El autor es
natural de Barcelona y en Barcelona trabaja como profesor en la “Universidad
Abat Oliba CEU”. Digamos al paso que el Abad Oliva fue un conde que renunció a
sus derechos y se hizo monje benedictino, llegando a ser abad, siendo impulsor
intelectual de los condados catalanes, fundador de Montserrat y escritor.
Es preciso
no pasar de largo por el título. Barraycoa no habla de mentiras, sino de
historias ocultadas. Lo que hace el autor es simplemente desvelarlas, pero eso
conlleva la importante labor de recordárselas a los desmemoriados y, más aun,
de dárnoslas a conocer para los que las ignorábamos.
Con esos
mimbres construye lo que en definitiva no es sino una historia anecdótica del nacionalismo
catalán, que articula en 222 apartados a los que añade un epilogo. Una tarea
que habrá que asumirse antes de la lectura es la de distinguir conceptos tan
inciertos y manejados como son los de nacionalismo, catalanismo, regionalismo,
independentismo o secesionismo. Conceptos que han variado de sentido en las
personas que los han utilizado, defendido o aceptado, aun con el empleo las
mismas palabras. Una situación que persiste en nuestros días.
Una de las
ideas que flotan en la obra de Barraycoa es la forma en que un peculiar sentimiento
alentado inicialmente por la derecha social ha llegado a ser la bandera de las
izquierdas más radicales. O de cómo, de ser una idea alimentada por los
intelectuales, ha terminado siendo asumida por los movimientos populistas. Si
nunca el sentimiento catalanista ha sido claro en sus perfiles y fines, el
sinsentido ha aumentado increíblemente en los momentos actuales.
La lengua…
¡ay la lengua! Con la bandera (estelada hoy día), ha sido el hálito que ha
mantenido el sentimiento regional. Una lengua que fue decayendo a lo largo de
los siglos, hasta que emocionalmente se retomó. En el siglo XIX estaba de moda
hablar español y había propuestas de abandonar el catalán. La Renaixença la
sacó del marasmo: el franquismo impuso el castellano como lengua oficial,
aunque sin prohibir el catalán, situación que se invirtió con el Estatuto de
Autonomía, que pisó el dudoso terreno de la prohibición, cosa que o se había hecho
antes.
Queda
ahora el grave peligro de la degeneración. La sociedad catalana actual ha
experimentado a fondo la inmigración, fundamentalmente andaluza y extremeña (quizá
debiéramos añadir la musulmana); con ello, en la actualidad, el catalán es una
lengua adquirida no natural para buena parte de la actual población de Cataluña.
Aunque es aprendida por las nuevas generaciones descendientes de esos
emigrantes, el resultado es que ha perdido algunas vocales en la gatera, ha
perdido igualmente el acento peculiar del catalán y, cada vez, más los
castellanohablantes entienden a los catalanes cuando hablan. Como el gallego,
ya no es “galego”. Ahora lo entendemos y hace años, no.
Resulta
imposible que pudiera existir una convivencia hispánica que duró desde la
invasión romana sin que surgieran naturalmente lazos e historias comunes que
pudieran llegar a ser desconocidos en un determinado histórico.
Ocho
apartados (del 139 al 146) se dedican a la tortuosa relación de Cataluña con
los toros. Barcelona, la única ciudad con tres plazas de toros, verá cómo se
prohíben basándose en la idea de que se trata de una invasión españolista.
Otros ocho (del 148 al 155) se dedican al futbol, cuyos inicios en Cataluña
estaban llenos de nombres alusivos a España (aún el Español FC —hoy Espanyol
FC— es prueba de ello) y que ofrece hechos tan curiosos como el que dos de los
primeros presidentes del Madrid fueran catalanes. Sin embargo, el Barcelona FC,
fundado en un arrebato de furia por el suizo Hans-Max Gamper, pasó a ser un
equipo que, aprovechando el tardofranquismo, llegó a convertirse en símbolo de
la Cataluña independentista.
Es también
sorprendente que se afirme que “a finales
del siglo XIX, la sardana era desconocida pera prácticamente la mayoría de los
catalanes”. Era un baile olvidado que se hizo renacer de forma un tanto
forzada y de una manera que dio lugar a una degeneración del baile original,
hecho denunciado por los propios catalanistas de principio de siglo. Franco
nunca la prohibió.
Aportando
nuevos iconos, alude también Barraycoa a los orígenes de “Els segadors”, poema
popular también resucitado como himno tras ser musicalizado en la última década
del siglo XIX por Francesc Alió, que añadió también el famoso estribillo “Bon
cop de falç”. Algo siniesto realmente.
En el
libro pasean las figuras históricas que abandonaron el catalanismo (como
Eugenio D’Ors), que representaron la Cataluña que apoyaba a Franco (como Samitier
o Dalí), que hicieron del catalanismo un negocio (como Luis Llach), o que se
subieron al tren tardía pero eficazmente (como Prat de la Riba)
No deja de
ser curioso la aclaración que se hace del término “botifler”. De ser un mote
despectivo (mofletudo, inflado, presumido o arrogante) paso a ser algo con que
se distingue a los partidarios de uno de los bandos en litigio al hilo de la
desafortunada guerra de sucesión (el “fler” en definitiva aludía a la flor de
lis de los Borbones).
Sin embargo,
parece que el catalanismo no supo jamás congraciarse con las fuerzas políticas
dominantes en cada momento. El franquismo se equivocó despreciando a Cambó y
provocando la desaparición de la Lliga. Por su parte, los republicanos se
enfrentaron a los catalanistas abiertamente. Tiraron los restos de los primeros
condes fundadores al río Ripoll y disolvieron el Orfeón Catalán, por ejemplo.
El curso de la guerra hizo que, en Barcelona, con la llegada del comunismo, el
español desplazara al catalán, durante algún breve tiempo como lengua oficial.
Dio testimonio de ello Orwell.
El libro
cubre su finalidad de desvelar hechos que tratan de ser ocultados. Es historia.
Podría exclamarse: “Es la economía, imbécil” parodiando el famoso reproche de
Bill Clinton. El problema catalán es otra cosa y ahí no entra el libro. No
necesita hacerlo porque su propósito es otro. Lo que sí ha dejado claro es que
en todos los momentos de la historia hubo personas animadas de un sentido
independentista catalanista y otras imbuidas de la idea españolista
catalanista. Hubiera sido más correcto hablar de este último concepto
utilizando el término integrismo, pero desgraciadamente este vocablo ha sido ya
secuestrado por la izquierda. Quizá esa izquierda radical haya secuestrado ya
al mismo catalanismo secesionista, siempre tan religioso, conservador y
emocionado.
Una última
nota: hay que agradecer a Barraycoa la forma independiente a que se refiere a
todas estas verdades olvidadas o deliberadamente ocultas. Como hay que
agradecerle tantas cosas que nos cuenta y que, la verdad, en muchas ocasiones
nos hacen sonreír.