando) es que se extiende desparramándose sobe temas ajenos al libro, especialmente en el campo siempre dudoso de la neurobiología de moda. Son temas como los de la atención selectiva (Chabris y Simon), el pensamiento rápido y el lento (Kahneman), los cisnes negros (Taleb), los sesgos o los apriorismos. Sin olvidar la filosofía de la ciencia dónde se recorren desde las ideas de Bacon o Kepler, a las de Popper. Al hilo de lo cual se recrea con la idea de la creatividad.
El problema de Sherlock Holmes es que pertenece definitivamente a un pasado, fuera o no una persona real como pretenden los holmesianos del “Gran Juego” (a cuyas ideas Tubau ni se adhiere ni las rechaza). Su inteligencia está soportada por medios decimonónicos que se aplican a signos y pistas que ahora nos parecen un tanto obsoletas y que son interpretadas únicamente a través de razonamientos que, en cierto modo, nos parecen algo rebuscados. No ha hecho tampoco nada Conan Doyle (el que mueve la marioneta) por reducir ese aire de superioridad y soberbia que parece exhibir Holmes tanto con la policía, como con el pobre Watson con que el que, sin querer, tendemos a solidarizarnos en tantas ocasiones y al que, hasta en las películas, se le exhibe despiadadamente con cierto aire de bobalicón.
El libro, en todo caso, es una hábil reconstrucción de la personalidad de Sherlock Holmes. Pero quizá su mayor atractivo sean esas incursiones que a otros campos lleva a cabo Tubau, con gran capacidad de síntesis y claridad de exposición, que tienden a abrirnos nuevos horizontes de exploración y recordar los conocidos. Una investigación distinta de la de un detective y como uno lo es, opta por quedarse al lado de Watson, aunque prescindiendo del respeto reverencial que éste manifestaba hacia Holmes.
Holmes afirmaba: “El artesano hábil tiene muchísimo cuidado con lo que mete en el ático del cerebro”. Pues eso.
“No tan elemental. Cómo ser Sherlock Holmes” (364 págs.) es un libro del que es autor Daniel Tubau y que fue publicado en 2015 por Editorial Ariel.

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