sábado, 30 de septiembre de 2017

Javier Barraycoa: Historias ocultadas del nacionalismo catalán”




 
El autor es natural de Barcelona y en Barcelona trabaja como profesor en la “Universidad Abat Oliba CEU”. Digamos al paso que el Abad Oliva fue un conde que renunció a sus derechos y se hizo monje benedictino, llegando a ser abad, siendo impulsor intelectual de los condados catalanes, fundador de Montserrat y escritor.
Es preciso no pasar de largo por el título. Barraycoa no habla de mentiras, sino de historias ocultadas. Lo que hace el autor es simplemente desvelarlas, pero eso conlleva la importante labor de recordárselas a los desmemoriados y, más aun, de dárnoslas a conocer para los que las ignorábamos.
Con esos mimbres construye lo que en definitiva no es sino una historia anecdótica del nacionalismo catalán, que articula en 222 apartados a los que añade un epilogo. Una tarea que habrá que asumirse antes de la lectura es la de distinguir conceptos tan inciertos y manejados como son los de nacionalismo, catalanismo, regionalismo, independentismo o secesionismo. Conceptos que han variado de sentido en las personas que los han utilizado, defendido o aceptado, aun con el empleo las mismas palabras. Una situación que persiste en nuestros días.

Una de las ideas que flotan en la obra de Barraycoa es la forma en que un peculiar sentimiento alentado inicialmente por la derecha social ha llegado a ser la bandera de las izquierdas más radicales. O de cómo, de ser una idea alimentada por los intelectuales, ha terminado siendo asumida por los movimientos populistas. Si nunca el sentimiento catalanista ha sido claro en sus perfiles y fines, el sinsentido ha aumentado increíblemente en los momentos actuales.
La lengua… ¡ay la lengua! Con la bandera (estelada hoy día), ha sido el hálito que ha mantenido el sentimiento regional. Una lengua que fue decayendo a lo largo de los siglos, hasta que emocionalmente se retomó. En el siglo XIX estaba de moda hablar español y había propuestas de abandonar el catalán. La Renaixença la sacó del marasmo: el franquismo impuso el castellano como lengua oficial, aunque sin prohibir el catalán, situación que se invirtió con el Estatuto de Autonomía, que pisó el dudoso terreno de la prohibición, cosa que o se había hecho antes.
Queda ahora el grave peligro de la degeneración. La sociedad catalana actual ha experimentado a fondo la inmigración, fundamentalmente andaluza y extremeña (quizá debiéramos añadir la musulmana); con ello, en la actualidad, el catalán es una lengua adquirida no natural para buena parte de la actual población de Cataluña. Aunque es aprendida por las nuevas generaciones descendientes de esos emigrantes, el resultado es que ha perdido algunas vocales en la gatera, ha perdido igualmente el acento peculiar del catalán y, cada vez, más los castellanohablantes entienden a los catalanes cuando hablan. Como el gallego, ya no es “galego”. Ahora lo entendemos y hace años, no.

Resulta imposible que pudiera existir una convivencia hispánica que duró desde la invasión romana sin que surgieran naturalmente lazos e historias comunes que pudieran llegar a ser desconocidos en un determinado histórico.
Ocho apartados (del 139 al 146) se dedican a la tortuosa relación de Cataluña con los toros. Barcelona, la única ciudad con tres plazas de toros, verá cómo se prohíben basándose en la idea de que se trata de una invasión españolista. Otros ocho (del 148 al 155) se dedican al futbol, cuyos inicios en Cataluña estaban llenos de nombres alusivos a España (aún el Español FC —hoy Espanyol FC— es prueba de ello) y que ofrece hechos tan curiosos como el que dos de los primeros presidentes del Madrid fueran catalanes. Sin embargo, el Barcelona FC, fundado en un arrebato de furia por el suizo Hans-Max Gamper, pasó a ser un equipo que, aprovechando el tardofranquismo, llegó a convertirse en símbolo de la Cataluña independentista.
Es también sorprendente que se afirme que “a finales del siglo XIX, la sardana era desconocida pera prácticamente la mayoría de los catalanes”. Era un baile olvidado que se hizo renacer de forma un tanto forzada y de una manera que dio lugar a una degeneración del baile original, hecho denunciado por los propios catalanistas de principio de siglo. Franco nunca la prohibió.
Aportando nuevos iconos, alude también Barraycoa a los orígenes de “Els segadors”, poema popular también resucitado como himno tras ser musicalizado en la última década del siglo XIX por Francesc Alió, que añadió también el famoso estribillo “Bon cop de falç”. Algo siniesto realmente.
En el libro pasean las figuras históricas que abandonaron el catalanismo (como Eugenio D’Ors), que representaron la Cataluña que apoyaba a Franco (como Samitier o Dalí), que hicieron del catalanismo un negocio (como Luis Llach), o que se subieron al tren tardía pero eficazmente (como Prat de la Riba)

No deja de ser curioso la aclaración que se hace del término “botifler”. De ser un mote despectivo (mofletudo, inflado, presumido o arrogante) paso a ser algo con que se distingue a los partidarios de uno de los bandos en litigio al hilo de la desafortunada guerra de sucesión (el “fler” en definitiva aludía a la flor de lis de los Borbones).  
Sin embargo, parece que el catalanismo no supo jamás congraciarse con las fuerzas políticas dominantes en cada momento. El franquismo se equivocó despreciando a Cambó y provocando la desaparición de la Lliga. Por su parte, los republicanos se enfrentaron a los catalanistas abiertamente. Tiraron los restos de los primeros condes fundadores al río Ripoll y disolvieron el Orfeón Catalán, por ejemplo. El curso de la guerra hizo que, en Barcelona, con la llegada del comunismo, el español desplazara al catalán, durante algún breve tiempo como lengua oficial. Dio testimonio de ello Orwell.

El libro cubre su finalidad de desvelar hechos que tratan de ser ocultados. Es historia. Podría exclamarse: “Es la economía, imbécil” parodiando el famoso reproche de Bill Clinton. El problema catalán es otra cosa y ahí no entra el libro. No necesita hacerlo porque su propósito es otro. Lo que sí ha dejado claro es que en todos los momentos de la historia hubo personas animadas de un sentido independentista catalanista y otras imbuidas de la idea españolista catalanista. Hubiera sido más correcto hablar de este último concepto utilizando el término integrismo, pero desgraciadamente este vocablo ha sido ya secuestrado por la izquierda. Quizá esa izquierda radical haya secuestrado ya al mismo catalanismo secesionista, siempre tan religioso, conservador y emocionado.
Una última nota: hay que agradecer a Barraycoa la forma independiente a que se refiere a todas estas verdades olvidadas o deliberadamente ocultas. Como hay que agradecerle tantas cosas que nos cuenta y que, la verdad, en muchas ocasiones nos hacen sonreír.